Por Nicole Di Mateo

CONTENIDO PSICOLÓGICO
Pareciera que la opinión general se vuelca en sentido afirmativo ante esta pregunta y sostiene que siempre algo de celos hay en una relación de pareja, que es una muestra de que el otro les importa y que no es posible no desear poseer a quien amamos.
Pero, para pensar con claridad sobre esta problemática, sería indispensable empezar discriminando algunas cosas que suelen confundirse
Colocando cada una de ellas en su lugar.
Es un hecho que los celos suelen confundirse con la posesión, y también con la envidia.
Alguien nos habla de una persona y nos dice que es muy celosa, muy posesiva, porque tiene mucha envidia y en ese enunciado ya cruzó tres conceptos diferentes y los expresó como si todos fueran el mismo, y no es así.
Entonces, me parece interesante diferenciar cada uno de ellos, porque si empezamos a pensar apoyados en conceptos erróneos, necesariamente llegaremos a conclusiones poco confiables.
Empecemos por diferenciar la envidia de los celos y digamos que la envidia es
una relación que hace referencia al vinculo que se establece entre dos personas, en
el cual una de ellas desea tener lo que la otra tiene.
Pero ¿cuál es la característica primordial de este modo vincular? Que eso que el otro tiene, para el envidioso no tiene ningún valor.
No se trata de que lo quiera por el atractivo del objeto. No, eso es lo de menos. Lo quiere solamente porque le molesta que lo tenga el otro, y el mejor ejemplo de esto lo podemos observar en el comportamiento de los niños.
Lleven dos golosinas exactamente iguales a dos chicos; denle una a cada uno y van a ver cómo es casi seguro que alguno de los dos va a protestar y a decir que quiere la que tiene el otro.
«Pero ¿si son iguales?», tratarán de explicarle en vano. A lo que el chico responderá que no le importa, que igual quiere la que tiene el otro.
Esta es, entonces, una relación entre dos personas, en la cual una de ellas no
quiere que la otra tenga algo y envidia al otro por poseerlo. Pero el detalle diferencial, repito, es que ese algo puede no valer nada para él, como ocurre en el ejemplo de las golosinas; es decir que el envidioso quiere apoderarse de ese objeto y quitárselo al otro, no porque lo considere algo importante, sino solamente porque no quiere que lo tenga él.
Como ven, se trata de una relación altamente destructiva y enfermiza porque el único placer que brinda es el dolor del otro, la molestia del otro.
Ustedes saben que la envidia es considerada uno de los pecados capitales y yo agregaría que es el más enfermo de todos: no brinda otro placer más que ser testigos de la frustración del otro.
Piensen en los demás pecados. La gula, por ejemplo, tiene su costado disfrutable, la pereza, también, y ni hablar de otros, como la lujuria, que pide a gritos ser quitada de esa lista y ganar un lugar entre los placeres capitales.
Y es que hay una relación entre esos pecados y el deseo. Piensen qué cosas se prohíben en los mandamientos, por ejemplo, y si lo analizan a la luz de los deseos inconscientes más fuertes que tenemos, van a encontrar una importante relación entre unos y otros.
Pero la envidia…
¿Qué placer aporta? Ninguno, excepto la malsana satisfacción de destruir al otro, de que el otro lo pase mal. ¿Quién de nosotros no ha escuchado decir: «No quiero que tenga eso…, porque no» o «mirá, antes de dárselo prefiero tirarlo»?
Y en eso «prefiero tirarlo» aparece la demostración más clara de que en la envidia el objeto no tiene ninguna importancia, no vale nada, es capaz de tirarlo a la basura; pero que el otro lo tenga, eso sí que no.
Los celos, en cambio, están definidos por una relación triangular en la cual el temor que siente el celoso es que una persona, a la cual quiere mucho, le dé a algún otro lo que sólo debería darle a él. Aquí no sucede lo que ocurre en el caso de la envidia, donde el otro se guardaba la golosina para él, sino que se lo va a dar a otra persona en lugar de dárselo a él; se lo da otro porque lo quiere más y lo quiere más porque seguramente es mejor, porque vale más.
Como vemos, en este caso el objeto sí es algo valioso que puede ser dado a uno o a otro, y el celoso teme que le den a otro algo que él valora mucho y quiere para sí.
En la envidia, el objeto (la golosina) no valía nada; en cambio en los celos, el objeto,
sea el que fuere (el amor, la sexualidad, el puesto de trabajo) es muy importante pa-
ra el sujeto.
Por eso el celoso vive temiendo que su pareja, por ejemplo, se enamore de otro o se acueste con otro, porque ese amor y esa fidelidad sexual son algo muy valioso para él.
Remarquemos, entonces, las diferencias en la estructura de los celos y la de la
envidia.
Decíamos que en los celos hay una relación triangular, hay también algo muy valorado y hay un temor enorme de que eso pueda ser dado a otro.
Generalmente, la persona celosa sufre mucho; vive en una eterna intranquilidad, está todo el tiempo pendiente y atemorizada ante la posibilidad de perder aquello que ama.
Efectivamente hay personas que quedan capturadas en el enamoramiento, pero
eso que parece ser una muy buena noticia, suele no serlo. Porque aunque pueda
parecer algo maravilloso esto de ser amado de esa manera tan idealizada, de saber
que la otra persona está siempre pendiente de nuestros deseos, es necesario poner
el acento en lo difícil que puede llegar a ser para alguien tener que soportar el lugar
del que siempre completa al otro, del que tiene todo lo que el otro necesita.
Me decía una paciente que le resultaba agobiante sentirse tan necesitada por su
novio.
Se quejaba de que él no podía hacer nada si ella no lo aprobaba, que le consultaba ante cada cosa y terminó esa sesión diciendo: «por favor, que le baje un cambio… soy simplemente una mujer»
Fíjense que lo que estaba planteando en realidad es que la idealización extrema, sostenida todo el tiempo, le resultaba muy agobiante; y lo que esto marca es que cuando ese deslumbramiento inicial se prolonga más de lo debido, ya no es grato para ninguno de los dos.
Lo que ocurre es que hay quienes no están en condiciones psicológicas para emprender una relación sana y, entonces, cuando se les termina la novela rosa, se les termina el amor.
Porque, en definitiva, la relación de amor tiene que ver con eso de poder discriminar lo que el otro tiene para dar, de lo que no tiene; y es más, a lo mejor lo tiene pero no lo quiere dar, y es su derecho.
Por eso se hace necesaria una cuota de madurez para tener ese respeto por la
voluntad del otro e intentar ser feliz a pesar de esto que no puede o no quiere dar.
Cuando alguien no es respetuoso de esta dinámica, la relación se vuelve patológica.
¿Por qué? Porque va a buscar de cualquier modo lo que no obtiene y va a atormentar al otro, lo va a presionar y esto va a hacer que su pareja se sienta mal, cuestionada y exigida todo el tiempo.
Ahora utilicemos todo esto que estuvimos viendo y apliquémoslo a los celos.
Recuerdo algunos versos de un poema de Eliseo Jiménez, que se llama, justamente,
«Celos», y me parece que pueden servir para graficar lo que siente el sujeto celoso.
Dice el poema en una de sus partes: «Tú sabes que en los ojos de los hombres / hay miradas impuras*
Pues bien, el celoso es antes que nada un sujeto que vive con la sensación de estar permanentemente en peligro; torturado por el temor de que venga otro a robarle lo que ama, y entonces, fijense cuando dice, «en los ojos de los hombres hay miradas impuras», podríamos preguntar ¿de qué hombres? Y la respuesta es: de todos los hombres.
Por eso, cada vez que su pareja sale a la calle o va a hacer alguna compra, el celoso teme que los otros (hombres en este caso) le vayan a dirigir miradas impuras, y esto se vuelve un tormento.
Otro verso dice: «Cuando te envuelve una mirada de esas, / y sientes que resbala por tu cuerpo / ¿qué es lo que piensas? di, ¿qué es lo que piensas?»
Y está muy bien la repetición de la pregunta, porque así le sucede en realidad, ya que es lo que le pasa en la cabeza todo el día: «¿Qué estás pensando? ¿De quién te acordaste?»
El celoso vive abrumado por esos cuestionamientos que dirige, a veces en silencio, a su pareja: ¿qué es lo que piensa, qué es lo que mira, qué es lo que siente?
Tiene la necesidad de tener bajo control todos los aspectos de la persona que quiere, por el temor a que se vaya con alguien mejor.
Como decíamos al comienzo del encuentro, de que le dé a otro lo que él quiere para sí. Si ustedes leyeran todo el poema, se darían cuenta de que a ese hombre en
realidad, no le alcanza con nada. Ni la sonrisa, ni el cuerpo, ni la mirada que se le
entrega a él.
Es como si quisiera tener hasta la exclusividad de su pensamiento y aún más. Querría tenerlo todo.
Pero, recordemos algo que dijimos en el primer encuentro: todo no se puede.
Y ésta es la tortura del celoso; o la celosa. Que no le alcanza con nada, porque lo que busca es otra cosa; lo que busca no se lo puede dar la persona que ama porque siempre querrá más.
¿Recuerdan lo del deseo que se desplaza permanentemente?
Bien, así actúa la dinámica de los celos: si le da su cuerpo, quiere su amor, si le da su amor, quiere sus pensamientos, si le da sus pensamientos, querrá también sus recuerdos y seguirá, hasta que en algún momento, la pareja no va a poder darle todo, porque lo que está pidiendo es otra cosa.
Algo que ni él mismo sabe qué es.
Para encontrar una respuesta a esos interrogantes, entre otras cosas, está el
psicoanálisis.


CUANDO SE TE OLVIDE QUIÉN ES TU PADRE RECUERDA ESTO
El padre casi siempre es invisible, casi, porque siempre como un súper héroe aparece cuando más lo necesitas, cuando sientes que ya no puedes, cuando lloras, cuando sientes que el mundo se te viene abajo, llega tu viejo sin importar si es distraído, bromista, adicto al trabajo o gruñón con mil defectos y te dice con una sonrisa y una palmada en tu hombro «tranquilo, todo saldra bien».
Un padre no es perfecto, porque es un ser humano que se cansa, se equivoca, se le olvidan las cosas, las fechas de nacimiento; pero un padre siempre preferirá que coman todos en su casa antes que él.
Tal vez se enoje contigo pero espera con ansias que alguien le platique cómo estás tú, su hijo; o que amanezca ya para recibir un ‘hola papá, ¿cómo estas? ¿ya comiste?’…
En las peores circunstancias siempre tu padre estará allí para dar su vida por todos sus hijos
Por José Mercado Robles
¡ Hola Bienvenida !

Nicole Di Mateo
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