La Mentira Para Manipular El Mundo, Sus Graves Consecuencias.

Por Dr. Jordan Peterson

CONTENIDO FILOSOFÍA & NARRACIÓN

Puedes utilizar las palabras para manipular el mundo y hacer que te proporcione lo que quieras. Es lo que viene a ser «actuar políticamente». Es tergiversar. Es la especialidad de aquellos que carecen de escrúpulos, ya sean comerciantes, vendedores, publicistas, Don juanes, utópicos cargados de eslóganes o psicópatas.

Es el tipo de discurso al que la gente se lanza cuando intenta influir y manipular a los demás. Es lo que hacen los estudiantes universitarios cuando escriben un trabajo para complacer al profesor en lugar de articular y explicar sus propias ideas.

Llevar una vida así supone estar poseído por algún tipo de deseo aberrante y articular discursos y acciones de tal modo que conduzcan con seguridad y racionalidad a tal objetivo. Estos son ejemplos de lo que un compatriota de Sigmund Freud, y el menos conocido psicólogo austriaco Alfred Adler, denominó «mentiras de vida».  

Algunos objetivos calculados de este tipo son «imponer mis convicciones ideológicas», «demostrar que tengo (o tenía) razón», «parecer competente», «trepar por la jerarquía de dominación», «evitar responsabilidades» (o su hermano gemelo, «atribuirme el mérito de otras personas»), «conseguir un ascenso», «acaparar la atención», «asegurarme de que todo el mundo me quiere», «ir de mártir y sacarle partido», «justificar mi cinismo», «racionalizar mi actitud asocial», «minimizar todo conflicto inmediato», «mantener mi ingenuidad», «sacar provecho de mi vulnerabilidad», «parecer siempre un santo» o (y este es particularmente retorcido) «asegurarme de que mi insufrible hijo/hija siempre tiene la culpa de todo».

Una persona que vive una «mentira de vida» está intentando manipular la realidad a través de la percepción, el pensamiento y la acción, Una vida vivida de esta forma se basa, consciente o inconscientemente.

Tan solo resulta válida si la realidad es intrínsecamente intolerable y, al mismo tiempo, algo que se puede manipular y distorsionar.

Decir algo así o pensarlo requiere la arrogancia y la seguridad que el genial poeta inglés John Milton en su novela “El Paraíso Perdido” identificó con Satán, el más elevado ángel de Dios que acabó tremendamente mal.

La facultad de la racionalidad inclina peligrosamente hacia el orgullo: todo lo que sé es lo que hay que saber. El orgullo se enamora de sus propias creaciones e intenta convertirlas en algo absoluto.

He visto a gente definir su utopía y luego hacer malabarismos con su vida para que se hiciera realidad, con la consecuencia de que hacen una mentira de su vida Para poner un ejemplo:

Una chica de dieciocho años decide, de forma arbitraria, que quiere jubilarse a los cincuenta y dos. Trabaja durante tres décadas para conseguirlo, sin advertir que tomó tal decisión cuando apenas era una niña. ¿Qué sabía de cómo sería ella misma a los cincuenta y dos años cuando todavía era una adolescente? Incluso ahora, muchos años después, apenas tiene una vaga idea, de baja resolución, del que sería su Edén después de la vida laboral. Se niega a darse cuenta. ¿Qué significaría su vida si ese objetivo inicial fuera un error? Tiene miedo de abrir la caja de Pandora, donde se encuentran todos los problemas del mundo. Pero también aguardaba ahí la esperanza. Pervierte toda su vida para que se ajuste a las fantasías de una adolescente.

Un objetivo formulado con ingenuidad se acaba transformando con el paso del tiempo en una forma de vida siniestra.

Este tipo de reduccionismos y falsificaciones es particularmente típico de los ideólogos, que adoptan un único axioma que no necesita una revisión de que si está bien o mal la toma del conocimiento que adquieren, por ejemplo diciendo : el Gobierno es malo, la inmigración es mala, el capitalismo es malo, el patriarcado es malo. Entonces filtran y tamizan sus experiencias, e insisten de forma cada vez más vehemente en que todo puede explicarse mediante ese axioma.

Creen de forma narcisista, por debajo de toda su palabrería, que el mundo se podría enderezar si ellos manejaran sus riendas.

Pero hay otro problema fundamental con las mentiras de vida, particularmente cuando se basan en la evitación. Se llama «pecado de comisión» a hacer algo que sabes que está mal.

Y el otro es “un pecado de omisión” es el que se comete dejando que ocurra algo malo cuando podrías impedirlo. El primero se considera tradicionalmente más serio que el segundo, la evitación, pero yo no estoy tan seguro.

Piensa en una persona que insiste en que todo le va bien. Evita el conflicto, sonríe y hace lo que le piden. Encuentra un nicho y allí se esconde. No cuestiona la autoridad ni propone ideas, y ni siquiera se queja cuando se la trata mal. Ansía la invisibilidad, como un pez en medio de un enorme banco marino. Pero hay algo secreto que le gangrena el corazón. A pesar de todo, sufre, porque la vida es sufrimiento. Vive en soledad.

Aislamiento y frustración, pero su obediencia y su forma de anularse disuelven todo significado en su vida. Se ha convertido en una persona esclava, una herramienta que los demás pueden explotar. No consigue lo que quiere o lo que necesita porque algo así requeriría tomar la palabra. De modo que nada en su existencia puede compensar los problemas vitales, y algo así enferma a cualquiera.

Puede que sea cierto que los primeros que desaparecen cuando la institución en la que trabajas titubea y se hunde son los alborotadores y los que arman jaleo. Pero los siguientes que serán sacrificados son los que están en silencio.

Alguien que se esconde no es esencial. Ser esencial requiere una contribución original. Esconderse, además, no salva a esas personas ni de la enfermedad, ni de la locura, ni de la muerte, ni de los impuestos.

Y esconderse de los demás también significa suprimir y esconder todo lo que nosotros mismos podríamos llegar a ser. Y ahí está el problema. Si no te revelas a los demás, no te puedes revelar a ti mismo. Esto no solo significa que estás suprimiendo a quién eres, aunque eso también. Significa que todas las cosas que podrías llegar a ser nunca podrán ser desencadenadas por la necesidad. Se trata de una verdad biológica y conceptual. Cuando exploras con astucia, cuando te enfrentas de forma voluntaria con lo desconocido, vas recopilando información que te sirve para construirte en tu nueva versión renovada.

Este es el elemento conceptual. Sin embargo, algunos estudios recientes apoyados en la ciencia  han descubierto que hay genes nuevos que se activan en el sistema central nervioso cuando un organismo se encuentra (o se coloca) en una situación nueva.

Estos genes codifican nuevas proteínas, que a su vez son los ladrillos de nuevas estructuras que se forman en el cerebro. Esto implica que una gran parte de ti está todavía naciendo, en el sentido más físico posible, algo que la inmovilidad no está en condiciones de propiciar.

Tienes que decir algo, ir a algún sitio y hacer algo para activarte. Y si no…, pues te quedas incompleto, y la vida es demasiado dura para alguien incompleto. Si dices «no» a tu jefe, a tu mujer o a tu madre cuando hay que decírselo, entonces te transformas en alguien que puede decir «no» cuando hay que decirlo. Por el contrario, si dices «sí» cuando tienes que decir «no», te transformas en alguien que solo puede decir «sí», incluso cuando manifiestamente toca decir lo contrario.

Si te traicionas a ti mismo, si dices cosas falsas, si escenificas una mentira, lo que haces es debilitar tu carácter. Si tienes un carácter débil, te avasallara la primera adversidad que surja, e inevitablemente surgirán. Intentarás esconderte, pero ya no podrás hacerlo en ningún sitio. Y entonces acabarás haciendo cosas horribles.

Tan solo la filosofía más cínica e inútil insiste en que la realidad puede mejorarse por medio de la falsificación. Una filosofía semejante juzga de la misma forma el Ser y lo que se puede llegar a ser, y ambas cosas le resultan fallidas. Acusa a la verdad de resultar insuficiente y a las personas honestas de dejarse engañar. Es una filosofía que al mismo tiempo propicia y justifica la corrupción endémica del mundo.

En semejantes circunstancias, el problema no es la visión en tanto que tal ni

tampoco un plan diseñado para alcanzar una visión determinada. Porque hace falta una visión del futuro, de un futuro deseable.

La ceguera voluntaria es la negativa a saber algo que podría saberse. Es la negativa a admitir que el timbre que escuchamos indica que hay alguien en la puerta. Es la negativa a admitir que hay un gorila de tres toneladas y media en mitad de la habitación, que hay un elefante debajo de la alfombra, que hay un esqueleto colgado en el armario. Es la negativa a reconocer un error para seguir aplicando el plan.

Todo juego cuenta con unas reglas, y algunas de las más importantes son implícitas. Las aceptas a partir del momento en el que empiezas a jugar. La primera de ellas es que el juego es importante, porque, si no lo fuera, no estarías jugando.

El mero hecho de participar en un juego lo define como algo importante. La segunda es que las jugadas que realizas son válidas si te ayudan a ganar. Si realizas una jugada que no te ayuda a ganar, entonces, por definición, es mala y tienes que intentar otra cosa. Y ya lo sabes, es absurdo hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados diferentes.

Si tienes suerte, al fracasar pruebas algo nuevo y entonces consigues salir adelante. Si eso tampoco funciona, vuelves a intentar otra cosa.

Una pequeña modificación basta en algunas circunstancias. Por eso es prudente empezar con pequeños ajustes y ver si sirven de algo. Sin embargo, en ocasiones el problema reside en toda la jerarquía de valores, con lo que hay que abandonar el edificio entero.

Hay que cambiar todo el juego, lo que supone una revolución, con todo el caos y el terror que eso supone. No es algo a lo que uno deba lanzarse a la ligera, pero a veces resulta necesario. El error requiere el sacrificio que supone corregirlo, con lo que un error grave necesita un sacrificio igual de grave.

Aceptar la verdad es un sacrificio, y si has estado rechazándola durante mucho tiempo, entonces has acumulado una deuda enorme en lo que se refiere a sacrificios.

Los incendios queman la madera seca y hacen que las sustancias que estaban atrapadas en su interior vuelvan a la tierra. No obstante, a veces los fuegos se evitan de forma artificial y la madera seca sigue acumulándose. Pero antes o después se declarará un fuego y entonces arderá con tal furia que todo quedará destruido, incluso la tierra en la que el bosque crece.

A la mente orgullosa y racional, instalada en sus certezas y embriagada de su brillantez, no le cuesta nada ignorar el error y barrer todo debajo de la alfombra.

Los filósofos existencialistas, empezando por Soren Kierkegaard, señalaron este modo de vida como «inauténtico». Una persona inauténtica sigue percibiendo las cosas y actuando de formas que su propia experiencia ha demostrado que son falsas. No habla con su propia voz.

«;Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, o bien mi objetivo o bien mi estrategia no eran adecuados. Me quedan todavía cosas por aprender». Esa es la voz de la verdad.

«¿Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, el mundo es injusto, y la gente, celosa y demasiado estúpida como para comprender. Es culpa de algo o de alguien». Esa es la voz de lo mentira lo inautentico.

De ahí no queda mucho para llegar a decir: «tendrían que desaparecer», «hay que hacerles daño» o «hay que destruirlos».

Cuando escuchas cosas que resultan de una brutalidad incomprensible, entonces es que este tipo de ideas se ha manifestado.

No puede achacarse nada de esto a la inconsciencia o a la represión. Cuando un individuo miente, lo sabe. Puede que quiera ignorar las consecuencias de sus acciones, puede que sea incapaz de analizar y articular su pasado y que así no lo entienda, puede incluso que olvide que ha mentido y no sea por tanto consciente.

Pero en ese preciso instante, cuando cometió cada uno de los errores en cuestión o cuando obvió cada una de sus responsabilidades, sí que lo era. En ese momento sabía lo que estaba haciendo. Los pecados de los individuos inauténticos corrompen a los más allegados y a nuestra sociedad.

¿Por qué no protestar? ¿Por qué no tomar partido? Si lo haces, otras personas que también tienen miedo de alzar la voz puede que acudan en tu defensa. Y si no, quizá ha llegado la hora de la revolución. Quizá tendrías que buscar otro trabajo, donde tu alma corra menos peligro de verse corrompida.

Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? (Marcos 8:36)

Viktor Frankl, el psiquiatra austriaco que sobrevivió a los campos de concentración nazis y escribió el clásico “El hombre en busca de sentido” (1946), llegó a una conclusión sociopsicológica similar: una existencia deshonesta, carente de autenticidad, conduce al totalitarismo social.

Estudiosos de las patologías individuales y culturales, llegaron a la misma conclusión: la mentira pervierte la estructura del Ser. La falsedad corrompe tanto el alma como a la sociedad, puesto que una forma de corrupción alimenta la otra.

En repetidas ocasiones he observado cómo la traición y el engaño transforman la miseria existencial común en un infierno absoluto. La crisis apenas soportable de un paciente terminal se puede convertir, por ejemplo, en algo indescriptiblemente horrendo como consecuencia de las inapropiadas pero banales peleas de sus hijos adultos.

Obsesionados por un pasado no resuelto, se arremolinan como ánimas en torno al lecho de muerte tiñendo la tragedia de unas tonalidades innecesarias de cobardía y resentimiento.

La incapacidad de un joven para abrirse camino la puede explotar una madre que tenga como prioridad proteger a sus hijos de todo dolor y decepción.

Así, él nunca se va y ella nunca está sola. Es una conspiración perversa, que se trama poco a poco, a medida que la patología se desarrolla por medio de millares de guiños y asentimientos. Ella se hará la mártir, condenada a apoyar a su hijo, y se alimentará cual vampiro de la compasión que le proporcionen sus amistades.

Él, por su parte, seguirá en su nido del sótano, imaginando que está oprimido y deleitándose con fantasías acerca de la novia que lo rechazó por su cobardía, su torpeza y su incapacidad.

Entonces todos se preguntan el porqué. Podrían haberlo visto venir, pero se negaron a hacerlo. Es cierto que también una vida bien vivida puede verse desgarrada por la enfermedad. las dolencias o cualquier catástrofe inevitable.

La depresión, el trastorno bipolar o la esquizofrenia, igual que el cáncer, están relacionados con factores biológicos que están más allá del control inmediato del individuo.

Las dificultades que son intrínsecas a la vida bastan por sí solas para debilitar y abrumar a cualquiera de nosotros, empujándonos más allá de nuestros límites y asestándonos un golpe allí donde más nos duele. Ni la vida mejor vivida puede sustraernos totalmente de nuestra vulnerabilidad.

Pero la familia que se pelea entre las ruinas de su hogar devastado por un terremoto tiene muchas menos probabilidades de reconstruir algo que la familia fortalecida por la confianza y la devoción mutuas.

Cualquier debilidad natural, cualquier desafío existencial, por pequeño que sea, puede magnificarse y convertirse en una crisis grave si se alimenta de una cantidad suficiente de engaño a nivel individual, familiar o cultural.

Puede que un espíritu humano honesto fracase una y otra vez en todos sus intentos por traer el paraíso en la Tierra. Pero quizá si consiga reducir el sufrimiento característico de la existencia a niveles admisibles.

La tragedia del Ser es consecuencia de nuestras limitaciones y de la vulnerabilidad que define la experiencia humana. Puede incluso tratarse del precio que pagamos por el propio Ser, ya que la existencia, para producirse. ha de estar limitada.

He visto cómo un marido se iba adaptando de forma honesta y valiente mientras su mujer se hundía en la demencia terminal. Paso a paso, fue realizando los ajustes necesarios. Aceptó ayuda cuando la necesitó y se negó a obviar la triste degradación de su esposa, de tal forma que pudo adaptarse gradualmente. Vi a la familia de esa mujer formar una unión cuando ella agonizaba, los vi forjando nuevas conexiones entre ellos hermano, hermanas, nietos y padre como compensación parcial pero genuina de su pérdida.

Vi a mi hija adolescente vivir todo el proceso de destrucción de su cadera y su tobillo y cómo sobrevivió a dos años de dolor intenso y constante para volver a emerger con su espíritu intacto. Vi cómo su hermano pequeño sacrificó de forma voluntaria, sin resentimiento alguno, numerosas oportunidades sociales, numerosos compromisos con amigos para estar a su lado, a nuestro lado, cuando estaba sufriendo. Con amor, con ánimos y con un carácter intacto, un ser humano puede aguantar mucho más de lo que imaginamos.

Sin embargo, lo que no se puede soportar es la ruina absoluta que producen la tragedia y el engaño.

La capacidad de la mente racional para falsear, manipular, tramar, hacer trampas, falsificar, minimizar, confundir, prevaricar, denegar, omitir, racionalizar, tergiversar, exagerar y complicar es tan inagotable, tan excepcional, que siglos enteros de pensamiento precientífico, centrados en clarificar la naturaleza del esfuerzo moral, lo consideraron algo verdaderamente diabólico.

Esto no se debe a la propia racionalidad en tanto que proceso, puesto en ese mismo proceso puede generar claridad y progreso. Es porque la racionalidad está sujeta a la peor tentación de todas, a saber, elevar lo que conoce al estatuto de algo absoluto.

Podemos apoyarnos de nuevo en las palabras del gran poeta John Milton para aclarar lo que esto significa. A lo largo de millares de años de historia, el mundo occidental fue hilvanando en torno a su esencia religiosa una fantasía onírica acerca de la naturaleza del mal. Esa fantasía contaba con un protagonista, una personalidad adversaria, dedicada de forma absoluta a la corrupción del Ser.

Milton se propuso organizar, escenificar y articular la esencia de este sueño colectivo y le dio vida en la figura de Satán o Lucifer, en su novela “ El paraíso perdido”. Escribe

Acerca de su tentación primigenia

y sus consecuencias inmediatas:

Confiando al Altísimo igualarse,

si con él se enfrentaba, y ambiciosa,

contra el trono de Dios y monarquía,

levantó la impía guerra de los Cielos

y la altiva lid con vano esfuerzo,

A Satán el Poder Omnipotente

arrojo de cabeza, envuelto en llamas

en horrorosa combustión y ruina,

de la mansión etérea a la insondable

perdición, a vivir allí en cadenas

irrompibles y el castigo del fuego,

por armarse contra el Omnipotente.

A decir de Milton, Lucifer el espíritu de la razón era el más excelso de los ángeles que Dios creó a partir de la nada, algo que puede interpretarse desde una perspectiva psicológica.

La razón es algo vivo, algo que vive en cada uno de nosotros, algo con muchos más años que cualquiera de nosotros. Es mejor entenderla como una personalidad más que como una capacidad. Es algo que posee sus objetivos, sus tentaciones y sus debilidades.

Vuela más alto y consigue ver mucho más lejos que cualquier otro espíritu. Pero la razón se enamora de sí misma y, peor todavía, de aquello que ella misma produce, que eleva e idolatra como algo de carácter absoluto.

Así pues, Lucifer es el espíritu del totalitarismo. Si acaba arrojado del cielo al infierno es precisamente porque ese encumbramiento, esa rebelión en contra del Altísimo, del Incomprensible, inevitablemente desencadena el infierno.

Pero no es eso lo que te salva. Lo que te salva es la voluntad de aprender de aquello que no sabes. Esa es la fe en la posibilidad de la transformación humana. Es la fe en el sacrificio de la versión actual de uno mismo para alcanzar la versión que podríamos ser. La persona totalitaria niega la necesidad de que el individuo asuma la responsabilidad última del Ser.

Esa negación es lo que significa rebelarse contra «el Altisimo».  significa eso, que todo lo que había que descubrir ya se ha descubierto, que todo ocurrirá tal y como se ha planeado, que todos los problemas se desvanecerán cuando se acepte el sistema perfecto. El gran poema de Milton era una profecía.

Cuyo arrogante orgullo en el intelecto les aseguraba que siempre llevaban razón.   Milton pensaba que la negativa vehemente a cambiar frente al error no solo suponía la expulsión del cielo y la consiguiente degeneración en un infierno cada vez más profundo, sino también el rechazo a la misma redención.

Satán sabe perfectamente que incluso si estuviera dispuesto a buscar la reconciliación y Dios tuviera intención de propiciarla, terminaría rebelándose de nuevo, porque no puede cambiar. Es quizá está orgullosa terquedad lo que constituye el misterioso pecado imperdonable contra el Espíritu Santo:

¡Adiós, felices campos, donde mora

para siempre la dicha! ¡Salve, horrores,

salve, mundo infernal, y, tú, profundo

Averno recibe a tu nuevo señor

aquel cuyo designio nunca puede

alterarse con el lugar y el tiempo.

No se trata de una fantasía del más allá, ni ningún reino perverso de tortura de ultratumba para enemigos políticos. Es más bien una idea abstracta y a menudo las abstracciones son más reales que aquello que representan.

La idea de que el infierno existe de cierta forma metafísica no es solo antigua y recurrente, sino también cierta. El infierno es eterno, siempre ha existido y existe todavía. Es la parte más árida, hostil y perversa del inframundo del caos, allí donde quedan condenadas para la eternidad las personas decepcionadas y resentidas.

La mente es su propio lugar y puede hacer en ella un cielo del infierno podemos pues reinar seguros. Y en mi opinión reinar vale la pena, aunque sea en el infierno: mejor es reinar aquí que servir en el cielo.

Aquellos que han mentido lo suficiente, tanto de palabra como de acto, viven ahí, en el infierno, ahora. Ponte a andar por cualquier calle frecuentada de una ciudad. Mantén los ojos bien abiertos y presta atención. Verás a gente que está ahí, ahora. Son las personas a las que tiendes a evitar de forma instintiva, las que se enfadan de forma automática en cuanto las miras, si bien en algunos casos prefieren girarse avergonzadas.

Vi una vez en la calle a un alcohólico que se encontraba en un estado lamentable hacer justamente eso en presencia de mi hija. Lo que ante todo quería era evitar ver su degradación reflejada de forma incontestable en los ojos de la niña.

Es el engaño lo que hace que las personas sientan una miseria mayor de lo que pueden soportar.

Es el engaño lo que llena el alma humana de resentimiento y ansias de venganza. Es el engaño lo que produce el terrible sufrimiento de la humanidad: los campos de la muerte nazis, las cámaras de tortura y los genocidios de Stalin, y ese monstruo aún mayor que fue Mao. Fue el engaño lo que mató a centenares de millones de personas en el siglo XX. Fue el engaño lo que casi condena por completo a la civilización.

Es el engaño lo que aún hoy en día nos amenaza de forma total y absoluta.

Sin mamá la vida no es igual 💔

Mamá resuelve. 

Mamá acompaña. 

Mamá va y viene. 

Mamá cuida. 

Mamá abraza. 

Mamá reta. 

Mamá cocina. 

Mamá mima. 

Mamá comparte todo. 

Mamá espera.  Mamá reorganiza su plan a último momento si es necesario.  Mamá corre.  Mamá lleva.  Mamá trae.  Mamá consigue lo que piden del jardín.  Mamá escucha críticas.  Mamá aguanta.  Mamá perdona.  Mamá comprende.  Mamá se posterga.  Mamá duerme poco.  Mamá come frío, si come. Mamá hace malabares para que nada falte.  Mamá va al médico.  Mamá ordena.  Mamá educa.  Mamá está. Mamá siempre está.

Créditos al Autor.

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