¿Rico en el mundo o rico con Dios?

Por Renata Vázquez Salcedo

El hombre por naturaleza puede hacer de cualquier cosa un ídolo. Uno de nuestros más grandes ídolos es el dinero. Vivimos en una sociedad que constantemente está compitiendo por ver quién tiene más, quién logra más, quién viaja más, etc. Queremos ser ricos en este mundo.

No tiene nada de malo buscar crecer profesionalmente para tener un mejor puesto y por ende un mejor salario. Dios no está en contra del dinero. No es un pecado tener dinero y usarlo no solo para vivir, sino para cumplir ciertos caprichos también. El problema viene cuando le damos al dinero y al trabajo el lugar que no les corresponde en nuestros corazones. De esto quiero hablar el día de hoy y te pregunto:

¿Vas a esforzarte más por ser rico en el mundo o rico con Dios?

Vamos a leer un pasaje en el libro de Lucas:

“Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas Él le dijo: Hombre, ¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.”

Lc. 12:13-15

Aquí quiero detenerme para aclarar algo súper importante: la cantidad de dinero que tienes no define la persona que eres. Probablemente tu dinero te va a comprar una hermosa casa en el fraccionamiento más lujoso, o el coche de tus sueños…

O te va a permitir viajar por el mundo. Pero todo este valor que puedan tener tus bienes y experiencias, no te hace más valioso como persona.

El único que puede darte valor es Dios, tengas o no dinero.

Algo que jamás podrá comprar tu dinero es la vida eterna.

“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”

Lc. 12:16-21

El hombre de esta parábola se hizo de mucho dinero y no sabía en qué gastarlo. Jesús lo llama “necio”, ya que le importó más el tesoro temporal que el eterno. No fue rico para con Dios. Mateo 16:26 dice:

“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” La cuestión es: ¿Qué va a pasar con tu dinero cuando tú no estés? ¿Qué tanto pudo hacer tu dinero por ti? ¿De qué sirve afanarte toda tu vida por el dinero si al final no puede comprarte lo más importante: tu salvación?

Mateo 16:26

La salvación no se compra, no es por obras.

La vida eterna se obtiene por fe en Jesucristo, como lo vemos en este versículo:

“El que cree en el Hijo (Jesús) tiene vida eterna…”

(Juan 3:36a)

Al momento de reconciliarnos con Dios, Él nos adopta en Su familia y nos hace herederos de un Reino eterno:

“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.”

(Lc. 12:32)

Esto da verdadero valor a cualquier persona.

Así conozcas a Jesús como Señor y Salvador o no, te aliento a lo siguiente:

¡Piensa en tu eternidad! Porque aún como cristianos podemos caer en el terrible error de afanarnos por acumular tesoros terrenales y olvidarnos del tesoro eterno. Si tu tesoro está en este mundo, tu corazón le pertenecerá al mundo.

Pero si tu tesoro está en el cielo, tu corazón se ocupará de lo eterno. (Lc. 12:34)

Lo terrenal lo disfrutaremos por un tiempo, pero tú decides qué tanto vas a acumular para toda tu eternidad. Y volvemos a la pregunta inicial:

¿Serás rico en el mundo o rico con Dios? Recuerda que no podemos servir a dos señores. Sirves al dinero o sirves a Dios.

¿Cómo evitar idolatrar no solo al dinero, sino también a todo lo que podríamos convertir en ídolo? La respuesta es: respetando la jerarquía establecida por Dios.

1. Dios
2. Tu prójimo / Tu familia (esposo, hijos) (padres, hermanos)
3. La Iglesia
4. Trabajo / Escuela
5. Tus intereses personales

Debemos respetar este orden y darle la atención debida a cada área. El trabajo, incluyendo el dinero, es parte fundamental de nuestros deberes como personas, pero no es más importante que Dios, la familia y la Iglesia.

Salomón fue una persona que dejó de obedecer este orden. Puso a todo lo demás por encima de Dios. Y es triste ver cómo terminó su vida: en pobreza espiritual. Fue rico y exitoso en el mundo, más no permaneció así con Dios.

¿Cómo podemos ser ricos con Dios y hacernos de tesoro en el cielo?

¡Obedeciendo!

Dándole a Él el primer lugar en nuestros corazones. Siguiendo las reglas del Reino y no las del mundo. Dándole importancia a lo que Él le da importancia. Encárgate de los asuntos de Dios y Él se encargará de los tuyos. Piensa en que todo lo que hagas en este mundo, bueno y malo, tendrá eco en la eternidad. De ti depende qué tan sustancioso será tu tesoro en el cielo.