Crónica Bíblica: El Por Qué De Las Parábolas.

Por John MacArthur

¿Por qué enseñaba Jesús en parábolas, y cómo podemos interpretarlas correctamente? Las parábolas de Jesús eran ingeniosas imágenes en palabras sencillas con lecciones espirituales profundas. Su enseñanza estaba llena de estas historias cotidianas.

Algunas de ellas no eran más que breves palabras sobre incidentes cotidianos, objetos o personas. De hecho, la más compacta de todas las historias cortas de Jesús ni siquiera llena un versículo completo de las Escrituras. Se encuentra en Mateo 13.33: «El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medid as de harina, hasta que todo fue leudado».

En el texto griego original, esta parábola solo tiene diecinueve palabras. Es la más común de las anécdotas de la más común de las actividades dicha con las menos palabras posibles. Pero contiene una profunda lección acerca de los misterios del reino de los cielos.

Como todas las parábolas de Jesús, esta cautivó a sus oyentes y ha mantenido el interés de los estudiantes de la Biblia desde hace dos mil años. Jesús fue el maestro de la narración.

No había una perogrullada por familiar que fuera o una doctrina por compleja que fuera que El no pudiera darle una nueva profundidad y sentido mediante la narración de una historia sencilla.

Estas narrativas personifican la simple y poderosa profundidad de su mensaje y su estilo de enseñanza. Pensando correctamente acerca de las parábolas A pesar de la popularidad de las parábolas, tanto el método como el significado detrás de la utilización de estas historias por Jesús eran a menudo mal entendidos y tergiversados, incluso por los estudiosos de la Biblia y expertos en el género literario.

Por ejemplo, muchos entienden que Jesús dijo parábolas por una sola razón; para que su enseñanza fuera lo más fácil, accesible y conveniente posible.

Después de todo, las parábolas estaban llenas de características familiares: escenas fácilmente reconocibles, metáforas agrícolas y pastorales, asuntos propios del hogar y la gente común.

De manera natural, esto hacía sus palabras más simples para sus oyentes provincianos, permitiendo que se relacionaran con ellas y las comprendieran mejor. Este era sin duda un método de enseñanza brillante, revelando misterios eternos a mentes simples. Las parábolas de Jesús ciertamente demuestran que incluso las historias e ilustraciones más simples pueden ser herramientas eficaces para la enseñanza de las verdades más

sublimes. Algunos afirman que el uso de las parábolas por Jesús prueba que la narración es un método mejor para la enseñanza de la verdad espiritual que

los discursos didácticos o la exhortación mediante sermones; que «las historias influyen con mayor vigor. ¿Quieres destacar un aspecto o plantear una cuestión? Cuenta una historia. Jesús lo hizo Otros van aún más lejos, afirmando que el formato del discurso en la iglesia siempre debe ser narrativo, no exhortativo o didáctico. Señalan como referencia a Marcos 4.33-34, que describe la enseñanza pública de Jesús durante la última parte de su ministerio en Galilea de esta manera: «Con muchas parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábolas no les hablaba». De modo que el argumento es que la narración debe ser el método preferido de cada pastor, sino el único estilo de predicación que utilicemos.

En palabras de un escritor: Un sermón no es una conferencia doctrinal. Es un evento en un tiempo dado, una forma de arte narrativo más parecido a una obra de teatro o a una novela en vez de a un libro.

Por lo tanto, no somos ingenieros científicos; somos artistas narrativos por función profesional, ¡No le parece extraño que en nuestra formación en oratoria y homolítica rara vez consideramos la conexión entre nuestro trabajo y el del dramaturgo, novelista o guionista de televisión? […]

Yo propongo que comencemos a considerar el sermón como una trama homilética, una forma de arte narrativo, una historia sagrada. De hecho, ese es precisamente el tipo de predicación que ahora domina muchos púlpitos evangélicos y de mega iglesias.

En algunos casos, el púlpito ha desaparecido por completo, siendo reemplazado por un escenario y una pantalla.

Las personas clave en el personal de la iglesia son aquellas cuya tarea principal es dirigir el grupo de teatro o el equipo de filmación. La declaración de la verdad en forma proposicional está ausente.

Lo que está ahora en boga es decir historias, o representarlas, de una manera que aliente a las personas a adaptarse a sí mismas en la narración.

Las historias son supuestamente más acogedoras, más significativas y más gentiles que los hechos rudos o los reclamos de la verdad sin ambigüedades.

Este punto de vista sobre la predicación ha ido ganando aceptación por tres o cuatro décadas, junto a otras estrategias pragmáticas de crecimiento de la iglesia (una tendencia que he criticado en otro lugar). He aquí cómo una editorial religiosa anuncia un influyente libro que trata de la revolución a finales del siglo XX entre la predicación y la filosofía del ministerio:

«La predicación está en crisis. ¿Por qué? Debido a que el enfoque tradicional y conceptual ya no funciona…. No es capaz de captar el interés de los oyentes».

El libro en si dice: «El antiguo enfoque temático/conceptual de la predicación está en condición crítica, si no en una fase morta». Innumerables libros recientes sobre la predicación se han hecho eco de esta apreciación o algo similar. ¿Cuál es el remedio? Nos dicen una y otra vez que los predicadores deben verse a sí mismos como narradores,no como maestros de doctrina.

He aquí una muestra típica: Contrariamente a lo que algunos nos quieren hacer creer, la historia, no la doctrina, es el ingrediente principal de la Biblia.

No tenemos una doctrina de la creación, tenemos historias de la creación. No tenemos un concepto de la resurrección, tenemos maravillosos relatos del Domingo de resurrección.

Hay relativamente poco, ya sea en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que, de una forma u otra, no descanse en la narrativa o historia. Declaraciones como estas son peligrosamente engañosas.

Es un completo disparate poner a la historia contra la doctrina como si fueran hostiles la una a la otra o, peor aún, enfrentar a la narrativa contra la proposición como si fueran de alguna manera mutuamente excluyentes.

La idea de que «una doctrina de la creación» o «un concepto de la resurrección» no pueden expresarse mediante la narración es simple y obviamente falso.

Asimismo, es evidentemente falso afirmar que «no tenemos un concepto de la resurrección» enseñado en las Escrituras aparte de las narraciones.

Vea, por ejemplo, 1 Corintios 15, un capítulo largo, dedicado por completo a una sistemática, pedagógica y polémica defensa de la doctrina de la resurrección corporal, repleto de exhortaciones, argumentos, silogismos y abundantes declaraciones proporcionales.

Por otra parte, hay una diferencia clara y significativa entre una parábola (una historia hecha por Jesús para ilustrar un precepto, proposición o principio) y la historia (una crónica de los acontecimientos que sucedieron en realidad).

La parábola ayuda a explicar una verdad; la historia da un relato real de lo que sucedió.

Aunque la historia es contada en forma de cuento, no es ficción ilustrada, sino realidad. Una de las principales formas en que las proposiciones esenciales de la verdad cristiana han sido preservadas y transmitidas hasta nosotros es mediante la inclusión de ellas en el registro infalible de la historia bíblica.

Una vez más, este es el principio sobre el cual Pablo construyó su argumento acerca de la verdad de la resurrección corporal en 1 Corintios 15.

Su defensa de la doctrina se inicia con un recuento de los hechos históricos que se confirmaron con creces por varios testigos presenciales. De hecho, las doctrinas consideradas «lo más importante» (v. 3, ntv) eran todas puntos clave en la historia de ese fin desemana de la Pascua definitiva: «Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (vv. 3-4).

La idea de que las historias son siempre mejores y más útiles que los reclamos directos de la verdad es una patraña posmoderna malograda.Diferenciar las historias de las proposiciones de forma tan tajante y ponerlasunas contra otras (como si fuera posible narrar historias sin declaraciones proposicionales) es simple prestidigitación retórica sin sentido.

Este tipo degalimatías intelectuales es una herramienta típica de la de construcción del lenguaje. El verdadero objetivo de este ejercicio es confundir el sentido,eliminar la certeza y echar por el suelo el dogma.

Pero el ultraje flagrante de las parábolas de Jesús por los comentaristas modernos es a veces aún peor. Un punto de vista más radical que está ganando rápidamente popularidad en estos tiempos posmodernos es la noción de que las historias por su propia naturaleza no son definidas o tienen significado objetivo; están totalmente sujetas a la interpretación del oyente.

Para esta manera de pensar, el uso de las parábolas por Jesús fue un repudio deliberado de las proposiciones y el dogma a favor del misterio y la conversación. Un comentarista dice: «Es la naturaleza de la narrativa la que se presta a la imaginación de un oyente y se convierte en lo que el oyente quiere que sea, a pesar de la intención del narrador.

Las narrativas son esencialmente polivalentes y por lo tanto, sujetas a una amplia gama de lecturas» Este mismo autor cita diferencias de interpretación sobre las parábolas de Jesús de otros comentaristas y cínicamente declara: « Las parábolas funcionan de maneras como intérpretes y oyentes quieren que funcionen, pesar de todo lo que Jesús pudo haber previsto con ellas… Simplemente no sabemos cómo Jesús empleó las parábolas y claramente no tenemos esperanza de descubrir su intención»

Pero él no ha terminado aún: Los intérpretes de las parábolas no están diciendo a los lectores lo que Jesús quiso decir en realidad con la parábola; ellos simplemente no lo saben, ni lo pueden saber.

Los intérpretes describen lo que piensan que Jesús quiso decir, que es algo muy diferente. A través de un encuentro con una parábola, en la mente de un lector en particular se evoca una explicación y la respuesta depende tanto de lo que el intérprete aporta a la parábola como de lo que ella misma dice, tal vez más.

Si el intérprete hubiera estado presente cuando Jesús dijo la parábola por primera vez, quizá la situación no habría sido muy diferente. Mi intérprete moderno hipotético, a quien he hecho regresar en el tiempo a los pies de Jesús todavía tendría que encontrarle el sentido a la parábola igual que los intérpretes de hoy. En aquel tiempo, como ahora, sin duda que otros entre los presentes habrían tenido muy diferentes respuestas.

En este sentido, la situación con las interpretaciones de las parábolas hoy es idéntica a lo que habría sido en el primer siglo.

Por lo tanto, nunca han existido interpretaciones «correctas» de las parábolas de Jesús. Por «correctas» quiero decir interpretaciones que capten la intención de Jesús.

Dada la naturaleza de la narrativa, no hay una sola explicación de una parábola que pueda descartar a todas las demás 9 Lo confieso: es para mí un misterio por qué alguien que tiene tal punto de vista querría molestarse en escribir un libro sobre las parábolas.

Que una persona rechace la verdad proposicional ilustrada por una parábola, por supuesto sigue siendo un enigma.

El problema no es que la parábola no tenga un verdadero significado, sino que está en que los que se acercan a la historia con el corazón incrédulo ya han rechazado la verdad que ilustra la parábola. La posición por la que el autor aboga es una versión exagerada de la critica entre lector y respuesta, otra herramienta favorita del lenguaje posmoderno de la de construcción.

La idea subyacente es que el receptor, no el autor, es el que crea el significado de cualquier texto o narración. Esta es una espada de doble filo. Si se aplica sistemáticamente, este enfoque de la hermenéutica expondría la incomprensibilidad de la propia prosa del comentarista.

En resumen, es solo otra expresión de la agenda posmoderna para confundir en lugar de aclarar, motivada por un rechazo obstinado de la autoridad e inerrancia bíblicas. ¿Por qué parábolas? Todas las opiniones anteriores están peligrosamente equivocadas porque toman en cuenta solo una parte de la verdad.

Considere, por ejemplo, la creencia común de que la única razón por la que Jesús usó parábolas fue para hacer que verdades difíciles se hicieran claras, familiares y lo más fáciles de entender posible.

Cuando Jesús explica por qué habló en parábolas, dio prácticamente la razón opuesta: Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.

De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías [6.9-10], que dilo: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos con el corazón entiendan, Y se conviertan, Y yo los sane. (Mateo 13.10-15)

A la misma vez que las parábolas ilustran y aclaran la verdad para los que tienen oídos para oír, ellas tienen precisamente el efecto contrario sobre los que se oponen y rechazan a Cristo.

El simbolismo esconde la verdad de quienes no tengan la disciplina o el deseo de buscar el significado de parte de Cristo.

Es por esto que Jesús adoptó este estilo de enseñanza. Era un juicio divino contra los que recibían su enseñanza con desprecio, incredulidad apatía.

Examinaremos las circunstancias que motivaron a Jesús a comenzar a hablar en parábolas. No sugiero con esto que las parábolas fueran solamente un reflejo de la severidad con que Dios condena la incredulidad; eran también una expresión de su misericordia.

Observe cómo Jesús, citando la profecía de Isaías, describió a los incrédulos entre los que le seguían. Ellos habían cerrado sus propios oídos y sus propios ojos para que «con el corazón entiendan, y se conviertan, y yo los sane» (v. 15).

La incredulidad de ellos era terca, deliberada y, por propia elección, irrevocable. Cuanto más escuchaban a Cristo, de más verdad eran responsables. Cuanto más endurecían sus corazones contra la verdad, más severo sería su juicio, porque «a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará» (Lucas 12.48).

Así que, mediante lecciones espirituales ocultas en las historias y en los símbolos de la vida diaria, Jesús hizo que culpa sobre culpa se amontonara sobre sus cabezas.

Había seguramente otros beneficios misericordiosos de este estilo de enseñanza. Las parábolas (como cualquiera buena ilustración), naturalmente despertaría el interés y aumentaría la atención en la mente de las personas que no necesariamente estaban contra la verdad, sino que simplemente carecían de la aptitud o no tenían aprecio por la doctrina expuesta en un lenguaje directo y dogmático.

Sin duda, las parábolas tuvieron el efecto de despertar la mente de muchas personas que quedaron impresionados por la simplicidad de las parábolas de Jesús y, por lo tanto, quedaron con ganas de descubrir los significados subyacentes.

Para otras personas incluso algunas cuya primera exposición a la verdad seguramente pudo haber provocado indiferencia o hasta rechazo), la imagen gráfica de las parábolas las ayudó a mantener la verdad arraigada en la memoria hasta que brotó con fe y entendimiento.

Richard Trench, un obispo anglicano del siglo XIX, escribió una de las obras más leídas acerca de las parábolas de Jesús.

En ella destaca el valor mnemotécnico de estas historias. Dice: Si nuestro Señor hubiera hablado la verdad espiritual abiertamente. ¿cuántas de sus palabras, en parte por falta de interés de sus oyentes o en parte por la falta de visión de ellos, habrían pasado sin dejar huellas en sus corazones y mentes?

Pero siéndoles impartida en esta forma, en virtud de alguna imagen vívida, con una frase corta y quizá al parecer paradójica, o en una breve pero interesante narrativa, pudo despertar en ellos la atención y la investigación emocionada. Incluso si la verdad por la ayuda de la ilustración utilizada, no hizo una entrada a la mente en el momento, las palabras a menudo deben haberse fijado en sus recuerdos y haberse mantenido en ellos. Así que había varias razones buenas y amenas para que Jesús presentara la verdad mediante parábolas ante la incredulidad, la apatía y la oposición tan común a su ministerio (p. Mateo 13.58; 17.17).

Al ser explicado, las parábolas eran esclarecedores ejemplos de verdades cruciales.

Y Jesús explicó con toda libertad sus parábolas a sus discípulos. Sin embargo, para los que se mantuvieron inflexibles en su negativa escuchar, las parábolas permanecieron como enigmas inexplicables y sin significado claro, oscureciendo aún más la enseñanza de Jesús en sus ya insensibilizados corazones.

De modo que el juicio inmediato de Jesús contra la incredulidad de ellos lo hizo en la forma de discurso que Él usó cuando les enseñaba públicamente. En síntesis, las parábolas de Jesús tenían un evidente propósito doble: esconder la verdad de la gente santurrona o satisfecha de sí misma que se consideraba demasiado especial para aprender de Él, y revelar la verdad a las almas ansiosas con la fe semejante a la de un niño, con hambre y sed de justicia. Jesús le dio gracias a su Padre por ambos resultados: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11.25-26).

Es necesario aclarar otro de los malentendidos más comunes: nuestro Señor no siempre hablaba en parábolas.

La mayor parte del Sermón del Monte es precisamente el tipo de exhortación de sermones directos repudiado por algunos de los más reconocidos homiletas de hoy día.

Aunque Jesús termina el sermón con una breve parábola (los dos cimientos, Mateo 7.24- 27). la sustancia del mensaje. comenzando con las bienaventuranzas, se presenta en una serie de declaraciones proposicionales directas, mandamientos, argumentos polémicos, exhortaciones y palabras de advertencia.

Hay muchas imágenes vívidas, como en la escena de un tribunal y de una prisión (5.25); la amputación de ojos o manos ofensivos (vv. 29. 30): el ojo como la lámpara del cuerpo (6.22); lirios vestidos de galas que superan a Salomón en toda su gloria (6.28-29); la viga en el ojo (7.3-5); entre otras.

Pero estas no son parábolas. De hecho, en el relato de Mateo, el sermón tiene 107 versículos, y solo cuatro de ellos, cerca del final, se podrían describir como parábola. Lucas sí incluye un dicho que no se encuentra en el registro del Sermón hecho por Mateo y que él expresamente identifica como una parábola «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?» (Lucas 6.39).  

Que, por supuesto, no es una parábola en estilo narrativo clásico, sino que es una máxima enmarcada como una pregunta. Lucas la llama una parábola sin duda debido a la forma en que evoca un cuadro tan claro que fácilmente podría reestructurarse en narrativa.

Pero incluso después de aumentar a dos el número de parábolas en el Sermón del Monte, todavía permanece el hecho de que el más conocido sermón público de Cristo no es simplemente un ejemplo de discurso narrativo.

Es un sermón clásico. dominado por la doctrina, la reprensión, la corrección y la instrucción en justicia (p. 2 Timoteo 3.16). No es una historia o una serie de anécdotas.

Las pocas imágenes verbales dispersas simplemente ilustran el material de sermón. En otros lugares, vemos a Jesús predicando y exhortando a las multitudes sin que haya indicación alguna de que usara un estilo narrativo. Algunos de los registros más largos y más detallados de sus sermones públicos   ninguno de ellos incluye parábolas.

No hay parábolas mencionadas en el registro de la enseñanza de Jesús en las sinagogas de Nazaret (Lucas 4.13- 27) o de Capernaum (vv. 31-37).

Así que no hay algo que dé a entender que Él empleó la predicación narrativa más que cualquier otro estilo, y mucho menos para decir que siempre hablaba en parábolas.

Entonces, ¿qué significa la declaración de Marcos 4.33-34: «Y sin parábolas no les hablaba»? Esta es una descripción del estilo de enseñanza pública de Jesús solo durante el último año de su ministerio público. Se refiere al cambio intencional en el estilo de enseñanza que tuvo lugar casi al mismo tiempo que el ministerio de Jesús en Galilea entraba en su fase final.

Como se señaló anteriormente, vamos a iniciar el capítulo uno examinando los acontecimientos que provocaron que Jesús adoptara este estilo.

Fue un cambio repentino y sorprendente, y las parábolas eran una respuesta a la dureza de corazón, a la incredulidad deliberada y al rechazo.

Así que es muy cierto que las parábolas sí ayudan a ilustrar y explicar la verdad a la gente sencilla que escucha con corazones fieles.

Pero también ocultan la verdad de los oyentes que no creen ni quieren creer, encubriendo cuidadosamente los misterios del reino de Cristo en símbolos familiares e historias sencillas.

Esto no es un punto casual. Según su propio testimonio, la razón principal por la que Jesús adoptó súbitamente el estilo de parábolas tenía más que ver con ocultar la verdad a los incrédulos de corazón duro que explicar la verdad a los discípulos con mentes simples. Era el propósito declarado de Jesús que de este modo las «cosas escondidas» se mantuvieran en secreto y sus parábolas mantienen el mismo doble propósito hasta hoy.

Si parece que las historias que Jesús contó pueden tener interpretaciones infinitas y por lo tanto, carecer de cualquier significado objetivo discernible, eso es porque para realmente entenderlas se requiere fe, diligencia, exégesis cuidadosa y un deseo genuino de escuchar lo que está diciendo.

También es importante saber que todos los incrédulos carecen de esta capacidad. Las parábolas de Jesús hablan «sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria» (1 Corintios 2.7-8).

Ningún incrédulo jamás comprenderá los misterios del reino filtrando estas historias a través del tamiz de la sabiduría humana.

Las Escrituras son claras en esto. El carnal e incrédulo «que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.(1 Corintios 2.9-10. énfasis añadido).

En otras palabras, la fe, movida y habilitada por la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones es el requisito previo para la comprensión de las parábolas. Estas historias sí tienen significado objetivo. Tienen una intención divina y por lo tanto, tienen una correcta interpretación. Jesús mismo explicó algunas de las parábolas en detalle, y la hermenéutica que El empleó nos da un modelo a seguir para que aprendamos del resto de sus historias.

Pero tenemos que llegar a las parábolas como creyentes, dispuestos a escuchar, no como escépticos con corazones endurecidos contra la verdad.

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