
Por Nicole Di Matteo
Todos hemos sido niños; un niño espontaneo, alegre, divertido, un niño que sencillamente jugaba con la vida. Ese niño que fuimos hacía lo que le apetecía en cada momento, jugaba y disfrutaba. Estaba presente, experimentaba cada instante desde el gozo, el amor y el disfrute.
No pensaba demasiado, simplemente jugaba, saltaba y su vida era pura magia.
Un día, sin comprender muy bien por qué, hizo algo que a mamá le molestó y de pronto se encontró con la incomprensión de papá o fue la profe la que le gritó o castigó en el cole… y un día mamá lo dejó solo, papá le chilló y un familiar descargó en él o ella toda su cólera y frustración, incluso he visto casos en mi consulta de personas que sufrieron abusos sexuales siendo niños.
En mi caso, una profesora de preescolar me sacó de la clase a tortas, agarrándome por el pelo. Como me iba arrastrando, en el trayecto se me cayó un zapato, y por si fuera sido poco la profesora agarró mi zapato y me pegó con él. No recuerdo lo que había hecho, solo recuerdo que al principio ella me estaba riñendo por algo y al no poder aguantar la bronca me hice la dormida; esta reacción fue la que detonó en ella el horrible ataque de agresividad. Yo tenía cuatro años y arrastré el trauma en mi inconsciente durante muchos, muchos años.
Pasados los años supe que esta maestra estaba embarazada y no era el niño deseado, así que me puedo imaginar su desamor y frustración. Todos somos inocentes, la cuestión es que me tocó a mí como le podía haber tocado a otra persona, pero ese acontecimiento marcó mi vida, para bien o para mal…
En realidad todo es perfecto, si esa profe no me hubiera pegado quizá no hubieran ocurrido otras muchas cosas en mi vida que han dado pie a mi despertar espiritual y a que hoy esté aquí escribiendo , así que todo es perfecto
Lo que pretendo ilustrar contando esta experiencia es que a todos nos ha ocurrido algo dramático cuando éramos niños; a todos nos han herido en la infancia cuando aún éramos felices, alegres y espontáneos, cuando no teníamos ninguna defensa más allá de nuestra pureza e inocencia.

En ese momento surgió el miedo, y por miedo aprendimos estrategias de supervivencia: «Si hago esto mamá me quiere, si hago esto otro a papá le gusta. Si me comporto de este modo la profesora me acepta, si me comporto de esta forma los demás niños me sonríen».
De modo que todos fuimos incorporando máscaras, capas y capas de cebolla de comportamientos aprendidos que poco tenían que ver con quienes éramos realmente a un nivel profundo.
Nos hemos identificado con atributos externos que poco tienen que ver con nosotros, como los títulos académicos o los premios que otros nos otorgan.
Soy René, licenciada en Psicología, Máster y Comercial en la ESADE Business School, coach certificada por la Universidad Francisco de Vitoria, hablo francés, español, inglés y me desenvuelvo en Alemán
Ese sería un resumen por encima de mi currículo; y a ti que estás leyendo mi articulo te pregunto: ¿Realmente piensas que eso me define?
-No, no somos nuestros títulos, somos mucho más que eso.
-No, no somos nuestros logros o resultados como dicen algunos coaches locos, somos mucho más que eso.
-No, no somos el modelo de nuestro coche, o el barrio en el que vivimos, tampoco somos las miles de máscaras aprendidas en nuestra estrategia de supervivencia.
-No, no soy mis comportamientos adquiridos, soy mucho más que eso…
Y debajo de esas múltiples capas que aseguran nuestra supervivencia todos llevamos dentro a un niño herido, muerto de miedo, que solo busca que le quieran, que le acepten, sentirse seguro y a salvo. Un niño que solo quiere ser feliz.
Ese niño aprendió a negarse a sí mismo en la búsqueda de aceptación, a negarse a sí mismo para que lo quisieran.
Ese niño se reprimió bajo muchas capas de cebolla y muchas máscaras para dejar de ser nosotros mismos. Cuando conectamos con nuestro niño interior y empezamos a ser quienes somos realmente somos, pasamos a vivir en coherencia y a crear una vida plena. Comenzamos a brillar e, inconscientemente, vamos desenmascarando a todos a nuestro alrededor.
Yo expongo mi vulnerabilidad, siempre he contado todas mis miserias en público, no me importa relatar cómo he tocado fondo en innumerables ocasiones, mis amigos me han visto llorar y expresar toda mi emocionalidad, y gracias a todo esto soy una mujer muy, muy fuerte.
Uno de los jefes que tuve en la última multinacional para la que trabajé era alemán, frío calculador, racional, nunca daba muestras de debilidad. Me reñía por ser cercana, por hablar de temas personales en el trabajo y por expresar mi emocionalidad. En aquel momento yo no tenía la seguridad en mí misma que tengo ahora, ¡qué pena! Me encantaría volver atrás para meterle un buen frenazo.
Él, que se las daba de fuerte estable y equilibrado, vivía encorsetado por sus máscaras, esclavo de las apariencias y de la opinión de los demás; vivía en el miedo y se venía abajo en cuanto la cifra de ventas se movía un poquito.
Era extremadamente vulnerable, cualquier pequeña cosa lo sacaba de su centro, era una de las personas más débiles que he conocido y reprimía toda su emocionalidad con tal de aparentar normalidad.
Reprimir nuestro sentir no nos lleva a ninguna parte. Exponernos y expresarnos desde el corazón acaba convirtiéndonos en personas muy poderosas.

No dejes que tus ojos limiten lo que tú corazón llegue a sentir, no dejes de brillar solamente porque alguien se siente intimidado por tú luz.
Cada situación en la vida es temporal, entonces cuando la vida es buena. Asegúrate de disfrutarla, recibirla, aprovecharla, plenamente.
Y cuando el viaje no es tan bueno, sepas que no es una interrupción de una historia de vida, si no una parte crucial de una nueva, buena y mejor vida.
Que no va durar por siempre y que mejores días están en camino.

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