Crónicas Bíblicas: Sea Hecha Tu Voluntad

Por John MacArthur

Uno de los dilemas que los cristianos han debatido durante siglos es si Dios logra hacer su voluntad sin importar si oramos o no. Cuando oramos sincera y persistentemente como Cristo nos enseñó, ¿puede nuestra voluntad cancelar la de Dios cuando no oramos, ¿falla su voluntad?

El hecho sencillo es que ninguno de nosotros puede comprender precisamente cómo funciona la oración en la mente infinita y el plan de Dios.

Lo que nos parece ser un misterio sin esperanzas no es ningún dilema para Dios. Pero eso no quiere decir que los teólogos no han intentado resolver este dilema. Dos puntos de vista doctrinales básicos se han ofrecido para brindar luz a esta pregunta. Un punto de vista enfatiza la soberanía de Dios, y en su aplicación extrema sostiene que Dios obrará según su perfecta voluntad sin importar cómo oren las personas o incluso si es que no oran en lo absoluto.

Por lo tanto, la oración no es nada más que sintonizarse con la voluntad de Dios. En el extremo opuesto está el punto de vista que sostiene que las acciones de Dios en lo que concierne a nosotros están determinadas mayormente por nuestras oraciones. Nuestras súplicas persistentes causarán que Dios haga por nosotros lo que no haría de otra forma. El pastor y autor James Montgomery Boice narra la siguiente historia humorística acerca de cómo esta paradoja confunde hasta a nuestros más grandes líderes espirituales:

En cierto momento del transcurso de sus ministerios muy influyentes, George Whitefield, el evangelista calvinista, y John Wesley, el evangelista arminiano, estaban predicando juntos durante el día y compartiendo la habitación en la misma casa de huéspedes cada noche. Una noche, después de un día extenuante los dos regresaron agotados a la pensión y con ganas de irse a dormir.

Cuando se alistaron para acostarse, cada uno se arrodilló al lado de la cama para orar. Whitefield, el calvinista, oró así: «Señor, te agradezco por todos aquellos con los que hablamos el día de hoy, y nos gozamos de que sus vidas y destinos están completamente en tus manos. Honra nuestros esfuerzos según tu perfecta voluntad. Amén»

Se puso de pie y se fue a dormir. Wesley, que apenas había terminado la invocación de su oración durante este tiempo, miró hacia arriba desde su lado de la cama y dijo: «Señor Whitefield, ¿es este el lugar donde lo conduce su calvinismo?».

Luego inclinó su cabeza y continuó orando. Whitefield se quedó en la cama y se durmió. Después de unas dos horas se despertó Whitefield, y Wesley todavía estaba de rodillas al lado de la cama. Así que Whitefield se levantó y pasó alrededor de la cama hasta donde estaba Wesley de rodillas. Cuando llegó allí, encontró a Wesley durmiendo. Lo agarró del hombro y le dijo: «¿Señor Wesley, es este el lugar donde lo conduce su arminianismo?»

Como Whitefield y Wesley, no podemos comenzar a comprender el funcionamiento divino que hace que la oración sea efectiva.

La Biblia es muy clara en cuanto a la absoluta soberanía de Dios, sin embargo, dentro de su soberanía nos manda a hacer ejercicio de nuestra voluntad de manera responsable en ciertas áreas, incluyendo el rogar en oración.

Si Dios no actuara en respuesta a la oración, la enseñanza de Jesús acerca de la oración sería inútil, no tendría sentido, y todas las órdenes de orar carecerían de su razón de ser.

Nuestra tarea no es resolver el dilema de cómo funciona la soberanía de Dios con la responsabilidad del hombre sino creer y actuar en base a lo que Dios nos manda en cuanto a la oración. Orar para que se cumpla la voluntad de Dios es el tema de la tercera petición de nuestro Señor en su modelo para la oración.

Después de pedir que se santifique el nombre de Dios y venga su reino, Jesús dice que debemos orar: «sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra» (Mat. 6:10)

Cuando oramos, lo debemos hacer según la voluntad de Dios Su voluntad se debe convertir en la nuestra. También oramos para que su voluntad prevalezca por toda la tierra, así como prevalece en el cielo.

David oró con la actitud de la tercera petición cuando dijo: «El hacer tu voluntad, oh Dios mío, me ha agradado» (Sal 40:8). Esa también fue la actitud de Cristo: «Mi comida es que yo haga la voluntad del que me envió» (Juan 4:34; cf. Mat 12:50; Juan 6:38).

¿ES INEVITABLE LA VOLUNTAD DE DIOS?

Desafortunadamente, mucha gente, incluso creyentes, no tiene esta misma actitud hacia la tercera petición de la oración de los discípulos.

RESENTIMIENTO AMARGO

Algunos que dicen llamarse creventes resienten lo que perciben que es una imposición de la voluntad de Dios, un dictador divino ejerciendo su egoísta y soberana voluntad sobre su pueblo.

Oran en base a un sentido de obligación, creyendo que no pueden escaparse de lo inevitable. El comentarista William Barclay dijo: 1 Download PDF Un hombre puede decir: «sea hecha tu voluntad», con un tono derrotista.

Puede decirlo, no porque lo desee, sino porque ha aceptado el hecho de que no puede decir otra cosa; puede decirlo porque ha aceptado el hecho de que Dios es demasiado fuerte para él, y que es inútil partirse la cabeza a golpes contra las paredes del universo

El poeta persa del siglo XI, Omar Khayyam tenía una perspectiva similar de Dios. En el Rubaiyat, una colección de sus epigramas de cuatro versos, escribió: Pero a las indefensas piezas del juego las hace jugar en este tablero de damas de noche y de día; de acá para allá mueve, acorrala y come, y una por una regresa a reposar en el armario.

La pelota no cuestiona el sí o el no, ni aquí o allá mientras la golpea el jugador; y aquel que la derribó en el campo, él sabe todo el juego, él sabe, jél sabe! (w. 69, 70)

Este poeta persa veía a Dios como un jugador de damas con poder total sobre las piezas del juego, moviéndolas a su capricho y poniéndolas en el armario cuando terminaba de jugar.

El poeta también veía a Dios como un jugador de polo con su mazo y al hombre como la pelota que no puede decidir en lo absoluto cómo va a ser golpeada o a dónde va a ir. Pero esa perspectiva refluía una falta de conocimiento de cómo Dios interactúa verdaderamente con su pueblo.

RESIGNACIÓN PASIVA

Otros creyentes, no obstante, no se resienten con la voluntad de Dios. Lo ven como el Padre amoroso y cariñoso que sólo piensa en lo mejor para ellos. Sin embargo, también se resignan a su voluntad como la fuerza inevitable, inmutable e irresistible en sus vidas, de modo que creen que sus oraciones no producirán ningún cambio. Oran para que sea hecha su voluntad sólo porque él les ha ordenado que lo hagan. Pero eso desde luego no es una oración de fe; es más una oración de rendición. Los creyentes que oran así aceptan la voluntad de Dios con una actitud derrotista. Demasiados creyentes tienen la costumbre de orar muy poco porque no creen que sus oraciones consiguen nada.

Ellos le piden al Señor algo y luego se olvidan, actuando como si supieran con anticipación que Dios no se vería obligado a conceder lo que habían pedido. Incluso a comienzos de la iglesia, cuando la fe en general es fuerte y vigorosa, la oración podía ser pasiva y sin esperanzas.

Cuando el apóstol Pedro estuvo en la cárcel en Jerusalén, un grupo de preocupados creyentes se reunió en la casa de María, la madre de Juan Marcos, para orar para que lo pusieran en libertad (Hech. I2:12).

Cuando lo estaban haciendo, un ángel del Señor libró milagrosamente a Pedro de sus cadenas (v. 7-10). Mientras los creyentes estaban aún orando, Pedro llegó a la casa y golpeó la puerta. Una sirvienta llamada Rod le contestó la puerta, y luego de reconocer la voz de Pedro, volteó y se fue corriendo a decirles a los demás antes de dejar entrar a Pedro (w. 13, 14). Los demás no le creyeron, no obstante, hasta que finalmente dejaron entrar a Pedro.

Entonces «le vieron y se asombraron» (v. 16). Ellos aparentemente habían estado orando por lo que en realidad no creían que iba a suceder. La oración no es una vana obligación para llevar a cabo sólo para obedecer.

Eso puede parecer que fuese un buen motivo, pero su efecto no se diferencia de los fariseos hipócritas que oraban para exhibirse.

Debemos orar en fe, creyendo que nuestras oraciones sí marcan la diferencia para Dios. Para protegerse en contra de esa resignación pasiva y poco espiritual, Jesús les contó a los discípulos la Parábola de la viuda inoportuna «acerca de la necesidad de orar siempre y no desmayar» (Luc. 18:1).

¿ESTÁ LA VOLUNTAD DE DIOS REALMENTE VIVA EN LA TIERRA?

Pedir «sea hecha tu voluntad en la tierra» indica que la voluntad de Dios no siempre se hace en la tierra. Eso también lo es con algunos otros elementos de esta oración. Nosotros oramos  «santificado sea tu nombre», sin embargo, el nombre de Dios con frecuencia no se santifica aquí. Pedimos que venga su reino, no obstante, hay muchos que rechazan su reinado. Por lo tanto, su voluntad no es inevitable. De hecho, la falta de orar fielmente obstruye la voluntad de Dios porque en su sabio y gentil plan, la oración es esencial para el propio funcionamiento de su voluntad en la tierra.

EL IMPACTO DEL PECADO

Dios es soberano, pero no es independientemente determinista. Demasiados creyentes ven la soberanía de Dios de manera fatalista, pensando que lo que será, será.

Ven toda tragedia como si viniera de las manos de Dios, ya sea personal, como la muerte o la enfermedad de un ser querido, o universal, como en un terremoto o inundación.

Pero esa actitud destruye la oración y la obediencia fiel. Ese no es un alto concepto de la soberanía de Dios, sino un concepto destructivo y no bíblico de ella. Todo el transcurso de acontecimientos y circunstancias está ordenado por Dios, y eso incluye el permitir la causa de todas las tragedias de la vida:

El pecado. Para ver a Dios como soberano máximo, debemos estar de acuerdo en que él quiso que sucediera el pecado. Él lo plantó, no lo tomó por sorpresa y echó a perder su programa inicial.

Este mal y todas sus consecuencias estuvieron incluidos en el decreto eterno de Dios antes de la fundación del mundo.

Sin embargo, no podemos considerar a Dios como el autor o creador del pecado. El apóstol Juan dice: «Dios es luz, v en él no hay ningunas tinieblas» (1 In. 1:5; cf. Stg. l:13). Dios no autorizó el pecado; tampoco lo consiente ni lo aprueba.

El nunca podría ser la causa del pecado o su agente. Sólo permite a los agentes malvados que hagan sus obras, luego cancela la maldad para llevar a cabo sus propios fines sabios y santos.

Por supuesto que no es la voluntad de Dios que muera la gente, así que envió a Cristo a la tierra a destruir a la muerte.

No es su voluntad que la gente se vaya al infierno, así que envió a su Hijo para que reciba el castigo del pecado para que la gente pueda escaparse del infierno.

El apóstol Pedro dice: «El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; más bien, es paciente para con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Ped. 3:9).

El hecho de que exista el pecado en la tierra y cause tan terribles consecuencias no es evidencia de que Dios desea ver que el pecado abunde, sino de su paciencia en permitir más oportunidades para que la gente se vuelva a él para recibir salvación.

Por lo tanto, podemos determinar que los propósitos de Dios en permitir el mal son siempre buenos. Siempre existirá una tensión entre la soberanía de Dios y la voluntad del hombre, por consiguiente, no deberíamos tratar de resolverlo modificando lo que dice acerca de ambas realidades.

Dios es soberano, pero nos da alternativas; y es en su soberanía que nos manda a orar: «sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra» (Mat. 6:10).

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