
Los griegos y los romanos nos han dejado muchas historias de líderes y héroes que se han enfrentado a la muerte, y, sin excepción, en sus horas finales estas personas se mostraron tranquilas e impasibles.
Piensa en Sócrates, al que ejecutaron haciéndole beber cicuta. La historia de su fallecimiento le sitúa rodeado de sus seguidores, haciendo bromas con toda la serenidad del mundo.
Por el contrario, en la literatura judía, como en 1ª y 2ª de Macabeos, se observa que cuando los judíos narraban las muertes de figuras importantes y de héroes no los presentaban tranquilos e indiferentes como los griegos; más bien, se muestran
apasionados y sin miedo a nada, y alaban a Dios en el momento en el que sus perseguidores les cortan a trozos.
En ninguna de estas dos tradiciones, ni tampoco en toda la literatura antigua,
encontramos una descripción como la que Marcos hace de las horas finales de Jesús antes de enfrentarse a la muerte.
Marcos narra;
Fueron a un lugar llamado Getsemaní, y Jesús les dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras yo oro.» Se llevó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a sentir temor y tristeza. «Es tal la angustia que me invade que me siento morir les dijo quedaos aquí y velad.» Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar que, de ser posible, no tuviera él que pasar por aquella hora.
Decía: «Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.» (Marcos 14:32-36)
Aquí, justo antes de su ejecución, Jesús abre su corazón a sus Gracias discípulos, le abre el corazón a Dios, a los lectores del Evangelio de Marcos, y pone al descubierto sus luchas, su agonía, sus miedos ante la muerte.
Entonces se dirige a Dios y suplica: «¡Hay alguna manera de apartar esta copa de mí? ¿Hay alguna manera de que pueda salir de este atolladero? ¿Es posible que pueda
librarme de esta misión?» Hasta este punto Jesús ha tenido todo bajo control. Parece que hasta ahora nada le ha sorprendido. Jesús siempre sabe qué está pasando: parece que nada le sobresalta. Pero, de repente, leemos que «comenzó a afligirse»
«sentir tristeza». En realidad, la palabra griega quiere decir «sorprendido» Retrocede y repasa el Evangelio de Marcos hasta este punto. Jesús se ha mostrado totalmente imperturbable. Sin embargo, aquí de repente ve algo, se da cuenta de algo, experimenta algo que deja atónito al eterno Hijo de Dios.
Además, según el pasaje, Jesús también está «angustiado» O «siente temor». El verbo en griego significa «estar abrumado por el horror». Imagina que estás andando por la calle, giras en la esquina, ha habido un accidente de coche y allí, delante de ti, te encuentras a alguien a quien amas mutilado. ¿Qué sientes? Náuseas. El horror que sientes es como una sombra física que se abalanza sobre ti para estrangularte. Esa conmoción es la que Jesús está experimentando. Eso es lo que Jesús dice: «Es tal la angustia que me invade que me siento morir» La lucha de Jesús no solo es única entre los relatos antiguos sobre la muerte de personajes ilustres, sino que también es única en la historia de la iglesia. ¿No te parece raro? Tenemos muchos testimonios reales de hombres y mujeres cristianos que murieron por su fe: los echaron a las fieras, los cortaron en trozos, los quemaron en hogueras.
Parece que muchos de ellos se enfrentaron a la muerte con más calma que Jesús. Veamos el ejemplo de Policarpo, obispo de Esmirna, un líder de la iglesia cristiana primitiva. Casi al final de su vida, le llevaron ante un juez y le dijeron que le quemarían en la hoguera. El juez, en efecto, le dijo:
«Te daré una oportunidad más: si rechazas el cristianismo». Del mismo modo, en Isaías 51:22 Dios habla de «la copa que te hacía tambalear [.] el cáliz de mi furia».
Durante su vida, debido a la porque participaba de danza eterna con el Padre y el Espíritu, cada vez que se dirigía al Padre, el Espíritu le inundaba con amor. Lo que ocurrió de manera visible y audible en el bautismo y en la transfiguración tenía lugar de forma invisible e inaudible cada vez que oraba. Pero en el huerto de Getsemaní, se dirige al Padre y lo único que puede ver es el abismo, el vacío: la ira de la copa. Dios es la fuente de todo amor, toda vida, toda luz, toda coherencia.
Por lo tanto, estar separado de Dios significa estar separado de la fuente de toda luz, todo amor, toda coherencia. Jesús había empezado a experimentar la desintegración espiritual, cósmica e infinita que ocurriría cuando se separase del Padre en la cruz.
Jesús había empezado a experimentar tan solo un anticipo de todo aquello, y se tambaleó.
La ira del amor En este punto, quizás digas: «No me gusta la idea de la ira de
Dios. Quiero un Dios de amor» El problema es que si quieres un Dios de amor, también será un Dios enfadado. Por favor, piensa en ello. Las personas que aman
pueden enfadarse, no a pesar de su amor, sino debido a su amor.
De hecho, cuanto más intensa y profundamente amas a una persona, más te puedes enfadar. ¿No te habías dado cuenta? Cuando ves a personas heridas o que han sufrido abuso, te enfadas.
Si ves a personas que se hacen daño a sí mismas, te enfadas con ellas, por amor. Tu sentido del amor y de la justicia se activan a la vez; ¡no son sentidos opuestos! Si ves a personas que se están destruyendo o que están destruyendo a otras y no te enfadas, es porque no te importa. Estás demasiado centrado en ti mismo, eres demasiado cínico, o demasiado duro de corazón.
Cuanto más amas, más te enfadas ante aquello que hace daño a quien amas. Y cuanto mayor es el daño, mayor será tu reacción.
Continuara.









