Comprendes qué para hacer bien las cosas tal vez sea necesario sufrir.

Recuerdo el caso de un matrimonio que competía, sin darse cuenta, para ver cuál de los dos quería más a su hijo y a cuál de ellos su hijo quería más.



Esta competencia surgía en actitudes mínimas en chistes, pero estaba todo el tiempo latente y era el origen de muchas discusiones y peleas que, por supuesto, conscientemente encontraban otros motivos aparentes.

Ocurre que la relación de los padres con los hijos presenta dificultades distintas a las de una pareja, pero no por eso deja afuera la posibilidad de la aparición de los celos.

Para ahondar un poco más sobre esto, me gustaría poner como ejemplo una escena de una película que a lo mejor muchos de ustedes hayan visto:

Kramer Us. Kramer. película Estadounidense de 1979, Drama Legal, Actores Dustin Hoffman y Meryl Streep.


Para los que no la vieron, la película cuenta la historia de un matrimonio que se separa.

Un día el marido, al que le estaba yendo muy bien en su trabajo, que estaba a punto de ser ascendido, de ganar mucho dinero, llega a su casa y ve a su mujer que está en la puerta del ascensor, con la valija en la mano y que ha decidido irse.

No entiende lo que está pasando e intenta convencerla para que no lo haga, pero no
hay manera, ella ya lo ha decidido y se va.

La pareja tiene un hijo pequeño al que, al principio, el padre no sabe muy bien
qué decirle.

Además, en el fondo, él espera que ella vuelva. Pero, después de unos
días, la mujer envía una carta. El padre abre la carta, contento porque cree que ella va a comunicar su regreso, y se sienta junto a su hijo para compartir con él lo que su mujer ha escrito; pero cuando la empieza a leer, ve que está dirigida al chico y que es un intento de explicarle el porqué de su abandono.

Le dice que cuando un matrimonio se separa, la mayoría de las veces son los papás los que se van y los hijos se quedan con las mamás.

Sin embargo, a veces las que se van son las mamás, porque ellas también tienen derecho a buscar algo importante para sus vidas más allá de los hijos. Y que ella quiere encontrar algo importante más allá de él.

El nene, imaginen la situación, no quiere seguir escuchando y empieza a vivir
esta nueva realidad de un modo muy angustioso.

Lo primero que hace es enojarse con el padre porque, según le parece, hace todo mal.

Prepara el desayuno y se le queman las tostadas, se le vuelca la leche, y el hijo le dice: «Mamá lo hacía mejor, mamá lo hacía mejor».

Y el hombre no sabe qué hacer: se siente impotente ante esa situación, se enoja, se desespera.

Pero el tiempo avanza y ocurre algo maravilloso, y es que empiezan a adaptarse
a esta nueva realidad, a reírse, a distribuirse las tareas. El papá limpia la casa mientras que el hijo lo ayuda a cocinar; las tostadas ya cada vez se queman menos y todo parece encaminarse, hasta que en un momento determinado el chico cae en una etapa depresiva y le dice al padre que se siente culpable de que su mamá se haya ido, que algo debe de haber hecho mal.

Esto es bastante común que ocurra en los chicos de padres que se separan.
Piensan que fue por culpa de ellos que el matrimonio ha fracasado.

Pero este papá lo calma, lo abraza, lo contiene y le hace entender que no fue por él que la madre se fue.

Es un período difícil y doloroso, pero del que salen juntos y, después del cual, las cosas empiezan a funcionar bien.

Por supuesto, todo tiene un costo en la vida y, en este caso, el costo es que el padre que estaba a punto de recibir un ascenso, de ganar mucho dinero, empieza a empobrecerse.

Ya no puede dedicarle tanto tiempo al trabajo porque tiene que ocuparse de su hijo, bañarlo, vestirlo, llevarlo al colegio, ayudarlo a estudiar, estar para dormirlo y, entonces, lo despiden del trabajo porque ya no es el empleado modelo de antes, el hombre emprendedor con destino de grandeza.

Busca trabajo de otra cosa, de medio día para poder encargarse de su hijo y lo consigue. Y cuando por fin parecía ser que las cosas se acomodaban, reaparece la madre.

Ella ha armado una nueva pareja con un hombre adinerado, se instaló en una
hermosa casa, construyó un proyecto y, ahora que está bien consigo misma, quiere
recuperar a su hijo y, por eso, vuelve a buscarlo.


Pero el padre no está dispuesto a entregarlo.

Quiere que su hijo se quede con él y, entonces ella le inicia una demanda legal; por eso la película se llama Kramer vs. Kramer, que es la carátula del juicio por la tenencia del hijo.

En el transcurso del proceso judicial hay un momento en el cual se perfila claramente que ella tiene todas las de ganar. Le ha ido bien, tiene una nueva familia, un hogar lujoso, en tanto que él, por estar con el hijo, ha perdido ingresos económicos, su condición es muy austera, y, como si esto fuera poco, ella es la madre; y todos sabemos que la ley suele creer que los hijos están siempre mejor con
sus madres; algo que podríamos discutir largamente, ya que no puede emitirse un
dictamen universal sobre esto y siempre dependerá de cada caso.

Pero la cuestión es que el abogado le dice al padre que no hay manera de que él gane este juicio, excepto que tome una decisión drástica.


-Si queremos ganar -le dice-, tenemos que subir al chico al estrado para que cuente cómo sufrió cuando lo dejó la madre, cómo se sintió abandonado y todo lo que vos hiciste por él.


Y el hombre se imagina la situación que deberá afrontar su hijo en ese lugar, rodeado de testigos, abogados, prensa, el juez, el jurado y dice:


-Yo no puedo permitir que mi hijo pase por eso.


-Pero si no lo hacemos vamos a perder.
A lo cual le responde:


-Bueno, perdamos entonces, pero yo no voy a exponer a mi hijo a todo eso.


El juicio sigue adelante y, como era de esperar, pierden. Y así llegamos a la escena final, que es la del día en el que la madre tiene que ir a buscar al hijo para llevárselo con ella.


En la casa del padre todo está listo: el chico vestido, su valija preparada en un rincón y ambos esperando.

Padre e hijo se miran, están quebrados y el chico intenta retener su llanto sin conseguirlo.

Entonces el papá lo acaricia, le sonríe, mira el reloj y suena el timbre.

Es la madre: pero le pide al hombre que baje un minuto sin el hijo. Él lo hace y cuando llega abajo la encuentra destruida y en una crisis de llanto.

El la mira sin entender y ella le dice que peleó todo este tiempo por recuperar a su hijo porque lo ama, porque quería lo mejor para él.

Y que hoy, antes de salir fue al cuarto que le había preparado, pintado y adornado especialmente porque quería darle un hogar, y entonces comprendió que no podía llevárselo porque su hijo ya tenía un hogar.

Y se echa en los brazos de su ex marido, y lloran juntos, fuertemente abrazados.

Es una imagen muy fuerte y conmovedora.

Nos referíamos a los celos que pueden surgir entre los padres por el cariño de sus hijos, pero también al sentimiento de posesión que en algún momento puede hacernos creer que alguien, en este caso el hijo, es un objeto cuya posesión puede ser disputada sin tener en cuenta sus deseos.

Pero cuando ambos padres lo miran y lo ven como lo que es, una persona con deseos propios, con derecho a elegir, la actitud de los dos cambia.

Lo que esta historia muestra es cómo el amor, cuando es sano, funciona de otra manera y genera otras actitudes.

Porque ese padre era capaz de perder lo que amaba con tal de no lastimarlo y dijo: «que se lo lleve la madre», pero ella a su vez, también renunció a lo que más ama con tal de no lastimarlo y dice:

«Éste es su hogar, ésta es su casa y aunque yo lo quiera tanto, es aquí donde debe estar».

Y se abrazan y otra vez se reencuentran, ya no como pareja, pero sí como dos padres que aman a un hijo con un amor sano y maduro.



Entonces, es cierto esto de que las relaciones humanas son complejas y muchas veces la posesión, los celos, la envidia se mezclan pero, si hay un punto en el cual el amor se convierte en algo deseable en la vida de los hombres es éste en el que alguien, antes que nada, respeta y vela por lo que ama.

Allí no hay lugar para la posesión. Se poseen los objetos, no los sujetos. Los sujetos desean y elijen por si mismos.

Hay quienes no entienden esto, y me viene a la mente una hermosa metáfora que tienen algunos pueblos africanos, que dice;

Que cuando cerramos el puño, es cierto que nadie puede quitarnos nada, pero no es menos cierto que tampoco nadie puede colocar nada nuevo en nuestra mano.

Cierto que nadie puede quitarnos nada, pero no es menos cierto que tampoco nadie puede colocar nada nuevo en nuestra mano.

Por eso compartí con ustedes el relato de esta película. Porque me parece que esta historia muestra de manera precisa cómo al principio hay una puja entre dos personas que aman sinceramente, pero que ese amor se juega de un modo celoso, egoísta, ruin y no tiene en cuenta a la persona amada.

Pero cuando todo empieza a verse más claro, comprenden que, en ocasiones, para hacer bien las cosas tal vez sea necesario sufrir: para ganar a veces hay que perder.

Cuando alguien es capaz de enfrentar una situación de esta manera, queda la sensación de que, de vez en cuando, el amor tiene sentido.

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