
Darío III, cuyo nombre real era Artajerjes y también conocido como Codomano, es un personaje que destaca en los anales de la historia antigua no por sus logros propios, sino por ser el último monarca de la poderosa dinastía aqueménida y por ser el adversario de uno de los más grandes conquistadores de la historia: Alejandro Magno.
Antes de su ascenso al trono en 336 a.C., Darío llevaba una vida relativamente discreta en la corte persa. Aunque pertenecía a la familia real, era más conocido por sus habilidades en el campo de batalla y en la caza, que por su influencia política.
Sin embargo, las intrigas palaciegas y los asesinatos que caracterizaron el período anterior a su reinado lo catapultaron inesperadamente al poder.
No obstante, no tuvo mucho tiempo para aclimatarse a su nuevo papel. Apenas dos años después de su coronación, se encontró en medio de una crisis sin precedentes: el joven y ambicioso Alejandro Magno había cruzado el Helesponto con un ejército macedonio decidido a vengar las invasiones persas a Grecia y a expandir su propio imperio.
La primera gran confrontación entre Darío y Alejandro tuvo lugar en la Batalla de Issos en 333 a.C. A pesar de tener un ejército significativamente mayor, Darío no logró capitalizar su ventaja numérica.
La táctica y habilidad militar de Alejandro prevaleció, obligando a Darío a huir del campo de batalla y dejando a su familia en manos del macedonio. Alejandro trató a la familia de Darío con respeto, pero esta batalla marcó el comienzo de una serie de reveses para el monarca persa.
Decidido a resistir y recuperar el terreno perdido, Darío comenzó a reunir un ejército aún más grande, con el que esperaba aplastar definitivamente a Alejandro.
Las dos fuerzas finalmente se enfrentaron en la Batalla de Gaugamela en 331 a.C. Aquí, Darío empleó carros con cuchillas y elefantes en un intento de romper las filas macedonias.
Sin embargo, nuevamente, las tácticas superiores y el liderazgo de Alejandro llevaron al ejército macedonio a una victoria decisiva.
Tras esta derrota humillante, el destino de Darío III quedó sellado. Huyó hacia el este, esperando reunir apoyo para una resistencia continua, pero el imperio, una vez inquebrantable, ahora mostraba signos claros de fractura.
Bessos, uno de sus sátrapas, lo traicionó y lo capturó en un intento de negociar su propia posición con Alejandro.
La persecución de Alejandro fue implacable, y cuando finalmente alcanzó a Darío, encontró al último gran rey aqueménida moribundo, traicionado por sus propios hombres.
Alejandro, en un gesto que demostraba su respeto por el linaje persa, ordenó que Darío fuera enterrado con todos los honores de un rey.
El legado de Darío III es complejo. Si bien su reinado estuvo marcado por la caída del Imperio Persa ante los macedonios, también representa el final de una era y el comienzo de otra.
Aunque su dominio y poderío fueron eclipsados por el genio militar de Alejandro, la historia de Darío III nos recuerda la transitoriedad del poder y la inevitabilidad del cambio en el vasto tapeiz de la historia humana.


EL hijo es el vivo, muy vivo… retrato del interior de los padres, de ahí que sea su “tesoro más preciado”.
Ha venido para enseñarnos todo aquello que no queremos aprender, de lo que huimos, de lo que no podemos soportar mirar y para dar luz a esas creencias que tenemos más arraigadas, hacerlas saltar por los aires y, con ellas, todos los barrotes a los que un día nos dejamos esposar.
Desde que nacen, les estamos transmitiendo todos nuestros miedos a través de nuestras palabras, de nuestro comportamiento, de nuestros hábitos y de cada uno de nuestros silencios.
Les educamos como nos educaron o todo lo contrario. Podemos ser copias o extremos, depende de cada uno. De ahí la importancia de ser conscientes de nuestras reacciones, de la actitud que adoptamos ante las situaciones, de la relación que tenemos con nuestra pareja, con la familia, con las amistades, con los vecinos, con el entorno.
Nuestros niños no hacen caso de lo que les decimos sino de lo que VEN, así es como “se educan”, con el EJEMPLO.
Por mucho que le digas a tu hijo que no diga palabrotas, que no insulte, que respete a sus compañeros, que se porte “bien”, que no mienta, que cuide la naturaleza, a los animales, que sea educado, honrado, tolerante, que coma frutas y verduras, que no grite, que escuche, que se divierta, que sea ordenado, que no sea vago, que haga deporte, que se relaje…. , si luego llega a casa y lo que ve es todo lo contrario, ¿cómo te va a hacer caso?
Si tú no haces nada de lo que le mandas, ¿con qué derecho te crees para reclamárselo a él? ¿Quién es el adulto ahí?
Y encima, se les castiga. ¡Menuda incoherencia! No entienden nada, se pierden en nuestros líos de cabeza. Ponte en su lugar por un momento. Su mente les está enviando informaciones contradictorias. ¿Qué se supone que se tienen que creer?
-Si tú no estás bien.
-Si estás casado por dependencia, por miedo a estar sola.
-Si haces todo lo que los demás quieren para que no te abandonen siéndote infiel constantemente.
-Si no eres capaz de ayudarte a ti misma o de solicitar ayuda cuando lo necesitas.
-Si trabajas más que vives.
-Si no te relacionas con nadie.
-Si no te dedicas tiempo.
-Si no te permites amar y ser amado.
Eso es lo que le estarás proyectando y en tu viva estampa se convertirá.
¿Te gustaría que tu hijo sintiera, actuara y fuese como tú? ¿Estás orgulloso de ser quien eres?
Si la respuesta es NO, ya sabes…
Pretendemos que cambien cuando los únicos que debemos cambiar somos nosotros para que ellos, cuando sean mayores y no tan mayores, no tengan esa necesidad, para que se quieran tal y como son, para que sea auténticos, transparentes, felices, para que no tropiecen con nuestras mismas piedras, para que no se disfracen de nadie más.
Todo lo que le estás pidiendo es algo que está dentro de ti y de lo que no te estás RESPONSABILIZANDO.
En el instante en que lo hagas, ya no hará falta que él, inconscientemente, te lo muestre y te haga de Espejo. Así es como le liberarás de “tus pasados” y de tu historia.
Por Natalie Smith










