Por Jorge Bucay

CONTENIDO NARRACIÓN & CUENTO
Rabindranath Tagore ha escrito un hermoso relato sobre Buda.
En su relato, Buda regresa al palacio de su padre después de doce años de vagar por los bosques haciendo diferentes prácticas espirituales, comiendo lo que hallaba o mendigaba y meditando.
Tagore cuenta cómo un día llegó el regocijo supremo. Sentado debajo de un árbol, Buda se iluminó. Y lo primero que recordó al descubrir la verdad fue que tenía que volver al palacio para comunicar la buena noticia a la mujer que lo había amado, al hijo que había dejado atrás y al anciano padre que era el Rey que cada día esperaba que volviera.
Después de doce años, Buda regresó, para encontrar a su padre terriblemente enojado diciéndole:
-Soy un anciano y estos doce años han sido una tortura.
Tú eres mi único hijo, y he intentado seguir vivo hasta que regresaras. Has cometido un pecado contra mí, casi me has asesinado, pero te perdono y te abro las puertas.
Pero quiero que sepas que me llevará mucho tiempo terminar de perdonarte.
Buda se rio y dijo: -Padre, date cuenta de con quién estás hablando. El hombre que dejó el palacio ya no está aquí.
Murió hace mucho tiempo. Yo soy otra persona. ¡Mirame! Y su padre se enojó todavía más. El viejo hombre no podía ver quién era Buda ni aquello en lo que su hijo se había convertido. No pudo ver su espíritu, que era tan claro para otros.
El mundo entero se daba cuenta, pero su padre no podía verlo, quizá como le pasaría a cualquier padre.
Él lo recordaba con su identidad de príncipe, aunque esa identidad ya no estaba ahí. Buda había renunciado a ella. De hecho, Buda dejó el palacio precisamente para conocerse a sí mismo tal y como era.
No quería distraerse con lo que los otros esperaban de él. Pero su padre lo miraba ahora a la cara con los ojos de hacía doce años.
-¿Quieres engañarme? -dijo-,¿crees que no te conozco? ¡Te conozco mejor de lo que nadie te pueda conocer!
Soy tu padre, te he traído al mundo; en tu sangre circula mi sangre,
¿cómo no voy a conocerte?…
Soy tu padre, y aunque me hayas hecho mucho daño, aunque me hayas herido profundamente, te quiero.
Buda respondió: -Aun así, padre. Por favor, comprende. He estado en tu cuerpo, pero eso no significa que me conozcas. De hecho, hace doce años ni siquiera yo sabía quién era.
¡Ahora lo sé! Mírame a los ojos. Por favor, olvida el pasado, sitúate aquí y ahora.
El padre casi estalló: -¿Ahora? Ahora estás aquí. ¡Toma, hazte cargo del palacio, sé el rey! Aunque a ti no te interese, no importa, eres mi hijo.
Déjame descansar. Ya es hora de que yo descanse.
Buda bajó la cabeza y le dijo: -No, padre, lo siento.
El padre hizo una pausa y su enojo se fue transformando en dolor.
-Te he esperado durante todos estos años y hoy me dices que no eres el que fuiste, que no eres mi hijo, que te has iluminado… Iluminado…
-después de enjugarse los ojos dijo finalmente-: Respóndeme por lo menos a una última cosa, sea lo que sea que hayas aprendido, ¿no hubiera sido posible aprenderlo aquí, en palacio, a mi lado, entre tu gente? ¿Sólo se encuentra la verdad en el bosque y lejos de nosotros?
Buda dijo: -La verdad está tanto aquí como allí. Pero hubiera sido muy difícil para mí conocerla aquí, porque me encontraba perdido en la identidad de príncipe, de hijo, de marido, de padre, como ponerte un ejemplo.
No fue el palacio lo que abandoné, ni a ti, ni a los demás, sólo me alejé de la prisión que era, para mí, mi propia identidad.
Solamente después de deshacerse de su identidad prestada, condicionada por su educación y los mandatos de aquellos que más lo amaron, descubrirá el hombre, aun Buda, que está en condiciones de disfrutar de su ser; será por fin libre de toda dependencia.
La cárcel imaginaria Mucha gente cree que es característico del sabio escapar de la sociedad, huir a la montaña, refugiarse en una cueva.
El verdadero sabio nunca escapa de la sociedad, como veremos cuando hablemos de él, simplemente se aleja en un intento, siempre doloroso, de renunciar a lo que
pueda quedar de su identidad.
Durante miles de años hombres y mujeres hemos vivido de alguna manera presos de nuestras identidades, sociedades, culturas, condicionamientos, temores y culpas.Las prisiones que encarcelan nuestros rígidos personajes no se llaman cárceles.
Les hemos puesto nombres más hermosos y engañadores: las llamamos templos, religión, partidos políticos, ideología, cultura, civilización, escuelas de psicoterapia, empresa próspera, fama, poder y honores. La llamamos también y sobre todo «el camino del éxito»
Es verdad que de vez en cuando le damos a nuestras cárceles nombres horribles (será para disimular?): las llamamos droga, alcohol, fobias, obsesión, desenfreno, fundamentalismo, locura. Fea o linda, exhibida ostentosamente u oculta y disfrazada, la cárcel está, y durante mucho tiempo todos estuvimos dentro de ella.
Por hermoso que sea el nombre de la prisión y por bien que se viva aparentemente, si estás atrapado estás preso.
Si lo pensamos un poco podemos asegurar sin temor a equivocarnos que quienquiera que viva conforme a una idea que lo condiciona es su prisionero, aunque nunca haya pensado en huir.
Aunque tu celda sea de primera clase, aunque el patio sea tan grande que tus ojos no lleguen a ver los muros, aunque la atención en la prisión sea de cinco estrellas.
Aunque te prometan permisos de salida cada vez más frecuentes, aunque las cadenas sean transparentes y no pesen demasiado comparándolas con las de otros, aunque sea una prisión que aparentemente tú elegiste, aunque compartas la celda con aquellos a los que más quieres.
Y es que dentro de una prisión aunque uno no quiera saberlo está preso.
De todas maneras no te acuses injustamente. Nunca entraste en la prisión. Naciste allí y te ordenaron, como a mí, quedarte cuando todavía no eras consciente (y posiblemente todavía no lo seamos del todo).
Te condicionaron (me condicionaron) para que estudiaras, trabajaras, te enamoraras y casaras dentro de la cárcel.
Te entrenaron y te hipnotizaron (como a mi para quemo pudieras ver los barrotes.
de empujaron (y me empujaron) para que creyeras que solamente allí estarías protegido.
Te dijeron (y les creímos) que después de todo era lo mejor a lo que podías aspirar.
El día que te enteres en dónde estás, e intentes decirlo en voz alta, los otros, tus compañeros de prisión, te dirán que es
mentira.
Y te dirán que la verdadera cárcel está fuera de esos muros. Y llorarán al cielo echando maldiciones para todos los que han intentado mostrarte otra verdad. Y te dirán que la libertad no existe y que fuera está el infierno.
Te mostrarán que allí dentro puedes realmente tener todo lo que desees (menos libertad, claro).
Tratarán de seducirte con premios y aplausos para que quieras quedarte.
Te ofrecerán dinero, sexo y lujos, condiciones «especiales» porque (te dirán) tú eres especial.
Y para impedir que te vayas, te amenazarán con castigo y tortura si no aceptas su oferta.
Y, si de todas maneras te vas, quiero que sepas que…
Saldrán a buscarte. Porque afuera tú eres una especie de amenaza.
Vendrán para llevarte de regreso o para mostrar tu cadáver a todos y demostrar con eso que la vida fuera es imposible.
Pero no desesperes, no te asustes.
Una vez libre, si tú no quieres, nadie puede encerrarte.


NO TE RINDAS
aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas, aunque el frio queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero.
Porque existe el vino y el amor, es cierto, porque no hay heridas que no cure el tiempo, abrir las puertas quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos,
No te rindas por favor no cedas, aunque el frio queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños, porque cada día es un comienzo, porque esta es la hora y el mejor momento, porque no estás sola, porque yo te quiero.
Por Mario Benedetti






