Sentía tanta emoción de salir al viñedo.

Por Mayte Herrera

Bajé despacio las escaleras, como si no quisiera despertar a nadie en la Villa. Sentía tanta emoción de salir al viñedo, que por momentos aceleraba mis pasos. 

Traía puesta mi bata de seda favorita, compañera fiel de mis recorridos nocturnos; gustos que heredé de mi madre.

Eran las 3:30 de la mañana, lo decía con la certeza que me habían dado mis interminables noches de insomnio en el último año. La tarde anterior había llegado al Valle de Chianti en la Toscana, con la intención de recuperar la emoción que me daba el escribir.

Esa chispa que me había sido arrancada de golpe el día que mi hijo mayor murió hace poco más de un año.

Salí por la puerta sur de la Villa y de inmediato un golpe de olor me hizo detenerme. Cerré los ojos y comenzaron a llegar a mí uno a uno recuerdos asociados a cada aroma.

Los recuerdos que la vista puede traernos son hermosos sin duda, pero los recuerdos que guardan los aromas, esos son imborrables; se quedan con uno, son como un tatuaje perenne.

Abrí los ojos. La escena frente a mí era como sacada de un sueño. La luz de la luna iluminaba la extensión de los viñedos. Del lado izquierdo, los campos de Sangiovese, del lado derecho los de Cabernet.

Corrí hacia la viña, ahora sí, sin guardar etiqueta ni compostura, como si tuviera 8 años de nuevo. Con mi mano izquierda recorrí suavemente los sarmientos, me sentía feliz, como en trance.  

La vista la llevaba puesta en el cielo, era una noche estrellada, y el viento insistía en traerme aromas difíciles de descifrar, pero a la vez conocidos de antaño.

Cuando bajé la vista me di cuenta que tenía compañía. A unos pocos metros de mí un hombre me observaba.

¿Acariciando las uvas? Preguntó con una sonrisa que revelaba que había estado observándome por un rato.

Me sonrojé de inmediato, no sé distinguir si fue por sentirme descubierta o por el efecto que esa voz y sonrisa tuvieron en mi mente.

-Disculpa-comenté-es que llego aquí y…

No me dejó completar la frase, me hizo una señal de que lo siguiera.

Nos dirigimos hacia las bodegas. En el trayecto me enteré que su nombre era Diego, enólogo de la casa Antinori. Que actualmente trabajaba en una mezcla de uva Sangiovese con uva Cabernet.

Bajamos las escaleras, la bodega estaba a 6 metros por debajo del suelo, se sentía una humedad alta, la temperatura estaba aproximadamente a 15 grados. Puso su chamarra sobre mis hombros. Me llegaban aromas a vainilla, roble, piedra, todos de golpe.

El lugar no lo recordaba así la última vez que estuve ahí. Era como una escena sacada del pasado. Diego parecía divertirse con mi asombro.

-Te traje aquí porque me interesa tu opinión sobre unos vinos.

-¿Mi opinión? Pero si no …

De nuevo no me permitió terminar la frase.

Me pidió que me sentara. Me puso una venda en los ojos.

-No busco que me digas el aroma que percibes ni los sabores. Quiero que me narres los recuerdos que vengan a tu mente cuando pruebes cada vino.

Acercó una copa a mi nariz, me pidió que lo probara. Para el primer sorbo yo ya no estaba ahí.

-Por favor ve narrando todo lo que viene a tu mente.

-Veo a mi abuelo Gabriel,padre de mi mamá..están en el rancho Vinasco…

mi papá está con él..(titubeo) mi papá es muy joven…

hablan de mi mamá..

los dos sonríen..

mi abuelo ve a mi papá con una mirada que lo hace sentirse feliz…

estoy sentada frente a ellos…

¿cómo es posible eso? yo no conocí a mi abuelo.

-De eso se trata, no frenes tus memorias, no trates de darles explicación.

Acercó una segunda copa, nuevamente percibí su aroma y después la probé.

-Continúa, me dijo.

-Hace frío…

es un hospital…

hay arreglos de Navidad en el cuarto…

mi papá está en la cama del hospital…

está mi mamá…

mi tía Marucha…

mi hermano…

estamos felices…

nos dieron la noticia que las radiaciones eliminaron el cáncer..

Para este momento yo no podía dejar de llorar, de felicidad, de nostalgia...

no sé explicarlo..papá, mamá y mi tía querida ya murieron hace muchos años..

Diego acercó lo que parecía un pañuelo y sentí que limpió mis lágrimas.

Acercó una tercera copa..repetimos el proceso.

-Cuéntame todo lo que venga a tu mente.

-Veo a mi madre..está embarazada..sentada bajo un árbol que me parece muy familiar. Está sola. Acaricia su abdomen abultado. «Hijita..sigue tu intuición siempre..estamos unidas por tradición y amor a esta tierra..Escribe todo lo que sientas..siempre te leo».

Al percibir el aroma de la cuarta copa sentí un dolor agudo en mi pecho.

-Cuéntame Mayté qué viene a tu mente.

-No puedo Diego. 

Apenas pude articular palabras. Lloré como nunca en mi vida.

-Prueba el vino y cuéntame por favor, insistió Diego.

-Son mis hijos. Están sentados en la terraza de mi departamento. Platican y ríen. David tiene su edad actual. Rubén voltea a verme y sonríe. Tiene la mejor de las sonrisas que le conocí. Quiero acercarme a abrazarlo pero no se puede. Yo solo puedo verlos.

-Diego explícame por favor.

-No hay nada que explicar. Continúa narrando.

-De nuevo Rubén voltea y me sonríe. David no parece notar nada, solo sigue platicando con su hermano. Se ven felices. “Cada uno de los tres volamos en nuestro propio espacio. Así debía ser, ma. Te amo”.  

Me lo dice Rubén con esa voz que extraño tanto. Quiero decirle tantas cosas, que lo amo, que lo extraño pero no puedo pronunciar palabras. Él me sonríe y con un movimiento de labios dice: “lo sé”.

Dejo la copa sobre la mesa. No puedo dejar de sonreír y llorar al mismo tiempo.

-Muchas gracias Diego.

-Al contrario, muchas gracias a ti. Esto es lo que yo busco con mis vinos. Hoy me lo has regalado. 

Me dio un beso en la frente y se fue.

Me quité la venda de los ojos y me tomé hasta la última gota de esa cuarta copa.

-Así debía ser. Digo en voz alta y regreso caminando a la villa.

(Mayté H, «Memoirs»)


LAS 4 LEYES DE LA VIDA.


La primera dice:
«La persona que llega a nuestra vida, es la
persona correcta»;

es decir que nadie llega a
nuestras vidas por casualidad, todas las
personas que nos rodean, que interactúan
con nosotros, están allí por algo, para
hacernos aprender y avanzar en cada
situación.


La segunda ley dice:
«Lo que sucede es la única cosa que podía
haber sucedido». Nada, pero nada,
absolutamente nada de lo que nos sucede en
nuestras vidas podría haber sido de otra
manera.

Ni siquiera el detalle más
insignificante.
No existe el: «si hubiera hecho tal cosa
hubiera sucedido tal otra…». No.

Lo que pasó
fue lo único que pudo haber pasado y tuvo
que haber sido así para que aprendamos esa
lección y sigamos adelante. Todas y cada una
de las situaciones que nos suceden en
nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra
mente y nuestro ego se resistan y no quieran
aceptarlo.

«En cualquier momento que comience es el
momento correcto».

Todo comienza en el
momento indicado, ni antes, ni después.
Cuando estamos preparados para que algo
nuevo empiece en nuestras vidas, es allí
cuándo comenzará.


Y la cuarta y última: «Cuando algo termina,
termina». Simplemente así. Si algo terminó en
nuestras vidas, es para nuestra evolución, por
lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y
avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.
Creo que no es casual que estén leyendo
esto, si estas palabras llegaron a nuestras
vidas hoy; es porque estamos preparados
para entender que ningún copo de nieve cae
alguna vez en el lugar equivocado.

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