Por Timothy Keller

En cuanto Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el foco de atención cambia. Al comienzo del libro dije que la primera parte del Evangelio de Marcos se centra en quién es Jesús, y la segunda, en su propósito, en lo que vino a hacer.
En la primera parte vemos que es tanto Dios como un hombre, el Rey eterno. Es perdón, descanso, poder y amor sin límites. Sin embargo, en este momento de la vida de Jesús, los lectores del Evangelio aún tienen muchas preguntas sobre lo que ha venido a hacer y la manera en la que lo hará.
Pero en cuanto Pedro dice «Tú eres el Cristo», Jesús de inmediato explica que tiene que morir. A partir de este momento, Jesús hablará constantemente de su muerte y sufrimiento, y lo hará de maneras que los discípulos encontrarán muy difíciles de
aceptar.
Así que la segunda mitad del Evangelio de Marcos nos mostrará por qué la cruz era necesaria y qué logró Jesús en ella. Lo que parecía una historia de triunfo, cada vez se asemeja más a una tragedia.
Ahora que Jesús ha comenzado a dar más detalles acerca de su misión, también habla de manera más explícita sobre lo que significa seguirle. En la primera parte de Marcos, ha llamado a varias personas para que le sigan, pero ahora está definiendo de forma clara las implicaciones de seguirle. Así como él va a llevar una cruz, nosotros tenemos que hacer lo mismo. Y de la misma manera que en su vida la cruz y la gloria están unidas, lo mismo va a ocurrir en nuestras vidas.
Este es el tema que se nos presenta en la segunda parte de Marcos, que comienza así:
Seis días después Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó a una montaña alta, donde estaban solos. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Su ropa se volvió de un blanco resplandeciente como nadie en el mundo podría blanquearla.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, los cuales conversaban con Jesús. Tomando la palabra, Pedro le dijo a Jesús:
– Rabí, ¡qué bien que estemos aquí! Podemos levantar tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía qué decir; porque todos estaban asustados. Entonces apareció una nube que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado. ¡Escuchadle!» De repente, cuando miraron a su alrededor; no vieron a nadie más que a Jesús. (Marcos 9:2-8)
Siglos antes de este episodio, según el libro de Éxodo en el Antiguo Testamento, Dios bajó al Monte Sinaí en una nube. La voz de Dios habló desde la nube y todo el mundo estaba aterrado Moisés fue a la cumbre de la montaña, donde suplicó poder ver la
gloria de Dios:
Muéstrame tu gloria; tu infinita grandeza y tu belleza imaginable. Y Dios respondió: «Cuando mi gloria pase, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado, pero mi rostro no lo verás, pues nadie puede verme y seguir con vida» (Éxodo 33:18-23).
Moisés no pudo ver la gloria de Dios directamente. Sin embargo, el simple hecho de estar cerca fue suficiente para que la cara de Moisés brillara por el reflejo de la gloria de Dios.
Ahora, siglos más tarde, nos encontramos en lo más alto de otra montaña y, de nuevo, la gloria. Ese resplandor deslumbrante hace que la ropa de Jesús sea de un
«blanco resplandeciente como nadie en el mundo podría blanquearla». Tenemos una montaña, una voz que sale de una nube, e incluso Moisés que aparece. ¿Se repite otra vez lo que ocurrió en el Monte Sinaí? No, porque se produce un cambio brusco. Moisés reflejó la gloria de Dios de la misma manera que la luna refleja la luz del sol. Pero Jesús produce la gloria insuperable de Dios, pues emana de Él. Jesús no apunta a la gloria de Dios como Elías, Moisés y los demás profetas;
Jesús es la gloria de Dios en forma humana. El autor del libro de Hebreos lo explica de la siguiente forma: «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es» (Hebreos 1:3)
En este episodio ocurre algo más que no tuvo lugar en el Monte Sinaí: Pedro, Jacobo y Juan están en la presencia de Dios y aun así, no mueren.
En el Monte Sinaí, Dios bajó en una nube. Se llamaba «la gloria shekhina « ¿Recuerdas que se encontraba en el lugar santísimo donde el sumo sacerdote expiaba los pecados del pueblo de Israel?
Dios hablaba desde la nube; era su presencia al natural, y los israelitas sabían que era mortal. Cuando Dios dijo a Moisés:
«Nadie puede verme y seguir con vida», estaba diciendo que hay una brecha infinita entre Dios y la humanidad.
«No podéis aguantar la realidad de quién soy», dice Dios, «no podéis soportar
la presencia de mi santidad, de mi gloria. Os destruiría» Esta es la razón por la que aquí, en la cima de la montaña donde Jesús se «transfigura» (esta escena se conoce como la transfiguración), Pedro tiene miedo.
Tiene tanto miedo que, según Marcos, no sabe ni lo que dice. Pedro balbucea: «Rabí, ¡qué bien que estemos aquí! Podemos levantar tres tiendas: una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías». Lo cierto es que resulta una propuesta desconcertante, así que vamos a examinarla.
La palabra que se ha traducido por tiendas en realidad es la palabra griega que significa tabernáculo o tienda. Después de que la gloria de Dios bajase al Monte Sinaí, el pueblo hebreo construyó un tabernáculo. ¿Por qué?
La mayoría de las religiones reconocen que existe una gran brecha de algún tipo entre la deidad y la humanidad. Por lo tanto, muchas religiones tienen templos (o
tabernáculos) con sacerdotes, sacrificios y rituales que transforman tu conciencia o te quitan tu pecado, que sirven de intermediarios y protegen al ser humano de la presencia divina. En realidad, Pedro está diciendo es:
«Necesitamos un tabernáculo, unos rituales que nos protejan de la presencia de
Dios». Justo después de la intervención de Pedro, aparece una nube que envuelve a Jesús, Moisés y Elías. Y desde la nube de gloria shekhiná, Dios dice: «Este es mi Hijo amado. ¡Escuchadle!»
Están en la mismísima presencia de Dios. Y a pesar de ello, Pedro, Jacobo y Juan no mueren. ¿Cómo puede ser así? Aquí está la respuesta:
«De repente, cuando miraron a su alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús»
Es la forma que Marcos encuentra para decir que Moisés se ha ido, Elías se ha ido, y Jesús no es solo el Dios que está al otro lado de la brecha; Jesús también es el puente para cruzar ese abismo. Jesús es capaz de dar lo que Elías no pudo dar, lo que Moisés no pudo dar, lo que nadie más pudo ofrecer.
A través de Jesús, podemos cruzar la brecha hacia la verdadera realidad, podemos entrar en la danza. Jesús es el templo y el tabernáculo que termina con todos los templos y tabernáculos, porque es el sacrificio que acaba con todos los sacrificios, el
sacerdote definitivo que señala el camino a todos los sacerdotes.
Cuando la nube baja, los discípulos no solo no mueren, sino que están rodeados y abrazados por el resplandor de Dios. Oyen a Dios Padre hablar de su amor por su Hijo, igual que cuando Jesús fue bautizado al comienzo del Evangelio de Marcos. Entonces, de repente, la nube se va y se quedan allí parados, acostumbrándose
de nuevo a la oscuridad de la montaña, en estado de shock, de
asombro.
Jacobo, Pedro y Juan han experimentado la adoración. La adoración es un reflejo de aquello que nuestros corazones anhelan, lo sepamos o no. Lo buscamos en el arte, en las relaciones románticas, en los brazos de nuestros amantes, en nuestra familia. En su famoso sermón «El Peso de la Gloria», C.S. Lewis dice:
La sensación de que en este universo somos tratados como extranjeros, la esperanza que albergamos de ser acogidos, de encontrar respuesta, de tender un puente sobre el abismo que hay entre nosotros y la realidad es todo parte de nuestro inconsolable secreto. Desde este punto de vista la promesa de la gloria se torna pertinente en grado sumo para nuestro deseo más profundo. Pues «gloria » significa buena relación
con Dios, ser acogido por El, recibir respuesta sobre la verdadera realidad de las cosas. La puerta a la que hemos estado llamando durante toda la vida finalmente se abrirá. […] La nostalgia sentida durante toda la vida, el anhelo de reunirnos en el universo con algo de lo que ahora nos sentimos separados, de estar tras la puerta que siempre hemos visto desde fuera no es, pues, una mera fantasía neurótica, sino el más fiel reflejo de nuestra situación real. [.] Ahora nos hallamos fuera del mundo; en el lado errado de la puerta. […] Pero las hojas del Nuevo Testamento suenan con el rumor de que no siempre será así. Algún día -¡Dios lo quiera!- nos permitirá entrar.
La adoración no consiste solo en creer. Antes de subir a la montaña, Pedro, Jacobo y Juan ya creían en Dios. Y Pedro ya había declarado: «Tú eres el Cristo». Pero ahora lo habían sentido.
La presencia de Dios los ha envuelto. Han visto una muestra de lo que Lewis dice que todos anhelamos: poder ver el rostro de Dios y sentir su abrazo.
La muerte de la gloria Imagina la escena posterior, cuando el eco de la voz de Dios ya
ha desaparecido. Los discípulos debían tener un sin fin de preguntas que hacerle a Jesús.
Marcos cuenta lo que ocurre a continuación: Mientras bajaban de la montaña, Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre se levantara de entre los muertos. Guardaron el secreto, pero discutían entre ellos qué significaría eso de «levantarse de entre los muertos». ¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elias tiene que venir primero? -le preguntaron. Sin duda
Elias ha de venir primero para restaurar todas las cosas respondió Jesús
– .. Pero entonces, ¿cómo es que está escrito que el Hijo del hombre tiene que
sufrir mucho y ser rechazado? Pues bien, os digo que Elías ya ha venido, y le hicieron todo lo que quisieron, tal como está escrito de él. (Marcos 9:9-13)
Cuando bajan de la montaña, Jesús les ordena a los discípulos: «Hasta después de la resurrección, no contéis a nadie lo que ha ocurrido». ¿Por qué? El significado completo de este episodio solo sería evidente después de la resurrección, ya que la transfiguración es un atisbo, un anticipo, de la resurrección (y de la segunda venida, del regreso de Jesús para restaurar el mundo al final de los tiempos, profetizado en el libro del Apocalipsis).
Por otro lado, hasta que no tuviera lugar la resurrección, ¿quién iba a creerles?
Aunque una cosa sí está clara. Al hablar de la resurrección en este momento, Jesús de nuevo está anunciando su muerte.
Recuerda que cuando Jesús les dijo: «Soy el Mesías, pero voy a sufrir y morir», Pedro le reprendió. De nuevo, Pedro y los otros se resisten, pero en esta ocasión son más cautelosos: «¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?«
preguntan.
El libro de Malaquías, en el Antiguo Testamento, profetizó que Elías regresaría antes del gran Día del Señor, cuando Dios vendría y restauraría el mundo. Así que los discípulos están diciendo: «Eh, acabamos de ver a Elías ahí arriba. ¡El día del Señor debe estar cerca! ¿Por qué nos hablas de morir? ¡Elías está aquí!’.
Y Jesús los deja por los suelos:
«Yo os digo que Elías ya ha venido, y le hicieron todo lo que quisieron, tal como está escrito de él’. Lo que Jesús está diciendo es: «El Elías al que se refería el profeta era
Juan el Bautista, y él ha sufrido y ha muerto. Elías ha venido y se ha ido».
Continuara.


















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