Por Jordan B. Petersone

CONTENIDO NARRACIÓN & CUENTO
Mi hijo se enteró de que estaba desnudo bastante antes de cumplir los tres años. Insistía en vestirse él mismo y para eso cerraba bien la puerta del cuarto de baño.
Nunca parecía delante de los demás sin ropa, y yo me veía incapaz de entender qué relación tenía eso con la educación que había recibido. El solo lo descubrió, él solo se dio cuenta y él solo decidió reaccionar así. A mí me parecía algo innato.
¿Qué significa saber que estás desnudo o, peor aún, que tú y tu pareja lo estás?
Toda una serie de cosas terribles que pueden, por ejemplo, expresarse de forma bastante horripilante, como hizo el pintor renacentista Hans Baldung Grien, una de cuyas pinturas inspiró la ilustración que abre este capítulo.
Estar desnudo significa ser vulnerable, significa que se te puede dañar con facilidad. Estar desnudo significa quedar expuesto al juicio, tanto de la estética como de la salud. Estar desnudo significa estar desprotegido, inerme en la selva de la naturaleza y los seres humanos.
Por eso Adán y Eva sintieron vergüenza nada más abrírseles los ojos. Ahora podían ver, y lo primero que vieron fue a sí mismos. Aparte de la transgresión que realizaron , sus defectos quedaban a la vista y su vulnerabilidad aparecía expuesta.
Contrariamente a otros mamíferos, cuyos delicados abdómenes están protegidos por
amplias espaldas que parecen corazas, ellos eran criaturas erguidas, que revelaban al
mundo las partes más vulnerables de sus cuerpos.
Y lo peor aún estaba por venir. Adán y Eva se confeccionaron inmediatamente unos delantales para cubrir sus frágiles cuerpos y proteger sus egos.
Acto seguido, se escabulleron para esconderse. En su vulnerabilidad.
de la que ahora eran conscientes, se sentían indignos de presentarse ante Dios.
Si no te puedes identificar con tal sentimiento es que no lo has pensado lo suficiente. La belleza avergüenza a los feos. La fuerza avergüenza a los débiles. La muerte avergüenza a los vivos y el Ideal nos avergüenza a todos. Así pues, lo tememos, lo miramos con recelo e incluso lo odiamos, lo que, por supuesto, es el siguiente tema explorado en el Génesis, en la historia de Caín y Abel.
¿Y qué podemos hacer? ¿Abandonar todos los ideales de belleza, salud, excelencia y fuerza?
No es una buena solución. Lo único que conseguiríamos sería asegurarnos de que nos sentiríamos avergonzados todo el tiempo y, además, de forma totalmente merecida.
No me gustaría que las mujeres capaces de deslumbrar con su simple presencia desaparecieran solo para que los demás no tuviéramos que sentirnos inseguros.
Tampoco quiero que desaparezcan intelectos como el de John von Neumann, simplemente porque tengo la misma competencia en matemáticas que un adolescente. El, a los diecinueve años, ya había redefinido los números. ¡Los números! ¡Alabado sea Dios por John von Neumann! ¡Alabado sea por Grace Kelly, Anita Ekberg y Monica Bellucci!
Me enorgullezco de sentirme insignificante en presencia de gente así. Es el precio que se paga por la ambición y los logros. Pero tampoco es de extrañar que Adán y Eva se cubrieran.
Esa tarde, cuando empieza a refrescar en el Edén, Dios sale a dar su paseo nocturno. Pero Adán no está por ningún lado. Dios se extraña, porque suele pasear con él, y lo llama: «¿Dónde estás?», olvidando aparentemente que puede ver a través de los arbustos. Adán aparece enseguida, pero no de la forma más acertada: primero como un neurótico y luego como un soplón.
El creador de todo el universo llama y Adán responde: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». ¿Qué significa?
Significa que la gente, perturbada por su vulnerabilidad, tiene siempre miedo a decir la verdad, a mediar entre el caos y el orden y a manifestar su destino.
En otras palabras, tienen miedo de caminar junto a Dios. Algo así quizá no resulte particularmente admirable, pero sí es comprensible. Dios es un padre con expectativas bien altas. Es difícil complacerlo.
Dios dice: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Y Adán, en su desdicha, señala directamente a Eva, su amor, su compañera, su alma gemela, y la delata. Y después culpa a Dios. Le dice: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
Qué patético y qué exacto. La primera mujer llenó al primer hombre de inseguridad y resentimiento.
Entonces el primer hombre culpó a la mujer y después a Dios. Y así es exactamente
cómo se siente hasta el día de hoy todo hombre rechazado.
Primero se siente pequeño delante del objeto potencial de su amor, después de que ella haya denigrado su idoneidad reproductiva. Entonces maldice a Dios por haberla hecho tan perversa, a él tan inútil (si es que tiene un poco de sentido común) y al propio Ser tan profundamente defectuoso.
Y entonces se entrega a maquinar una venganza. Una actitud profundamente despreciable… y absolutamente comprensible.
La mujer al menos podía culpar a la serpiente, que además luego resulta ser el propio Satán, por extraño que parezca. Así pues, podemos entender el error de Eva, que fue engañada por el mejor de los embusteros. Pero ¿y Adán? Nadie le obligaba a abrir la boca.
Pero lamentablemente lo peor todavía no ha pasado, ni para el Hombre ni para la
Bestia. Primero, Dios lanza una maldición a la serpiente, diciéndole que a partir de ese momento tendrá que arrastrarse, sin piernas, expuesta siempre al peligro de que
cualquier humano enfadado la pise.
Después, le dice a la mujer que en adelante sufrirá trayendo al mundo a sus hijos y deseará a un hombre indigno, a menudo Ileno de rencor, que por consiguiente dominará de forma permanente su destino biológico. ¿Y esto qué puede significar?
Podría significar simplemente que Dios es un tirano patriarcal, tal y como insisten las interpretaciones politizadas de esta historia antigua.
Nada más. Y he aquí el porqué: a medida que los seres humanos evolucionaban, los cerebros que terminaron dando lugar a la consciencia de uno mismo se expandieron enormemente.
Esto condujo a una competición evolutiva feroz entre la cabeza del feto y la pelvis femenina.
Las mujeres ensancharon generosamente sus caderas, casi hasta tal punto que correr ya no habría sido posible. El bebé, por su parte, se permitió nacer más de un año antes, en comparación con otros mamíferos de su tamaño, y obtuvo una cabeza casi plegable.
Algo así era un cambio doloroso para ambos. Por ello, el bebé, esencialmente fetal, es casi totalmente dependiente de su madre para cualquier cosa durante el primer año.
Su enorme cerebro es programable, lo que significa que hay que ir educándolo hasta que llegue a los dieciocho años (o los treinta) para poder echarlo del nido. Por no mencionar el consiguiente dolor de la mujer durante el parto y el alto riesgo de muerte que afecta a ambos.
Todo esto significa que las mujeres pagan un precio elevado por el embarazo y la
crianza de los hijos, sobre todo en las primeras etapas, y que una de las consecuencias inevitables es una mayor dependencia de las bondades, a veces poco fiables y siempre problemáticas, de los hombres.
Y una vez que Dios le dice a Eva lo que le va a pasar ahora que está despierta, se dirige a Adán que, junto a sus descendientes masculinos, tampoco se va a ir de rositas.
Dios le espeta algo así como: «Hombre, puesto que escuchaste a la mujer, tus ojos se han abierto. La visión divina que te han otorgado la serpiente, la fruta y tu amante te permite ver lejos, incluso en el futuro. Pero los que son capaces de ver en el futuro también pueden ver venir las dificultades enormemente, y así se tienen que preparar para todas las contingencias y posibilidades.
Para hacerlo, tendrás que sacrificar eternamente tu presente por el futuro. Tendrás que dejar a un lado el placer por la seguridad. Dicho en otras palabras: tendrás que trabajar. Y va a ser difícil. Espero que te gusten las espinas y los cardos, porque la tierra te los va a dar a montones.
Y entonces Dios expulsa al primer hombre y a la primera mujer del paraíso, arrancándolos de la infancia y del inconsciente mundo animal, y los adentra en los horrores de la historia.
Y después coloca a un querubín y una espada flamigera en las puertas del Edén tan solo para evitar que coman la fruta del árbol de la vida, algo que resulta particularmente malintencionado.
¿Por qué no podía dar la inmortalidad a los pobres humanos desde el principio? ¿Sobre todo si, siguiendo la historia, ese es el plan que tenia a largo plazo?
Pero a ver quién se atreve a cuestionar a Dios.
Así, quizá el cielo sea algo que tienes que construir, y la inmortalidad, algo que
tienes que ganarte.
Volvamos ahora a este: ¿por qué una persona compraría un medicamento para su perro y se lo suministraría con todo cuidado pero no haría lo mismo por ella misma?
Ahora ya tienes la respuesta, gracias a uno de los textos fundacionales de la humanidad.
¿Por qué nadie tendría que querer ocuparse de algo tan desnudo, feo, avergonzado, asustado, insignificante, cobarde, resentido, acusica y a la defensiva como un descendiente de Adán? ¿Incluso si esa cosa, si ese ser, es uno mismo?
Y aunque lo diga en estos términos, no es mi intención excluir a las mujeres.
Todas las razones expuestas hasta ahora para tener una imagen negativa de la humanidad se aplican tanto a los demás como a nosotros mismos. Son generalizaciones sobre la naturaleza humana, nada más especifico. Pero tú te conoces mejor que nadie.
Eres una persona bastante mala y otras saben que es así. Pero solo tú conoces el repertorio completo de tus faltas secretas, tus carencias y tus ineptitudes.
Nadie se sabe mejor que tú todos los defectos que acumulan tu mente y tu cuerpo. Nadie cuenta con más razones para despreciarte, para conocer tu patetismo, así que confiscándote algo que puede hacerte bien te puedes castigar por todos tus fracasos.
Un perro, un inocente e inofensivo perro carente de cualquier consciencia de sí mismo, es con toda seguridad más digno de atenciones.
Pero si todavía no te has convencido, consideremos otro asunto vital. El orden, el
caos, la vida, la muerte, el pecado, la vista, el trabajo y el sufrimiento: todo esto no les basta a los autores del Génesis ni tampoco a la propia humanidad.
La historia continúa, con toda su catástrofe y tragedia, y sus protagonistas (es decir, nosotros) tienen que asumir otro doloroso despertar. Se nos condena ahora a contemplar la propia moralidad.


Porque me va
Porque el proceso que vengo transitado me ha llenado de amor, de hermosas personas y un calido recibimiento. Y esto me va…
No creo ser bonita, siempre he pensado así pero ahora cuando me veo frente al espejo me gusta lo que veo, ese espejo que me hace recordar que la apriencia física si importa.
Muchas veces si alguien nos dice «que guapa» dudamos porque aunque lo seamos no nos sentimos así.
Tal vez hoy mi cara, mi cuerpo ha sido tocado por el viento fresco en el momento adecuado, en ese espacio donde me siento bien conmigo misma, ahí donde el brillo de mis ojos hoy es intenso, mi sonrisa fresca y hay picardía en mis pensamientos, soy plena, y, combinan mi imagen con mi actitud.
Pero hoy estoy convencida que una apriencia es importante en la medida que haga juego con unos bellos sentimientos, ese es el truco de verte radiante por fuera porque el brillo sale
Por Mariana Vargas
de muy dentro.




