Mi padre era capellán en la marina.

Por Robin Norwood

CONTENIDO PSICOLÓGICO

Mi padre era capellán en la marina. Eso significaba que en todas partes simulaba ser un hombre amable y bueno, pero en casa, donde no tenía que molestarse por ser nada que no fuera… era mezquino, exigente, crítico y egoísta. El y mi madre pensaban que nosotros, sus hijos, existíamos para ayudarlo a representar su charada profesional.

Debíamos parecer perfectos obteniendo las mejores calificaciones, portarnos bien en sociedad y nunca metemos en problemas. Dado el ambiente que había en casa, eso era imposible.

Se podía cortar la tensión con un cuchillo cuando mi padre estaba en casa. El y mi madre no eran nada unidos.

Ella estaba furiosa todo el tiempo. No peleaba con él en voz alta, sino que se quedaba callada, ardiendo de ira. Cada vez que mi padre hacía algo que ella le pedía, él lo hacía mal a propósito. Una vez había algo mal en la mesa del comedor, y él la arregló con un clavo grande que arruinó toda la mesa. Todos aprendimos a dejarlo en paz.

Cuando se retiró, estaba en casa todos los días y todas las noches, sentado en su sillón, ceñudo. No decía mucho, pero el solo hecho de que estuviera allí nos hacía la vida difícil a todos. Yo lo odiaba de verdad. Por entonces yo no podía ver que él tenía problemas propios o que nosotros los teníamos, por la forma en que reaccionábamos ante él y dejábamos que nos controlara con su presencia. Era una competencia continua: ¿quién controlaría a quién? Y él siempre ganaba, pasivamente.

Bueno, hacía ya mucho tiempo que yo me había convertido en la rebelde de la familia. Estaba furiosa, al igual que mi madre, y la única forma en que podía expresarlo era rechazando todos los valores que encarnaban mis padres, salir y tratar de ser lo contrario de todo y todos en mi familia.

Creo que lo que más me irritaba era el hecho de que, fuera de casa, parecíamos tan normales, Yo quería gritar desde los tejados lo horrible que era mi fumilla, pero nadie parecía darse cuenta. Mi madre y mis hermanas estaban dispuestas a aceptar que fuera yo la del problema, y yo accedía cumpliendo mi papel con total consumación.

Mi primera experiencia sexual ocurrió cuando estaba en el Cuerpo de Paz, y no fue con otro voluntario. Fue con un joven estudiante africano.

El estaba ansioso por aprender sobre Estados Unidos, y yo me sentía como su tutora: más fuerte, más instruida, más mundana. El hecho e que yo fuera blanca y él, negro, causó muchas olas. A mí no me importaba; reforzaba mi imagen de mí misma como rebelde.

Unos años después, conocí a un español y me casé con él. Era un intelectual y provenía de una familia adinerada. Yo respetaba eso. También tenía veintisiete años y aún era virgen. Nuevamente yo era la maestra, lo cual me hacía sentir fuerte e independiente. Y bajo control.

Estuvimos casados siete años, viviendo en el extranjero, yo estaba inmensamente inquieta e infeliz pero no sabía por qué. Entonces conocí a un joven estudiante huérfano inicié un romance realmente tempestuoso con él, durante el cual abandoné a mi esposo y a mis dos hijos.

Hasta que me conoció, ese joven sólo había tenido relaciones sexuales con hombres. Durante dos años vivimos en mi apartamento. Él también tenía amantes masculinos, pero a mí no me importaba.

Probamos toda clase de cosas en lo sexual, quebrantamos todas las reglas. Para mí era una aventura, pero después de un tiempo volví a sentirme inquieta y lo hice salir de mi vida como amante, aunque aún hoy seguimos siendo amigos.

Después de él tuve una larga serie de relaciones con algunos sujetos de mala vida. Todos, como mínimo, vivieron un tiempo conmigo. La mayoría también me pedía dinero prestado, a veces miles de dólares, y un par de ellos me comprometieron en asuntos ilegales.

Yo no tenía idea de que tuviera un problema, ni siquiera con todo lo que estaba ocurriendo. Como cada uno de esos hombres obtenía algo de mí, me sentía la más fuerte, la que estaba a cargo de las cosas.

Cuando niña, yo había reprimido tantos sentimientos que necesitaba todo el drama que me proporcionaban esos hombres, sólo para sentirme viva.

Problemas con la policía, relación con las drogas, tretas financieras, gente peligrosa, sexo loco… todo eso había llegado a ser el común de la vida para mí. De hecho, aun con todo eso no podía sentir mucho.

Seguí con las sesiones y comencé a asistir a un grupo de mujeres por sugerencia de la consejera. Allí, de a poco, empecé a aprender algunas cosas sobre mí misma, sobre mi atracción hacia hombres con taras o inadecuados a quienes podía dominar mediante mis esfuerzos por ayudarlos.

Si bien en España había estado en análisis durante años y años, hablando sin cesar de mi odio por mi padre y mi ira por mi madre, nunca lo había relacionado con mi obsesión con los hombres imposibles. Aunque siempre había pensado que el análisis me beneficiaba inmensamente, nunca me había ayudado a modificar mis patrones. Es más, cuando analizo mi comportamiento, veo que en esos años no hice más que empeorar.

Photo by Dmitriy Ganin

 Una vez más, vemos los temas mellizos de la negación y el control. La familia de Celeste estaba en un caos emocional, pero ese caos nunca se expresaba ni se admitía abiertamente.

Incluso su rebelión contra las reglas y normas de su familia apenas insinuó sutilmente los profundos problemas del núcleo familiar. Celeste gritaba, pero nadie la escuchaba.

En su frustración y su aislamiento, ella «desconectó» todos sus sentimientos salvo uno: la ira. Contra su padre, por no estar allí para ella, y contra el resto de la familia por rehusarse a admitir los problemas de ellos o el dolor de Celeste.

Pero su ira flotaba libre; ella no entendía que provenía de su impotencia para cambiar a la familia que amaba y necesitaba.

Ese medio no podía satisfacer sus necesidades emocionales de amor y seguridad, por eso buscaba relaciones que sí pudiera controlar, con personas que no fueran tan instruidas o experimentadas, de peor situación económica o social que ella.

La profundidad que adquirió su necesidad de ese patrón de relaciones se reveló con la extrema inadecuación de su última pareja.

Y aun así Celeste, brillante, sofisticada, educada y mundana, pasó por alto todos los indicios de lo enferma e inapropiada que era esa unión.

Su negación de sus propios sentimientos y percepciones y su necesidad de controlar al hombre y la relación pesaban mucho más que su inteligencia.

Una parte importante de la recuperación de Celeste implicaba que abandonara su análisis intelectual de sí misma y de su vida y comenzara a sentir el profundo dolor emocional que acompañaba al tremendo aislamiento que siempre había soportado.

Sus numerosas y exóticas relaciones sexuales sólo fueron posibles porque ella sentía muy poca conexión con los demás seres humanos y con su propio cuerpo.

En efecto, esas relaciones en realidad evitaban que ella tuviera que arriesgarse a una relación verdaderamente estrecha con los demás.

El drama y la excitación sustituían la amenazadora intensidad de la intimidad. La recuperación significaba quedarse quieta consigo misma, sin un hombre que la apartara del camino, y sintiendo sus sentimientos, inclusive el doloroso aislamiento.

Significaba también que otras mujeres que comprendían su conducta y sus sentimientos aprobaran sus esfuerzos por cambiar. Para Celeste, la recuperación requiere aprender a relacionarse y a confiar en otras mujeres, además de relacionarse y confiar en sí misma.

Celeste debe desarrollar una relación consigo misma antes de poder relacionarse en forma sana con un hombre, y aún le queda mucho trabajo por hacer en esa área.

Básicamente, todos sus encuentros con los hombres eran meros reflejos de la ira, el caos y la rebelión que había en su interior, y sus intentos de controlar a esos hombres eran también intentos de apaciguar los sentimientos y las fuerzas interiores que la impulsaban.

Su trabajo es consigo misma, y a medida que gane más estabilidad interior ésta se verá reflejada en sus interacciones con los hombres.

Hasta que aprenda a quererse y a confiar en sí misma, no podrá experimentar el hecho de querer a un hombre o de confiar en él, o de que él la ame o confíe en ella.

Muchas mujeres cometen el error de buscar un hombre con quien desarrollar una relación sin antes desarrollar una relación consigo mismas;

pasan de un hombre a otro, en busca de lo que falta en su interior. La búsqueda debe comenzar en casa, dentro del yo.

Nadie puede amarnos lo suficiente para realizarnos si no nos amamos a nosotras mismas, porque cuando en nuestro vacío vamos en busca del amor, sólo podemos encontrar más vacío.

Lo que manifestamos en nuestra vida es un reflejo de lo que hay en lo profundo de nuestro ser: nuestras creencias sobre nuestro propio valor, nuestro derecho a la felicidad, lo que merecemos en la vida. Cuando esas creencias cambian, también cambia nuestra vida. 

REFLEXIÓN

No podemos controlar el estado emocional de las personas que nos rodean, ellos viven en su propio proceso…. 

sin embargo, el hecho de que tú estés en armonía, hace que seas una influencia positiva para ellos…

y ese es el mejor aporte que le puedes brindar a los demás.

A.Desconocido

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Robin Norwood

Te invito a leer otro artículo mío con el titulo:

«Consecuencias de la negación de los sentimientos»

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