Crónicas Bíblicas: Marta Y María. Parte 1

Por John MacArthur

María…  sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres. Lucas 10.39-40

En este capítulo conoceremos a dos mujeres extraordinarias: Marta y María.

Las consideraremos juntas porque así es como la Escritura las presenta constantemente. Vivían con su hermano, Lázaro, en la pequeña aldea de Betania. Estaba situada a corta distancia de Jerusalén, un poco más de tres kilómetros del centro de la ciudad y al sudeste de la puerta oriental del Templo (Juan 11.18) en dirección al Monte de los Olivos.

Tanto Lucas como Juan cuentan que Jesús disfrutaba de la hospitalidad de esta familia. Según los Evangelios, fue allí al menos en tres oportunidades cruciales. Betania era aparentemente un lugar de detención frecuente en sus viajes, y la casa de esta familia parece haberse convertido en su lugar de residencia durante sus visitas a Judea.

Marta y María conforman un duo fascinante, muy diferentes en muchos aspectos, pero idénticas en un asunto esencial; ambas amaban a Cristo. Ya seguramente usted estará empezando a notar, que ésta es la marca distintiva de cada mujer, a quien la Biblia considera ejemplar. Todas apuntan a Él.

Todo lo digno de elogio en ellas estaba, de un modo u otro, concentrado en Él. Era el centro de la mayor expectación para cada una de las mujeres sobresalientes del Antiguo Testamento y fue inmensamente amado por las principales mujeres del Nuevo Testamento. Marta y María de Betania son ejemplos clásicos.

Se convirtieron en apreciadas amigas personales de Jesús durante el ministerio terrenal del Señor. Más aún, Él tenía un amor muy profundo por esa familia. El apóstol Juan, que era un observador agudo de qué y a quién Jesús amaba, lo puntualiza diciendo que «amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Juan 11.5).

No se nos dice en detalle cómo esta familia llegó a tener una amistad tan íntima con Jesús. Puesto que no se mencionan lazos familiares entre los parientes de Jesús y el clan de Betania, lo más probable es que Marta y María fueran solo dos de las muchas personas que escucharon a Jesús enseñar al comienzo de su ministerio. extendiéndole su hospitalidad y construyendo, de esta manera, una relación con Él.

Cualquiera sea la forma en que este nexo comenzó, obviamente se transformó en una cálida y profunda amistad personal. De la descripción de Lucas se desprende que Jesús hizo de esa casa su hogar. El hecho de que Jesús con frecuencia cultivara tales amistades arroja luces sobre el tipo de hombre que era. Esto ayuda, además, a explicar cómo se las arreglaba para ejercer un ministerio itinerante en Judea, sin transformarse en un indigente y desamparado a pesar de no tener una casa exclusivamente para Él (Mateo 8.20).

Aparentemente, personas como Marta y María lo acogían con regularidad en sus hogares y familias, y Él se sentía como en casa entre sus amigos. Es indudable que la hospitalidad era un distintivo especial de esta familia. Marta en particular, aparece en todas partes como una anfitriona meticulosa. Incluso su nombre es la forma femenina de la palabra «señor» en arameo.

Era un nombre perfecto para ella porque todo indica que ella era la dueña de casa. Lucas 10.38 se refiere a ellos como la casa de Marta. Eso, junto al hecho de que su nombre es puesto siempre en primer lugar entre sus hermanos, denota claramente que era la hermana mayor.

Lázaro parece ser el menor de los tres, porque aparece de último en la lista que hace Juan en 11.5 y rara vez aparece en primer plano en todo el relato, incluyendo la descripción de cómo fue levantado de entre los muertos.

Algunos creen que Marta era viuda, dada su posición como dueña de casa y cabeza de la familia. Eso es posible, por supuesto, pero todo lo que sabemos de la Escritura es que eran tres hermanos que vivían juntos, y no hay mención acerca de que alguno estuviera casado. Tampoco se da ninguna pista sobre la edad que tenían. Pero puesto que María aparece literalmente a los pies de Jesús cada vez que se la menciona, sería difícilimaginarla como muy mayor.

Además, los temperamentos fuertemente contrastados entre Marta y María, parecen incompatibles con personas de mucha edad. Me siento inclinado a pensar, que los tres eran todavía muy jóvenes e inexpertos. Efectivamente, en su interacción con Cristo, El siempre los trató de la manera que lo haría un hermano mayor y muchos de los principios que les enseñó eran lecciones extremadamente prácticas para personas jóvenes entrando en la madurez.

Algunas de esas lecciones tienen especial importancia en el episodio que examinaremos en seguida.

TRES INSTANTÁNEAS DE MARTA Y MARÍA

La Escritura da tres significativos relatos de la interacción de Jesús con esta familia. Primero, Lucas 10.38-42 describe un pequeño conflicto entre Marta y María sobre cómo es mejor demostrar la devoción a Cristo.

Allí es donde inicialmente las encontramos en el Nuevo Testamento. La manera como Lucas describe sus conflictivos temperamentos es perfectamente concordante con todo lo que vemos en dos incidentes posteriores relatados por Juan.

(Volveremos a ver más sobre el final de Lucas 10 en este capítulo porque allí es donde el contraste de las personalidades de las dos se muestra con mayor claridad.) Un segundo vistazo más cercano, a la vida de estas dos mujeres lo encontramos en Juan 11.

Prácticamente todo el capítulo, está dedicado a la descripción de cómo su hermano Lázaro muere y es traído de regreso a la vida por Cristo. El trato personal de Jesús con Marta y María en esta escena pone de relieve sus características individuales. Aunque no tenemos espacio suficiente para considerar el evento completo, más tarde volveremos brevemente solo para tomar nota de cuán profundamente la muerte y la siguiente resurrección de Lázaro afectaron a Marta y María, aunque en forma diferente, de acuerdo a sus contrastantes personalidades.

Juan da una descripción muy detallada y con movedora de la congoja de las hermanas por su pérdida, cómo Jesús las ministró en su dolor, cómo se conmovió con ellas en un modo profundo y personal y cómo levantó gloriosamente a Lázaro de la muerte en el mismo clímax del funeral. Más que ningún otro acto de Jesús, ese milagro dramático y público, fue lo que finalmente selló la determinación de los líderes judíos de enviarlo a la muerte, porque sabían que si Él podía levantar a los muertos, la gente lo seguiría y los dirigentes perderían su base de poder (Juan 11.45-57)

Obstinadamente, se negaron a considerar que su poder para dar vida era prueba de que era exactamente quien decía ser: el Hijo de Dios. Marta y María parecen haber comprendido que Él mismo se había puesto en peligro al traer a su hermano de regreso a la vida.

En efecto, toda la profunda gratitud y comprensión de María se revela en el tercer y último relato donde ambas mujeres aparecen juntas una vez más. En Juan 12 (el relato paralelo está en Mateo 26.6-13 y Marcos 14.3-9) se cuenta cómo María ungió los pies de Jesús con un costoso ungüento y se los secó con sus cabellos.

Aunque Mateo y Marcos describen esta situación, ninguno de ellos menciona el nombre de María en este contexto. No cabe duda, sin embargo, que están describiendo el mismo incidente que se lee en Juan 12. Tanto Mateo 26.12 como Juan 12.7

indican que María, en algún sentido, entendió que estaba ungiendo a Jesús para su entierro. Debe haber supuesto que la resurrección de su hermano generaría en los enemigos de Jesús un ardiente odio y que ellos determinarían condenarlo a muerte Juan 11.53-54). El mismo Jesús se había marchado a la relativa seguridad de Efraín inmediatamente después de la resurrección de Lázaro, pero la Pascua lo trajo de regreso a Jerusalén (vv. 55-56). María, y probablemente también Marta, parecía comprender mejor que nadie cuán inminente era la amenaza contra Jesús. Seguramente intensificaron su sentido del deber y gratitud hacia Él, como se refleja en el acto de adoración de María.

MARÍA, LA VERDADERA ADORADORA

De acuerdo con Mateo y Marcos, el ungimiento de los pies de Jesús que hizo María tuvo lugar en la casa de «Simón, el leproso». Por supuesto, una persona con lepra no habría sido capaz de atender a un grupo como éste, mucho menos en su propia casa.

Los leprosos eran considerados ceremonialmente impuros, por lo que debían mantenerse alejados de las áreas populosas (Levítico 13.45-46), de modo que el apodo de Simón debe significar que él era un ex leproso. Puesto que las Escrituras dicen que Jesús sanaba a todos los que venían a Él (Lucas 6.19), probablemente Simón era uno de aquellos a quienes Jesús había sanado de la lepra. (El mismo incidente se describe en Lucas 5.12-15). Simón debe haber sido un hombre acomodado. Con todos los discípulos presentes, ésta fue, probablemente, una gran fiesta.

Es probable que Simón haya sido un hombre soltero, porque Marta parece estar actuando como anfitriona en esta reunión. Algunos sugieren que podría haber estado trabajando como una proveedora profesional. Lo más probable es que Simón era un amigo de la familia y ella ayudaba a servir.

También Lázaro estaba presente (Juan 12.2), lo que demuestra que los reunidos eran un grupo íntimo de los amigos de Jesús y de sus discípulos. Quizás haya sido la celebración oficial por el retorno de Lázaro de la muerte.

En tal caso, este grupo de amigos habría venido principalmente para expresar su gratitud a Jesús por lo que había hecho María sabía exactamente cómo mostrar su gratitud.

Su acción ungiendo a Jesús fue increíblemente similar a otro hecho a comienzos del ministerio de Jesús (Lucas 7.36-50). En un grupo distinto, en la casa de un hombre diferente, un fariseo (quien por pura coincidencia también se llamaba Simón), una mujer «que era pecadora» (v.37), al parecer una prostituta arrepentida (v.39) había ungido los pies de Jesús y los había secado con sus cabellos exactamente como cuenta Juan 12 que lo hizo María.

Con toda probabilidad, Marta y María conocían bien ese primer incidente. Conocían la lección que Jesús enseñó en esa oportunidad: «Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho» (Lucas 7.47). La reinterpretación de María podría haber sido un deliberado eco de lo sucedido anteriormente, significando lo mucho que ella amaba a Jesús y cuán supremamente agradecida estaba de Él.

Tanto Mateo como Marcos, indican que Jesús aceptó con muy buena disposición una pródiga expresión de adoración, que fue la que finalmente selló la decisión de Judas de traicionar a Cristo.

Según Juan, Judas se resintió por lo que consideró un «derroche», pero su resentimiento no era otra cosa que su avaricia. Era él quien realmente robaba dinero de los recursos de los discípulos (Juan 12.4-6). Así, inadvertidamente, las vidas de estas dos mujeres se entrecruzan dos veces con el siniestro plan para matar a Jesús. La resurrección de su hermano fue lo que encendió la mecha del complot entre los líderes judíos que terminó con la muerte de Jesús. La generosa expresión de gratitud de María puso a Judas definitivamente en acción.

Aunque sin mucho interés de considerarlo, nuestro enfoque principal en este capítulo es el famoso incidente que se relata al final de Lucas 10 cuando Jesús le dio una suave reprimenda a Marta acerca de dónde debía poner sus prioridades. El pasaje es breve pero rico. Lucas escribe: Aconteció que, yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.

Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada» (Lucas 10.38-42).

Marta parece ser la mayor de las dos hermanas. La descripción que Lucas hace de su conducta, es una de las cosas que apoya la idea de que estos tres hermanos, eran todavía adultos jóvenes.

La queja de Marta suena inmadura y propia de una joven. La réplica de Jesús, aunque encerrando una suave crítica, tiene un tono casi paternal. Al parecer, Jesús estaba allí por invitación de Marta.

Ella le dio la bienvenida, lo que significa que era la verdadera maestra de ceremonia en la casa. En esta ocasión al menos, no estaba meramente cumpliendo el rol de anfitriona suplente de un amigo; era ella quien estaba plenamente a cargo de la casa.

En Lucas 7.36-50, cuando Jesús visitó el hogar de Simón el fariseo (cuando tuvo lugar el primer ungimiento de sus pies), Él estaba claramente bajo el escrutinio de sus críticos.

En esa ocasión, la hospitalidad era notoriamente escasa. Simón no le ofreció agua a Jesús para lavarse los pies ni tampoco lo saludó de forma apropiada (Lucas 7.44-46), dos grandes desaires en esa cultura.

El lavado de los pies a los huéspedes, costumbre del primer siglo en Medio Oriente, equivalía a ofrecerse para recibir el abrigo del recién llegado (Juan 13.1-7).

No hacerlo podía interpretarse como que usted quería que el huésped se fuera rápidamente. Y omitir el saludo formal era como declararlo enemigo (2 Juan 10-11). En justicia, Marta, estaba en el extremo opuesto del espectro hospitalario de Simón, el fariseo.

Ella se quejaba continuamente por sus deberes de anfitriona. Deseaba que todo estuviera perfecto. Sus rasgos admirables eran su esmero y dedicación como dueña de casa, por lo que su conducta tenía mucho de encomiable.

Me encanta la forma como Jesús entra en esta escena. Él era el perfecto invitado. Instantáneamente se sintió en casa. Disfrutó la amistad y la conversación y, como siempre, su contribución al debate fue instructiva y esclarecedora. Sin duda, sus discípulos estaban interrogándolo, y Él estaba dando respuesta con pensamientos provocadores, con ella una honda comprensión y amor por Cristo que la sobrepasaba. Podría haber aprendido mucho de su quieta y pensativa hermana. Pero no en ese momento.

Marta tenía que poner la mesa, sacar la comida del horno, y «muchas» cosas más que la «afanaban y turbaban» (Lucas 10.41). Antes que se diera cuenta, su resentimiento contra María se hizo presente, y no pudo ya controlarlo. Su crítica pública a María fue una fea expresión de orgullo.

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