Por John MacArthur

UN HOMBRE POR LA BORDA
El intento de Jonás por alejarse de Dios no terminó bien para el recalcitrante misionero.
La rebeldía espiritual cosecha lo que siembra, ya que Dios corrige y reprende a los que ama (Hebreos 12.6).
En el caso de Jonás, esa corrección llegó de una manera drástica y veloz, cuando una furiosa tormenta se tragó el barco con el que se dirigía a Tarsis.
Después de identificar a Jonás como el objetivo de la tormenta, los aterrados marineros pidieron de él una manera de aplacar la ira de su Dios. Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más.
El les respondió: Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros. (Jonás 1.11-12) Dios se habría agradado si el profeta hubiera caído de rodillas arrepentido y hubiera prometido dirigirse a Nínive. Una respuesta tal hubiera detenido las olas.
Sin embargo, Jonás tercamente pidió que le arrojaran al mar. En verdad, estaba diciendo que prefería morir que cumplir su misión con los ninivitas. Tristemente, los marineros paganos mostraron mucha más compasión con Jonás que la que él mostraba hacia los asirios. En vez de tirarle inmediatamente por la borda con la esperanza de que acabara el peligro, intentaron luchar contra las olas y llevar el barco hasta la orilla.
Aunque sus intenciones eran buenas, sus esfuerzos fracasaron. Antes que escoger otra opción, accedieron a llevar a cabo la petición de Jonás y … clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú Jehová, has hecho como has querido. Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor. (vv. 14 15)
El carácter sobrenatural de la creciente tormenta fue inmediatamente evidente tan pronto como Jonás tocó el agua: el viento se detuvo al instante y las enormes olas desaparecieron.
Los atónitos marineros respondieron con una reverente fe y arrepentimiento: «Y temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos» (v. 16).
A pesar de la determinada desobediencia de Jonás, Dios le usó para mostrar su poder a una tripulación de marineros gentiles. El Señor haría lo mismo por Nínive, alcanzando esa población pagana y llevándoles a una fe penitente mediante el mismo predicador reticente. Jonás se había ido y también la tormenta.
Mientras aparecía bajo la superficie del océano, el náufrago suicida seguramente pensó que había escapado de su indeseada misión.
Pero el Señor no había terminado aún con él. En lugar de permitir que se ahogara, «Jehová tenía preparado un gran pez que tragase a Jonás; y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches» (v. 17).
DESDE EL ESTÓMAGO DEL PEZ
Aunque se ha idealizado mucho como un clásico de la escuela dominical, los tres días que Jonás estuvo dentro del pez fueron indescriptiblemente horribles.
Alojado en la reducida y húmeda oscuridad, quizás era incapaz de moverse y apenas podía respirar debido al sofocante hedor. Los ácidos gástricos del estómago del pez carcomían su piel; y el continuo movimiento del pez combinado con la cambiante presión de las profundidades del océano debió de haber sido totalmente nauseabundo.
Aunque se ha intentado dar una explicación científica a la supervivencia de Jonás, lo mejor es entender este destacado acontecimiento como un milagro divino. El Señor preparó el pez para que se tragara a Jonás y lo protegió de forma sobrenatural. (Como la palabra hebrea para «ballena» no se usa, probablemente el anfitrión de Jonás no fuera un mamífero de sangre caliente, lo cual haría que su agonía mojada en el frío fuera algo inimaginable.) En medio de su angustia, el humillado profeta clamó por su liberación.
Su oración de arrepentimiento, narrada en Jonás 2, es una de las más conmovedoras de toda la Escritura, un clamor desde agobiantes circunstancias:
Invoqué en mi angustia a Jehová, y el me oyó; Desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste. Me echaste a lo profundo, en medio de los mares, y me rodeó la corriente; todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí.
Entonces dije: Desechado soy de delante de tus ojos; más aún veré tu santo templo. Las aguas me rodearon hasta el alma, rodeóme el abismo; El alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mi para siempre; Mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío. Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo. Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Jehová. Jonás 2.2-9
El hombre que retrocedió al pensar que Dios extendería su misericordia a Asiria, rogaba al Señor por gracia y compasión desde las profundidades de su propia desesperación.
Y Dios respondió con misericordia a su oración. La oración de Jonás indica que se hundió mucho bajo la superficie antes de que le tragara el pez. Su referencia al «Seol» no significa necesariamente que muriera; es más probable que se refiriera a las catastróficas circunstancias que rodearon su experiencia a punto de morir.
Fue ahí, sumergido en lo profundo del océano, cuando Jonás le pidió al Dios del que e) staba huyendo que acudiera a él. Reconoció la poderosa presencia del Señor (en los versículos 1-6) y su gracia salvadora (en los versículos 7-9).
Para los ninivitas, lo cual probablemente explica por qué tuvieron tanto interés en Jonás, y su historia del pez, cuando él llegó por primera vez a la ciudad. (Se ha sugerido incluso que los ácidos del estómago del pez blanquearon la piel de Jonás, de tal forma que probablemente llegó a Nínive con un blanco peculiar, casi con la apariencia de un fantasma.)
El mensaje de Jonás era mucho más que la historia de un pez. Era una amenaza: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida» (Jonás 3.4).
Lo que ocurrió después fue un milagro más extremo y sorprendente de lo que había sido la tormenta sobrenatural y que el pez se tragara al profeta. El texto declara el milagro de una manera seriamente moderada: «Y los hombres de Nínive creyeron a Dios» (Jonás 3.5).
Esas pocas palabras describen el avivamiento a mayor escala narrado en el Antiguo Testamento, ya que la población entera de Nínive, de cientos de miles de personas, se arrepintió y se volvió al Señor.
¿Qué hizo que los ninivitas fueran tan receptivos al mensaje de Jonás? Algunos eruditos han sugerido que las derrotas militares, o la inquietud civil, o los fenómenos naturales (como terremotos y eclipses) podían haber condicionado a la gente para estar listos para recibir la advertencia del profeta.
Sin embargo, en realidad no hay ninguna explicación natural para una conversión masiva. No obstante, hay una explicación sobrenatural; el Señor fue delante de Jonás y preparó los corazones de los ninivitas. Para lograr su soberano propósito de salvación, usó a un profeta rebelde para llevar a un pueblo rebelde a la fe en Él mismo.
El alcance total de su arrepentimiento se explica en Jonás 3.5- 9. Todos los ciudadanos, incluido el rey mismo, respondieron con un sentido pesar: Y los hombres de Ninive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos.
Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza.
E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? El rey, tal vez identificado como Adad-ninari III (ca. 810-783 A.C.) o Assurdan III (ca. 772-755 A.c.), intercambió sus túnicas reales por cilicio y cenizas.
En una muestra pública de lamento personal y para simbolizar un arrepentimiento nacional, el monarca asirio le rogó al Dios verdadero que les diera misericordia y perdón.
Tal como había hecho con Jonás, el Señor respondió la oración del rey. «Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (v. 10).
Un impacto tan asombroso sobre toda una nación mediante un profeta con muchas imperfecciones que se arrepintió es un ejemplo de la gracia de Dios al hacer héroes con personas inconcebibles.






