¿Ya sabes lo que no quieres del Amor?

Por Walter Riso

CONTENIDO PSICOLOGÍA

Precisamente cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, loca, falsa y pasajera de las pasiones, es cuando se ven obligadas a prometer que se mantendrán en ese estado de excitación inusual y agotadora hasta que la muerte los separe.

Bernard Shaw

Es un gran pecado jurar un pecado; pero es más grande mantener un mal juramento.

william Shakespeare

La paradoja a la que me enfrento en mi consulta es que la mitad de mis pacientes no ven la hora de separarse y la otra mitad no ven la hora de casarse.

Parece que el matrimonio o la vida en pareja, a pesar de los nuevos valores de la posmodernidad, siguen siendo una aspiración de muchos; parece que no estamos hechos para la soledad afectiva.

Los biólogos evolucionistas dicen que el instinto de procreación nos impulsa a buscar pareja; sin embargo, nadie puede negar que construir una familia es una de las experiencias más reconfortantes desde el punto de vista psicológico y espiritual:
el problema es saber con quién emprendemos la tarea, cómo elegimos compañero o
compañera.

Si suponemos que la vida es más llevadera entre dos, el otro no puede ser una carga.

El amor de pareja saludable es liviano, no hay que arrastrarlo, no es una cruz, ni una tortura socialmente aceptada; el buen matrimonio no está hecho a base de sufrimiento y lágrimas, como todavía piensan ciertas personas. En una relación sufriente y agotadora, sin perspectivas de mejoría, «adaptarse» es peligroso, además de irracional. No hay que padecer a la persona amada, sino disfrutarla.

LA SABIDURÍA DEL NO

Algunos separados, mas allá del malestar que esto conlleva, adquieren lo que podría llamarse la sabiduría del «no»; es posible que no posean una absoluta claridad sobre lo que esperan y quieren del amor, pero sí sobre lo que no quieren y no estarían dispuestos a tolerar por segunda vez.

Después de un tiempo, cuando la vivencia del «nunca mas» se instala y se hace consciente, funciona como un antivirus. ¿Qué no quisieras repetir en una nueva relación?

Por ejemplo: no quiero vivir en abstinencia sexual, no quiero una persona extremadamente ahorrativa, no quiero una pareja celosa que me quite libertad; no quiero que no me respeten; no quiero alguien poco cariñoso; no quiero que se olviden de mi cumpleaños; no quiero que mi pareja sea aburrida; no quiero que me sea infiel…

En fin: tus «no quiero», ordenados y sistematizados de mayor a menor, lo que no sería negociable, lo que no serías capaz de soportar de nuevo. Un mal matrimonio o una mala relación saca a flote nuestras sensibilidades más profundas que, probablemente, no conocíamos antes de sufrirlas.

Aprende de las experiencias anteriores. Que tu próxima «elección afectiva» sea sustentada y pensada: amar no es volverse bobalicón (a pesar de que en la etapa de enamoramiento se nos baje por unos meses el coeficiente intelectual). Los que se equivocan por segunda o tercera vez lo hacen porque no han detectado ni incorporado los «no quiero» correspondientes de los primeros intentos.

¿POR QUÉ NOS EQUIVOCAMOS TANTO EN EL AMOR ?

Es un hecho que la mayoría de las personas elegimos pareja exclusivamente con el corazón y no consideramos de manera racional otros aspectos que podrían ser
fundamentales para la convivencia diaria.

Los enamorados que conocen o intuyen el lado oscuro del otro se auto engañan y animan a sí mismos diciendo que el «gran» amor que sienten los ayudará a salir victoriosos.


Pero la verdad es que decimos y hacemos muchas estupideces en nombre del amor: nos dejamos estafar, persistimos en relaciones donde el otro no nos ama, soportamos el maltrato, renunciamos a la vocación, matamos, nos suicidamos, sacrificamos nuestra libertad, negamos nuestros valores…

En fin, el tan alabado amor muchas veces se nos escapa de las manos y nos conduce a un callejón sin salida.

Es evidente que en una vida de relación, el sentimiento no lo suple todo. «Con el amor no basta», dicen los expertos, y tienen razón. Deberíamos elegir pareja de una manera más «pensada» y menos visceral: «Te deseo, me gustan muchas de tus cosas, pero todavía no sé si encajas en mi vida, aunque mi cuerpo y mi ser me impulsen desordenadamente hacia ti».

Lo siento por los fanáticos del enamoramiento, pero el amor, para los que nos movemos en un plano terrenal y no hemos trascendido, no suele ser tan incondicional (el número de desertores en el tema es cada día mayor), ni mueve montañas: más bien te aplasta, si te descuidas y no lo sabes manejar.

Antes de arriesgarte ciegamente, coloca el entusiasmo entre paréntesis por un
momento (es posible bajar la hipomanía o el enamoramiento por unos instantes, si uno realmente quiere hacerlo) y conéctate a un sistema de procesamiento más controlado (no me refiero a que dejes de amar, sino a que intentes un relax voluntario).

Una vez hayas descendido de la estratosfera, empieza a considerar ventajas y desventajas, pros y contras y tus expectativas más entrañables; trata de pensar de la cintura para arriba y no de la cintura para abajo. Hazlo como un ejercicio, una disciplina: quédate en la realidad concreta tratando de ver las cosas como son. Si repites esta práctica de conectarte y desconectarte con la emoción, irás forjando una nueva habilidad que te servirá en el futuro: serás capaz de integrar razón y emoción y discernir cuándo sobra una o falta la otra.

Una vez hayas descendido de la estratosfera, empieza a considerar ventajas y desventajas, pros y contras y tus expectativas más entrañables; trata de pensar de la cintura para arriba y no de la cintura para abajo.

Hazlo como un ejercicio, una disciplina: quédate en la realidad concreta tratando de ver las cosas como son. Si repites esta práctica de conectarte y desconectarte con la emoción, irás forjando una nueva habilidad que te servirá en el futuro: serás capaz de integrar razón y emoción y discernir cuándo sobra una o falta la otra.

PILARES DE UNA RELACIÓN AFECTIVA

Según la mayoría de los tratados sobre el amor conyugal, para tener una buena
relación de pareja se necesitan un cúmulo de «virtudes» de las que no todos disponemos.

Algunas de estas cualidades, consideradas imprescindibles, son: compromiso,
sensibilidad, generosidad, consideración, lealtad, responsabilidad, confiabilidad, cooperación, adaptación, reconocer errores, perdonar, solidaridad, altruismo, etcétera, etcétera.

¡Qué cantidad de cosas! Si alguien hubiera incorporado a su ser todos estos valores estaría próximo a la santidad y no necesitaría pareja.

La realidad nos muestra que la gran mayoría de nosotros estamos muy lejos de ese nivel de excelencia y cuando iniciamos una relación afectiva lo hacemos con toda nuestra defectuosa humanidad a cuestas.

No te enamoras de un «pedazo» de la persona, no puedes fragmentarla a tu
gusto ni ignorar sus «vicios» y carencias, porque tarde o temprano harán su aparición: te relacionarás con todo lo que es el otro, con lo bueno, lo malo y lo feo.

Está claro, entonces, que el conocimiento real de la pareja debería ser antes y no después del matrimonio.

También es importante conocer el míster Hyde.

Desde una perspectiva menos angelical y con los pies en la tierra, podríamos decir que una buena relación (de carne y hueso) requiere, al menos, de tres factores que deben funcionar a la vez. Si te falta alguno de ellos, tu relación va cuesta abajo. Analízalos y llega a tus propias conclusiones.

DESEO O ATRACCIÓN

Eros, listo y dispuesto. En una relación de pareja debe haber química, ganas por el otro (si tienes que persignarte cada vez que haces el amor y aguantar la respiración, estás con la persona equivocada). La pareja como tu postre preferido: cuando lo comes, se te sacia el antojo, pero al otro día la apetencia renace con igual ímpetu; el organismo pide mas y el placer se renueva.

Las parejas que funcionan bien se devoran amorosamente entre sí y hacen del erotismo un juego grato y simpático.

Fantasías consensuadas y bien administradas,
imaginación en equipo: yo te hago, tú me haces, nosotros nos hacemos.

Si Eros está presente, la mecha estará siempre encendida; bastará una chispa para que se dispare el fogonazo. ¿Y si Eros va apagándose sin causa evidente? Hay que intervenir de forma rápida, porque una vez extinguido, recuperarlo es prácticamente imposible.

Las parejas víctimas de la rutina van cambiando el arrebato inicial, alegre y energético, por una sexualidad mecánica y casi siempre insulsa, que deja malherido a Eros: sin sorpresa o algo de locura, el sexo se hace predecible, aburrido y, a veces, grotesco.

Si la dinámica es como sigue o se le parece, pide ayuda urgente: El: « ¿Tienes ganas?». Ella: «Pues, lo que se dice ganas… Además estoy resfriada…

Pero si no puedes aguantarte, hagámoslo…».

Se desnudan, él se descarga y ella aguanta: misión cumplida, y a otra cosa. ¡Eso no es Eros! Falta la coquetería, el exhibicionismo, la avidez, aullar un poco, el juego de roles, los extras…

En fin: que lo carnal nunca suplante lo sensual. Suplicar por sexo es indigno, hacerlo con desgana, deprimente.

AMISTAD

¿Por qué nos sentimos tan bien con los amigos? ¿Qué mantiene esa alegría
compartida? Cuando estamos con ellos, queremos contarnos cosas y escuchar. ¿Qué
hay alli? Complicidad y una mezcla encantadora de humor/sintonía.

Hay cierta honestidad implícita, cierta lealtad que facilita la comunicación y la hace más fluida. Podríamos decir, siguiendo a Montaigne, que los verdaderos amigos son como una extensión de uno: «La propia alma en cuerpo ajeno».

La pregunta que surge y que genera polémica es la siguiente: ¿podemos ser amigos de nuestra pareja? En contra de lo que sostienen algunos pensadores, yo creo que sí, y no sólo lo creo, sino que lo considero imprescindible.

Con la «pareja amiga» no tienes que explicar el chiste, la risa llega antes de que termines de contarlo, el humor es tácito y compartido: no sólo haces el amor, también «haces la amistad». El mito nos enseña que las personas opuestas se atraen, y no es verdad.

Cuando hay más desencuentros que encuentros y te ves obligado a sustentar y defender tus puntos de vista como si estuvieras en un estrado judicial, estás en el lugar equivocado y con la persona inapropiada.

Hay incompatibilidades que no son fáciles de llevar y cuya presencia, muy posiblemente, afectará a la amistad en la pareja.

Por ejemplo: la ideologia, los proyectos personales, la religión, las posiciones éticas, la actitud frente a la vida, y otras cuestiones vitales que reflejan visiones del mundo encontradas.


Si existe un acuerdo sobre lo fundamental, te indignarán las mismas cosas. Habrá cierta paz en el ambiente. Tener sexo con el mejor amigo (que ojalá sea tu pareja) es estar muy cerca de un amor completo. Falta algo más: el ágape.

TERNURA

La ternura es lo opuesto de la violencia, implica el cuidado amoroso de quien te
necesita: la dulzura actúa como un sistema defensivo contra la agresión y el irrespeto.
Hay ocasiones en que por carencia o alguna fatalidad, tu pareja pasa a un primer plano y tu «yo» da un paso atrás.

En esos momentos, la democracia se rompe, no por la fuerza de un amor impositivo, sino por el desequilibro que genera la compasión frente al sufrimiento de la persona amada; das más de lo que recibes.

Cuando amamos de verdad, preferimos sufrir nosotros que ver sufrir al ser amado; ocuparíamos su lugar gustoso si pudiéramos hacerlo. ¿El equilibrio? Ser para uno y ser para el otro, tener las dos opciones disponibles para actuar según lo demande el caso.

«Te amo, pero vivo mejor sin ti»

Un hombre joven que sufría de depresiones llegó a mi consulta y expresó así su malestar: «Estoy casado con una mujer muy difícil…

Me es infiel hace mucho tiempo y no quiere tener sexo conmigo.

Cada vez que puede me dice que soy un fracasado, me considera un inútil y se burla de mi físico. Tenemos un hijo y prácticamente yo soy el que lo cria porque ella nunca está en casa. Odia a mi familia y a mis amigos. Vivo triste y amargado [llanto].

A veces quiero quitarme la vida…». Llevaba cinco años en esta mezcla de tragedia e indignidad y aunque sobrevivía a base de medicamentos y ayudas psicológicas, no era capaz de tomar la decisión de dejarla.

Cuando le pregunté por qué seguía con ella, su respuesta fue: «La amo». Es difícil de entender cómo el desamor se resiste tanto en situaciones como éstas: si mi paciente hubiera dejado de amarla, la tortura no habría durado tanto. Sin embargo, se sentía atado por un sentimiento que seguía vivo como el primer día. Más allá de sus motivaciones psicológicas y las explicaciones clínicas, quiero señalar que el mismo «argumento afectivo» de persistencia («La amo» o «Lo amo»), mantiene atrapadas en relaciones enfermizas a millones de personas.

Se ha vendido tanto la idea de que el principal motivo de la unión conyugal es el amor, que su sola presencia justifica cualquier cosa.
A una mujer mayor, que vivía infeliz y doblegada en su matrimonio, le pregunté
por qué había acudido a mi consultorio, y respondió: «Vengo a que usted me ayude a
no quererlo más».

Le expliqué que nadie deja de amar a voluntad: no puedes desenamorarte «deseando desenamorate».

El mecanismo no funciona de este modo,aunque sí es posible racionalizar el sentimiento, enfriarlo un poco e intentar tenerlo bajo control. Con entrenamiento y algo de estoicismo podemos conseguir que la emoción no apabulle a la razón. De todas maneras, afirmar que el amor justifica el tormento de una mala convivencia es incomprensible.

Propiciar una ruptura con la persona que te hace sufrir, aunque la ames, implica cambiar un sufrimiento continuado e inútil por un dolor más inteligente, que se absorbe gracias a la elaboración del duelo: «Te amo, pero te dejo.

Y lo hago no porque no te quiera, sino porque no me convienes, porque no le vienes bien a mi vida…».

Cambiar de carril, cambiar un dolor interminable y sostenido por otro de feliz desenlace, aunque el amor insista, te empuje y te idiotice. Podríamos afirmar que algunas separaciones funcionan como una cura por desintoxicación; lo que más duele es el síndrome de abstinencia: el pico donde la máxima necesidad se enfrenta a la máxima carencia.

Pero a partir de allí, una vez superado el clímax de la angustia, el organismo empieza a recuperarse poco a poco.

La máxima es como sigue: si no vives en paz, amar no es suficiente. Y ésa es la razón por la cual algunas separaciones habría que notificarlas al público en general y hacer una fiesta de celebración.

ES TU DECISIÓN

En la mayoría de las culturas existe una curiosa contradicción en lo que respecta
a las relaciones que se establecen entre amor y matrimonio: por un lado se recomienda a los cuatro vientos (casi es una exigencia) que el vinculo sea por amor, y por el otro, no se acepta el desamor como una causa válida de divorcio. No se entiende que, si el amor nos une, el desamor no pueda desunirnos. Se dirá que hay otras cuestiones por las que luchar (por ejemplo, compromisos, hijos, valores religiosos) y quizá sea cierto en algunos contextos, pero me pregunto qué sentido tienen esos «compromisos» si se carece de la energía principal que los mantiene vivos. ¿Los matrimonios por conveniencia? No son por amor y todo queda claro desde el principio.

¿Qué opinas de esta declaración fervientemente amorosa y esotérica?: «Pro-
meto amarte de aquí a la eternidad, en todos los planos astrales, en todas la dimensiones existentes y en cada vida en que me reencarne».

La manifestó un hombre enamorado de una mujer menor, que temblaba de placer al oír semejante exabrupto. ¿Qué juraba el hombre? ¿Cómo estaba tan seguro de que nadie más tocaría su corazón?

Además, ¿cómo tener la certeza de que lo que hoy me agrada de él, dentro de veinte
años no se vuelva insufrible? Podría intentarlo seriamente, como un héroe, pero no
asegurarlo. La gente cambia, al igual que sus gustos y su motivación.

Garantizar que uno jamás se enamorará de alguien más resulta demasiado presuntuoso para tomarlo en serio. Insisto: podemos activar un sistema de resistencia psicológica para defendernos de otros amores, pero jurar amor eterno es demasiado. Los compromisos deben hacerse sobre cuestiones que dependen de uno: «Intentaré ser fiel, seré respetuoso, no sacaré ventajas ni te explotaré, seré honesto y sincero…», en fin, actitudes de las que sí puedo hacerme cargo. Si el desamor no es motivo de separación y el compromiso debe avalar una relación más allá de toda duda y sin atenuantes, tal como lo plantean algunas subculturas y grupos sociales, contraer nupcias es un camino sin retorno.

¡Prohibido desenamorarse, prohibido retractarse! Nada que hacer. No conozco a
nadie a quien le hayan «anulado» el matrimonio por desamor, aburrimiento o tedio crónico.

La decisión de seguir o no con tu pareja es exclusivamente tuya: no entregues el poder a otra persona para que decida por ti. Tú eres el único o la única que sabe cómo es realmente tu relación y cuánto te afecta.

No sé

Estimo altamente estas dos pequeñas palabras:

«No sé».

Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en
nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está
suspendida nuestra tierra diminuta.

Si Isaac Newton no
se hubiera dicho «No sé» las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor
de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y
comérselas.

Si mi compatriota María Sklodowska-
Curie no se hubiera dicho «No sé» probablemente se
habría quedado como maestra de química en un colegio para señoritas de buena familia y en este
trabajo, por otra parte muy decente, se le hubiera ido
la vida.

Pero siguió repitiéndose «No sé» y justo estas palabras la trajeron dos veces a Estocolmo, donde se otorgan los premios Nobel a personas de espíritu inquieto y en búsqueda constante.»

Wislawa Szymborska

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