La Importancia De La Compasión

Antes hemos llamado grandes sentimientos a la confianza, la esperanza y la compasión. Entonces el énfasis era el desarrollo infantil y la manera como el niño configura dichos sentimientos.

En ello intervienen la educación y la cultura, cuyos símbolos están relacionados con dichos afectos. Ahora nuestra óptica es diferente, al describir su fenomenología hemos puesto entre paréntesis sus orígenes.

A cambio, observamos sus manifestaciones y las imágenes que los representan. La compasión está emparentada con la piedad y la misericordia, sus diferencias sutiles no impiden concebirlas como las facetas de un mismo.

Si el lector desea profundizar en la evolución de los sentimientos en la mente infantil, le sugerimos consulte, del autor, Desarrollo infantil I. Estructuración de la realidad en el niño, Trillas, México.

Quien sufre trasmite un estado de aflicción y este se encaja en todos si estamos en sintonía con el doliente, la piedad anida nuestro corazón, aun sin pretenderlo, el ánimo vibra con las imágenes que la representan. Ya no somos dueños del sentimiento, le pertenece por entero a quien lo ha provocado.

La imagen clásica del miserable que solicita un mendrugo nos hace partícipes. Si somos sus destinatarios, algo haremos para aliviarlo, pues nos hemos apropiado del dolor ajeno.

La empatía nos obliga a dar lo que nos pide, y también unas palabras de consuelo. Una fuerza misteriosa provoca un impulso para remediar el sufrimiento, el que sea nuestro no es una simple metáfora.

La vista de un miserable nos recuerda la condición humana: ni el rico ni el poderoso escapan al dolor, la enfermedad o la muerte.

Muchos reaccionan de forma violenta cuando un pobre se interpone en su camino, como si les recordara la miseria propia.

Dan la limosna de mala gana, y a ojos cerrados ignoran un sentimiento que les quema las entrañas. «Hoy por ti, mañana por mí», parece ser el lema de la misericordia, ahí se esconde el miedo al sufrimiento y la pena por quien lo padece.

La piedad no es sólo temor al sufrimiento, un bagaje de contradictorios deseos pulula en su estructura. El que pide estremece nuestro ánimo y desencadena los deseos que la compasión trae en su seno: ayuda, inmortalidad, fortaleza ante el dolor, etc.

El anhelo de liberar al otro de su pena es tan poderoso como la aprehensión ansiosa de impedir todo contagio, y no es que se pegue, sino que anticipamos lo que pudiera sucedernos: la expectativa de que la miseria enfrente de nosotros nos alcance, alusión indirecta al anhelo de inmortalidad que incuba en la persona y que muchas doctrinas se encargan de fortalecer.

No es raro que algunas religiones hagan de este sentimiento la base de sus creencias. El budismo pugna por la liberación del sufrimiento inherente a la vida.

Es difícil concebir el cristianismo sin la pasión y muerte de Jesús, quien redimió al hombre de sus miserias.

Paradójicamente, una vez redimido por su sacrificio, el creyente implora misericordia a quien tanto ha padecido; porque esa es la otra cara de la piedad, los padecimientos no son sólo físicos, hay sufrimiento moral por errores y omisiones que repercuten en los demás y afectan nuestra existencia, y quizá la ayuda al prójimo implique el deseo de evadir nuestra condición y el anhelo subyacente de ser como dioses: inmortales e inmunes a las debilidades humanas.

El siguiente relato ilustra las motivaciones y las múltiples facetas de la compasión. En cierta ocasión escuché el diálogo entre un estudiante de cardiología y su maestro, este último, al verlo demacrado y cabizbajo, inquirió el motivo de inquietud a su discípulo.

Maestro, ¿por qué se nos muere tanta gente sin que podamos hacer nada para impedirlo? Casi en tono de reproche le dijo:

– Escucha, si quieres ser cardiólogo deberás estar en primera línea en el frente de batalla. En la retaguardia están las otras especialidades. En la psiquiatría la mortalidad es muy baja.

Con nuestros enfermos procuramos mantener el mejor estado de salud posible, pero si luchas contra la muerte perderás muchas batallas.

Trátalos y acompáñalos en su sufrimiento, sédalos si es necesario, revisa sus funciones vitales y espera el desenlace.

Pero no te desgastes en oponerte al destino final de todo ser vivo. Tiempo después, encontré de nuevo al estudiante. Se había convertido en un eminente cardiólogo y recordamos la conversación con su maestro.

Al comprender el significado profundo de sus palabras se tranquilizó, ahora ejercía con eficacia su profesión.

Ni el más remoto temor le asaltaba cuando tenía que extender el certificado de defunción de un paciente que, a pesar de sus esfuerzos, había sucumbido a un mal cardiaco.

No obstante, tenía una cierta inquietud que se manifestaba cuando en el silencio de la noche intentaba conciliar el sueño.

Una aprehensión vaga, una sensación de obrar mal y un temor a lo desconocido lo asaltaban.

Con frecuencia soñaba con una bella mujer vestida de blanco, que le hacía señas, y sin saber por qué se resistía a seguirla.

Me atreví a sugerirle que la mujer podía representar a la muerte rondando constantemente a sus pacientes. No volví a saber de él hasta que el azar me puso ante su maestro. Su saludo afable contrastó con el tono doctoral de antaño.

Después de unos minutos la conversación llegó a donde estaba destinada y le relaté el encuentro con su discípulo. El silencio espeso y su cara entristecida me desconcertaron, y no sé cómo me atreví a preguntarle el motivo.

Conteniendo las lágrimas, dijo lacónico: «Murió el año pasado», un infarto masivo acabó con su vida.

Las imágenes de la compasión se encuentran por doquier. Aunque nuestra época no se distingue por su religiosidad, muchos de sus símbolos subsisten.

La más celebrada es La Piedad, de Miguel Ángel, ahí la Virgen tiene en sus brazos un cuerpo inerte y su cara muestra la dolorosa ternura de una madre. Jesús fue sacrificado en aras de un ideal que lo trasciende, María parece no comprender ese destino, y afligida, pena por su hijo muerto.

La piedad inscrita en su rostro es también la compasión por nuestro ineludible final.

Cualquiera de las imágenes que representen situaciones. de sufrimiento mueven a la misericordia. El mendigo que alza la mano se vuelve una petición viviente si está mutilado, andrajoso o es un niño.

Nuestra presencia en el lecho de un morir carece de fundamento inagotable de compasión, y aun en el más recio carácter aflora este sentimiento que ablanda a los demás, impone suavidad a nuestras acciones y estamos dispuestos a conceder cualquier cosa.

En contraste, las enfermedades contagiosas, desde la lepra hasta el sida, son motivo de exclusión, y el contacto con esos enfermos origina compasión, aunque con frecuencia provocan lástima, ésta implica un desprecio por el que sufre y un rechazo a todo acercamiento.

En ella no hay empatía con el doliente, al verlo hay una cólera sorda que empuja al rechazo. El que siente lástima parece decir a quien le pide ayuda: «Te la doy pero retírate, porque no soporto tu presencia.»

Este sentimiento es frecuente en las urbes, donde un cúmulo de necesitados abordan al transeúnte, el cual, compasivo en un principio, cambia pronto el afecto en lástima.

Algunos personajes encarnan, por sus acciones y apariencia, la compasión. La Madre Teresa de Calcuta recorría incansable los hospitales y daba consuelo a los más desvalidos, sus actos piadosos contrastaban con un físico escuálido y demacrado.

Era la imagen misma de la misericordia, tanto por su ayuda a los enfermos como por su figura.

Ghandi, el apóstol de la no violencia, sugiere la compasión, aunque sus esfuerzos orientados a la resistencia pasiva representan mejor el estoicismo, actitud de fuerza ante la adversidad y el sufrimiento.

El núcleo de este último sentimiento no es el miedo sino la ira, que sustenta los deseos de firmeza y control de si mismo para mitigar las pulsiones y enfrentar la adversidad con buen humor y firmeza.

Muchas instituciones antiguas y modernas han orientado sus esfuerzos en la ayuda a enfermos y desvalidos, se supone están regidas por la compasión, aunque tengan otros motivos. Las hermanas de la caridad, los franciscanos y otras congregaciones son el paradigma de la asistencia al prójimo, sus imágenes están asociadas a la misericordia, aunque su doctrina hace dudar a los no creyentes.

El logotipo de la cruz roja se identifica con la ayuda de una institución laica para heridos de guerra. Y víctimas de catástrofes. La agrupación ‘Médicos sin fronteras» reconocida últimamente con el premio Nobel, es un buen ejemplo de ayuda desinteresada hacia los más pobres de la Tierra.

Su labor tiene algo de visión al no pregonar doctrina alguna encarna el ideal de la ayuda sin recompensa, base de la compasión.

Los sentimientos enfrentan contrarios cuya naturaleza conviene aclara :,Así la compasión tiene en la impiedad y en el despiadado sus opuestos más representativos, Este no tiene mayor conciencia del sufrimiento ajeno y atroz en sus juicios, crítico implacable, su crueldad se ensaña con sus victimas, El típico ejemplo es el inquisidor, quien con el pretexto de castigar el pecado se muestra inmisericorde con el infeliz que deba juzgar.

Cuando este sentimiento se apodera de un pueblo se cae en el terror o en la guerra. La historia ilustra con detalle la conducta de quienes, pretextando justicia, han caído en atrocidades, ya sea el terror en la Revolución Francesa o el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, ahí no hubo clemencia ni para los suyos.

A quien no se muestra compasivo para sus semejantes se le llama desalmado, como si una de las cualidades del alma fuese la compasión.

Pero, ¿qué es lo que lleva al cambio de sentimientos por sus opuestos? Es imposible pensar que sean insensibles, quizá han endurecido tanto que la misericordia no cabe en su corazón.

Por cierto, la palabra latina misericordia deriva de misericordia, tener piedad y corazón. Es posible que el sentimiento haya cambiado bajo la influencia de las ideologías de esas épocas. El hecho es que los despiadados muestran un gozo mórbido ante un desdichado, víctima de la supuesta justicia. En ellos, la piedad se ha transformado en su contrario, y en vez de condolerse gozan sádicamente con el sufrimiento ajeno, lo cual difiere de los insensibles o los carentes de conciencia moral, que cometen todo tipo de crímenes sin mayores manifestaciones afectivas.

En suma, la compasión tiene en su núcleo al miedo, y está rodeado de perceptos, deseos, imágenes y conceptos, adquiridos desde la infancia: todos ellos nos conducen a la empatía con el que sufre.

El fondo del sentimiento lo constituyen las imágenes que la cultura nos ha proveído, aunque su verdadera base es la compasión de sí mismo.

Al identificarnos con un doliente descubrimos sin esfuerzo que somos vulnerables, y que sufrimiento y muerte son los pilares de nuestra vida. Si entramos en sintonía con un doliente nos sintonizamos también con nosotros mismos; la compasión anula momentáneamente cualquier anhelo de inmortalidad o trascendencia para postrarnos, humildes, ante nuestro inevitable final.

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