Por Timothy Keller

El capítulo 8 del Evangelio de Marcos es fundamental. Es el momento clímax de la primera parte, donde los discípulos por fin empiezan a ver la verdadera identidad de Aquel a quien han estad siguiendo. En el capítulo, Jesús dice claramente dos cosas:
Soy un rey, pero un rey que va ir a una cruz; y si queréis seguirme, vosotros también tendéis que venir a la cruz. Así cuenta Marcos la historia:
Jesús y sus discípulos salieron hacia las aldeas de Cesárea de Filipo. En el camino les preguntó:
«;Quién dice la gente
que soy yo?».
«Unos dicen que Juan el Bautista, otros que
Elías, y otros que uno de los profetas
contestaron.
«y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?»
«Tu eres el Cristo»
afirmó Pedro. Jesús les ordenó que no hablaran a nadie acerca de él. (Marcos 8:27-30)
Aquí Pedro, por fin, comienza a vislumbrar la respuesta a la gran pregunta de
«¿Quién es Jesús?» Le propone a Jesús: «Tú eres
el Cristo».
Pedro emplea una palabra que literalmente significa «‘ungido». Era tradición ungir a los reyes con aceite como una especie de ceremonia de coronación, pero la palabra Christos llegó a significar El Ungido, o sea el Mesías, el Rey que terminaría con todos los reyes, el Rey que volvería a restaurar el mundo. Eres el Mesías, dice Pedro. Jesús acepta ese título, pero de inmediato se da la vuelta y comienza a hacer afirmaciones que les resultan horribles y espantosas. «Sí, soy el Rey», dice, «pero no soy como
el rey que estabais esperando»:
Luego comenzó a enseñarles: «El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite.
« Habló de esto con toda claridad. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. (Marcos 8:31-32)
La primera frase importante de Jesús es «El Hijo del Hombre tiene que sufrir». Cuando oímos a Jesús referirse a sí mismo como el Hijo del hombre, asumimos que está diciendo que es humano, pero este apelativo significa mucho más que eso.
En las profecías de Daniel, se hace referencia a «uno como un hijo de hombre»
(Daniel 7:13-14), una figura mesiánica divina que viene con los ángeles para poner todo en su sitio.
Sin embargo, Jesús dice que el Hijo del hombre «tiene que sufrir » Nunca nadie en Israel había relacionado al Mesías con sufrimiento. Por supuesto, había muchas profecías en el Antiguo Testamento sobre un misterioso Siervo del Señor que sufre (por ejemplo el profeta Isaías en los capítulos 43, 44 y 53), pero nadie
antes de Jesús asoció esos textos con la esperanza del Mesías.
La idea de que el Mesías sufriría no tenía sentido, ya que se suponía que el Mesías derrotaría el mal y la injusticia, y restauraría el mundo. ¿Cómo iba a derrotar el mal? ¿Sufriendo y muriendo? No tenía sentido. Parecía imposible.
Al utilizar el término tiene que o debe, Jesús también está indicando que tiene planeado morir, que lo hace de manera voluntaria. No está tan solo prediciendo lo que va a ocurrir. Es probable que esto sea lo que más ofende a Pedro. Una cosa es
que Jesús diga: «Voy a luchar y me van a derrotar». Y otra muy distinta: «Esta es la razón por la que he venido; ¡tengo la intención de morir!»
Para Pedro, eso es totalmente inexplicable. Por eso en cuanto Jesús dice esas palabras, Pedro empieza a «reprenderle». Este verbo es el que se utiliza en otras ocasiones para explicar lo que Jesús hace con los demonios. Por lo tanto, Pedro está condenando a Jesús con un lenguaje muy fuerte. ¿Por qué Pedro se siente tan destrozado como para dirigirse a Jesús así, justo después de haberle reconocido como el Mesías?
Desde la infancia, a Pedro le habían dicho que el Mesías vendría a derrotar
el mal y la injusticia sentándose en el trono. Sin embargo, Jesús dice aquí;
«Si, soy el Mesías, el Rey, pero no he venido a vivir sino a morir. No estoy aquí para tener más poder sino para perderlo. No he venido a gobernar sino a servir. Así es como voy a derrotar el mal y restaurar el mundo»
Jesús no solo dijo que el Hijo del hombre sufriría; dijo que el Hijo del hombre tenía que sufrir. Esta expresión es tan importante que aparece dos veces:
» el Hijo del hombre tiene que sufrir y […] es necesario que lo maten». Es una expresión que determina y controla toda la oración, y significa que todos los elementos de la lista son una necesidad. Jesús tiene que sufrir, tiene que ser
rechazado, tiene que morir, tiene que resucitar.
Es una de las palabras más importantes de la historia del mundo! Lo que Jesús dijo no es solo «He venido a morir» sino «Tengo que morir». Es absolutamente necesario que muera.
Si no muero, el mundo no será restaurado, ni tampoco tu vida. ¿Por qué era absolutamente necesario que Jesús muriese?
Una necesidad personal Hace unos años, un teólogo anglicano llamado William Vanstone escribió un libro, que ahora está descatalogado, que incluía un capítulo muy interesante titulado «La fenomenología del amor»,
Todos los seres humanos, dice, incluso aquellos que fueron privados de amor durante la infancia, conocen la diferencia entre el amor falso y el amor verdadero, entre el amor fingido y el amor auténtico.
Veamos la diferencia, según Vanstone. El propósito del amor falso es utilizar a la otra persona para conseguir tu felicidad. Es pues, un amor condicional: lo das siempre que la otra persona te afirme y satisfaga tus necesidades.
Y no vulnerable: te mantienes al margen para poder cortar por lo sano si es necesario. Pero el objetivo del amor verdadero es dedicarte, dar tu tiempo y
tu vida para conseguir la felicidad del otro, ya que tu mayor alegría es la felicidad de la persona a la que amas.
Por lo tanto, tu amores incondicional: lo das sin importar si aquel al que amas está
satisfaciendo tus necesidades. Y es radicalmente vulnerable: lo das todo, no te quedas nada, te entregas por completo. Entonces Vanstone dice, de manera sorprendente, que nuestro verdadero problema es que, en realidad, nadie es capaz de dar amor verdadero.
Lo deseamos desesperadamente, pero no podemos darlo. No dice que no podamos dar amor. Pero dice que nadie es completamente capaz de dar amor verdadero. Todo nuestro amor es, en cierta manera, falso. ¿Por qué? Porque necesitamos que nos amen tanto como necesitamos el aire que respiramos. No podemos vivir sin amor. En consecuencia, nuestras relaciones están marcadas en cierto sentido por esa necesidad.
Buscamos a personas cuyo amor realmente nos afirme. Invertimos nuestro amor solo en aquellas personas que sabemos que nos van a corresponder. Por supuesto, cuando lo hacemos, nuestro amor es condicional y no es vulnerable, porque no estamos amando a la persona solo por quien es; la amamos, en parte, por el amor que estamos recibiendo.
Es obvio que hay gente sana y gente enferma; algunos son más capaces de amar que otros. Pero, en el fondo, Vanstone tiene razón: nadie puede dar a otra persona el tipo de amor o la cantidad de amor que esta anhela. Al final todos somos iguales, buscamos a tientas el amor verdadero y somos incapaces de darlo. Lo que necesitamos es que nos ame alguien que no nos necesite para nada.
Alguien que nos ame de forma radical, incondicional y vulnerable. Si alguien nos amara con ese tipo de amor, nos reafirmaría tanto, nos haría sentir tan llenos, que entonces podríamos comenzar a dar un amor así. ¿Quién puede dar amor sin necesidad de recibirlo? Jesús. ¿Por qué? Recuerda la danza de la trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han estado conociendo y amando de forma perfecta por la eternidad. Dios siempre ha tenido todo el amor, toda la plenitud y todo el gozo que
pudiese querer.
En su esencia tiene todo el amor que a la raza humana le falta. Y la única manera de conseguir ese amor es formando parte de ese baile. Una mujer de nuestra iglesia escribió esta nota a una amiga:
Para mi, siempre ha sido muy importante caer bien a la gente. Necesitaba aprobación, caer bien, que me admirasen y aceptasen. Pero por primera vez en mi vida he sido capaz de ver lo importante que era identificarme con Cristo; su amor me ha permitido establecer limites emocionales con las personas, de un modo que nunca antes había logrado.
Y eso me ha permitido amar a mis amigos y familia por quienes son y no por recibir algo a cambio, ya que puedo encontrar todo aquello que necesito en Cristo.
Ha sido un gran alivio el sentirme lo suficientemente libre como para amar a otros y
saber que en Cristo estoy a salvo y protegida y que protegerme o defenderme es, en realidad, algo bueno.
¿Ves cómo la seguridad que el amor de Jesús da le permitió necesitar menos y amar más? El amor verdadero, amor que no necesita de nada, genera más amor aún; es el único que aumenta a lo largo del tiempo.
¿Por qué Dios nos creó y después nos redimió pagando un alto coste si no nos necesita? Lo hizo porque nos ama. Su amor es un amor perfecto, radical que está dispuesto a hacerse vulnerable. Cuando comienzas a recibirlo, a experimentarlo, ese amor falso interesado que nos caracteriza comienza a desaparecer, y tienes la
paciencia y la confianza necesarias para dar a otros un amor más auténtico.
Una necesidad legal Sin embargo, el sacrificio de Jesús no solo cubre una necesidad
personal, nuestra necesidad personal; también es necesario en el plano legal. ¿A qué me refiero?.
Cuando alguien te hace algo que está mal, se establece una deuda que alguien tiene que pagar. Puede ocurrir en el plano económico. ¿Qué ocurriría si un amigo tuyo rompiese sin querer una de las lámparas de tu piso? Podrían ocurrir dos cosas. O bien haces que te lo pague: «Son 100 dólares, por favor». O bien le dices: «No pasa nada, te perdono».
Pero, ¿qué ocurre en el segundo caso con los 100 dólares? Los tienes que poner tú mismo, o pierdes la luz que da una lámpara de 100 dólares y la habitación queda más oscura.
Es decir, o tu amigo asume el coste de lo que ha hecho, o lo haces tú. Ocurre lo mismo en otros planos. Cuando alguien te roba una oportunidad, la felicidad, la reputación o te quita algo que nunca vas a volver a tener, eso crea un sentido de deuda. Se ha violado la justicia, esa persona está en deuda contigo. Si existe esa sensación de deuda, solo hay dos cosas que se pueden hacer.
Una de las opciones es hacer que la otra persona pague: puedes intentar destruir sus oportunidades o arruinar su reputación; puedes desear que sufra o incluso procurar que sufra. Pero eso supone un problema. Cuando les obligas a pagar la deuda y a sufrir por lo que te hicieron, te estás haciendo como uno de ellos.
Eres más severo, más frío; te conviertes en alguien como el infractor. El mal gana. Pero, ¿qué otra cosa puedes hacer? La alternativa es perdonar. No obstante, perdonar de verdad no es fácil. Cuando quieres albergar pensamientos vengativos, cuando tienes tantas ganas de llevar a cabo la venganza, pero te niegas a hacerlo y haces un esfuerzo por perdonar, duele.
Cuando te contienes, cuando perdonas, es una verdadera agonía. ¿Por qué? En lugar de hacer que la otra persona sufra, estás asumiendo el coste tú mismo. No estás intentando recuperar tu reputación tirando la de ellos por los suelos. Los perdonas y eso te cuesta. Es eso consiste el perdón.
El perdón verdadero siempre trae consigo sufrimiento. Por lo tanto, la deuda no desaparece: o bien pagan ellos o bien pagas tú. Y aquí está la ironía. La única posibilidad de reparar el mal que se ha hecho es que tú pagues el precio del perdón, que tú asumas la deuda.
Si enfrentas a alguien con lo que ha hecho mal mientras aún tienes deseos de venganza, nunca te escuchará. Solo lograrás alimentar el ciclo de represalias. La única esperanza de que te escuchen, de que vean su propio error es abstenerte de vengarte y pagar tú el coste del perdón.
Aunque al principio no te escuchen, tu perdón rompe el ciclo de futuras represalias. Si sabemos que el perdón siempre trae consigo sufrimiento para el que perdona y que la única esperanza de reparar la ofensa es pagar el precio del sufrimiento, entonces no nos sorprende cuando Dios dice:
«La única manera en la que puedo perdonar los pecados
de la raza humana es a través del sufrimiento; o bien pagáis
vosotros la pena del pecado, o bien lo hago yo»
El pecado siempre conlleva un castigo. La culpa no desaparece hasta que alguien paga. La única manera en la que Dios puede perdonarnos y no juzgarnos es ir a la cruz y cargar él mismo con nuestra culpa «Tengo que sufrir», dijo Jesús.
Una necesidad cósmica Jesús tenía que morir. Ok. Pero, ¿no podría haberse tirado por
un precipicio? ¿O no podría haber esperado a morir de forma natural? No.
La muerte de Jesús tenía que ser violenta. El escritor de Hebreos dice:
«sin derramamiento de sangre no hay perdón.» (Hebreos 9:22). No es que la sangre sea mágica. El término «sangre» en la Biblia hace referencia que se entrega o se quita
antes de la muerte natural. Pagar con la vida es el regalo o precio más alto que se puede pagar.
Jesús dio su vida para ofrecer el mayor pago posible por la deuda del pecado. Sin embargo, la muerte de Jesús no solo fue un pago; también fue una demostración.
Edwards escribe:
La predicción de la pasión de Jesús esconde una gran ironía, ya que el sufrimiento y la muerte del Hijo del Hombre no tendrían lugar como muchos esperaban, por la acción de personas impías y perversas […] Los que le hicieron sufrir fueron
«los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley» (…]. A Jesús no le iba a linchar una multitud enfurecida; no lo iba a asesinar en un acto criminal.
Lo arrestarían con una orden oficial, y lo juzgarían y ejecutarían gracias a la jurisprudencia más envidiada del mundo: el Sanedrín judío y la principia iris Romanorum.
Los jefes de los sacerdotes judíos, los maestros de la ley y, por supuesto, los gobernantes romanos deberían haber defendido la justicia. Sin embargo, conspiraron para cometer la injusticia de condenar a Jesús a la muerte.
La cruz deja ver que los sistemas del mundo están corruptos, pues sirven al poder y la opresión en vez de a la justicia y a la verdad. Al condenar a Jesús, el mundo se condenó a sí mismo. La muerte de Jesús no solo demuestra la situación de quiebra en la que está el mundo, sino que también revela el carácter de Dios y del reino. La muerte de Jesús no fue un fracaso.
Al someterse a la muerte como castigo, rompió el poder que esta tenía sobre él y sobre nosotros. Cuando Jesús fue a la cruz y murió por nuestros pecados, perdió para ganar; consiguió nuestro perdón en la cruz dando la vuelta a los valores del mundo.
Nada de «pagar con la misma moneda». No vino y reclutó un ejército con el fin de derrocar hasta el último régimen corrupto.
No subió al poder, sino que renunció a él y aun así triunfó. En la cruz sacó a luz el mal uso del poder que hemos hecho, y acabó con él. Rompió el maleficio de los sistemas del mundo.
Los poderes corruptos de este mundo tienen muchas herramientas para asustar a la gente y la peor de ellas es la muerte. Cuando sabes que el poder civil o cualquier tipo de poder puede matarte, tienes miedo. Y pueden utilizar ese temor para controlarte. Pero como Jesús murió y resucitó de los muertos, si encuentras la manera de acercarte a Jesús y aferrarte a El sabes que la muerte, la peor cosa que podría ocurrirte, es lo mejor que podría pasarte.
Cariño, levántate. La muerte te llevara a los brazos de Dios y hará que seas todo lo que deseaste ser. Y cuando la muerte pierde su aguijón, cuando la muerte ya no tiene
poder sobre ti gracias a lo que Jesús hizo en la cruz, entonces empezarás a vivir una vida de amor y no una vida de temor.
Un nuevo tipo de rey Jesús dice: «Soy un Rey, pero no soy como ningún otro rey que
hayáis imaginado. Soy un Rey que tiene que morir». No obstante. no se queda ahí. Marcos escribe: Entonces llamó a la multitud y a sus discípulas.
«Si alguien quiere ser mi discípulo» les dio.» que se niegue a si mismo, lleve su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará.
¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Si alguien se avergüenza de mi y de mis palabras en medio de
esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles. Y añadió: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto el reino de Dios llegar con poder» (Marcos 8:34-9:1)
Jesús está diciendo: «Ya que soy un Rey en una cruz, si queréis seguirme, vosotros tendréis que ir a una cruz». ¿Qué significa tomar nuestra cruz? ¿Qué significa perder nuestra vida a causa del evangelio para salvarla?
La palabra griega que ha elegido de forma intencionada para «vida» es psyque, de la que obtenemos el término psicología. Hace referencia a la identidad, la personalidad; a aquello que te distingue de los demás. Jesús no está diciendo:
«Ouiero que pierdas la conciencia de ser individual.»
Eso es lo que enseña la filosofía oriental, y si eso es lo que hubiese querido transmitir, podría haber dicho «tienes que perder tu yo para perder tu yo».
Lo que Jesús dice es: «No bases tu identidad en obtener o ganar cosas en el mundo». Sus palabras exactas son: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?’
Todas las culturas apuntan a diferentes elementos y dicen:
«Si obtienes eso, si consigues o alcanzas aquello, entonces tendrás identidad propia,
sabrás que eres valioso».
Las culturas tradicionales dirían que no eres nadie a no ser que consigas la respetabilidad y el legado de familia e hijos. En las culturas individualistas, la situación cambia; la cultura dice que no eres nadie a no ser que tengas una carrera profesional que te haga sentir realizado, que te aporte dinero, reputación y estatus. A pesar de estas diferencias, todas las culturas afirman que la identidad se basa en el rendimiento o en los logros alcanzados.
Y Jesús dice que así no se consigue nada. Si ganas el mundo entero, dice, no será lo suficientemente grande o radiante como para cubrir la mancha de la intrascendencia. No importa las cosas que consigas, nunca serán suficientes como para decirte quién
eres.
Si basas tu identidad en «alguien me quiere» 0 en «llevo una buena carrera profesional» y de repente algo va mal en esa relación o en el trabajo, te vienes abajo.
Tu existencia se tambalea. ¿Te das cuenta de lo radical que es Jesús? No se trata de decir:
«He fracasado, he sido inmoral, así que ahora voy a ir a la iglesia y me convertiré en una persona moral y decente. Entonces sabré que soy una buena persona porque soy espiritual». Jesús dice: «No quiero que simplemente cambies de una identidad basada en el rendimiento a otra identidad basada también en el rendimiento; quiero que encuentres un camino nuevo. Quiero que pierdas tu antiguo yo, la identidad antigua, y bases tu identidad en mi y en el evangelio» Me encanta que diga en mí y en el evangelio» Nos quiere recordar que no podemos ser abstractos. Es imposible que
digas: «Oh, ya veo. No puedo basar mi identidad en la aprobación de mis padres, porque es cambiante; por la misma razón, no puedo basar mi vida en el éxito profesional, ni tampoco en las relaciones amorosas.
Entonces, basaré mi vida en Dios». En esa declaración, Dios es casi una abstracción, así que basar tu vida en él es tan solo un acto de voluntad. Y un acto de voluntad nunca ha cambiado a nadie. Lo único que puede transformar de raíz una vida es el amor.
Jesús dice: «No basta con conocerme como maestro o como un principio abstracto; tienes que observar mi vida. Fui a la cruz, y en la cruz perdí mi identidad para que tú pudieses tener una»
Una vez te das cuenta de que el Hijo de Dios te ama de esa
manera, una vez esa entrega te conmueve en lo más profundo de tu ser, comienzas a sentir una fuerza, una seguridad, un claro sentido del valor que tienes tal y como eres, y sabes que no se basa en lo que haces o en si alguien te ama o en si pierdes peso o en la cantidad de dinero que tienes.
Eres libre: el antiguo enfoque respecto a la identidad ha desaparecido. Nadie lo explicó mejor que C. S. Lewis en las últimas páginas de Mero Cristianismo, donde comenta la llamada de Jesús a perder tu vida para encontrarla:
Cuanto más nos liberemos de lo que llamamos «nosotros mismos» y le dejemos a Él encargarse de nosotros, más nos convertiremos verdaderamente en nosotros mismos. (.]
En ese sentido nuestros auténticos seres están todos esperándonos en Él. […] Cuanto más nos resistamos a Él e intentemos vivir por nuestra cuenta, más nos vemos dominados por nuestra herencia genética, nuestra educación. nuestro entorno y
nuestros deseos naturales. De hecho, la que tan orgullosamente llamamos «nosotros mismos» se convierte simplemente en el lugar de encuentro de cadenas de acontecimientos a los que jamás dimos comienzo y que no podemos detener.
Lo que llamamos » Nuestros deseos» se convierten simplemente en los deseos manifestados por nuestro organismo físico. Es cuando nos volvemos a Cristo., cuando nos entregamos a Su Personalidad., cuando empezamos a tener una autentica personalidad propia.













