Ten Cuidado Cómo Escuchas. Parte II

Por John MacArthur

El pecado de ellos personifica el máximo grado de dureza de corazón. La condición de ateo es un mejor estado espiritual que el que ellos tienen. En otra parte Jesús les dijo: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre

queréis hacer» (Juan 8.44). Aquí de nuevo Jesús afirma que los corazones endurecidos están por completo a merced del maligno. «Viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven» (Lucas 8.12). ¿Cómo el diablo arrebata la Palabra de Dios de un corazón? Él tiene muchos mecanismos y no deberíamos ignorarlos (2 Corintios2.11).

Si piensa que Satanás y sus obras son siempre obviamente diabólicas, usted va a ser defraudado por él. El diablo utiliza el engaño. El «es mentiroso, y padre dementira» (Juan 8.44). Se transforma a sí mismo y a sus siervos para parecer ángeles de luz y ministros de justicia (2 Corintios11.14-15).

Confunde a la gente mediante falsos maestros que vienen en nombre de Cristo, pero sutilmente atacan o menoscaban la verdad del evangelio. También utiliza las pecaminosas pasiones humanas: el temor a lo que puedan pensar los demás, el orgullo, la obstinación, el prejuicio o las diversas concupiscencias.

Apela al amor del corazón caído por los placeres del pecado porque sabe que la gente ama «más las tinieblas que la luz, porque sus obras [son] malas» (Juan 3.19), y el se aprovecha de esto. Es fácil para él hacerse atractivo a los amantes de las tinieblas. Luego de haber ganado la confianza y atención del pecador, le desvía la mente de la verdad de la Palabra, despojándole de esa verdad de la conciencia de la persona.

El que oye superficialmente La delgada capa de tierra sobre un estrato de roca ilustra a una persona de corazón poco profundo que responde de inmediato, pero solo superficialmente. «Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan»(Lucas 8.13).

Sin raíces profundas la vegetación no puede vivir mucho tiempo en un clima seco. Crece verde y frondosa con rapidez, pero muere con la misma rapidez, antes de alcanzar la madurez para dar fruto. Este crecimiento es inútil con fines de alcanzar alguna ganancia. Salmos 129.6 compara de manera similar a los malvados con «la hierba de los tejados, que se seca antes que crezca».

En la fina capa de polvo que se acumula en un techo plano, la hierba o maleza pueden germinar e incluso verse exuberante por corto tiempo, pero esta ubicación no puede sostener la vida a largo plazo. Está destinada a morir en cuanto brota, e incluso los restos muertos son inútiles para cualquier propósito.

El salmo continúa diciendo que «de la cual no llenó el segador su mano, ni sus brazos el que hace gavillas» (v. 7). En la zona donde vivo, estamos rodeados de colinas y montañas estériles. Durante la temporada de lluvia, de repente cobran vida con vegetación de exuberante aspecto.

Pero en muy poco tiempo vuelven al color marrón. El verde que lucía tan prometedor se convierte en matorrales sin vida, buenos para nada sino como yesca para alimentar los incendios forestales de California.

Esto es una parábola perfecta de la forma en que algunas personas responden al evangelio. Ellos son el polo opuesto de los oyentes de corazón duro.

Ellos parecen receptivos. Muestran un gran interés. Jesús dice que «reciben la palabra con gozo» (Lucas 8.13). Se entusiasman con ella. Pero todo el entusiasmo se oscurece por el hecho de que no tienen raíz.

Ellos «creen por algún tiempo». Este es un hecho importante a reconocer: al menos intelectualmente son receptivos, afirmativos e incluso bastante entusiastas. Hay una especie de notoriedad temporal que no es auténtica fe, precisamente porque es superficial, sin raíces, por completo a merced de los elementos contrarios que con seguridad probarán su viabilidad. No es cuestión de si tal «fe» caerá, sino de cuándo. Por lo general (aunque no siempre) ocurre más temprano que tarde.

Cada persona que responde positivamente a la Palabra de Dios se enfrentará a un «tiempo de la prueba». La palabra griega traducida en Lucas 8.13 se refiere a una prueba, puesta a prueba bajo la amenaza de persecución, por una de las calamidades de la vida, o por la enorme dificultad de mantener la pretensión de que se tiene una fe profunda y duradera.

Si la fe es superficial, sin raíces y no de corazón, no importa lo entusiasta que la respuesta pueda parecer en un principio, esa persona va a apartarse, lo que significa que abandonará la fe por completo. Jesús dijo en Juan 8.31: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos». En Hebreos 3.14 se afirma: «Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio». El apóstol Pablo dijo que usted puede saber que está verdaderamente reconciliado con Dios «si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído» (Colosenses 1.23).

Aquellos cuya fe es meramente temporal escuchan el evangelio y responden de forma rápida y superficial. Quizá tienen algún motivo egoísta (pensando que Jesús va a arreglar sus problemas o hacerles la vida más fácil).

Ellos no toman en cuenta realmente el costo. Durante un tiempo se deleitan en una emoción, un sentimiento de alivio, alegría, euforia o lo que sea. Hay lágrimas de alegría, abrazos, palmadas y una gran cantidad de actividad en un primer momento.

Esto tiende a convencer a otros creyentes que se trata de una verdadera conversión, bien arraigada en genuina convicción. Incluso podríamos estar inclinados a pensar que es una mejor respuesta que la condición tranquila de algún creyente genuino que siente tan profunda convicción por su pecado e indignidad que lo único que experimenta es un profundo sentido de humildad y serena gratitud. Una explosión de alegría no es la característica distintiva de una auténtica conversión. La alegría es una respuesta buena y apropiada, por supuesto.

Todo el cielo se llena de regocijo cuando un alma se convierte. «Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Lucas 15.7). Pero como Jesús deja claro en nuestra parábola, una gran alegría a veces acompaña una falsa conversión. Ni la alegría hiperactiva ni la agradecida quietud demuestran nada sobre si la profesión de fe de una persona es una expresión de la creencia temporal y superficial o de la convicción profunda y duradera.

El fruto de la persona (o la falta de él) revelarán esto. «Por el fruto se conoce el árbol» (Mateo 12.33). En última instancia no importa el mucho entusiasmo que el oyente superficial muestre en la respuesta inicial a la Palabra de Dios, si se trata de una convicción poco profunda sin verdadera raíz, esa persona finalmente se apartará. Y cuando esto sucede, se demuestra definitivamente que a pesar de todo ese gozo aparente y celo, la persona nunca realmente creyó desde el principio. «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque Si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros» (1 Juan 2.19).

El que cayó entre espinos El tercer tipo de terreno, el suelo lleno de yerbajos, representa un corazón demasiado cautivado o preocupado por los asuntos de este mundo. Jesús explica: «La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto» (Lucas 8.14).

Los que caen en esta categoría (como los oyentes superficiales) pueden parecer que responden positivamente al principio. La analogía indica que probablemente habrá alguna señal inicial de receptividad. La semilla que cayó entre las malezas quizá germine. Estas personas, «los que oyen» pero se van, al parecer dan todas las señales de seguir el camino de la fe.

Marcos parece afirmar que en un principio dan a entender que tienen toda la potencialidad para ser fructíferas, pero luego, en algún momento después, «los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa» (Marcos 4.18-19, énfasis añadido).

Este no es un incrédulo de corazón duro o una persona emocional y superficial. Esta vez el terreno en sí está bien arado y es lo bastante profundo. Pero hay todo tipo de impurezas en él. Las malezas originales de ese suelo ya han germinado bajo la superficie.

Ellas siempre van a crecer más fuertes y más rápido que la buena semilla. La Palabra de Dios es extraña a un corazón así. Las malas hierbas y los espinos poseen este terreno. Esta persona está demasiado enamorada de este mundo, demasiado obsesionada con «los afanes y las riquezas y los placeres de la vida», de esta vida (Lucas 8.14). Esa es la clave.

Los valores del mundo temporal (los placeres pecaminosos, las ambiciones terrenales, el dinero, el prestigio y un sin fin de diversiones triviales) inundan el corazón y mitigan la verdad de la Palabra de Dios. Se trata del «hombre de doble ánimo […] inconstante en todos sus caminos (Santiago 1.8). Como enseñó Jesús: «Ningún siervo puede servir

a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Lucas 16:13)De hecho, en el relato de Mateo, el énfasis se encuentra en el amor del oyente mundano hacia el dinero: «el engaño de las riquezas ahogan la palabra» (Mateo 13.22).

Escribiendo a Timoteo, el apóstol Pablo afirmó: «Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo. y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Timoteo 6.9-10). Nada es más hostil a la verdad del evangelio que el amor por las riquezas y los placeres de este mundo.

A aquellos cuyo deseo principal es dilapidar sus recursos en los placeres mundanos, Santiago 4.4 les exhorta: «¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios».

El apóstol Juan condenó la mundanalidad con la misma severidad. El escribió: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él»› (1 Juan 2.15). ¿Se refería a que es pecado querer las montañas y las flores o la buena comida y la gente?

Por supuesto que no. Él está hablando acerca de los valores y los vicios de este mundo, todo lo consagrado a la enemistad patológica y autodestructiva del mundo hacia Dios: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (v. 16). Esto es precisamente lo que las malas hierbas y los espinos en la parábola representan: el egoísmo, el deseo pecaminoso y el sistema de creencias impía que domina este mundo. Valores como esos, no las características naturales del mundo creado, son los que ahogan la verdad de la Palabra de Dios en los corazones caídos y hacen a este mundo indigno de nuestro amor.

Entienda esto. La riqueza material ni el placer son intrínsecamente malos. Si se priorizan de forma adecuada, la riqueza y el placer se deben recibir con acción de gracias como bondadosos regalos de la mano de Dios, quien es generoso con estas bendiciones (Deuteronomio8.18; Eclesiastés 5.18-19; Oseas 2.8).

Pero lo malo está en amar los regalos más que el Dador, o valorar los beneficios tangibles y temporales como más importantes que las bendiciones espirituales. Pablo le dijo a Timoteo: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundanciapara que las disfrutemos» (1 Timoteo 6.17). Un ejemplo clásico del oyente mundano en el Nuevo Testamento es el joven rico. Vino a Jesús buscando ansiosamente la vida eterna, pero él era materialista y amante del mundo, y Jesús lo sabía. Las Escrituras expresan que el joven rico «se fue triste, porque tenía muchas posesiones» (Mateo 19.22).

Amaba a las cosas del mundo más de lo que amaba a Dios. Otro ejemplo, por supuesto, es Judas, que aparentó seguir a Jesús desde el momento en que llamó a los doce hasta que finalmente traicionó a Cristo por treinta monedas de plata.

Las Escrituras nos dice que el pecado dominante de Judas era el amor al dinero. «Era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella» Juan 12.6).

Fue la clase más siniestra de oyente de terreno lleno de espinos. El de junto al camino, el superficial y el mundano tienen algo en común: «no llevan fruto» (Lucas 8.14). Todo el propósito del esfuerzo agrícola es que se produzca una cosecha. El terreno que deja de producir una cosecha no tiene ningún valor.

El camino endurecido permanecerá perpetuamente duro, el terreno poco profundo es muy probablemente que no sea sembrado de nuevo y el suelo de malas hierbas y espinos será quemado.

Si no se puede limpiar por completo de las malas hierbas y cultivarse de nuevo, será dejado baldío. Las tres variedades de terreno estéril son emblemáticas de los incrédulos, incluso de aquellos que inicialmente mostraron alguna posibilidad pero no pudieron dar fruto.

El oyente fructífero El último terreno mencionado se cultiva y produce la cosecha deseada. Jesús dice que este simboliza «los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia»(Lucas 8.15). Este es el corazón verdaderamente preparado. En Mateo 13.23, Jesús dice que la buena tierra es una figura de una persona «que oye y entiende la palabra» En Marcos 4.20, Él dice que es un símbolo de «los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto» (énfasis añadido).

Él está describiendo a alguien con un corazón tan bien preparado que cuando escucha el evangelio, lo recibe con verdadera comprensión y fe genuina. La expresión que Lucas usa («retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia») indica asirse con tenacidad a la verdad y perseverancia en la fe.

La perseverancia con fruto es la señal necesaria de la auténtica y confianza salvadora en Cristo. Esta es una de las lecciones clave de toda la parábola: la señal de la fe auténtica es la perseverancia. Jesús afirmó: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos»(Juan 8.31).

La fe temporal no es una fe verdadera en absoluto. El «fruto» de que se habla en la parábola incluye, por supuesto, el fruto del Espíritu; «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza»(Gálatas 5.22-23). Abarca todos los «frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Filipenses ].l1). Un corazón verdaderamente creyente de manera natural ocasiona adoración, «fruto de labios que confiesan su nombre» (Hebreos 13.15).

Y el apóstol Pablo habló de las personas a quienes había llevado a Cristo como fruto de su ministerio (Romanos 1.13). Todos estos son ejemplos de los tipos de fruto que Jesús tenía en mente cuando expresó que la buena tierra representa a las personas que «dan fruto con perseverancia» La expectativa es que también darán fruto en abundancia. Mateo y Marcos dicen «dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno» (Marcos 4.20; cp. Mateo 13.23).

Como hemos señalado anteriormente en este capítulo, cualquier cantidad de más de diez veces sería un inmenso retorno de la inversión del agricultor. Mientras Jesús está enseñando con claridad lo que sabemos por experiencia: que los cristianos no son todos igualmente fructíferos, al mismo tiempo Él está dando a entender que la abundancia de fruto es el resultado que se espera de la fe.

El fruto espiritual en nuestra vida debe ser abundante y obvio, no tan escaso que sea difícil de encontrar. Después de todo, somos «creados en Cristo Jesús para buenas obras. Las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2.10). Jesús afirmó: «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, [el Padre,quien es el viñador] lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, paraque lleve mas fruto» (Juan 15.2).

Ser fructífero, tener una divina yabundante cosecha, es el resultado que se espera de la fe salvadora.Esto puede ocurrir solo en un corazón que está limpio y bien cultivado.Es deber de cada persona tener un corazón preparado, listo para «recibidcon mansedumbre la palabra implantada» (Santiago 1.21) y luego alimentaresa semilla hasta la plena fructificación.

El Antiguo Testamento nos dice queRoboam, el hijo necio de Salomón y heredero al trono, «hizo lo malo, porqueno dispuso su corazón para buscar a Jehová» (2 Crónicas 12.14, énfasis añadido). Además, para la gente apóstata de Judá y de Jerusalén en Israel delAntiguo Testamento, Dios le dio este mandato mediante su profeta: «Aradcampo para vosotros, y no sembréis entre espinos» (Jeremías 4.3). Elcontexto deja perfectamente claro que El estaba mandándoles que preparansus corazones para recibir la palabra (p. v. 4). Este es el deber de cadapersona.Pero este es el problema: que no podemos lograrlo por nosotros mismos.Ya estamos irremediablemente sucios. Somos caídos, pecadores culpablescon superficiales, enmarañados y rebeldes corazones.

Abandonados a nosotros mismos nos volveríamos más y más impenetrables. Cada exposición a la luz del sol fomentaría nuestra dureza aún más, hasta convertirnos en tan impermeables a la Palabra de Dios como una senda de hormigón lo es a las semillas de césped. «Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Romanos 8.7-8). Solo Dios mismo puede arar y preparar el corazón para que reciba la Palabra. Lo hace mediante la obra regeneradora y santificadora de su Espíritu Santo, quien convence al mundo «de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16.8).

A aquellos que creen, les despierta espiritualmente (Romanos 8.11). El ilumina sus mentes a la verdad (1 Corintios 2.10). Les lava hasta hacerlos limpios (Ezequiel 36.25). El Espíritu Santo les quita el corazón de piedra y les da un corazón nuevo (v. 26). Él mora en su pueblo y los motiva a la justicia (v. 27). Graba la verdad de Dios en sus corazones (Jeremías 31.33; 2 Corintios 3.3).

Él derrama el amor de Dios en sus corazones (Romanos 5.5). Los que creemos en Cristo somos totalmente dependientes de la obra del Espíritu que mora en nuestro corazón para que nos mantenga sensibles, receptivos y en última instancia, fructíferos. Y debemos seguir dependiendo fielmente en Él.

Al igual que David, quien or: «Crea en mí un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mi» (Salmos 51.10), debemos acercarnos a Dios con confianza y sumisión, permitiendo que El haga la obra necesaria en nuestros corazones que no podemos hacer nosotros mismos.

Por último, esta parábola es un recordatorio de que cuando proclamamos el evangelio o enseñamos la Palabra de Dios a nuestros vecinos y seres queridos, los resultados siempre varían de acuerdo con la condición de los corazones de nuestros oyentes.

El éxito o el fracaso no depende de nuestra habilidad como sembradores. Algunas de las semillas que dispersamos caerán en terreno duro, poco profundo o con espinos. Pero no hay nada malo con la semilla.

Si usted es fiel a la tarea, algunas de las semillas que esparza encontrarán buena tierra y el resultado será abundante fruto.

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