De esta manera, un hombre cruel, indiferente, deshonesto se convierte, en el equivalente de una droga.

CONTENIDO PSICOLÓGICO

Por Robin Norwood

Crea así un medio de evitar sus propios sentimientos, en la misma forma que el alcohol y otras sustancias que alteran el estado de ánimo crean en los drogadictos una vía de escape temporaria, de la que no se atreven a separarse.

Tal como sucede con el alcohol y las drogas, estas relaciones inmanejables que proporcionan la distracción necesaria también acarrean su carga de dolor.

En un paralelo con el desarrollo de la enfermedad del alcoholismo, la dependencia en la relación se profundiza hasta el punto de la adicción.

El hecho de estar sin la relación es decir, estar sola con una misma se puede experimentar como algo peor que el mayor sufrimiento producido por la relación, porque estar sola significa sentir el nuevo despertar del gran dolor del pasado combinado con el del presente.

Las dos adicciones son paralelas en ese aspecto, e igualmente difíciles de vencer.

La adicción de una mujer a su pareja o a una serie de parejas inapropiadas puede deber su génesis a una variedad de problemas familiares.

Aunque resulte irónico, los hijos adultos de alcohólicos tienen más suerte que los de otros antecedentes disfuncionales porque, al menos en las grandes ciudades, a menudo existen grupos de Alcohólicos Anónimos para apoyarlos mientras tratan de solucionar sus problemas con el amor propio y con las relaciones.

La recuperación de una adicción a una relación implica conseguir ayuda de un grupo de apoyo adecuado a fin de quebrar el ciclo de la adicción y de aprender a buscar sentimientos de valor propio y bienestar en otras fuentes, no en un hombre incapaz de fomentar esos sentimientos.

La clave radica en aprender a vivir una vida sana, satisfactoria y serena sin depender de otra persona para ser feliz.

Es triste, pero para quienes están enredados en relaciones adictivas y quienes están atrapados en la telaraña de la adicción química, la convicción de que pueden manejar el problema por sí solos a menudo evita que busquen ayuda y, por lo tanto, anula la posibilidad de recuperación.

Debido a esa convicción «puedo hacerlo solo» a veces las cosas deben empeorar mucho antes de que puedan empezar a mejorar para tanta gente que lucha con alguna de esas enfermedades de adicción.

La vida tuvo que llegar a ser irremediablemente inmanejable para que pudieras admitir que necesitabas ayudas para vencer su adicción al dolor.

Por otra parte, no la ayudaba el hecho de que nuestra cultura otorga un viso romántico al sufrimiento por amor y a la adicción a una relación.

Desde las canciones populares hasta la ópera, desde la literatura clásica hasta los romances arlequinescos, desde las telenovelas diarias hasta los filmes y obras de teatro aclamadas por la crítica, estamos rodeados por innumerables ejemplos de relaciones inmaduras e insatisfactorias que se ven glorificadas y ensalzadas.

Una y otra vez, esos modelos culturales nos inculcan que la profundidad del amor se puede medir por el dolor que causa y que aquellos que sufren de verdad, aman de verdad.

Cuando un cantante canta con voz suave y melancólica acerca de no poder dejar de amar a alguien a pesar de lo mucho que eso lo hace sufrir, hay algo en nosotros tal vez a fuerza de vernos repetidamente expuestos a ese punto de vista que acepta que lo que expresa el cantante es lo correcto.

Aceptamos que ese sufrimiento es parte natural del amor y que la voluntad de sufrir por amor es un rasgo positivo en lugar de negativo.

Existen muy pocos modelos de personas que se relacionan con sus pares en forma sana, madura, honesta, no manipuladora y no explotadora, y esto quizá se deba a dos razones.

En primer lugar, con toda sinceridad, tales relaciones son bastante escasas en la vida real.

En segundo lugar, dado que la calidad de la interacción emocional en las relaciones sanas a menudo es mucho mas sutil que el flagrante drama de las relaciones insatisfactorias, su potencial «dramático» tiende a ser pasado por alto en la literatura, el teatro y las canciones. Si nos vemos acosados por estilos perjudiciales de relacionamos, tal vez sea porque eso es casi todo lo que vemos y sabemos.

Debido a la escasez de ejemplos de amor maduro y comunicación sana en los medios, durante años he tenido la fantasía de escribir un episodio de cada una de las telenovelas principales.

En mi episodio, todos los personajes se comunicarían en forma honesta, cariñosa y no a la defensiva.

No habría mentiras, ni secretos, ni manipulaciones, nadie que estuviera dispuesto a ser la víctima de otra persona y nadie sería el victimario.

En cambio, los espectadores que vieran el episodio de ese día verían personas comprometidas en tener relaciones sanas entre si, sobre la base de la genuina comunicación.

Este estilo de relación no sólo se opondría mucho al formato normal de esos programas sino que además ilustraría, por medio del extremo contraste, lo saturados que estamos de las representaciones de explotación, manipulación, sarcasmo, búsquedas de venganza, trampas deliberadas, celos, mentiras, amenazas, coerción, etc.; ninguna de estas cosas contribuye a una interacción saludable.

Cuando uno piensa en el efecto que tendría un segmento que presentara una comunicación honesta y un amor maduro sobre la calidad de estas sagas, hay que considerar también el efecto que tendría la misma alteración en la vida de cada uno de nosotros.

Todo sucede en un contexto, inclusive nuestra forma de amar.

Necesitamos tener conciencia de los defectos nocivos de nuestra visión social del amor y resistimos a la inmadurez superficial y contraproducente en las relaciones personales que ésta idealiza.

Necesitamos desarrollar conscientemente una forma de relacionamos más madura y abierta que la que parece apoyar nuestro medio cultural, para poder cambiar el torbellino y la excitación por una intimidad más profunda. 

Como los humanos no pueden verlos, a veces, los ángeles se acercan con libertad, se sientan a tu lado y te colocan una mano en el hombro.

Intrigados, se asoman a los libros que estas leyendo.

Acarician el lápiz de un estudiante, sopesando el misterio de todas las palabras que salen de ese pequeño objeto.

Junto a unos niños, imitan sin comprenderlo el gesto de rozar
las líneas con el dedo índice.

Observan a su alrededor, con curiosidad y asombro, rostros ensimismados y miradas sumergidas en las palabras.

Quieren entender qué sienten los vivos en esos momentos y por
qué los libros atrapan su atención con tal intensidad.

Los ángeles poseen el don de escuchar los pensamientos de las personas.

Aunque nadie habla, captan a su paso un murmullo constante de palabras susurradas.

Son las sílabas silenciosas de la lectura.

Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora que a
los ángeles les resulta sorprendente y milagrosa, casi sobrenatural.

Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como una plegaria o un canto a capela.

Por Carmen Vallejo

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Robin Norwood

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