
«LA HISTORIA DE LATIF».(SOLO PARA QUIENES LES GUSTA LA BUENA LECTURA).
Latif era el pordiosero más pobre de la aldea.
Cada noche dormía en el zaguán de una casa diferente, frente a la plaza central del pueblo
Sin embargo, a pesar de su aspecto y de la forma de pasar sus días, Latif era considerado por todos, el hombre más sabio del pueblo, quizás no tanto por su inteligencia, sino por todo aquello que había vivido.
Una mañana soleada el rey en persona apareció en la plaza. Rodeado de guardias caminaba entre los puestos de frutas y baratijas buscando nada. Hasta que tropezó con Latif y sus súbditos le contaron de el El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo:
- “Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro”.
Latif lo miró, casi despectivamente, y le dijo: «Puedes quedarte con tu moneda, ¿para qué la querría yo?
¿Cuál es tu pregunta?
Y el rey se sintió desafiado por la respuesta y en lugar de una pregunta banal, se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver.
La respuesta de Latif fue justa y creativa.
El rey se sorprendió, dejó su moneda a los pies del mendigo y siguió su camino por el mercado meditando lo sucedido.
Al día siguiente el rey volvió a aparecer en el mercado y otra vez le hizo una pregunta y otra vez Latif la respondió rápida y sabiamente.
El soberano volvió a sorprenderse de tanta lucidez.
“Latif, te necesito” – le dijo el rey. – “Estoy agobiado por las decisiones que como rey debo tomar. Te pido que vengas a palacio y seas mi asesor«.
Te prometo que no te faltará nada juro el rey.
Por compasión, por servicio o por sorpresa, Lafit aceptó la propuesta del rey.
Esa misma tarde llegó Latif a palacio, en donde inmediatamente le fue asignado un lujoso cuarto a escasos doscientos metros de la alcoba real.
Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales y Latif siempre contestaba con claridad y precisión.
- Obviamente esto desencadenó los celos de todos los cortesanos que veían en el mendigo-consultor una amenaza para todos ellos.
Un día todos los demás asesores pidieron audiencia al rey.
Muy circunspectos y con gravedad le dijeron:
“Tu amigo Latif, como tú le llamas, está conspirando para derrocarte».
- “No puede ser, no lo creo” – dijo el rey.
- “Puedes confirmarlo con tus propios ojos”
- dijeron todos.
El rey se sintió defraudado y dolido.
Debía confirmar esas versiones. Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo, en efecto, Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía sigilosamente dentro del cuarto.
- “¿Lo visteis?” – gritaron los cortesanos.
Seguido de su guardia personal el monarca golpeó la puerta. - “¿Quién es?” – dijo Latif desde adentro.
- “Soy yo, el rey”- dijo el soberano… – “ábreme”.
Latif abrió la puerta.
No había nadie, salvo Latif. Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien.
Solo había en el piso un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro de la pieza una túnica raída colgando de un gancho en el techo.
- “¿Estás conspirando contra mí Latif?”
- preguntó el rey – “ ¿Cómo se te ocurre, majestad»– contestó Latif- “De ninguna forma, ¿por qué lo haría?”
- “Pues vienes aquí cada tarde en secreto.
¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie?
¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?
Latif sonrió y se acercó a la túnica rotosa que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey: «Hace seis meses cuando llegué a tu castillo, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera” -dijo Latif.
“Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado…
que vengo cada día para estar seguro de una sola cosa…
no olvidar nunca
“QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE”.
Desconozco la FUENTE


Llamame cuando quieras
cuando te apetezca, pero no como alguien que se siente obligado a hacerlo, esto no sería bueno ni para ti ni para mí.A veces me pongo a imaginar lo maravilloso que sería que me llamaras sólo porque sí, simplemente como alquien que tenía sed y fue a beber un vaso de agua, pero ya sé que sería pedir demasiado, conmigo nunca tendrás que fingir una sed que no sientes.
José Saramago










