Por René Dubois

CONTENIDO PSICOLÓGICO
Es difícil expresar que nos encanta el sueño de evocar todos los atributos positivos como son: el amor, el cariño, la atención, la integridad y la nobleza— que, estamos seguras, están latentes en nuestro amante, esperando para florecer con la calidez de nuestro amor.
Las mujeres que amamos a menudo se dicen que el hombre con quien están involucradas nunca ha sido realmente amado antes, ni por sus padres ni por sus anteriores esposas o novias.
Lo vemos como un ser dañado y, de inmediato, asumimos la tarea de compensar todo lo que ha faltado en su vida desde mucho tiempo antes de que lo conociéramos. En cierto modo, la trama es una versión con los sexos invertidos del cuento de La Bella Durmiente, que dormía bajo un hechizo, en espera de la liberación que llegaría con el primer beso de su verdadero amor.
Nosotras queremos ser quienes quiebren el hechizo, liberar a ese hombre de lo que consideramos su cautiverio. Interpretamos su inaccesibilidad emocional, su ira o su depresión, su crueldad o su indiferencia, su deshonestidad o su adicción, como señales de que no lo han amado lo suficiente.
Oponemos nuestro amor a sus defectos, a sus flaquezas, e incluso a su patología. Estamos decididas a salvarlo mediante el poder de nuestro amor.
El sexo es una de las formas principales en las que tratamos de llevarlo a la salud con nuestro amor. Cada encuentro sexual lleva toda nuestra lucha por cambiarlo. Con cada beso y cada caricia, tratamos de comunicarle lo especial y digno que es, cuánto lo admiramos y adoramos. Sentimos la seguridad de que, una vez que esté convencido de nuestro amor, se transformará en su verdadero yo, y despertará a todo lo que queremos y necesitamos que sea.
En cierto modo, el sexo en tales circunstancias es bueno porque necesitamos que lo sea; ponemos mucha energía para hacerlo funcionar, para hacerlo maravilloso. Cualquier reacción que logremos nos alienta a esforzarnos más, a ser más convincentes. Y hay también otros factores en juego.
Por ejemplo, si bien parecería que una relación sexual plenamente satisfactoria no sería muy probable en una pareja infeliz, es importante recordar que un clímax sexual constituye una descarga de tensiones tanto físicas como emocionales. Mientras que una mujer puede evitar el contacto sexual con su pareja cuando hay conflictos y tensiones entre ambos, es posible que a otra mujer, en circunstancias similares, el sexo le resulte una manera sumamente efectiva de liberar gran parte de esa tensión, al menos en forma temporaria.
Para una mujer que vive una relación infeliz o tiene una pareja que no es la más adecuada para ella, el acto sexual puede ser el único aspecto gratificante de la relación, y la única manera efectiva de relacionarse con el otro.

De hecho, el grado de descarga sexual que ella experimente puede guardar una relación directa con el grado de incomodidad que sienta con su pareja.
Esto es fácil de comprender. Muchas parejas, tengan una relación sana o no, experimentan un contacto sexual particularmente bueno después de una pelea. Luego de un conflicto, hay dos elementos que contribuyen a un acto sexual de intensidad y éxtasis especiales. Uno es la ya mencionada descarga de tensiones:
el otro involucra una tremenda inversión, después de una pelea, en hacer que el sexo «funcione», a fin de cimentar el vínculo de la pareja, que se ha visto amenazado por la pelea. El hecho de que la pareja disfrute una experiencia sexual particularmente placentera y satisfactoria en tales circunstancias, quizá parezca ratificar la relación en general.
«Mira qué unidos estamos, qué cariñosos podemos ser, qué bien podemos hacemos sentir. Realmente debemos estar juntos», puede ser el sentimiento generado.
El acto sexual, cuando es muy gratificante en el aspecto físico, tiene el poder de crear lazos profundamente sentidos entre dos personas. La intensidad de nuestra lucha con un hombre puede contribuir a la intensidad de nuestra experiencia sexual con él y, por consiguiente, al vínculo que nos une a él. Y la inversa también es verdad.
Cuando nos relacionamos con un hombre que no es un desafío tan grande, es posible que a la dimensión sexual le falte fuego y pasión. Debido a que no estamos en un estado casi constante de excitación por él, y a que el sexo no se usa para demostrar nada, es probable que una relación más fácil y tranquila nos resulte algo insulsa. En comparación con los estilos tempestuosos de relación que hemos conocido, esa clase de experiencia más inocua sólo parece verificar que la tensión, la lucha, el dolor y el drama realmente equivalen al «verdadero amor».
Esto nos lleva a una discusión acerca de qué es el amor verdadero. Si bien el amor parece ser muy difícil de definir, yo pienso que esto se debe a que en esta cultura tratamos de combinar en una sola definición dos aspectos muy opuestos e incluso, según parece, mutuamente excluyentes.
De esta manera, cuanto más decimos sobre el amor, más nos contradecimos, y cuando vemos que un aspecto del amor se opone a otro, nos damos por vencidos, confundidos y frustrados, y decidimos que el amor es demasiado personal, demasiado misterioso y demasiado enigmático para ser analizado con precisión. Los griegos eran más listos. Utilizaban palabras distintas, eros y agape, para distinguir estas dos maneras profundamente diferentes de experimentar lo que llamamos «amor». Eros, claro está, se refiere al amor apasionado, mientras que agape describe la relación estable y comprometida, libre de pasión, que existe entre dos individuos que se quieren profundamente.
Hacen falta intereses comunes, valores y objetivos comunes, y capacidad para una intimidad profunda y duradera si se desea que el encantamiento erótico inicial de una pareja a la larga se transforme en una devoción afectuosa y comprometida que soporte el paso del tiempo.
Sin embargo, lo que sucede a menudo es esto: en una relación apasionada, cargada como debe estarlo de la excitación, el sufrimiento y la frustración de un nuevo amor, existe la sensación de que falta algo muy importante.
Lo que se necesita es compromiso, un medio para estabilizar esa experiencia emocional caótica y proporcionar una sensación de seguridad y solidez.
Si se superaran los obstáculos que les impiden estar juntos y se forjara un compromiso genuino, sería probable que llegase un momento en que esas dos personas se miraran y se preguntaran adónde se ha ido la pasión. Se sienten seguros, cálidos y afectuosos el uno hacia el otro, pero también se sienten un poco estafados, porque ya no arden de deseo mutuo.
El precio que pagamos por la pasión es el miedo, y el mismo dolor y el mismo miedo que alimentan al amor apasionado también pueden destruirlo. El precio que pagamos por un compromiso estable es el aburrimiento, y la misma seguridad y la misma solidez que cimentan una relación así también pueden hacerla rígida y sin vida.
La excitación y la emoción que se obtiene, no al excitar y excitarnos sexualmente, sino al conocer y ser conocidos es demasiado infrecuente. La mayoría de quienes tenemos una relación comprometida y estable nos conformamos con lo previsible, el bienestar y el compañerismo porque tenemos miedo de explorar los misterios que personificamos como hombre y como mujer, la exposición de nuestro yo más profundo.
Sin embargo, en ese temor a lo desconocido que existe dentro de nosotros y entre nosotros, ignoramos y evitamos el mismo don que nuestro compromiso pone a nuestro alcance: la verdadera intimidad.


Para qué sirve el arrepentimiento,si eso no borra nada de lo que a pasado.
El arrepentimiento mejor es, sencillamente cambiar.
Me preguntan ¿qué es lo qué hay que entender para cambiar?
Lo más difícil de entender es que no hay nada que hacer nada.
No se trata de intentar cambiar, se trata de en lugar de vivir dormido, vivir despierto.
José Saramago
¡ Hola Bienvenido!

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