Enfrentar El Mal

Por Dr. Jordan Peterson

Jesús fue conducido al desierto, según cuenta la historia, «para ser tentado por el diablo» (Mateo 4:1) antes de empezar su ministerio de tres años.

Pero por el momento pongamos pausa a esta historia que veremos y analizaremos más adelante, y vallamos a la historia de Caín reformulada de forma abstracta. Caín no está nada satisfecho, tal y como hemos leido. Trabaja duro, o al menos eso piensa, pero no consigue contentar a Dios. Mientras tanto, a Abel todo parece irle de maravilla: sus campos florecen, las mujeres lo adoran y, peor todavía, es un hombre genuinamente bueno y todo el mundo lo sabe.

Así pues, se merece su buena suerte, lo que supone una razón adicional para envidiarlo y detestarlo. Por su parte, a Caín las cosas no le van nada bien y no deja de darle vueltas a su mala suerte, como un buitre que ronda alrededor de un cadáver. Desde su miseria se propone crear algo infernal y, al hacerlo, se adentra en el desierto salvaje de su propia mente. Lo obsesiona su desgracia, su abandono por parte de Dios, y alimenta su resentimiento

complaciéndose en pensamientos de venganza cada vez más elaborados. Y a medida que lo hace, su arrogancia alcanza proporciones diabólicas. « – piensa- Estoy oprimido desaprovechado. Este es un planeta de mierda, por mí se puede ir al infierno». Y de esta forma, Caín se encuentra con Satán en el desierto y cae en sus tentaciones. Además, hace todo lo que puede para empeorar aún más las cosas, abriendo un paréntesis y motivado en las palabras de John Milton en su novela » El Paraiso Perdido» ) citando:

Malicia tan sutil para la raza humana malear en su raíz, y Tierra e infierno mezclar y confundir, todo por odio al supremo Creador

Caín recurre al mal para conseguir lo que Dios le ha negado y lo hace de forma voluntaria, consciente de sus actos y con premeditada malicia.

Sin embargo, volvamos a la historia y en contraste Cristo toma un camino distinto.

Su estancia en el desierto representa las tinieblas del alma, una experiencia humana universal. Es el viaje al lugar en el que todos terminamos cuando todo se derrumba, cuando la familia y las amistades está lejos, cuando se imponen la desesperanza y la desesperación y emerge el más absoluto nihilismo.

Y para ser justos con lo que cuenta la historia, cuarenta días y cuarenta noches muerto de hambre en el desierto es un buen ejemplo del tipo de experiencia que te puede conducir allí. Es así como el mundo objetivo y el mundo subjetivo acaban chocando.

Cuarenta días supone un periodo de tiempo profundamente simbólico, como cuarenta fueron los años que los israelitas pasaron vagando por el desierto tras escapar de la tiranía del faraón de Egipto. Cuarenta días son muchos días en el intramundo de los pensamientos sórdidos, la confusión y el miedo, lo suficiente como para llegar a su mismo centro, que no es otro que el infierno.

Cualquiera puede llegar hasta allí para ver cómo es, cualquiera que esté dispuesto a tomarse en serio su propia maldad y la de toda la humanidad.

Los conocimientos de historia también pueden resultar útiles. Así, un paseo por los horrores totalitarios del siglo XX, con sus campos de concentración, sus trabajos forzados y sus patologías ideológicas asesinas, supone un lugar adecuado para empezar el recorrido, así como para ponerse a pensar que los peores guardias de los campos de concentración eran también seres humanos.

Todo esto sirve para dar veracidad a la historia del desierto, para actualizársela a la mente moderna.

«Después de Auschwitz dijo Theodor Adorno, gran estudioso del autoritarismo , no tendría que haber más poesía». Pero la poesía tendría que hablar solo de Auschwitz. En el oscuro amanecer que sucede a las últimas diez décadas del milenio anterior, la terrible capacidad de destrucción del hombre se ha convertido en un problema cuya gravedad empequeñece incluso la cuestión del sufrimiento no resuelto.

Y ninguno de estos dos problemas puede solucionarse mientras el otro siga en el aire. Es aquí donde resulta clave la idea de Cristo asumiendo los pecados de la humanidad como si fueran suyos, puesto que así conseguimos entender verdaderamente lo que significa el encuentro en mitad del desierto con el mismo diablo. «Homo sum. humani nihil a me alienum puto», proclamó el dramaturgo Terencio, es decir, nada de lo humano me es ajeno. y citando a Carl Gustav Jung

«Ningún árbol puede crecer hasta el cielo a menos que sus raíces lleguen al infierno».

Se trata de una sentencia que debería dar que pensar a todo el mundo. En la muy ilustre opinión de tan excelso psiquiatra no había ninguna posibilidad de ascender sin ejecutar un movimiento equivalente hacia abajo. ¿Y quién está dispuesto a hacer algo así . De verdad quieres conocer quien reina en el inframundo de los pensamientos perversos?

¿Qué fue lo que escribió de forma apenas inteligible Eric Harris, uno de los asesinos del instituto de Columbine, el día antes de masacrar a sus compañeros? «Es interesante, cuando adopto mi forma humana, saber que voy a morir. Todo tiene entonces un aire de trivialidad» ¿Quién se atrevería a explicar semejante misiva? O peor aún, ¿quién se atrevería a pasarla por alto?

Volvamos a nuestra historia en el desierto, Cristo se encuentra con Satán (Lucas 4:1-13 y Mateo 4:1-11). Esta historia posee un claro significado psicológico de carácter metafórico, más allá de todo lo que pueda transmitir tanto a nivel material como metafisico. Significa que Cristo es para siempre aquel que decide asumir la responsabilidad personal de la depravación humana en toda su profundidad. Significa que Cristo es quien se muestra dispuesto a sopesar, afrontar y exponerse a las tentaciones tramadas por los elementos más malignos de la naturaleza humana. Significa que Cristo es siempre aquel que está dispuesto a enfrentarse de forma consciente, total y voluntaria al mal, tanto a la forma que anida en su interior como a la que se manifiesta en el mundo.

No se trata de algo meramente abstracto, de nada que se pueda obviar. No se trata simplemente de una cuestión intelectual.

Les quisiera describir que los soldados que padecen trastorno de estrés postraumático lo desarrollan a menudo no como consecuencia de algo que vieron, sino de algo que hicieron.

En el campo de batalla hay muchos demonios. Ir a la guerra abre, en ocasiones, una puerta al infierno.

Así, de vez en cuando, algo se introduce en los adentros y acaba poseyendo a un ingenuo chaval. EL ejemplo lo podemos ver en una granja de Iowa, al que Satan transforma en un monstruo. Y entonces este hace algo horrible: viola y mata a las mujeres y masacra a los niños de My Lai. Y se ve haciéndolo.

Y cierta parte oscura de su interior lo disfruta. Y es justo esa parte la que luego no puede olvidar. Más tarde, no sabrá reconciliarse, con lo que ahora sabe sobre sí mismo y sobre el mundo.

Te hago una pausa en los grandes mitos fundadores del Antiguo Egipto, el dios Horus al que histórica tuvo la misma experiencia cuando se enfrentó a su malvado tío Set, quien había usurpado el trono de Osiris, el padre de Horus.

Horus, el dios halcón que todo lo ve, el ojo egipcio de la atención suprema que representa la atención eterna.

Leemos en las escrituras esta frase tan poderosa «porque escrito está»:

Satan le plantea la primera pregunta la primera tentación. » Si eres hijo de Dios, dí a esta piedra que se convierta en pan» Mateo 4:3 .

¿Por qué Dios dejaría de manifestarse para rescatar a su único hijo del hambre, la soledad y la presencia de un gran mal? Pero así no se forja un patrón vital. Ni siquiera funciona en la literatura. El deus ex machina -la aparición de una fuerza divina que rescata mágicamente al protagonista de sus tribulaciones es el truco más barato con el que cuenta un escritor, que diluye así por completo la independencia, la valentía, el destino, la libre elección y la responsabilidad.

Además, Dios no es de forma alguna una red de seguridad para los ciegos. No se trata de alguien a quien se le pueda ordenar que realice trucos de magia o a quien se le pueda obligar a revelarse.

Ni siquiera su propio hijo puede hacerlo. » Escrito está; No solo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra de Dio» Lucas 4:4 Esta respuesta, por breve que resulte, sirve para desmontar la segunda tentación. dicienedole: « Escrito está; No tentarás al Señor, tu Dios» (Mateo 4:7).

Cristo no se atreve a ordenarle nada a Dios como si tal cosa, ni siquiera a pedirle que intervenga por él. Se niega a renunciar a su propia responsabilidad en lo que le está ocurriendo. Se niega a exigirle a Dios que demuestre su presencia y también a resolver los problemas de la vulnerabilidad moral de una forma meramente personal instando a Dios a que lo salve, porque así no resolvería el problema para todo el mundo ni para siempre.

Esta tentación evitada encierra también el eco del rechazo a las comodidades de la locura. La identificación de sí mismo como un Mesías meramente mágico, podría haber supuesto una tentación genuina en las duras condiciones que marcaron el viaje de Cristo por el desierto. Pero, en lugar de eso, rechaza la idea de que la salvación o incluso la supervivencia a corto término dependa de un despliegue narcisista de superioridad y de una exigencia dirigida a Dios, incluso si es por parte de su hijo.

Por último llega la tercera tentación, la más poderosa de todas a mi punto de vista. Cristo ve cómo se extienden ante él todos los reinos del mundo para que tome posesión de ellos. Es el canto de sirena del poder terrenal, la oportunidad de controlar y dominar todo y a todos.

A Cristo se le ofrece la cúspide de la jerarquía de dominio, el deseo animal de cualquier simio desnudo: la obediencia por parte de todos, el más asombroso de todos los Estados, el poder para construir y prosperar, la posibilidad de una gratificación sensual ilimitada.

Es lo más conveniente de lo que se puede llegar a ofrecer. Pero eso no es todo, puesto que un incremento semejante de lo que se es y se posee implica infinitas oportunidades de que las tinieblas internas se revelen.

El ansia de sangre, violación y destrucción forma parte integral de la atracción del poder. No es ya que los hombres deseen el poder para poder dejar de sufrir, ni que lo hagan para superar la subyugación, la enfermedad y la muerte. El poder también implica la capacidad de vengarse, de garantizar la sumisión de los demás y de aplastar a los enemigos.

Si Caín hubiera tenido suficiente poder, no solo habría matado a Abel. Antes de eso lo habría torturado, haciendo gala de la más inagotable creatividad. Solo entonces lo habría matado y después habría ido a por todos los demás.

Hay algo que se encuentra por encima incluso del punto más alto de las jerarquías de dominación, y es la capacidad de acceder a eso que no debería sacrificarse por un simple éxito. Se trata de un lugar real, si bien no se puede conceptualizar en el sentido geográfico tradicional de espacio que normalmente utilizamos para orientarnos.

Poniéndoles un ejemplo en una ocasión tuve una visión con un paisaje inmenso que se extendía interminable hasta el horizonte. Yo estaba suspendido en el aire y lo contemplaba todo a la vista como la tendría un pájaro. Podía ver por doquier grandes pirámides de cristal estructuradas en diferentes niveles, algunas de ellas pequeñas, otras más grandes, algunas superpuestas, otras separadas, pero todas muy similares a los rascacielos modernos y también llenas de personas que intentaban alcanzar cada una de sus cúspides.

Pero había algo por encima de la cúspide, un espacio en el exterior de cada pirámide en el que todas encajaban. Era la posición privilegiada del ojo que podía ver o que había elegido planear con total libertad por encima del tumulto, que había resuelto no dominar ningún grupo específico, ninguna causa, en lugar de eso, trascender todo.

Era la auténtica atención, pura y sin barreras: la atención imparcial, constante, en alerta, a la espera del momento y el lugar oportuno para intervenir.

La historia de la tercera tentación encierra todo un llamamiento al Ser correcto.

Para conseguir la mayor de las recompensas posibles el establecimiento del reino de Dios en la Tierra y la resurrección en el paraíso. el individuo debe orientar su vida de tal forma que rechace cualquier gratificación inmediata, apartando por igual los deseos naturales y los perversos, por muy poderosos, convincentes o realistas que sean los ofrecimientos.

Todo tendrá que superarse, así como las tentaciones del mal. El mal aumenta la catástrofe vital, magnificando el ansia de buscar aquello que más convenga, algo que ya de por sí está presente como consecuencia de la tragedia esencial del Ser.

Los sacrificios de carácter más prosaico pueden mantener a raya esta tragedia con mayor o menor éxito, pero hace falta un tipo particular de sacrificio para vencer al mal.

Es precisamente la descripción de este tipo especial de sacrificio lo que ha preocupado a la imaginación cristiana (y no solo cristiana) a todos durante siglos.

¿Por qué no se ha alcanzado el efecto deseado? ¿Por qué seguimos sin convencernos de que no hay mejor plan que elevar nuestras miradas al cielo, ir detrás del bien y sacrificar todo por esa ambición?

Es que no hemos sido capaces de comprender o bien nos hemos desviado, conscientemente o no, del camino correcto.

BABILONIA ¿Sabias qué?

Primeras civilizaciones del mundo antiguo 🌍

Babilonia, el corazón latente de Mesopotamia, emerge de las arenas del tiempo como uno de los centros culturales más impresionantes de la antigüedad. Situada a orillas del río Éufrates, esta ciudad se convirtió en cuna de hazañas, leyendas y sabiduría.

Desde sus primeros albores, Babilonia fue testigo de una confluencia de pueblos y culturas. Los sumerios, acadios, caldeos y otros pueblos semitas la habitaron, dejando huella de sus tradiciones y conocimientos. Sin embargo, fue bajo el reinado de Nabucodonosor II, en el siglo VI a.C., cuando alcanzó su cenit. Las murallas de la ciudad, tan altas que se decía que dos carros podían cruzarse sobre ellas, reflejaban la magnitud de su esplendor.

Pero Babilonia no era solo murallas y edificios majestuosos; era un centro de sabiduría. El Código de Hammurabi, uno de los conjuntos legales más antiguos, se erige como un testimonio de la importancia que la civilización babilónica otorgaba a la justicia y al orden. Este conjunto de leyes, inscrito en una estela de diorita, dictaba desde transacciones comerciales hasta castigos para delitos.

Más allá de la ley, el firmamento también susurraba sus secretos a los babilonios. Estos antiguos astrónomos estudiaban las estrellas y planetas con una precisión asombrosa, sentando las bases para la astrología y astronomía futuras. No era raro que un sacerdote-astrónomo de Babilonia interpretara el destino de reyes y naciones observando el cielo nocturno.

Sin embargo, es imposible hablar de Babilonia sin evocar la imagen de sus Jardines Colgantes, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Estos jardines, construidos en terrazas escalonadas, eran un oasis en medio del desierto, un testimonio de la habilidad y ambición de sus arquitectos.

Pero, como todas las grandes civilizaciones, Babilonia también tuvo su ocaso. Con el paso del tiempo, fue conquistada por imperios como el persa y el macedonio. A pesar de ello, su legado perdura. Las historias de su torre que tocaba el cielo, de sus reyes y de su sabiduría, aún resuenan en las páginas de la historia, recordándonos la grandeza y efímera naturaleza de las civilizaciones humanas.

Por Jesica Canal

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