Por John MacArthur

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA GRANDEZA
Mientras ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan a la gente:
¿Qué salisteis a ver al desierto? … ¡A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.
De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista. -MATEO 11.7-11
A OUÉ SE REFIERE DIOS CUANDO DICE QUE ALGUIEN
¿es grande? En el pensamiento de la cultura popular, la grandeza normalmente se define en términos de privilegio, logros, dinero y poder que llevan a algún tipo de fama. Una visión más objetiva de la grandeza, aunque menos popular, se centra en el impacto duradero de alguien al proveer buenos beneficios a la gente, no solo a su nivel de fama personal; sino que eleva a quienes impactan al mundo de las formas positivas y significativas.
Pero, ya sea que midamos la grandeza en términos de popularidad o desde el punto de vista del logro humano, ambas definiciones se quedan cortas si lo vemos desde la perspectiva de Dios.
Usando cualquiera de estos dos criterios, Juan el Bautista no sería considerado grande. No nació en una familia rica poderosa. Sus padres, Zacarías y Elizabet, eran de la familia sacerdotal de Leví.
Pero había muchos levitas en Israel en ese tiempo, tantos que la familia de Juan no tenía ningún estatus social especial. Cuando aún era adolescente, Juan dejó las comodidades de la sociedad civilizada y se fue al desierto de Judea, convirtiéndose en un predicador ermitaño y sin hogar.
Según Mateo 3.4: «Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre». Ni su linaje, ni su conducta social contraria, ni su apariencia externa ni su dieta indicaban que pudiera ser No tenía una educación formal, ya que vivía aislado en el desierto.
Aunque procedía de un linaje sacerdotal, no estaba relacionado con el sacerdocio. No estaba vinculado ni a la riqueza ni a la realeza. No instigó ningún movimiento social, político o religioso permanente.
Aunque atrajo al populacho con su mensaje acerca de la llegada del Mesías, las autoridades (como los fariseos y los escribas) se opusieron a él con fiereza. Como respuesta, él les reprendía y advertía del juicio divino, como a un grupo de víboras atrapadas en un incendio forestal.
Su ministerio fue relativamente corto; murió de modo ignominioso a manos de un pequeño gobernante llamado Herodes seducido por el lascivo baile de una joven. Cuando le dijo que le daría cualquier cosa que ella quisiera, se condolió con su madre, la esposa de Herodes, la cual quería que pidiese la cabeza de Juan en una bandeja de plata Nada en su vida encajaba en el modelo asociado con la grandeza.
Solo un pequeño grupo de discípulos lo siguieron por un breve periodo de tiempo. A pesar de todo eso, fue lo que el ángel Gabriel dijo que increíble, el Señor no solo declaró que era grande, sino el más grande que jamás ha vivido.
Esa declaración salió de los labios de Jesucristo mismo: «De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista» (Mateo 11.11). «Nacido de mujer» era una expresión común para referirse a la humanidad en general. Por tanto, Jesús, básicamente estaba diciendo: «No ha vivido nunca un ser humano mayor que Juan».
En nuestro examen de los héroes inconcebibles de Dios, ya hemos visto algunos de los personajes más atractivos de la Biblia. ¡Sin embargo, el Mesías mismo declaró que Juan el Bautista fue mayor que cualquier otro santo del Antiguo Testamento! Fue mayor que Enoc, Abraham, Moisés, Sansón, David o cualquiera de los profetas.
Fue mayor que quienes se enumeran en Hebreos 11 como los héroes monumentales de la fe. Ningún rey, jefe militar ni filósofo fue mayor que Juan. El fue la persona más grande que había vivido hasta ese momento, tanto en términos de tarea como de privilegio. Eso quedó claro desde el comienzo de su historia.
SE ROMPIÓ EL SILENCIO
Antes de Juan el Bautista, no hubo profeta en Israel durante siglos. Desde los días de Malaquías, no había llegado del cielo ninguna palabra de revelación. Tampoco ningún ángel había aparecido a los hombres desde tiempos del profeta Zacarías, quinientos años atrás.
Pero ese largo silencio estaba a punto de romperse. Era aproximadamente el año 5A.C.; el lugar, Jerusalén. Un anciano, común y corriente, llamado Zacarías (nombre dado en honor al profeta del Antiguo Testamento) desbordaba de gozo al acercarse al lugar santo del templo. Una vez dentro, tendría el privilegio de ofrecer el incienso sobre el altar sagrado.
Este evento marcaba el momento álgido de su carrera sacerdotal, por lo que Zacarías quizás querría saborear cada instante. Pero incluso sus más altas expectativas no podían haberle preparado para lo que estaba a punto de experimentar.
Zacarías era sacerdote según el orden de Abías, una de las veinticuatro órdenes del sacerdocio judío establecido para los hijos de Aarón. Cada orden sacerdotal era responsable de servir durante dos semanas al año en el templo de Jerusalén. Llegado el momento, los sacerdotes según el orden de Abías, incluyendo a Zacarías, viajaban a la capital de Israel para cumplir con sus tareas sagradas.
Una de las responsabilidades sacerdotales era que el sacerdote quemara incienso cada mañana y cada atardecer dentro del templo, en el lugar santo (véase Éxodo 30.7-8).
Cuando el solitario sacerdote se dirigía al altar del incienso, el resto de la orden, junto con toda la gente, estaba de pie afuera orando. El incienso subiría desde el altar como un símbolo de las fragantes oraciones de la nación a Dios. Como había muchos sacerdotes, pero solo uno podía ofrecer el incienso cada mañana y cada noche, la mayoría nunca participaba en esa tarea sagrada. El sacerdote privilegiado era elegido echando suertes; y una vez escogido, no podía volver a ser elegido.
Así, ofrecer incienso en el lugar santo era una experiencia única en la vida. Seguro que fue muy difícil para el anciano Zacarías haber contenido la emoción tras ser seleccionado, después de décadas de servicio fiel.
Sin lugar a duda, esa era la cima de su vida sacerdotal. El altar del incienso estaba justamente fuera del velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo, lo que significaba que estaba lo más cerca de la presencia de Dios que podía estar un sacerdote.
Ninguna persona común podía entrar en el lugar santo, y solo el sumo sacerdote podía entrar al lugar santísimo, y eso ocurría solo una vez al año. A pesar del deseo y la satisfacción que sentía Zacarías cuando entró en el lugar santo, no tenía la intención de quedarse allí mucho tiempo.
Según estaba prescrito en la ceremonia, llevaba un pequeño recipiente lleno de carbones encendidos tomados del altar de bronce, el altar del sacrificio. Acercándose al altar del incienso, echó los carbones y los esparció en el interior.
Luego los cubrió con el incienso para que surgiera una gran nube de olor no podía creer lo que el ángel le estaba diciendo. El increíble mensaje para Zacarias, que le daría el ángel Gabriel era el siguiente: Su mujer no solo tendría un hijo en circunstancias sobrenaturales, sino que ese hijo sería en muchos aspectos el profeta más excepcional que jamás existiría.
Así se lo explicó el ángel al perplejo sacerdote: Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.
Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. (Lucas 1.14-17) Después de cuatrocientos años de silencio, este profeta anunciaría la llegada del Mesías.
¡El hijo de Zacarías sería el heraldo del Mesías!
Estas noticias eran tan asombrosas que Zacarías no lo creía. Como respuesta a su duda y las consiguientes dudas de todos aquellos a quienes les contara las palabras del ángel, Gabriel le dio una señal: «Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lucas 1.20).
Por haber usado su voz para expresar duda e incredulidad, Zacarías no podría volver a usarla hasta que naciera su hijo. Pero de manera extraña, ese silencio sería la verificación del encuentro sobrenatural.
Eso resultó quedar claro cuando al fin salió del lugar santo y fue recibido por miradas de asombro y curiosidad por parte de la congregación judía reunida en el templo. ¿Por qué habrá tardado tiempo? ¿Y por qué tiene una expresión estupefacta en su rostro?
Para mayor sorpresa de la multitud, Zacarías no podía ofrecer ninguna explicación audible de su retraso. Finalmente, tras descifrar los ademanes de sus manos, «comprendieron que había visto visión en el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo» (v. 22).
Su frustrado silencio era evidencia de una revelación divina Al terminar con sus responsabilidades en Jerusalén y regresar de vuelta a casa con Elizabet, la mente de Zacarías debía estar repasando todos los posibles resultados.
Poco tiempo después, su anciana esposa concibió y nueve meses más tarde nació el bebé Juan.
Pero incluso antes de nacer, el bebé fue lleno del Espíritu Santo (v. 15), al moverse en el vientre de Elizabet cuando su prima María, la madre de Jesús, llegó a su casa de visita (v. 41). Zacarías no pudo pronunciar ni noticia más grande jamás contada, pero no pudo expresarla.
Cuando vio a su recién nacido por primera vez, su lengua se soltó instantáneamente.
Debió haber hablado a borbotones por la magnitud de lo que había estado pensando todos esos meses. Después de alabar al Señor por su fidelidad a Israel, el orgulloso padre bendijo a su hijo recién nacido con palabras inspiradas:
Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz. (Lucas 1.76-79) poderosas palabras llegarían a caracterizar al ministerio radical de este extraordinario profeta.
CONTINUARA. NO TE LO PIERDAS.





