Las Causas Del Pecado

Por Timothy Keller

CRÓNICAS BÍBLICAS



La confrontación de Jesús con los líderes religiosos de su época no aminoró. Marcos utiliza un episodio en el que Jesús y estos líderes discrepan sobre las leyes de limpieza, las leyes alimenticias y las normas que tenían que ver con la pureza ritual.

Es fácil pensar que la controversia respecto a estas leyes es algo del pasado, de interés en todo caso para los historiadores, pero que no tiene ningún tipo de relevancia hoy. Sin embargo, este texto trata varias cuestiones que son esenciales para la vida humana en cualquier cultura, en cualquier época.

Esto es lo que ocurrió:
Los fariseos y algunos de los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén se reunieron alrededor de Jesús, y vieron a algunos de sus discípulos que comían con manos impuras, es decir; sin habérselas lavado. (En efecto, los fariseos y los demás judíos no comen nada sin primero cumplir con el rito de lavarse las manos, ya que están aferrados a la tradición de los ancianos. Al regresar del mercado, no comen nada antes de lavarse.

Y siguen otras muchas tradiciones, tales como el rito de lavar copas, jarras y bandejas de cobre.) Así que los fariseos y los maestros de la ley le preguntaron a Jesús: «;Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los ancianos, en vez de comer con manos impuras? (Marcos 7:1-5)


Según las leyes mosaicas de limpieza, si tocabas un animal o ser humano muertos, si tenías una enfermedad infecciosa de la piel como forúnculos, sarpullido o úlceras, entrabas en contacto con el moho (en la ropa, artículos en casa o tu casa en sí misma), tenías cualquier tipo de flujo, o si comías carne de cualquier animal que se considerase inmundo, se te consideraba impuro ritualmente, contaminado, manchado, sucio.

Esto suponía que no podías entrar en el templo y, por lo tanto, no podías adorar a Dios con la comunidad. Estos limites tan estrictos parecen extremadamente duros, pero si lo piensas, no son tan raros como parece.

A lo largo de los siglos, se ha ayunado durante períodos especiales de oración. ¿Por qué? Porque ayuda a desarrollar sed de Dios.


Además, las personas de distintas confesiones se arrodillan para orar. ¿No es bastante incómodo hacerlo? Ayuda a desarrollar humildad espiritual.

Así que los ritos de limpieza y los esfuerzos por permanecer limpios y lejos de la suciedad y la enfermedad que practicaban los religiosos tiempos de Jesús eran un tipo de ayuda visual que les permitía reconocer que eran impuros espiritual y moralmente y que no podían entrar en la presencia de Dios a no ser que se diera algún tipo de purificación espiritual.


Si te vas a reunir con alguien que es importante para ti, como por ejemplo una cita o una entrevista de trabajo importante, te lavas, te arreglas y te peinas. ¿Qué es lo que estás haciendo? Estás deshaciéndote de la suciedad, por supuesto. No quieres que haya en ti ni una mancha.

No quieres oler mal. Las leyes de limpieza encierran la misma idea. A no ser que estés limpio espiritual y moralmente, no puedes estar en la presencia de un Dios santo. Jesús no podría haber estado más de acuerdo con los líderes religiosos en el hecho de que ante Dios somos impuros, y así no podemos entrar en su presencia.

No obstante, Jesús difería de ellos en cuanto a cuál era la causa de esta impureza, y en cuanto a la manera de tratarla.

Marcos escribe: De nuevo Jesús llamó a la multitud. «Escuchadme todos dijo y entended esto: Nada de lo que viene de afuera puede contaminar a una persona. Más bien, lo que sale de la persona es lo que la contamina.» (Marcos 7:14-16)


Según Jesús, ya en nuestro estado natural no somos dignos de estar en la presencia de Dios. Hoy, la mayoría de la gente no acepta esta idea. Muchos dirían:
Antiguamente el ser humano pensaba que el mundo era un lugar terrorífico porque no entendían la manera en la que funciona la naturaleza y, entonces, crearon mitos que les ayudaban a explicar el mundo.

Querían sentir que tenían un mayor control sobre sus destinos. Inventaron absolutos morales y divinidades furiosas cuya ira había que aplacar.

Cuando algo iba mal, se debía a que los dioses no estaban contentos. Por lo tanto, en la antigüedad se actuaba por vergüenza y culpabilidad.

Hoy en día, hemos avanzado, y hemos dejado atrás esos absolutos morales. Nadie está seguro de lo que está bien y lo que está mal, nadie sabe con seguridad si Dios existe o no.

Tenemos que decidirlo por nosotros mismos, sin necesidad de basarnos en los criterios de otros. Además, creemos en los derechos humanos y en la dignidad de la persona. No vemos a la persona como un ser impuro, corrupto y malvado.

Creemos que las personas son, en sí, buenas.
Eso es lo que se dice hoy en día. Si hay un Dios, no creemos que sea una deidad trascendentalmente santa ante la cual somos culpables, por lo que estamos condenados.


Y aun así seguimos luchando con sentimientos profundos de culpabilidad y vergüenza. ¿De donde provienen?


Uno de los escritores más importantes del siglo XX
, el brillante y estrafalario Franz Kafka, desarrolla este problema en su libro El proceso.

Al principio de la historia, Josef K. lleva una vida normal, pero entonces le arrestan y le encarcelan. Nadie le dice qué es lo que hizo mal. ¿Por qué me detienen? ¿De qué se me acusa?

Nadie se lo dice. Va de una celda a otra, y después, de un juicio a otro. Nadie le explica nada. Todos se muestran poco comprensivos, y con tono severo le dicen: «Tienes que hablar con mi supervisor. Yo solo recibo órdenes»
Continua de juicio en juicio, de prisión en prisión. Nunca le dicen qué ha hecho mal.
Josef H. hace un recorrido por toda su vida. Quizás fuese por eso.

¿Me habrán detenido por ello? Hice aquello otro. No parece lo suficientemente terrible, pero quizás esto ha ocurrido…

Nunca lo descubre. Al final, uno de los guardias le apuñala y muere.
En uno de sus diarios Kafka escribió algo que muchos han visto como el tema de El Proceso: «Independientemente del sentimiento de culpa, el estado en el que nos encontramos es pecaminoso».


Es decir, vivimos en un mundo en el que no creemos en el juicio, no creemos en el pecado, pero a pesar de ello, sentimos que algo va mal en nuestro interior.

Kafka dio con algo importante. Aunque hemos dejado atrás las categorías de la Antigüedad, todavía sentimos de manera inevitable que si alguien examinase lo más profundo de nuestro ser, nos rechazaría.

Tenemos la sensación de que es mejor esconder nuestro verdadero yo o, al menos, controlar lo que otros saben de nosotros. Secretamente, creemos que no somos aceptables, que tenemos que demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que valemos, que merecemos la pena, que somos dignos de su amor.


¿Por qué siempre vivimos esforzándonos y diciendo «Si pudiese llegar a ese nivel, entonces estaría satisfecho»?

Y nunca lo estamos una vez llegamos a ese punto, y seguimos esforzándonos. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué algunos de nosotros no podemos soportar decepcionar a otros? Dará igual lo que pidan de nosotros, lo mucho que nos exploten o pisoteen, porque decepcionar a alguien es una forma de muerte.

¿Por qué nos preocupa tanto esa posibilidad? ¿De dónde vienen todas esas dudas sobre nosotros mismos? ¿Por qué tenemos tanto miedo al compromiso?
Básicamente, Kafka dice:
«No crees en el pecado, no crees en el juicio, y no crees en la culpabilidad; y sin embargo, te sientes sucio».

Quizás quieras expresarlo en términos psicológicos: Tengo un complejo, mis padres no me querían lo suficiente, soy una víctima, tengo problemas de autoestima.

Pero no podemos esconder que todos, de alguna forma, somos conscientes de que estamos sucios. Limpieza de fuera hacia dentro Y dice lo siguiente:
«Entonces [el Señor] me mostró a Josué, el sumo sacerdote, que estaba de pie ante el ángel del Señor»

El templo se dividía en tres partes: el patio exterior, el patio interior y el lugar santísimo.

El lugar santísimo estaba rodeado completamente por un grueso velo. Dentro estaba el arca de la alianza, encima se encontraba el propiciatorio, y la shekhina, el propio rostro y presencia de Dios, aparecían sobre el propiciatorio.

Era un lugar muy peligroso. En Levítico 16 Dios dice: «Si te acercas al propiciatorio, pon incienso y quémalo, ya que aparezco en la nube sobre el propiciatorio y no quiero que mueras»


La única persona que podía entrar en el lugar santísimo una vez al año era el sumo sacerdote de Israel en el Día de la Expiación, Yom Kipur.

Zacarías estaba teniendo una visión del centro del templo, en el lugar santísimo, y vio al sumo sacerdote Josué delante del Señor en el Yom Kipur.


En su predicación, Ray Dillard hizo uso de su conocimiento y explicó con todo detalle el gran número de preparaciones que tenían lugar antes del Día de la Expiación. Una semana antes, se aislaba al sumo sacerdote; se le llevaba fuera de su casa a un lugar
en el que estuviera completamente solo.

¿Por qué? Para que accidentalmente no tocase ni comiese nada impuro. Le llevaban comida no contaminada, se bañaba y preparaba su corazón. La noche antes del Día de la Expiación no dormía, pasaba toda la noche orando y leyendo la Palabra de Dios para purificar su alma. Después, en el Yom Kipur se bañaba de pies a cabeza y se vestía de lino blanco, puro, sin manchas.

Entonces entraba en el lugar santísimo y sacrificaba un animal a Dios como expiación, para pagar por sus propios pecados. Después salía, volvía a bañarse y le ponían otra túnica de lino. Volvía a entrar, esta vez para el sacrificio por los pecados de los sacerdotes.

Pero ahí no acababa todo. Salía por tercera vez y, de nuevo, se bañaba de arriba a abajo, le vestían con una nueva túnica de lino fino y entraba en el lugar santísimo para expiar el pecado de todo el pueblo. ¿Sabías que todo ese proceso se llevaba a cabo en público?

Jesús explica por qué no podemos deshacernos de esa sensación de impureza. La historia continúa:

Después de que dejó a la gente y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron sobre la comparación que había hecho. «¿Tampoco vosotros podéis entenderlo? les dijo- ¿No os dais cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla?»

Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina. Con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos. (Marcos 7:17-19)


El lenguaje de Jesús en estas líneas es bastante gráfico. Ya comas alimentos limpios o inmundos irán desde la boca al estómago y, después, a la letrina. Nunca llegan al corazón. Nada que venga de fuera nos contamina.
Luego añadió:
«Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona.

(Marcos 7:20-23) ¿Qué es lo que realmente anda mal en el mundo? ¿Por qué este mundo puede ser un lugar tan miserable? ¿Por qué hay tantos conflictos entre naciones, razas, tribus y clases? ¿Por qué las relaciones tienden a desgastarse y a fracasar?

Jesús dice que el problema somos nosotros. El problema es lo que sale de nuestro interior. Es el egocentrismo del corazón del hombre. De hecho, estas maldades que salen del corazón nos corrompen tanto, que más adelante Jesús les dice a los discípulos:


Si tu mano te hace pecar; córtatela. Más te vale entrar en la vida manco, que ir con las dos manos al infierno, donde el fuego nunca se apaga. Y si tu pie te hace pecar; córtatelo.

Más te vale entrar en la vida cojo, que ser arrojado con los dos pies al infierno.
Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo. Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser arrojado con los dos ojos al infierno, donde «su gusano no muere y el fuego no se apaga» (Marcos 9:43-48)


El comportamiento pecaminoso (la referencia a la mano y al pie) y los deseos pecaminosos (la referencia al ojo) son como un fuego que estalla en nuestro salón de estar.

Digamos que un cojin del sofá se ha prendido. No te puedes quedar ahí sentado y decir: «Bueno, no se está quemando toda la casa; es solo un cojin».

Si no haces algo de inmediato con el cojin, toda la casa se puede venir abajo. El fuego siempre quiere más. No lo puedes mantener acorralado en una esquina. Al final, se extenderá.

El pecado actúa de la misma manera: nunca se queda en su sitio. Siempre provoca la separación de Dios, cuya consecuencia es un intenso sufrimiento, primero en esta vida y después en la siguiente.

A eso, la Biblia lo llama infierno. Es por eso que Jesús emplea la drástica imagen de la amputación. No podemos hacer concesiones.


Tenemos que hacer lo que sea para evitarlo: si nuestro pie nos hace pecar, tenemos que cortarlo. Si fuese nuestro ojo, habría que sacarlo.


Sin embargo, Jesús ha señalado que nuestro mayor problema, lo que hace que nos corrompamos, no es ni el pie ni el ojo; es el corazón.

Si el problema fuese el pie o el ojo, aunque la situación sería drástica, sería posible encontrar una solución. Pero no podemos arrancarnos el corazón.

No importa lo que hagamos, o lo mucho que lo intentemos, las soluciones externas no afectan al alma. Si limpiamos el exterior no servirá de nada, porque la causa de nuestros problemas actúa de adentro hacia fuera. Nunca podremos deshacernos de esa sensación de suciedad.


Como dijo Aleksandr Solzhenitsyn: «La línea que separa el bien del mal no pasa por los estados, ni por las clases, ni por los partidos políticos, sino que pasa por todos los corazones, por los corazones de todos los seres humanos. Una y otra vez la Biblia
nos muestra que el mundo no se divide en «los buenos» y «lOS malos».

Puede que haya «personas mejores» y «personas peores» pero no se puede establecer una división clara entre los buenos v los malos. A causa de nuestro pecado y egocentrismo, todos de algún modo hemos hecho que este mundo sea un lugar miserable y fracturado.

Sin embargo, todavía intentamos deshacernos de esa sensación por medio de medidas externas, intentando hacer algo que Jesús dice que era básicamente imposible.

Veamos algunos ejemplos.
Uno de ellos es la religión es sí misma: si no veo películas sucias, no participo de actividades poco recomendables y no me mezclo con mala gente, y si oro y leo la Biblia, si me esfuerzo al máximo por ser bueno, entonces Dios verá que soy digno de su atención y vendrá y sanará mi corazón.

El problema es que, como dijo Jesús, este modelo no sirve. Nunca eres lo suficientemente bueno.

Aunque oras y haces todo lo posible para ser bueno, tu corazón no cambia. Nunca estás lleno de amor, gozo y seguridad. En realidad, estás más preocupado porque no sabes si estás a la altura. Cuando algo va mal en tu vida, de inmediato te ves empujado a dudar:
«Pensé que estaba llevando una vida lo suficientemente buena. ¿Por qué ha dejado Dios que esto ocurra?»

Y nunca lo descubres. La religión no nos libra de la autojustificación, del egocentrismo, del ensimismamiento en uno mismo. En realidad, no fortalece el
corazón ni lo cambia.

Porque no actúa en el corazón. Los políticos también tienden a trabajar de fuera hacia dentro. En Gran Bretaña, justo después de la Segunda Guerra Mundial, la
cosmovisión de un gran número de teóricos de la política se desplomó debido a lo que había pasado durante la guerra. En 1952, poco antes de morir, C.M. Joad, un filósofo socialista que había sido ateo, publicó un libro titulado The Recovery of Belief.


En él hablaba de cómo había vuelto a creer en Dios. «Debido a que rechazamos la doctrina del pecado original, la izquierda política siempre volvíamos a decepcionarnos con la raza humana; estábamos decepcionados porque la gente no quería ser sensata [.]; decepcionados por el comportamiento de las naciones y los
políticos […]; sobre todo, decepcionados por el hecho recurrente de la guerra».

Para los intelectuales de la época, según Joad, el comportamiento tanto del pueblo como de los lideres eran inexplicables porque ya no creían en el pecado. Lord David Cecil dijo después del Holocausto: «La jerga de la filosofia del progreso nos enseñó a pensar que habíamos dejado atrás el estado salvaje y primitivo del hombre […]. Pero no lo hemos dejado atrás, porque está dentro de nosotros».


Dorothy Sayers, la escritora y poeta británica que también vivió en esa época, dijo que la Segunda Guerra Mundial fue un golpe terrible para la clase culta de Inglaterra, pues era una clase que «creía de forma optimista en la influencia civilizadora del progreso y la Ilustración’. Para el círculo de intelectuales, los atroces estallidos de ferocidad en los estados totalitarios. el incansable egoísmo la estúpida avaricia de la sociedad no eran […] solo escandalosos y alarmantes. Eran la negación total de todo aquello en lo que habían creído. Es como si el suelo de su universo hubiese desaparecido».


En su libro Creed or Chaos? (;Credo o Caos?) Sayers dijo que durante los siglos previos y aún antes, la política se había basado en la siguiente premisa: lo malo de la sociedad humana no estaba dentro del corazón humano. Se encontraba en las estructuras sociales, en la falta de educación. Se debía a que no estaban aplicando el conocimiento que la ciencia había proporcionado. Por lo tanto, si se cubrían esas lagunas, la sociedad humana podía alcanzar la grandeza. Sin embargo, la historia moderna está llena de personas desilusionadas que pensaron que el capitalismo nos haría mejores o que el socialismo nos haría mejores.

Lo que ocurre es que en cada uno de estos sistemas, los pecados del corazón del hombre se expresan de manera diferente.


La política es otro modelo de fuera hacia adentro que tampoco funciona.
Luego tenemos el mundo de la cultura popular.

Christina Kelly era una conocida editora de revistas para mujeres jóvenes.
Durante varios años trabajó para Elle Girl, YM, Jane y Sassy.


Hace unos años escribió un artículo más personal en el que preguntaba:
¿Por qué ansiamos ser como los famosos?

Esta es mi teoría. Ser humano significa sentirse intrascendente. Así que idolatramos a los famosos y buscamos ser como ellos. Nos identificamos con todas las cosas importantes que han hecho para poder escapar de nuestras propias vidas sin importancia.

Pero es ridiculo. Con la corriente que hay de famosos retocados a la perfección con implantes liposucciones, tienes que ser una fábrica de autoestima para no sentirte inferior ante ellos.

Así que los idolatramos porque nos sentimos intrascendentes, pero al hacerlo nos sentimos aún peor. Los convertimos en estrellas, sin embargo, su fama nos hace sentir insignificantes.

Como editora, estoy siempre metida en ese bucle. ¡No me extraña que me sienta destrozada al final del día! Su declaración es muy kafkiana. Ser humano significa sentirse intrascendente.

Cada uno de nosotros ha sentido en algún momento ese tipo de sensación inexplicable de intrascendencia, que somos impuros, que necesitamos demostrar quiénes somos.
La cultura popular nos dice:’ «Si, aquí tienes una manera de sentirte limpio: Sé guapo. Ten una piel impecable. Cambia tu aspecto. Adelgaza. Ten la apariencia de un famoso».

No obstante, Christina Kelly dice que a los famosos, su belleza no les libra de esa sensación de intrascendencia; mientras, el resto seguimos sintiéndonos mal porque no llegamos les llegamos a la suela del zapato. La apariencia exterior tampoco funciona. Quizás digas: «La religión no es lo mío, la política tampoco, y no me interesa la cultura popular.» Solo para mostrar que todos intentamos
«limpiarnos» de fuera hacia dentro y a nadie nos funciona, me voy a referir de manera breve al ministerio cristiano.


Veremos que nadie está a salvo. ¿Por qué la gente se dedica al ministerio? Por motivaciones nobles, ¿no? Hace unos años leí esta cita de Charles Spurgeon en un libro para estudiantes que se preparaban para el ministerio:
«No prediques el evangelio para salvar tu alma». Tenía alrededor de veinte años por aquel entonces y recuerdo que pensé: «¿Qué tipo de idiota intentaría salvar su
alma predicando el evangelio?»
Sin embargo, unos años después de trabajar en el ministerio, te empiezas a dar cuenta de que si tu iglesia va bien, crece y le caes bien a la congregación, te sientes muy bien (desproporcionadamente bien), y si la iglesia no va bien y no le caes bien a la gente, te sientes increiblemente mal
(desproporcionadamente mal).

Y eso es porque estás trabajando de fuera hacia dentro. Has asumido: «Si le caigo bien a la gente y dicen «¡Cuánto me has ayudado!», entonces Dios me amará y me amaré a mí mismo, y esa sensación de intranscendencia, de impureza, desaparecerá». Pero no desaparece. Hace muchos años leí en un libro la siguiente traducción de Romanos 1:17: «El que es justo a través de la fe vivirá» y casi oí una voz que decía: «Sí, y aquel que es justo a través de la predicación morirá cada domingo».
Vemos pues que todos intentamos limpiarnos a nosotros mismos, o tapar nuestra impureza compensándola con buenas obras.

Pero no va a funcionar. El profeta Jeremías lo explicó de forma muy gráfica: «Aunque te laves con lejía, y te frotes con mucho jabón, ante mí seguirá presente la mancha de tu iniquidad afirma el Señor omnipotente- » (Jeremías 2:22).

La limpieza de fuera hacia dentro no puede solucionar el problema del corazón
del hombre.

Limpieza de dentro hacia fuera A diferencia de Mateo, Lucas y Juan, Marcos casi nunca incluye observaciones o interpretaciones. Así que cuando hace algún comentario de ese tipo, es muy significativo. Y en esta historia hay uno:
«Con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos.» No dice: «Jesús dijo que todos los alimentos eran limpios».


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