Crónicas Bíblicas: Jonás Parte 3 Fin

Por John MacArthur

LA REACCIÓN AIRADA DE JONÁS

La mayoría de los misioneros estarían eufóricos si obtuvieran una respuesta tan abrumadora a su mensaje. Pero ese no fue el caso de Jonás. Su actitud de odio y prejuicio con los asirios seguía estando firmemente incrustada en él.

Si la ciudad de Nínive se arrepentía, significaba que no sería juzgada; y este celoso israelita no estaba contento con esa posibilidad: Pero Jonás se apesadumbró en extremo, y se enojó. Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida. (Jonás 4.1-3)

¡Increíblemente, Jonás prefería la muerte que la salvación de sus enemigos! No es de extrañar que huyera hacia Tarsis, se quedara dormido en medio de la tormenta y se ofreciera de voluntario para ser arrojado por la borda. Si hubiera tenido la oportunidad, ¡Jonás habría preferido morir antes que predicar a los ninivitas! Pero su rebeldía no pudo anular la gracia soberana de Dios; el Señor usó a Jonás para lograr sus propósitos salvadores a pesar de las insignificantes protestas del profeta.

La oración de Jonás no solo expuso su propio prejuicio y orgullo, sino que también exhibió la bondad y la compasión de Dios. En su infinita misericordia y gracia, el Señor puede rescatar a cualquier pecador, incluso a alguien tan malo como el rey pagano de una nación bárbara. Jonás reconoció la magnitud de la gracia de Dios, por lo cual en un principio corrió en dirección contraria; él no quería tener nada que ver con que el perdón divino llegara a los hostiles enemigos de Israel. Irónicamente, cuando Jonás mismo tuvo problemas, clamó pidiendo la misericordia de Dios. Pero cuando el Señor extendió su gracia a otros, Jonás se llenó de rencor. Cuando Dios detuvo su ira contra los ninivitas, se avivó la ira del profeta.

Con una molesta incredulidad, enojado con que su misión profética hubiera tenido tanto éxito, Jonás acampó en las afueras de Nínive para ver si quizá Dios juzgaba a la nación.

Evidentemente, esperaba que el arrepentimiento del pueblo hubiera sido hipócrita y superficial a fin de que el Señor les destruyera aun al cabo de los cuarenta días. El profeta construyó apresuradamente un refugio temporal para cobijarse del abrasante sol y esperó para ver cómo iba todo.

UNA LECCIÓN FINAL OBJETIVA

Mientras Jonás se sentaba contrariado en su cueva en el lado oriental de Nínive, el Señor hizo que creciera instantáneamente una planta detrás de él, aportándole al melancólico profeta algo de alivio fresco del sofocante sol asirio. No se sabe con certeza qué tipo de planta fue, aunque pudo haber sido una de aceite de ricino, la cual crece rápidamente, y más aún en climas calientes, y da sombra con sus hojas demasiado grandes.

Aparte de qué variedad fuera, esa planta frondosa creció de forma milagrosamente rápida, cubriendo de inmediato el inadecuado cobijo de Jonás y proporcionándole protección del sol directo. El texto dice que Jonás estaba agradecido por la planta, pero a la mañana siguiente, cuando Dios envió un gusano para comérsela, la ira del profeta se volvió a encender.

La situación empeoró cuando el Señor envió un viento cálido del este (llamado «siroco»), el cual derribó el refugio de Jonás y le hizo tener que estar expuesto al calor extremo. Del mismo modo en que Dios había enviado un gran viento en el mar para afectar a Jonás (1.4), preparó ese viento cálido desértico con la misma intención:

humillar a su siervo y enseñarle una lección espiritual vital Y, como era de esperar, el profeta quejoso e incrédulo una vez más deseó la muerte. Como había hecho todo el tiempo, el Señor le respondió con una paciencia inmerecida: Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte.

Y dijo Jehová: Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste. ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? (Jonás 4.9-11)

La perspectiva de Jonás estaba completamente al revés y era totalmente egoísta. Estaba demasiado preocupado por una planta de sombra que vivió poco tiempo y que le protegía dándole comodidad, pero no tenía compasión alguna por toda la población de Nínive, incluyendo 120 mil niños pequeños (que no pueden discernir entre su mano derecha e izquierda).

Se dirigían al castigo eterno si no se arrepentían, pero Jonás era tan terco e insensible que no era simplemente indiferente a su peligro eterno, sino que quería que el juicio cayera sobre ellos. En su desprecio, se habría alegrado si Dios hubiera condenado a la ciudad entera enviándoles al infierno. El profeta egocéntrico básicamente estaba diciendo: «Salva a la planta para que yo tenga un alivio temporal, pero condena al pueblo a un tormento eterno».

Sin embargo, el amor de Dios por los ninivitas era claramente distinto al retorcido desprecio de Jonás. El terco y prejuicioso profeta había estado actuando por su propio interés, pero el Señor quería que pusiera el mensaje eternamente importante de salvación por encima de sus propias preocupaciones miopes y sus comodidades triviales.

¿Cómo podía estar preocupado por una planta cuando cientos de miles de almas estaban jugándose su juicio y él tenía la oportunidad de ver su salvación? El libro de Jonás termina de manera abrupta, con esas últimas palabras del Señor formando su repentina conclusión.

Pero la lección para Jonás era inequívocamente clara, y esa misma lección es vitalmente importante que todos los creyentes la aprendamos. Como Jonás, puede que nos veamos tentados a permitir que nuestros propios temores, prejuicios o intereses egoístas inhiban que demos testimonio del evangelio.

Pero cuando priorizamos el mensaje del evangelio y lo ponemos por encima de nuestra propia agenda personal, damos gloria a Dios al avanzar los propósitos de su reino por el mundo.

LO QUE JONÁS NOS ENSEÑA ACERCA DE DIOS

Como todos los relatos bíblicos que hemos estudiado hasta ahora, la historia de Jonás trata principalmente acerca de Dios. El es el mayor héroe de la historia, el que salva a Nínive a pesar de los intentos rebeldes del profeta por abortar la misión.

Aunque el libro es relativamente corto, sin embargo desvela tres verdades profundas e inolvidables acerca del carácter de Dios.

En primer lugar, la historia de Jonás enfatiza el hecho de que Dios es el Creador soberano. A lo largo de toda la narrativa, se le recuerda continuamente al lector que el Señor está controlando todas las circunstancias de Jonás.

Es Dios quien envía el viento, provoca la tormenta, calma el mar, prepara el pez, hace crecer la planta, envía el gusano y después vuelve a enviar el viento. Los marineros paganos reconocen el poder del Señor sobre la creación y le adoran como consecuencia de ello. El rey pagano de Ninive igualmente reconoce la mano soberana de Dios. Es sorprendente que la única persona que resiste a Dios sea Jonás, el profeta de Israel que reconoció la soberanía del Señor con sus labios (Jonás 1.9) y sin embargo se rebeló contra ella con su vida.

En segundo lugar, el relato de Jonás nos recuerda que Dios es Finalmente, la historia de Jonás reitera el hecho de que Dios es el Salvador, y que su bondad no está limitada por nuestros conceptos cargados de prejuicios.

El profeta Jonás pensaba que los asirios estaban más allá del alcance de la misericordia de Dios. Después de todo, eran los brutales, ¡idólatras y gentiles enemigos de Israel y del Dios de Israel!

Pero el Señor le mostró a Jonás que su gracia salvadora llega a todos los que se arrepienten y creen en Él. De esta forma, el libro de Jonás encierra el mensaje de salvación.

Cuando los pecadores reconocen al Señor como Creador soberano y Juez del universo y claman a El pidiendo misericordia, Él los salva misericordiosamente de la ira divina, dándoles en cambio vida eterna.

Estas tres verdades apuntan al corazón del evangelio. Los pecadores son criaturas que han quebrantado la ley de Dios. Les espera la ira y, sin embargo, Él les ofrece perdón y salvación mediante el sacrificio de su Hijo, Jesucristo. Jesús mismo usó al profeta Jonás, y los tres días que pasó en el estómago del pez, como una ilustración de su propia muerte y resurrección. En Mateo 12.40, Jesús le dijo a la multitud que había reunida: «Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches».

Tres días después de ser crucificado, Cristo resucitó triunfante de la muerte, demostrando una vez y para siempre que es el Salvador del mundo. Quienes se arrepienten de sus pecados y creen en El, sean judíos o gentiles, serán salvos (Romanos 10.9-10).

Aunque no somos profetas del Antiguo Testamento como lo era Jonás, hemos recibido una misión similar a la suya. Como creyentes del Nuevo Testamento, nuestro mandato es llevar el evangelio a los perdidos, proclamándoles la realidad del juicio venidero y la esperanza de salvación (véase Mateo 28.18-20).

Cuando resistimos esta responsabilidad, ya sea por temor, orgullo o alguna preocupación con cosas triviales, caemos en la misma el Juez supremo. De hecho, este fue el mensaje que el profeta tenía que entregar a los asirios.

Tras cuarenta días, su ciudad se convertiría en el centro de la ira divina; pero el juicio de Dios nunca cayó sobre pueblo de Nínive.

En cambio, solo llegó en forma de castigo contra Jonás por su desobediencia deliberada.

Reconociendo que su destino era inminente, los ninivitas se arrepintieron y la ira de Dios contra ellos se detuvo. trampa que Jonás.

Pero cuando somos fieles y obedecemos al Señor de esta manera, experimentamos la maravillosa bendición de ser usados por Él para hacer avanzar su reino. No hay mayor gozo que ver a los pecadores recibir las buenas nuevas de salvación. Como les dijo el apóstol Pablo a los romanos, citando a Isaías:

«¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz. de los que anuncian buenas nuevas!» (Romanos 10.15).

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