Por Rebeca Holms Webber

CONTENIDO PSICOLÓGICO
La práctica del desapego: cómo hacer frente a los temores que genera el apego.
1. Identificar el miedo que impide el desapego Como dije: no hay apego sin miedo. Es la otra cara de la moneda, es el costo ineludible de la dependencia. Siempre tendrás una ansiedad anticipatoria pegada al corazón mientras pienses que el objeto o la persona de quien dependes determina tu razón de ser.
Pregúntate honestamente: » Qué me ofrece este o aquel apego?» ;Compensa algunas de mis limitaciones o debilidades?», «Aporta a mi realización?» , «¿Suple una necesidad impostergable? ?»¿Me brinda algún placer adictivo?»
Cuestiónate directamente y sin disculpas. ¿Qué te ata? Esculca en ti mismo, ve hacia dentro y revísate exhaustivamente. Ten presente que detrás de cada apego hay un miedo, y detrás de cada miedo se esconde un déficit que debes subsanar. Por ejemplo;
• Si consideras que eres una persona poco querible tendrás miedo a que tu relación afectiva se acabe. Tu mente estará impregnada de un pensamiento catastrófico que no te de jará vivir en paz: «Nadie me amará jamás»
• Si estás convencido de que «vales por lo que tienes y no por lo que eres la sola idea de perder tus bienes resultará aterrador para tu autoestima: «Seré un miserable» independizarse emocionalmente de algún apego sonríen. NO es euforia, sino alegría sosegada. Cuando un niño deja de tener miedo, se ríe, mientras que los adultos sonreímos. El alivio produce paz y la paz hace cosquillas.
La práctica del desapego: ¿Cómo hacer frente a los temores que genera el apego?.
1. Identificar el miedo que impide el desapego.
Como dije: no hay apego sin miedo. Es la otra cara de la moneda, es el costo ineludible de la dependencia. Siempre tendrás una ansiedad anticipatoria pegada al corazón mientras pienses que el objeto o la persona de quien dependes determina tu razón de ser.
Pregúntate honestamente:
«¿Qué me ofrece este o aquel apego?»
«¿Compensa algunas de mis limitaciones o debilidades?
«¿Aporta a mi realización?», » Suple una necesidad impostergable?»
«Me brinda algún placer adictivo?». Cuestiónate directamente y sin disculpas.
¿Qué te ata?
Esculca en ti mismo, ve hacia dentro y revísate exhaustivamente. Ten presente que detrás de cada apego hay un miedo, y detrás de cada miedo se esconde un déficit que debes subsanar. Por ejemplo:
• Si consideras que eres una persona poco querible tendrás miedo a que tu relación afectiva se acabe. Tu mente estará impregnada de un pensamiento catastrófico que no te dejará vivir en paz: «Nadie me amará jamás»
Si estás convencido de que “vales por lo que tienes y no por lo que eres la sola idea de perder tus bienes resultará aterradora para tu autoestima: «Seré un miserable».
DESAPEGARSE SIN ANESTESIA
• Si piensas que no eres capaz de dirigir tu propia vida, te apegarás a los modelos de seguridad/autoridad por miedo a la soledad y al abandono:
«Necesito a alguien más fuerte que yo para poder sobrevivir» Trata de descubrir la secuencia déficit-miedo-apego y allí encontrarás la estructura que define tu dependencia. La estrategia para acabar con el temor a perder la fuente de apego es como sigue: supera el déficit o acaba con la necesidad irracional y el miedo caerá a medida que la dependencia pierda fuerza.
2. Aceptar lo peor que pueda ocurrir
Soltarse y dejarse ir. Matar toda esperanza, toda aspiración que nos relacione con el apego, así sea por algunos minutos, como cuando meditamos o nos da un ataque pasajero de valentía. Para aceptar lo peor que pueda ocurrir hay que ir mentalmente hasta el final de la cadena de acontecimientos temidos.
Imagínate lo que más temes, fantasea con ello, mantenlo en tu mente. No lo evites. Piensa ex profeso en la «catástrofe» que sería perder ese algo o esa persona que te resulta imprescindible.
Quédate ahí, no dejes ir la imagen, trata de retenerla hasta que sientas una pizca de resignación de la buena o te habitúes a la imagen. Juega a que no te importa en lo absoluto, a no desear, a no querer, a no esperar nada de ese apego en particular. Cuando alguien dice: «Me da lo mismo» , ya no teme; es libre. ;Y si se cae el avión?», me decía un paciente con miedo a volar. Le respondí con la argumentación de los antiguos sabios griegos:
«‘No es tan horrible: queda la muerte, el adiós definitivo, la terminación y el regreso a casa».
No supo si llorar o reír, pero después empezó a encontrarle sentido. Todo acaba, todo termina, lo más hermoso y lo más atroz. Lo peor que pueda ocurrir no es arder en el infierno por toda la eternidad: !es la idea misma de la eternidad! Cuando yo era niña y en el colegio me decían que la gente mala se iba al infierno «para siempre», lo que más me angustiaba era la palabra siempre, porque me cerraba todas las puertas;
no había escape ni fin. Creo que si existiera la inmortalidad, lo más deseado por todos sería la muerte. Con esto no quiero decir que haya que quitarse la vida o ser un temerario irresponsable; lo que sostengo es que lo peor nunca es lo peor, debido a que tiene fecha de caducidad y se acaba.
Que te sirva de consuelo anticipado: si perdieras alguno de tus anhelados apegos, el sufrimiento sería resuelto por el organismo a través del duelo (si lo dejas trabajar).
Con el tiempo, tu apego tan amado, tan vital irreemplazable terminará siendo un mal recuerdo.
- «Me entrego a la providencia»
, diría un estoico. Aceptar lo que vaya a ocurrir es la mejor opción cuando lo que deseo o espero escapa a mi control o ya no depende de mí.
La regla es como sigue: si algo depende de ti y vale la pena, lucha, resiste y aguanta hasta donde seas capaz, pero si escapa a tu control y nada puedes hacer al respecto, no persigas ciegamente un imposible: deja que el destino, Dios o lo que sea se hagan cargo del asunto.
Aceptar lo peor que pueda ocurrir no es negar el poder de decisión que tienes, sino marcar sus límites y humanizarlo.
Podemos llamarlo «modestia adaptativa»: la ocurrencia de un terremoto no depende de ti, lo que depende de ti es tratar de salvarte, escapar y buscar refugio. De manera similar; y siguiendo con los fenómenos naturales, no podrás detener la lluvia pero si comprarte un enorme y bello paraguas.
Dicho de otra forma: la «modestia adaptativa» es comprender hasta dónde deben llegar y se justifican tus esfuerzos.
Cuando algún optimista insensato me dice que no hay imposibles, me lo imagino tratando de volar sin ayuda y cayendo de sentón
3. Asustar al miedo
Es una variante del punto anterior: retar los temores para que vengan a tu encuentro y hacerles frente, como si estuvieras encarando a un enemigo cobarde. El método consiste en hacer exactamente lo que tus miedos o tus creencias infundadas te impiden hacer. Por ejemplo, si crees que no sabes hablar en público, porque no tienes una buena voz, tartamudeas a veces o sudas cuando estás frente
al auditorio, pues reta al miedo escénico, provócalo y toma el control: habla en público cada vez que puedas, aunque sea incómodo
o doloroso. Y si con el tiempo vas mejorando, no te duermas en
tus laureles. No te confíes; de tanto en tanto, llama al miedo, a ver si es capaz de regresar. Búscalo en cada resquicio de tu ser, en sus escondites preferidos. Dile como un antiguo espadachín: «Te reto a que me impidas dar la conferencia; ja ver si eres capaz, pedazo de imbécil!». El efecto es paradójico, similar a lo que le ocurre a la gente que sufre de insomnio y en vez de dar vueltas en la cama y tratar de dormir a la fuerza decide no dormir porque ya no le da la gana; a la media hora está roncando.
Yo llamaría a esta práctica del desapego un «entrenamiento en valentía» : fortalecerse intencionalmente ante la posible pérdida del objeto de nuestros deseos. Ayunos programados para los que tienen apego a la comida; salir sin dinero y mirar aparadores de tiendas
para quienes son adictos a la moda; tener discusiones enfáticas con Dios para los apegados a la espiritualidad; doblegarse y dejarse mandar para quienes aman el poder perder a propósito para quien desea ganar a toda costa; hacer el ridículo para los que necesitan la aprobación, y así sucesivamente. Exponerse a inocularse el estrés que genera el apego para crear defensas.
Una mujer que temía a los fantasmas y debía dormir con las luces prendidas aplicó el método y decidió «asustar a los fantasmas».
Nunca había visto uno, pero se los imaginaba como en las viejas películas de terror de Béla Lugosi: arrastrando cadenas, vestidos con mantos blancos y de rostro pálido. El primer paso fue disfrazarse ella misma de fantasma. Su esposo e hijos colaboraron activamente: talco en la cara, una túnica blanca, música tenebrosa y cadenas atadas al tobillo. Cuando el reloj daba las doce en punto de la noche, vestida de esa manera debía llamarlos con la luz apagada e insultarlos.
Abrir los clósets, entrar intempestivamente a un cuarto, buscarlos debajo de la cama, en las alacenas, en fin, debía desafiarlos y sacarlos de sus escondites. Los primeros intentos fueron difíciles y mi paciente sudaba adrenalina, pero poco a poco fue cambiando el pánico por una actitud más valerosa. Al cabo de unas semanas el ejercicio le producía risa y se generalizó positivamente a otros lugares. Esto, no está de más decirlo, se llevó a cabo en un contexto de terapia y supervisión con profesionales experimentados.
El miedo a perder los apegos es como los fantasmas:
«Asustan más de lejos que de cerca» (Maquiavelo). Cuando no te inclinaste ellos, van perdiendo su poder intimidatorio. Las palabras mãficas, las que surgen del desapego, son: «Ya no temo perderte; me da lo mismo que te acabes o te vayas»
4. Tener confianza en uno mismo
En cierto sentido, somos lo que nos decimos. Si piensas que eres inútil o incapaz, te sentirás mal respecto a tus posibilidades y las cosas no funcionarán bien.
Pero si logras hacer a un lado los pensamientos derrotistas y fatalistas que caracterizan a la gente miedosa, podrás persistir en tus metas y no desertar.
No hablo de autoengaño o de una forma amañada de autosuficiencia, sino de realismo convincente. Si te dices todo el día que fracasarás, el miedo a fallar bajará tu rendimiento, no obtendrás buenos resultados y harás que se cumplan tus profecías negativas. Tú creas los monstruos y dejas que te devoren.
«Quien vive temeroso no será nunca libre» decía Horacio. El miedo te limita, te encierra, te esclaviza.
Cuando algún paciente me pregunta en relación con su trastorno:
«¿Voy a curarme?», yo suelo responder: «Vamos a dar la pelea».
Y uno de los principales requisitos para luchar es no sabotearse a uno mismo utilizando autoverbalizaciones destructivas:
Si posees las habilidades o competencias para afrontar los miedos, hazlo de una vez; y si no las tienes, apréndelas, róbalas o tómalas prestadas, pero no te quedes de brazos cruzados.


11 REFLEXIÓNES
1- El otro no existe para complacerte o para desagradarte. El otro existe para enseñarte
2- Nadie es culpable de lo que sientes.
Tú eres quien opta por los sentimientos que tienes ahora mismo. Solo tu
3- El arte de vivir sin expectativas, pero con perspectiva es la clave para no frustrarte.
4-Cura en ti mismo la adicción a la necesidad de aprobación del otro. Solo así podrás disfrutar de la audacia y la confianza natural de tu espíritu, tu esencia.
5-No tienes control de nada, no importa cuánto creas que haces. Recuerde, pronto la Tierra reclamará su cuerpo y dejará este planeta para entrar en una nueva fase de existencia.
Abandona el control, solo entonces tendrás dominio sobre ti mismo y tu vida. El control es un reflejo del miedo, ya el dominio es un reflejo del estado de absoluta ausencia de tensiones internas y de tu encuentro con la paz.
6- No te extrañes para intentar ‘encajar’ en el estrecho espacio del pensamiento que el otro tiene hacia ti.
7-No creas lo que te digan los demás, por muy romántico y poético que sea.
Lo que importa son las actitudes y no las palabras.
8-Abandona el orgullo y la ilusión de creer que todo será como quieres, deseas o necesitas.
9- Todo es fugaz. De cerca la vida es una tragedia, de lejos es una comedia.
En un rato te reirás de todos los dramas que has creado. Porque todo pasa. Todo ello.
10- Eres responsable de todo lo que sucede en tu vida. Tus pensamientos y sentimientos predominantes darán forma a tu realidad. te guste o no.
Entonces, si quieres cambiar tu realidad, cambia tus pensamientos y sentimientos.
11- La deficiencia emocional no es la necesidad de recibir, sino de entregarse.
Solo tú puedes suplir tus necesidades
POR F. LAGORIA









