Crónicas Bíblicas: Trastorno Alimenticio. Parte 1

Por Trilla J. NewBell

El temor a la apariencia física.

Si eres una mujer que ha tenido un hijo, te has dado cuenta antes era firme ahora puede ser un poco blando; para algunas, hay marcas que recuerdan para siempre los nueve meses que fueron portadoras de una vida humana.

Y sin importar lo que digan por ahí: tus caderas nunca vuelven a su lugar. Aun si no has tenido la dicha de estar embarazada, no tienes que esperar mucho para ser bombardeada por lo que el mundo considera el ideal de la imagen corporal.

Incluso hay páginas web dedicadas a cómo obtener la forma corporal ideal. Hay medidas faciales para lo que se considera hermoso. Aparte de eso, tenemos nuestros propios deseos pecaminosos por alcanzar esas medidas que no son realistas y definitivamente son mundanas.

Si no las alcanzamos, no damos la talla. Y eso nos vuelve temerosas y afanosas de alcanzar dicha belleza.

Permíteme decirte que lo he visto todo y he experimentado mucho de esto también. Durante ocho años, trabajé en la industria del entrenamiento físico.

Cada mes de enero, las instalaciones del gimnasio recibían multitudes de nuevos miembros y nuevos participantes en las clases de ejercicios (donde me encontrabas enseñando algunas). He visto a la persona obsesiva, a la que tiene desórdenes alimenticios y a la que se pesa constantemente en la báscula.

Y he sido esa persona también. He tenido momentos en los que, si no iba al gimnasio, me sentía infeliz y temerosa de no ser capaz de volver a ponerme mi ropa deportiva. De niña luché con problemas con la comida.

Nunca recibí un diagnóstico de desorden alimenticio, pero me preocupaba de manera excesiva por lo que comía. Y las básculas fueron mis enemigas en la universidad.

Ahora, con dos hijos y escritora que pasa más tiempo sentada que en toda mi vida pasada, he experimentado algunos cambios serios en mi cuerpo. Mis temores van desde no ser atractiva para mi esposo a no ser capaz de usar mi ropa. He temido no «recuperar mi forma». Cuando se trata de mi imagen corporal, he tenido que luchar con el temor a no dar la talla según los estándares del mundo y de lo que yo misma me he impuesto.

¿No es cierto que a menudo las cosas buenas se vuelven malas debido a nuestro corazón pecaminoso? El ejercicio y el deseo de ser saludables y buenas administradoras del cuerpo que Dios nos ha dado no es algo malo. Esos deseos se vuelven pecaminosos cuando se convierten en ídolos y empezamos a medir nuestro valor y dignidad conforme a ello.

Cuidar nuestro cuerpo puede ser una manera de glorificar a Dios. Él nos creó no para destruir nuestro cuerpo mediante el abuso, sino para usarlo para su gloria y sus propósitos. Y aunque la piedad es de valor supremo, sabemos que el ejercicio físico también tiene valor delante del Señor.

Pablo nos ayuda a ver la dicotomía cuando escribe: «pues, aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera» (1 Timoteo 4:8, NVI).

Así pues, podemos dar por hecho que está bien proponernos hacer ejercicio como una meta para la vida saludable. Sin embargo, más importante aún, debemos entrenarnos también para la vida piadosa.

El ejercicio provee fortaleza para el servicio puede ser restaurador y rejuvenecedor. No obstante, el hecho de que exista la necesidad del ejercicio es otro recordatorio de que vivimos en un mundo caído con cuerpos caídos.

Nuestros cuerpos languidecen, cambian y se cansan. Probamos toda clase de suplemento, comida saludable de moda y varias formas de ejercicio para prolongar o prevenir lo inevitable. El Botox y la cirugía plástica y una vida entera de maratones no pueden evitar nuestro destino marcado. Al igual que Adán en la Biblia, somos polvo y volveremos al polvo (Génesis 3:19).

No existe una medida de ejercicio que pueda evitarlo. Las compañías que fabrican productos de belleza se han encargado de fijar estos falsos ideales de belleza. En sus avisos publicitarios, revelan la magia del Photoshop.

Lo más probable es que las imágenes de mujeres perfectamente proporcionadas (altas, delgadas y con curvas, sea cual sea tu ideal) han sido editadas y retocadas en una computadora por un diseñador gratico. Así que podemos descansar. No tenemos que tratar de estar a la altura de esos falsos ideales de belleza.

No tenemos que temer nuestro cuerpo en constante cambio. Y si bien no existe nada en esta tierra que perdure eternamente, en la bondad de Dios, El no nos deja solas en nuestra desintegración. Sabemos que, a su tiempo, El hará todo nuevo y lo que antes estuvo plagado de enfermedad y dolor resucitara gloriosamente con Cristo.

Pablo conecta la caída y nuestra resurrección cuando escribe: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida» (1 Corintios 15:22-23).

Como si no bastaran estas buenas noticias, Pablo nos recuerda El temor a la apariencia física que no solo estaremos con Cristo, sino que también seremos como El «Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas» (Filipenses 3:20-21).

¡Si! Dios hará todo nuevo. El transformará nuestros cuerpos, los mismos que arrastramos, y plegamos, y hacemos aguantar hambre, y a menudo lastimamos para tratar de hacerlos hermosos. Sí, El hará nuestros cuerpos hermosos, puros y gloriosos cuando regrese. Nuestros cuerpos nunca volverán a morir.

Y, mejor aún, seremos libres de pecado. Nuestro cuerpo caído e imperfecto es otra manera de mirar a Cristo. Por su gracia, y podemos dejar de mirarnos a nosotras mis darnos cuenta más y fijar nuestra mirada en Jesús. Nuestro cuerpo está hecho para la adoración y, si el Señor nos permite vivir por mucho tiempo, es posible que quedemos con cuerpos incapaces de hacer nada aparte de adorar. Cada dolor y dolencia y músculo flácido que alguna vez fue firme es otro recordatorio de que tenemos un Salvador que es perfecto en belleza, y que El viene por nosotras a devolvernos a nuestro estado anterior a la caída y a levantarnos a un estado más glorioso de lo que podemos imaginar.

Así que, tal vez piensas: Pero yo quiero ser atractiva para mi esposo o futuro esposo. Si te identificas con esta conversación acerca del cuerpo, tal vez en parte temes no dar la talla según una determinada imagen corporal inventada, porque temes no ser deseable para un hombre.

Si eres casada, ese hombre puede ser tu esposo; si eres soltera, tal vez temes no atraer a un hombre. (Debemos recordar que la piedad es de un atractivo absoluto. La belleza es los Temores del corazón vana y se desvanece, y solo el temor del Señor perdura).

No hay absolutamente ningún problema con que desees ser atractiva para tu esposo, salvo si se convierte en un ídolo que te controla y te lleva al temor y la ansiedad. Si temes que no vas a ser atractiva a menos que logres tener cierto tipo de cuerpo, ora al Señor para que te dé un hombre que teme al Señor por encima de todo.

No queremos vivir para el hombre, ya sea nosotras mismas o un hombre. La misma arma que usas cuando analizas los asuntos de las relaciones también se usa cuando combates la tentación de alcanzar el cuerpo ideal. Debemos poner nuestra mira arriba, en el Creador, y darnos cuenta de que nuestros cuerpos nunca serán ideales y, si lo son, no siempre van a serlo mientras estemos en esta tierra. El tiempo los alcanzará y tarde o temprano llegará la muerte. Esta es la realidad que todas enfrentamos.

La comida y el cuerpo ideal

Hay varias maneras en que las mujeres pueden batallar con la imagen corporal, pero una en particular parece mantener cautivas a muchas y en varios grados, de modo que considero importante detenerme en ella.

Sentémonos y enfrentemos juntas estas tentaciones que son realmente duras. Los desórdenes alimenticios son serios; muchas mujeres se ven afectadas por ellos en alguna forma (leve o severa), en algún momento de su vida.

Estos desórdenes van desde la auto inanición, la bulimia y los atracones hasta formas más leves de obsesión acerca de la comida.

No me refiero a ser conscientes de manera general sobre nuestro peso y nuestra dieta, lo cual es sabio y saludable. Debemos cuidar nuestro cuerpo.

Me refiero a la tentación o la acción que nos consume y nos hace pensar o hacer cosas que son dañinas, perjudiciales o pecaminosas. ¿Es importante confrontar esto porque según el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos, los desórdenes son a menudo fatales y ocurren con frecuencia en El temor a la apariencia física adolescentes y adultos jóvenes?

Sé que hay mujeres que luchan duramente con el tema de los desórdenes alimenticios, muchos de los cuales nunca son diagnosticados. Otras padecen formas más leves que, aunque no necesariamente se catalogan como desórdenes alimenticios, son nocivas y por tanto merecen que las mencionemos aquí.

Durante mi último año de secundaria, tenía la esperanza de continuar mi práctica de danza y de animadora de equipos deportivos al llegar a la universidad. El Señor tenía otros planes, pero eso no impidió que yo experimentara con el vómito inducido, las dietas relámpago y la obsesión con mirarme en el espejo.

Quería ser admitida en el equipo y, como parte de un grupo de animadoras de nivel competitivo en la secundaria, yo sabía que la competencia no solo exigía talento; también exigía un peso determinado. Mi primer año de universidad fue muy parecido a mi último año de secundaria. No logré entrar al equipo, pero seguí enseñando en campamentos de animadoras a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos en ciudades universitarias.

Después de mi segundo año de universidad, di por terminados mis días como bailarina y animadora, y pude experimentar con alegría la libertad de no tener esa obsesión por un cuerpo perfecto. Nunca fui diagnosticada con un desorden alimenticio. No creo que tuviera uno.

Mi lucha con la comida y el peso no era constante. Me enredaba en ello por temporadas y luego estaba bien durante varios meses. Mi lucha tenía que ver principalmente con la aceptación. Yo quería encajar en el molde, ser parte del equipo.

Cuando fui capaz de renunciar a ello, logré superar el deseo de ser delgada, aunque el deseo pecaminoso de aceptación siguió latente en mi corazón. Aunque ya no estaba obsesionada con ser delgada, a causa de mi temor al hombre seguí sintiéndome decepcionada por nunca ser parte del equipo. Mi corazón encontró algo más en qué basar mi deseo de aceptación, que consista simplemente en ser aceptada. Dios arrancó y sigue arrancando de raíz el deseo de agradar y de ser aceptada por otros.

El tipo de temor y de combate que tengo en mente quedan en evidencia, por lo general, en los hábitos alimenticios. Aunque no todas tenemos necesariamente estos desórdenes, la mayoría atravesamos temporadas en las que nos obsesionamos con nuestro cuerpo y con lo que comemos. Ahora que reflexiono en esa época de mi vida, creo que lo que experimenté fue una versión intensificada de la lucha que tienen muchas mujeres.

Por otro lado, si tengo amigas que han experimentado desórdenes alimenticios y es posible que estés leyendo ahora, después de haber luchado con ello, o que estés en plena batalla actual con un desorden. Por eso he pedido a dos amigas que cuenten sus historias en sus propias palabras. Puede que no sean idénticas a tu experiencia personal pero oro para que te infundan esperanza.

La primera historia ha sido abreviadas aquí «La historia de Eva», pero puedes leerlas completas en la segunda parte de este artículo: «Los desórdenes alimenticios»

La historia de Eva: La anorexia y la misericordia de Dios Fui salva a edad temprana, crecí en un hogar cristiano y era miembro de una iglesia numerosa. Creía en Dios, oraba, entonaba canciones y buscaba obedecer y agradar al Señor. Sin embargo, a pesar de que me habían ensenado esta verdad, nunca comprendí de pequeña lo engañoso y perverso que era mi propio corazón (¡y todavía lo es!).

Yo era una joven legalista que conocía las respuestas correctas y se enorgullecía de ello.

Recuerdo claramente cuando de niña en una tienda Walmart fui consciente de que, aunque no debía mirar los estantes de revista junto a la caja registradora, me creí lo suficientemente madura para manejar esos contenidos. Leí un titular que decía: «La engañó… y ella lo asesinó».

Yo pensé: Cuánto me alegra no ser tan mala! Para mí la gracia no era algo asombroso. En mi subconsciente, pensaba que existían categorías de pecados y que yo no era tan mala. En realidad, creo que a pesar de que fui cristiana desde niña, era increíblemente orgullosa e hipócrita.

Pensaba que la anorexia era tonta. Pensaba: ¿Cómo puede una chica dejar de comer? A medida que crecí externamente (pubertad, etc.), mis ansias de aprobación y mi hipocresía también crecieron.

Creía que podía controlar mi vida, mi horario y mi apariencia, y miraba con desdén a otras chicas que no tenían tanto autocontrol. Siempre fui activa y delgada en mis años de crecimiento, pero en algún momento alrededor de los catorce o quince años, mis tendencias a buscar la aprobación de los demás empezaron a evidenciar cuánta atención positiva recibía por ser delgada, deportista, disciplinada, autocontrolada y tonificada.

Cuando mi cuerpo experimentó los cambios de la adolescencia (como en las caderas), empecé a hacer ejercicio diario para mantenerme en forma, pero mi actividad estaba motivada por el deseo de ser alabada y estimada.

La posibilidad de estar obsesionada con ello nunca se me cruzó por la mente.

Continuara.

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