El Santuario De Dios, Está en Ti

Por Jhon Bevere

El nuevo templo que está en ti.

«porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos…» 2 CORINTIOS 6.16

Bajo el Antiguo Pacto, la gloriosa presencia de Dios templo de Salomón.

Ahora Dios se prepara para ir a un lugar donde Él siempre deseó estar: un templo no hecho de piedra sino fundado en los corazones de sus hijos e hijas.

Ayudando a la gente a estar lista Nuevamente, debe haber primero un orden divino. Esta vez el énfasis no estará en un orden externo sino en uno interno. Allí, en el lugar secreto del corazón es donde próximamente será revelada la gloria de Dios.

Este proceso de orden y transformación comenzó con el ministerio de Juan el Bautista. Habría sido un error ver a Juan como un profeta del Antiguo Testamento. Por eso la Biblia describe su ministerio como «Principio del evangelio de Jesucristo» (Marcos 1.1). Su predicación se encuentra al comienzo de cada uno de los cuatro evangelios. Jesús enfatiza esto, al declarar: «La ley y los profetas eran hasta Juan (Lucas 16.16), Note que no dice: «la ley y los profetas eran hasta mí.»

El nacimiento de Juan fue anunciado a su padre por un ángel. La legitimidad de su ministerio fue resumida por es. Estas palabras: «Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos .. para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lucas 1.16,17).

Note que iba a «preparar al Señor un pueblo dispuesto» Tal como Dios había ungido a los artesanos y constructores en los días de Moisés para construir el tabernáculo, así ungió a Juan para preparar el templo no hecho con manos. Por el Espíritu de Dios, él comenzó el proceso de preparación para el nuevo templo.

Isaías profetiza de Juan: «Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová … todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová.»

ISAÍAS 40.3-5 Esas montañas y collados no eran fortalezas de elementos naturales, sino más bien el orgullo del hombre que se opone a los caminos de Dios. El altanero orgullo humano debía ser bajado. La irreverencia y la necedad tenían que ser confrontadas y niveladas en preparación para la revelación de la gloria de Dios.

La palabra hebrea para «torcido» en el versículo anterior es aqob. El Diccionario Bíblico Strong lo define como: «fraudulento, engañoso, contaminado, o torcido». Es fácil ver que torcido no está en referencia a la pérdida de rectitud física. Una traducción más apropiada para esta palabra sería «engañoso».

Juan no fue enviado a aquellos que no conocían el nombre del Señor. Lo fue a quienes ya estaban en pacto con Jehová. Israel se había vuelto religioso, creyendo que todo estaba bien. En verdad, Dios vio a los israelitas como ovejas perdidas. Los miles que fielmente asistían a las sinagogas permanecían sin tomar consciencia de la verdadera condición de sus corazones. Fueron engañados y pensaban que sus adoración y servicio eran aceptados por Dios. Juan expuso a la luz este engaño y tales decepciones. Sacudió el inestable fundamento sobre el cual habían asumido su justificación como descendencia abrahámica. Él trajo a la luz el error en la doctrina de sus ancianos, y mostró que las oraciones estereotipadas carecían de pasión y poder. Mostró la futilidad de pagar los diezmos, mientras despreciaban y hasta robaban al pobre.

Él señaló lo vano de sus hábitos religiosos muertos y reveló claramente que la dureza de sus corazones estaba muy lejos de Dios.

Juan llegó predicando un bautismo de arrepentimiento (Marcos 1.4). La palabra griega para «bautismo» es baptizma, y es definida como «inmersión». De acuerdo al Diccionario Anaya de la Lengua, inmersión significa: «Acción de sumergir.» Entonces, el mensaje de Juan no era un mensaje parcial sino radical; un completo cambio de corazón.

Las confrontaciones más fuertes de Juan destrozaron la falsa seguridad que los israelitas habían fundamentado en sus engaños fuertemente enraizados. Su mensaje fue un llamado a los hombres a volver sus corazones a Dios. Su asignación divina fue nivelar el terreno de los corazones que lo recibieron. Los collados del orgullo y las altivas colinas de la religión fueron aplastadas, preparando a la gente para recibir el ministerio de Jesús

El Constructor Principal

Una vez que el trabajo de Juan fue terminado, Jesús vino a preparar el templo sobre el nivel del terreno de la humildad, hasta que el proceso de construcción fuera terminado.

Jesús puso el fundamento y construyó: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo» (1 Corintios 3.11).

Una vez más, las palabras de Dios trajeron orden divino, i pero esta vez sus palabras fueron reveladas como la Palabra de Dios hecha carne! Jesús es el Constructor Principal (Hebreos 3.1-4), no sólo por sus enseñanzas sino también por la vida que vivió. En cada situación.

El señaló a la humanidad el camino aceptable del Señor. Aquellos que recibieron el ministerio de Juan estuvieron listos para recibir el trabajo del Constructor Principal. Al contrario, aquellos que rechazaron a Juan no estuvieron preparados para recibir las palabras de Jesús, ya que el terreno de sus corazones estaba desparejo e inestable.

Ningún fundamento había sido puesto. Ellos eran como sitios de construcción sin preparar, incapaces de soportar un santuario.

Jesús contestó al orgullo religioso que se le resistía: «Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle» (Mateo21.32). Eran los pecadores de aquellos días quienes recibieron el mensaje de Juan y abrieron sus corazones a Jesús. «Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle» (Lucas 15.1). Ellos no habían sido consolados por su religión, y sabían que necesitaban un Salvador.

El paso final de preparación Cuando Jesús terminó todo lo que su Padre le había mandado a hacer en su ministerio terrenal, fue enviado a la cruz como el cordero sacrificial por Caifás, el sumo sacerdote.

Fue el último y más crucial paso en la preparación del templo en el corazón del hombre. El sacrificio de Jesús eliminó la naturaleza pecaminosa que separaba al hombre de la presencia de Dios desde la caída de Adán.

Vimos la ofrenda del cordero sacrificial anunciada en el levantamiento del tabernáculo y en la dedicación del templo. Cuando el tabernáculo fue levantado, Aarón, como sumo sacerdote, hizo ofrendas al Señor. Una de ellas era un cordero sin mancha. Una vez que esto fue hecho, «entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo» (Levítico 9.23). Fue poco después de eso que Nadab y Abiú fueron juzgados y quemados mortalmente.

El sacrificio del Cordero de Dios es anunciado en la dedicación del templo de Salomón: «Entonces el rey y todo el pueblo sacrificaron víctimas delante de Jehová. Y ofreció el rey Salomón en sacrificio veintidós mil bueyes, y ciento veinte mil ovejas; y así dedicaron la casa de Dios el rey y todo el pueblo.» 2 CRÓNICAS 7.4,5

Fue ese mismo día en que la gloria del Señor fue revelada en el templo.

El escritor de Hebreos compara el sacrificio de Cristo con aquello ofrecido en el tabernáculo y en el templo, diciendo:

«Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.» HEBREOS 9.12

Jesús, el Cordero de Dios, colgando de la cruz, arrojó cada gota de su inocente y real sangre por nosotros. Una vez que esto fue realizado, el velo del templo fue rasgado en dos, de arriba a abajo (Lucas 23.45). ¡Dios salió! La gloria de Dios nunca más sería revelada en un edificio hecho con manos. Pronto su gloria sería revelada en el templo en el que siempre había querido habitar.

Uno en corazón y propósito Leamos ahora lo que sucedió muy poco tiempo después de la resurrección de Jesús:

«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.» HECHOS 2.1-3

Otra vez, la gloria de Dios es manifestada. Note que «estaban todos unánimes juntos». Orden divino. ¿Cómo puede tener usted a 120 personas en común a cuerdo? La respuesta. va es simple; todos habían muerto a si mismos. No tenían agendas. Todo lo que importaba era que debían obedecen) las palabras de Jesús.

Sabemos que Jesús ministró a cientos de miles en sus tres años y medio de ministerio. Multitudes lo siguieron.

Después de su crucifixión y resurrección se apareció a más de 500 seguidores (1 Corintios 15.6). Sólo en el día de Pentecostés encontramos a 120 en la casa donde el Espíritu de Dios cayó (Hechos 1.15). Es interesante notar que el número siguió bajando, en lugar de aumentar. ¿Dónde estaban los miles después de la crucifixión? ¿Por qué se le apareció sólo a 500? En el día de Pentecostés, ¿dónde estaban los 500? Fue sólo a 120 que la gloria de Dios les fue revelada.

Después de su resurrección, Jesús le dijo a la gente que no se fuera de Jerusalén sino que esperara la promesa del Padre (Hechos 1.4). Creo que todos, los 500, esperaron inmediatamente la promesa. Pero a medida que los días pasaban, el tamaño del grupo disminuyó. Impacientes, algunos pueden haber concluido: «Tenemos que seguir viviendo nuestras vidas; El se fue.» Otro pueden haber ido a la sinagoga a adorar a Dios en la forma tradicional. Aun otros pueden haber hecho referencia a las palabras de Jesús: «Debemos ir a todo el mundo y predicar el evangelio. Mejor que nos vayamos ahora mismo y lo hagamos.»

Creo que el Señor esperó hasta que aquellos que permanecieron tuvieron la resolución interior de decir: «Aunque nos pudramos, no nos moveremos, porque el Maestro dijo que esperáramos.» Solo aquellos que estaban completamente rendidos al Maestro podrían cumplir tal mandamiento. Ninguna persona, actividad o cosa importaba tanto como la obediencia a sus palabras. Esos fueron aquellos que temblaron ante su palabra (Isaías 66.2). ¡Temieron a Dios!

Los que permanecieron habían escuchado atentamente cuando Jesús le habló a la multitud, diciendo:

huevo suntuario «Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar … así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.» LUCAS 14.27-30,33

Jesús dejó claro que, para seguirlo a El, primeramente debemos ver el costo. Hay un precio para seguir a Jesús y Él puso claramente esa cantidad. ¡El precio no es nada menos que nuestras vidas!

Usted puede cuestionar: «Pensé que la salvación era un regalo; algo que no había que comprar.» Sí, la salvación es un regalo que no puede ser comprado o ganado. Sin embargo, usted no la puede retener si no da su vida entera a cambio. Aun un regalo debe ser protegido de no ser perdido o robado. Jesús exhortó: «Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mateo 10.22). La fortaleza de perseverar se encuentra en el dar libremente su vida.

Un verdadero creyente, un discípulo pone su vida enteramente para su Maestro. Los discípulos son inmutables hasta el fin. Los convertidos y espectadores pueden desear los beneficios y bendiciones, pero les falta la valentía de permanecer hasta el final. Tarde o temprano, abandonarán.

Jesús dio la Gran Comisión « id, y haced discípulos a todas las naciones…» (Mateo 28.19). Él nos envió a hacer discípulos, no convertidos.

El remanente que quedó en el día de Pentecostés dejó de lado sus sueños, ambiciones, metas y agendas. Esto creó una atmósfera donde podían tener un mismo propósito y un mismo corazón.

Esta es la unidad que Dios desea traer en nosotros hoy.

Ha habido varios movimientos para la unidad en nuestras ciudades entre algunos líderes e iglesias. Nosotros venimos juntos y buscamos unidad.

Pero debemos recordar que sólo Dios puede realmente hacernos uno. A menos que dejemos de lado todo lo demás, tarde o temprano las agendas escondidas saldrán a la luz.

Cuando hay motivos escondidos las relaciones se desarrollan en un nivel superficial. El producto es falto de profundidad e improductivo. Podemos tener la unidad de propósito, sin obediencia al corazón de nuestro Maestro.

Entonces nuestra productividad es vana. Por eso, «Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Salmo127.1). Dios aún está buscando por aquellos que tiemblan ante su Palabra. Allí es donde se encuentra la verdadera unidad.

La gloria de Dios revelada. Todos los que estaban juntos en el día de Pentecostés tenían verdadera unidad. Eran uno en propósito con su Maestro.

Sus corazones estaban en orden. La preparación para el ministerio de Juan se había acoplado al ministerio de Jesús, resultando en orden divino. Este orden había sido alcanzado en los corazones de los hombres. En línea con el patrón de Dios, después de que ese orden divino fue alcanzado, la gloria de Dios fue revelada. Lea nuevamente qué sucedió ese día:

« Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.» HECHOS 2.2,3

Una porción de la gloria de Dios se manifestó en aquellos 120 hombres y mujeres. Tenga en cuenta que lenguas de fuego reposaron sobre cada uno de ellos. Olvide la imagen que usted ha tenido en los libros de la escuela dominical sobre este episodio. Todos ellos fueron bautizados o inmersos en el fuego de su gloriosa presencia (Mateo 3.11).

Por supuesto, esto no fue la completa y develada gloria de Dios, ya que ningún ser humano ha podido permanecer ante la completa gloria de Dios (1 Timoteo 6.16). No obstante, la manifestación fue lo suficientemente fuerte como para atraer la atención de multitudes de devotos, judíos temerosos de Dios, quienes residían en Jerusalén provenientes de todos los países bajo el cielo (Hechos 2.6,7).

En respuesta a esto, Pedro se paró y predicó el evangelio a ellos. Ese día fueron salvas y sumadas a la Iglesia unas 3000 personas. No fue un servicio programado; no había habido ningún anuncio o promoción. Como resultado:

«Sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.» HECHOS 2.43

Dios había revelado parte de su gloria, y la gente estaba asombrada por su presencia y poder. Él continuó trabajando en una forma poderosa. Diariamente había testimonios de tremendos milagros y sanidades.

No se podía negar la obra de la poderosa mano de Dios.

Hombres y mujeres vinieron al Reino en multitudes. Aquellos que previamente habían dado sus vidas a Jesús fueron refrescados por la presencia de su Espíritu.

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