
Existe un epitafio fuera de lo común en una gran lápida en un cementerio de las afueras de la ciudad de Nueva York. El nombre de la persona en la tumba no se encuentra en la lápida.
No se menciona cuándo nació la persona o cuándo murió. Tampoco se indica nada sobre si la persona fue una amada madre, padre, esposo, esposa, hermano, hermana, hijo o hija. Sólo una palabra se extiende a lo ancho de la lápida: Perdonado es evidente que el hecho más importante de la vida de este individuo fue la paz que él o ella conoció como resultado del perdón de Dios.
Henry Ward Beccher, un popular predicador estadounidense del siglo XIX, dijo: Permítame cortar una rama de uno de estos árboles que ahora está retoñando en mi jardín, y durante todo el verano habrá una fea cicatriz donde se hizo el gran corte; pero para el otoño siguiente estará perfectamente cubierta por lo que está creciendo; y para el otoño que le sigue no se podrá ver; y en cuatro o cinco años sólo habrá una ligera cicatriz para mostrar dónde ocurrió; y en 10 ó20 años jamás sospecharía que hubo una amputación. Los árboles saben cómo cubrir sus heridas esconderlas, el amor no espera tanto como los árboles El apóstol Pedro dijo que el amor cubre una multitud de pecados (1 Ped. 4:8), y una de las maneras más importantes en que hace eso es a través del perdón. Lo más esencial, bendito y, sin embargo, más costoso que hizo Dios fue proveer al hombre el perdón del pecado.
Es sumamente esencial porque nos mantiene alejados del infierno y nos da gozo en esta vida. Es sumamente bendito porque nos introduce a una comunión eterna con Dios. Y es sumamente costoso porque el Hijo de Dios entregó su vida para que pudiéramos vivir. John Stott, en su libro Confess Your Sins (Confiese sus pecados), cita al director de un gran hogar británico para enfermos mentales: «Podría dar de alta a la mitad de mis pacientes mañana si se les pudiera asegurar el perdón». Estar libre de culpa por medio del verdadero perdón es la necesidad espiritual más profunda del hombre.
Sin ello, él no puede entablar una relación con Dios que produzca paz y esperanza. El es santo \ «demasiado limpio como para mirar el mal; [él] no puede ver el agravio» (Hab. 1:13). «Santo, santo, santo es el SEÑOR de los Ejércitos» dice Isaías (6:3). El Dios santo no puede considerar una relación con hombres impuros a menos que haya perdón del pecado. Por eso nuestro Señor escoge como el siguiente tema en su patrón para la oración: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mat. 6:12). Los versículos 14, 15 sirven como nota al pie de la página: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas».
EL PROBLEMA ES EL PECADO
El perdón del pecado es la necesidad más grande del corazón humano porque el pecado tiene un efecto en dos aspectos: Promete condenar a los hombres para siempre mientras que al mismo tiempo les roba de la plenitud de la vida cargando a la conciencia con una incesante culpa.
En última instancia el pecado separa al hombre de Dios, de modo que es incuestionablemente el principal enemigo y el problema más grande del hombre. El apóstol Pablo captó el impacto del pecado cuando citó varios pasajes del Antiguo Testamento en su carta a los cristianos que estaban en Roma: «No hay justo ni aun uno; no hay quien entienda, no hará quien busque a Dios. Todos se aparta ron, a una fueron hechos inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Rom. 3:10-12; cf. Sal. 14:1-3; 53:1-4) Luego concluye: «Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Rom. 3:23).
LA OBRA DEL PECADO
El pecado es el monarca que gobierna el corazón de cada hombre. Es el primer señor de nuestra alma, y su virus ha contaminado à cada ser viviente. El pecado es el poder degenerado en la corriente humana que hace que el hombre sea susceptible a la enfermedad, dolencia, muerte y el infierno.
Es el culpable en cada matrimonio roto, hogar deteriorado, amistad destruida, discusión, dolor, pena y muerte. No es de sorprenderse que la Escritura la compare con el veneno de una serpiente y el hedor de la muerte (Rom. 3:13).
El pecado es la enfermedad moral y espiritual para la cual el hombre no tiene cura. «;Podrá el etíope cambiar de piel y el leopardo sus manchas? Así tampoco vosotros podréis hacer el bien, estando habituados a hacer el mal» (Jer. 13:23). • El pecado domina la mente. Romanos 1:21 indica que los hombres tienen una mente depravada que se ha entregado al mal v la lujuria. El pecado domina la voluntad. Según leemos en Jermías 44:15-17, los hombres desean hacer el mal porque su voluntad está controlada por el pecado.
• El pecado domina las emociones y los afectos. El hombre natural no quiere que se cure su pecado porque ama las tinieblas en lugar de la luz.
• El pecado pone a los hombres bajo el control de Satanás. Efesios 2:2 enseña que los hombres son guiados por el «principe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia»
• El pecado pone a la gente bajo la ira divina. Según Efesios 2:3, los que no son salvos son «hijos de ira»
• El pecado somete a los hombres a la miseria. Job dijo: «Pero el hombre nace para el sufrimiento, así como las chispas vuelan hacia arriba» (Job 5:7). «;No hay paz para los malos!’, dice el SENOR» (Isa. 48:22).
LAS FORMAS DEL PECADO
Los escritores del Nuevo Testamento usan típicamente cinco palabras griegas para referirse a algún aspecto del pecado. Hamartia es la más común y conlleva la idea fundamental de no dar en el blanco. El pecado no da en el blanco del estándar de justicia de Dios. Para la toma, a menudo representaba «entrar sin autorización», es el pecado de resbalar o caer, y resulta más del descuido que de la desobediencia intencional.
Se refiere a cruzar la línea, ir más allá del límite prescrito por Dios. A menudo se traduce «transgresión». Este pecado es más consciente e intencional.
Anomia significa anarquía», y es un pecado aún más intencional y flagrante. Describe una rebelión abierta y directa en contra de Dios y su voluntad. Opheilema es la palabra que se usa en Mateo 6:12.
La forma verbal se usa más a menudo para referirse a deudas morales o espirituales. El pecado es una deuda moral o espiritual con Dios que se debe pagar. En su relato de esta oración, Lucas usa hamartia («pecados»; Luc. 11:4), indicando claramente que la referencia es al pecado, no a la deuda financiera. Mateo probablemente usó opheilema porque correspondía al término arameo más común para decir pecado que usaban los judíos de ese entonces, un término que también representaba deuda moral o espiritual con Dios.
Aquellos que confían en Cristo han recibido el perdón de Dios por el pecado y son salvos del infierno eterno. Puesto que esta oración es un modelo para que lo usen los creyentes, las deudas a las que se refieren aquí son las que los cristianos con- traen cuando pecan. Infinitamente más importante que nuestra necesidad del pan diario es nuestra necesidad del continuo perdón del pecado.
Arthur W. Pink escribe: Ya que es contrario a la santidad de Dios, el pecado es una contaminación, una deshonra, y un reproche para nosotros puesto que es una violación de su ley. Es un crimen, y la culpa que adquirimos de este modo es una deuda. Como criaturas tenemos una duda de obediencia con nuestro creador y gobernante, y al no darle lo que le corresponde por nuestra total desobediencia, hemos contraído la deuda del castigo; y es por esto que imploramos un perdón divino’ Como resultado de nuestro constante pecado, tenemos una deuda inmensa con Dios que ni siquiera podríamos comenzar a pagar, es una deuda impagable, como la deuda que tenía cl siervo malvado (Mat. 18:23-35).
Cualquiera que desee venir a Dios debe hacerlo reconociendo la severidad de su pecado y la magnitud de su deuda.
EL PERDÓN ES LA SOLUCIÓN
Puesto que el problema más grave del hombre es el pecado, su necesidad más grande es el perdón, y eso es exactamente lo que Dios provee. Aunque hemos sido perdonados del castigo final del pecado por medio de la salvación en Cristo, necesitamos experimentar el perdón habitual de Dios por los pecados que continuamos cometiendo. La importancia de esta distinción será más clara cuando veamos las dos clases de perdón que podríamos calificar de judicial y de paternal.
PERDÓN JUDICIAL
Los creyentes reciben el perdón judicial de Dios en el momento que ponen su fe en Cristo como su Salvador. Ese perdón es total en la realidad de la justificación, por él Dios nos declara justos en su Hijo. Como resultado, va no estamos bajo juicio, condenados a morir, ni tampoco destinados al infierno. Pablo dice: «Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Rom. 8:l). El juez eterno nos ha declarado perdonados, justificados y justos. Ningún ser humano o satánico nos puede condenar o acusar permanentemente (v. 33,34)
La magnitud de este perdón es literalmente inconcebible Dios dice: «No me acordaré mas de su pecado» (Jer. 31:34) David escribió: «Tan lejos como está el oriente del occidente, así hizo alciar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal. 103:12). Isaías nos dice el motivo: «El SEÑOR cargó en él [Cristo] el pecado de todos nosotros» (Isa. 53:6; cf. I Ped. 2:24).
Dios no podía pasar por alto nuestro pecado a menos que alguien llevara el castigo por ello, y es por eso que Cristo murió Dios nos ha perdonado (en efecto, eliminado) nuestros pecados basado en ese sacrificio que hizo una sola vez Cristo en la cruz Allí cargó con nuestro castigo, llevó nuestra culpa, y pagó el precio por nuestro pecado.
En el momento en que usted pone su fe en Cristo, su pecado pasó a él y la justicia de él pasó a usted, y Dios lo declaró judicialmente justificado (Rom. 3:24-26;2 Cor. 5:21). Por medio de ese acto de perdón judicial, todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros son perdonados completamente que aún no había alcanzado un estándar perfecto de santidad en la práctica
PERDÓN PATERNAL
Desafortunadamente, todavía pecamos en nuestra conducta porque aún no hemos sido perfeccionados. En Filipenses 3. Pablo reveló esta distinción cuando escribió que por medio de la fe en Cristo había recibido la justicia de Dios, no derivada de la ley; sin embargo, añadió que aún no había alcanzado un estándar perfecto de santidad en la práctica (v. 7-14).
De modo que requerimos constantemente del perdón, aquel que ofrece dev. 7-14). De modo que requerimos constantemente del perdón, aquel que ofrece gracia nuestro Padre celestial. El apóstol Juan nos advierte: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1 ]n. 1:8, 9).
De manera que el pecado, aunque es perdonado judicialmente, es aún una realidad en la vida del cristiano. Una disminución del pecado, junto con una creciente sensibilidad a él, debe caracterizar el caminar de cada cristiano.
Y aunque nuestros pecados en el futuro no cambian nuestra posición delante de Dios, afectan la intimidad y gozo en nuestra relación con él. Por ejemplo, si uno de sus hijos pecara desobedeciéndolo, eso no cambiaría su relación, usted aún es su padre o madre, listo a perdonar al instante. Pero hasta que él venga a usted a confesarle su desobediencia, la intimidad previa no será restaurada.
Durante la última cena, Jesús comenzó a lavar los pies de los discípulos como demostración del espíritu humilde y servidor que debería caracterizar a sus sirvientes.
Al principio se rehusó Pedro, pero cuando Jesús dijo: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo», Pedro se fue al otro extremo y quiso un baño completo. Jesús replicó: «El que se ha lavado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, pues está todo limpio. Ya vosotros estáis limpios» (Juan 13:5-10).
El acto de lavar los pies realizado por Jesús fue más que un ejemplo de humildad; fue también una representación del perdón que Dios da en la continua limpieza de aquellos que ya están salvos.
La suciedad de los pies simboliza la contaminación superficial diaria del pecado que experimentamos al pasar por las cosas de la vida. El pecado no nos ensucia completamente, ni tampoco puede hacerlo porque hemos sido limpiados permanentemente.
La purga judicial que ocurre en la regeneración no necesita repetirse, pero la purificación práctica es necesaria todos los días porque a diario no alcanzamos la santidad perfecta de Dios. Como Juez, Dios está ansioso de perdonar a los pecadores, y como Padre está aún más ansioso de seguir perdonando a sus hijos.
Cientos de años antes de Cristo, Nehemías escribió: «Tú que eres un Dios perdonador, clemente y compasivo, tardo para la ira y grande en misericordia» (Neh. 9:17). Con todo lo vasto y profundo que es el pecado del hombre, la magnitud del perdón de Dios es mucho mayor. Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia de Dios. En alguna parte de nuestras oraciones, después que hemos pedido que su nombre sea santificado, que venga su reino y sea hecha su voluntad y después que hemos reconocido que Dios es la fuente de nuestro sostén físico v diario necesitamos enfrentar el hecho de que nuestros pies están sucios.
Mientras tengamos en nuestras vidas pecados que no hayamos confesado, perderemos la plenitud de gozo e intimidad en nuestra comunión con Dios. Por lo tanto, la petición «perdónanos nuestras deudas«, es simplemente nuestra súplica a Dios para que nos limpie momento a momento cuando le confesamos nuestros pecados. Donald Grey Barnhouse, en una conversación con un profesor universitario, contó esta historia que ilustra la magnitud del perdón amoroso: Un hombre había vivido una vida de mucho pecado pero se convirtió, y al final se llegó a casar con una gran mujer cristiana.
Él le había confiado la naturaleza de su vida pasada en unas cuantas palabras. En lo que le decía estas cosas, la esposa le agarró la cabeza y la puso entre sus manos, lo acercó a su hombro y le besó diciendo: Juan, quiero que entiendas algo con toda claridad. Conozco muy bien mi Biblia, y por lo tanto, conozco la sutileza y las artimañas del pecado que trabajan en el corazón del ser humano.
Sé que eres un hombre total- mente convertido, Juan, pero sé que aún tienes una vieja naturaleza, y que todavía no has aprendido completamente los caminos de Dios como pronto lo harás.
El diablo hará todo lo posible para arruinar tu vida cristiana y se encargará de que toda clase de tentaciones crucen tu camino.
Llegará el día, Dios no lo permita, en que sucumbirás a la tentación y pecarás. El diablo inmediatamente te dirá que no sirve intentarlo, que será mejor que continúes pecando, y que por encima de todo, no me lo digas porque me lastimará. Pero Juan, quiero que sepas que aquí en mis brazos está tu hogar.
Cuando me casé contigo, me casé con tu vieja naturaleza, así como con la nueva, y quiero que sepas que hay perdón completo por adelantado por cualquier mal que pueda entrar en tu vida El doctor Barnhouse dijo que cuando terminó de contar la historia, el profesor universitario alzó sus ojos con reverencia y dijo:
«Dios mío! ¡Si algo puede mantener a un hombre rectamente eso [la clase de amor perdonador] lo haría!.





