Crónicas Bíblicas: ¿Porqué Empezó El Cristianismo?.1 Parte

Por Timothy Keller

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagué y a Betania, junto al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos con este encargo: «Id a la aldea que tenéis enfrente. Tan pronto como entréis en ella, encontraréis atado un burrito, en el que nunca se ha montado nadie. Desatadlo y traedlo acá.
Y si alguien os dice: «¿Por qué hacéis eso?»
decidle:
«El Señor lo necesita, y en seguida lo devolverá, fueron, encontraron un burrito afuera en la calle, atado a un portón, y lo desataron. Entonces algunos de los que estaban
allí les preguntaron:

«¿Qué hacéis desatando el burrito?»


Ellos contestaron como Jesús les había dicho, y les dejaron desatarlo. Le llevaron, pues, el burrito a Jesús. Luego pusieron encima sus mantos, y él se montó. Muchos tendieron sus mantos sobre el camino; otros usaron ramas que habían cortado en los campos.


Tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban:
-¡Hosanna!
-¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
-¡Bendito el reino venidero de nuestro padre David! -¡Hosanna en las alturas! Jesús entró en Jerusalén y fue al templo. Después de observarlo todo, como ya era tarde, salió para Betania con los doce.
(Marcos 11:1-10)


Cuando Jesús entró en Jerusalén, la gente extendió sus mantos
en el camino ante él y le aclamaron como el rey que venía en
nombre de la casa de David. En aquella época y cultura, ese tipo
de desfile era algo normal: un rey entraba de manera pública en
una ciudad cabalgando, y las multitudes lo vitoreaban. No
obstante, Jesús se apartó de lo establecido a propósito e hizo algo muy diferente. En lugar de ir sobre un caballo de guerra fuerte, como el que hubiese utilizado un rey, montó sobre un polos, es decir, un pollino o burro pequeño.

Ahí estaba Jesucristo, el rey de los milagros y de una autoridad sin precedentes, entrando a la ciudad sobre un potro más adecuado para un niño o un hobbit. De
este modo, Jesús mostraba que era Aquel del que Zacarías había profetizado, el gran Mesías que había de venir:


¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, salvador humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de
asna. (Zacarías 9:9)

Esta extraña yuxtaposición demuestra que Jesús era Rey, pero que no encajaba en la categoría de monarquía tal y como la entendemos.

Unió la majestad con la mansedumbre. En 1738, Jonathan Edwards escribió uno de los mejores sermones que se han predicado nunca y se titula «La Excelencia de Cristo». Una de las visiones de Juan que de verdad atrajo el interés de Edwards aparece en

Apocalipsis 5:5-6: «Uno de los ancianos me dijo: «¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! El si puede abrir el rollo y sus siete sellos»

Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado».

A Juan se le dice que busque a un león, pero lo que encuentra en medio del trono es un cordero. Edwards escribe:


El león destaca por la fuerza y la majestad de su apariencia y su voz. El cordero destaca por su mansedumbre y paciencia […] es sacrificado para conseguir comida [.] y […] ropa.


Pero vemos que Cristo, en este pasaje, se compara con ambos, ya que en Él las excelencias de ambos se encuentran de forma maravillosa […]. En Jesucristo vemos (.] una unión de excelencias muy diferentes, excelencias que parecen incompatibles y por eso es increíble encontrarlas en el mismo sujeto.

Edwards continúa con una lista detallada de todas las maneras en las que Jesús combina los rasgos de carácter que consideraríamos incompatibles.

En Jesús encontramos la majestad infinita junto a una humildad total, la justicia perfecta justo a una gracia sin límites, la soberanía absoluta junto a una sumisión total, una clara suficiencia junto a una plena confianza en Dios y una total dependencia de Dios.

Pero en Jesús esta mezcla de características opuestas no lleva a una crisis mental y emocional. La personalidad de Jesús es un todo completo, hermoso.

Observa cómo este Rey poderoso, montado sobre un pequeño burro, entra en Jerusalén y se enfrenta a lo que allí se encuentra.

Limpiando el templo Cuando Jesús llegó a Jerusalén, entró en el templo, y las cosas
se complicaron un poco.

Marcos narra:
Jesús entró en Jerusalén y fue al templo. Después de observarlo todo, como ya era tarde, salió para Betania con los doce. Al día siguiente [.] llegaron, pues, a Jerusalén.

Jesús entró en el templo y comenzó a echar de allí a los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas, y no permitía que nadie atravesara el templo llevando mercancías.

También les enseñaba con estas palabras:

«¿No está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones?»

Pero vosotros la habéis convertido en «cueva de ladrones«.» Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo overon y comenzaron a buscar la manera de matarlo, pues le temían, ya que toda la gente se maravillaba de sus enseñanzas.
(Marcos 11:11-12.15-18)


Marcos menciona que Jesús «entró en el templo». ¿Por qué es esto importante? Cuando entrabas por la puerta del templo, la primera zona a la que llegabas era el patio de los gentiles, las «naciones».

Esta era la única parte a la que las personas no judías podían entrar. Era la zona más grande del templo y tenías que pasar por allí para llegar al resto.

Todas las actividades comerciales tenían lugar allí. ¡Y vaya si había actividad! Cuando
Jesús entró, lo primero que debió ver fue una gran multitud de personas comprando y vendiendo animales en docenas de puestos y cambiando monedas en las mesas de los cambistas.

Miles de personas peregrinaban a Jerusalén y traían y compraban animales para los sacrificios.

El antiguo historiador Josefo nos dice que un año, durante la semana de la Pascua, se compraron, vendieron y sacrificaron 255.000 corderos en los atrios del templo.

Piensa en todo el gentío, el ruido y la confusión que hay en nuestros centros de transacciones, y eso que no hay ganado. Y este era el lugar donde se suponía que los gentiles podían encontrar a Dios a través de la reflexión y la oración.


La reacción de Jesús a todo esto es comenzar a volcar todo el mobiliario. Imagina a los líderes corriendo hacia él llenos de pánico:


«¿Qué está pasando? ¿Por qué estás haciendo esto?»

Entonces Jesús cita al profeta Isaías como respuesta: «Mi casa será llamada casa de oración para todas la naciones» , es decir, para los gentiles.

Se nos dice que su declaración asombró a los que la escucharon.

¿Por qué? La creencia popular era que cuando apareciese el Mesías, expulsaría a los extranjeros del templo. En lugar de eso, Jesús está despejando el templo en favor de los gentiles; actúa como su defensor.

Es fácil que lo que hizo Jesús guste en una sociedad multicultural como la nuestra.

Sin embargo, lo que hizo era aún más subversivo. Jesús estaba desafiando el sistema de sacrificios y diciendo que los gentiles, los paganos y gentiles inmundos podían acudir a Dios ahora de manera directa en oración.

Esto era increíble porque el pueblo conocía la historia del tabernáculo y del templo.

La historia del templo se remonta hasta el Huerto del Edén.

Este huerto primigenio era un santuario; era el lugar donde moraba la presencia de Dios. Era un paraíso, ya que la muerte, la deformidad, el mal y la imperfección no pueden coexistir con la presencia de Dios.

En la presencia de Dios hay shalom, prosperidad absoluta, plenitud, gozo y felicidad.

Pero cuando los primeros seres humanos decidieron basar sus vidas en otras cosas
en lugar de basarlas en Dios, cuando permitieron que esas cosas se convirtieran en la fuerte de su sentido, aquel paraíso pasó a ser un paraíso perdido.

Cuando Adán y Eva fueron expulsados del santuario de Dios, se dieron la vuelta y vieron «una espada ardiente que se movía por todos lados» (Génesis 3:24).

Nadie podría pasar por esa espada encendida que bloqueaba el camino de vuelta a la presencia de Dios. Dar la espalda a Dios ha tenido consecuencias desastrosas.

Basar nuestras vidas en otras cosas, como el poder, el estatus, los elogios, la familia, la raza o nacionalidad es lo que causa conflictos, guerras, violencia, pobreza, enfermedad y muerte. Nos hemos pisoteado los unos a los otros, hemos maltratado esta tierra.

Eso significa que no es suficiente decir: Lo siento. Y ahora que he pedido perdón, ¿ya
puedo volver a la presencia de Dios?

Si has sido víctima de un crimen atroz, si has sufrido violencia y el autor del crimen o
incluso el juez dice:
«Lo siento. ¿No podemos olvidar lo que pasó?»; dirías:
«No, jeso sería injusto!».

Tu respuesta no necesariamente sería un reflejo de amargura o deseos de venganza.

Si se ha cometido una injusticia contra ti, sabes que pedir perdón no es suficiente.

Hace falta algo más, alguien tiene que pagar el precio para arreglar lo que ha quedado dañado.


La espada encendida es la espada de justicia eterna, y se va a cobrar el pago exacto.

Nadie puede regresar a la presencia de Dios a no ser que pase bajo la espada, a no ser que pague por el mal cometido.

¿Pero quién podría sobrevivir a la espada? Nadie.

Y si nadie puede, entonces, ¿cómo podremos volver a la presencia de
Dios?


Continuara.


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