Por John MacArthur

Pedir perdón implica confesión. Los pies que no se presentan a Cristo no pueden ser lavados por él. El pecado que no se confiesa no puede ser perdonado: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» (1Jn. 1:9).
Confesar significa básicamente estar de acuerdo, y cuando confesamos nuestros pecados estamos de acuerdo con Dios de que son perversos, malos, contaminantes, y que no tienen lugar en la vida de aquellos que le pertenecen a él. Es difícil confesar pecados.
Es especialmente difícil lograr que un niño admita que hizo algo malo. Cuando yo era un niño pequeño, otro chico y yo hicimos actos vandálicos en una escuela en un pueblo de Indiana donde mi padre estaba llevando a cabo una reunión de avivamiento.
En un intento por descubrir quiénes eran los culpables, algunas personas fueron de casa en casa, buscando información acerca de los autores. Cuando llegaron a la casa donde se estaba hospedando mi familia, mi padre y el dueño de la casa (el padre del otro niño) contestaron a la puerta.
Una de las personas les preguntó si el otro niño y yo sabíamos algo del vandalismo. Yo agarré la mano de mi padre y puse mi rostro más angelical, haciendo todo lo posible por demostrar que crea tan espiritual como mi padre el evangelista.
Tanto mi padre como el otro padre aseguraron a los indagadores de que éramos niños maravillosos y que no hubiéramos estado involucrados en tal actividad. Me llevó 10 años antes de llenarme de suficiente valor para decirle a mi padre lo que realmente había sucedido.
Satanás, así como también nuestra naturaleza orgullosa luchan en contra de cualquier clase de admisión de una fechoría. Pero la confesión es el único camino hacia una vida libre gozosa. Proverbios 28:13 dice: «El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia».
John Stott dice: «Uno de los antídotos más seguros en contra del proceso de endurecimiento moral es la práctica disciplinada de poner al descubierto nuestros pecados de pensamiento y actitud, así como de palabra y obra, abandonarlos con un corazón arrepentido» Si usted no confiesa sus pecados, se volverá duro. He visto a cristianos, judicialmente perdonados y eternamente seguros, que están endurecidos, no se arrepienten y son insensibles hacia el pecado.
En consecuencia, también carecen de gozo porque no tienen una comunión amorosa e íntima con Dios. Han excluido el gozo y la comunión con la barrera creada por su pecado sin confesar El verdadero cristiano no ve la promesa que hizo Dios del perdón como un permiso para pecar, una manera de abusar de su amor y presumir de su gracia.
En cambio, ve el perdón clemente de Dios como medio para lograr crecimiento espiritual y santificación. El continuamente agradece a Dios por su gran amor y deseo de perdonar. La confesión del pecado también es crucial porque le da a Dios la gloria cuando castiga al cristiano desobediente.
Tal respuesta positiva a su disciplina remueve cualquier posible queja de injusticia porque el pecador está admitiendo que merece lo que le dé Dios.
PERDONAR A LOS DEMÁS ES LA PRUEBA FINAL
Jesús nos da el prerrequisito de perdonar a los demás con las palabras: «Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mat. 6:12). El principio es sencillo pero aleccionador: Si hemos perdonado, seremos perdonados; si no hemos perdonado, no seremos perdonados.
RAZONES PARA PERDONAR A LOS DEMÁS
Debemos perdonarnos mutuamente por varias razones. Una característica de los santos Como ciudadanos del reino de Dios somos bienaventurados y recibimos misericordia porque nosotros mismos somos misericordiosos (Mat. 5:7).
Debemos amar incluso a nuestros enemigos porque tenemos la naturaleza de nuestro Padre celestial morando en nosotros. Justo antes de entregar esta oración modelo, Jesús instruyó a su público: «Habéis oído que fue dicho: Amaras a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen; de modo que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5:43-45).
Bendecir a aquellos que lo persiguen equivale a perdonar. Al amar a sus enemigos, manifiesta que es un hijo de Dios. El perdón es la marca de un corazón verdaderamente regenerado. Cuando un cristiano no perdona a otra persona, se establece como juez superior a Dios e incluso cuestiona la realidad de su fe.
El ejemplo de Cristo El apóstol Pablo nos manda a ser «bondadosos y misericordiosos los unos con los otros, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Efe. 4:32). Juan nos dice: «El que dice que permanece en el debe andar como él anduvo» (I In. 2:6).
Jesús mismo es nuestro modelo para el perdón. Por aquellos que clavaron sus manos, le escupieron el rostro, se burlaron de él y aplastaron una corona de espinas sobre su cabeza, Jesús dijo: «Padre, perdónalos» (Luc. 23:34).
Él es nuestro modelo de conducta. La severidad de cualquier ofensa hacia nosotros no se puede comparar con lo que soportó Cristo. El escritor de Hebreos dio: «Todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado» Expresa la virtud más sublime del hombre El hombre exhibe lo majestuoso que es como creación a la imagen de Dios cuando perdona. Proverbios 19:11 dice: «El discernimiento del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa» Libra de culpa a la conciencia La falta de perdón no sólo se levanta como barrera obstruyendo el perdón de Dios, sino que también interfiere con la paz, felicidad, satisfacción e incluso el funcionamiento adecuado del cuerpo. Según 2 Corintios 2:10, cuando tenemos un corazón que no perdona, le damos a Satanás ventaja sobre nosotros Beneficia al cuerpo de creyentes.
Probablemente pocas cosas han causado cortocircuito al poder de la iglesia como los conflictos que no se han resulto entre sus miembros. El salmista advierte: «Si en mi corazón yo hubiese consentido la iniquidad, el Señor no me habría escuchado» (Sal. 66:18). El Espíritu Santo no puede funcionar libremente entre aquellos que guardan rencor y resentimiento (Mat. 5:23, 24). Libra de la disciplina de Dios Donde hay un espíritu que no perdona, hay pecado; y donde hay pecado, habrá castigo. Hebreos 12:6 dice: «Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo».
El pecado del cual no se arrepintió la iglesia de Corinto ocasionó que muchos creyentes fueran débiles, enfermos hasta murieran (I Cor. 11:30). Activa el perdón de Dios La activación del perdón de Dios es probablemente la razón más importante por la cual debemos perdonar a los demás. Esta razón es tan vital que Jesús la reafirma al cierre de su modelo para orar (Mat. 6:14, 15).
No hay nada en la vida cristiana que sea más importante que el perdón, que perdonemos a los demás y que Dios nos perdone a nosotros. Puesto que Dios nos trata tal como tratamos a los demás, debemos perdonar a los demás con la misma libertad y gracia con la que él nos perdona a nosotros.
LA MUESTRA DE UN ESPÍTIRU QUE PERDONA
Como una especie de posdata de la Oración de los discípulos, Mateo 6:14, 15 es el comentario de nuestro Salvador sobre la petición del versículo 12, la única petición a la que ofrece una
apreciación adicional. Obviamente, las verdades aquí son de vital importancia: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» La primera parte del principio es positiva: «Si perdonáis a los hombres sus ofensas». Los creyentes deben perdonar como aquellos que han recibido el perdón judicial de Dios. Cuando su corazón está lleno de ese espíritu perdonador, «su Padre celestial también lo perdonará a usted». Los creyentes no pueden conocer el perdón paternal que viene de Dios, por el cual se mantiene una abundante comunión con el Señor e innumerables bendiciones suyas, si no perdonan a los demás de corazón y palabra. El verbo que se traduce «perdonar» (aflimi) significa literalmente «lanzar lejos». Pablo tenía pensado eso cuando escribió: «Por esta razón recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mi, el primero [ de los pecadores], toda su clemencia» (1 Tim. 1:16; cf. Mat. 7:1l).
Un espíritu que no perdona no sólo es contradictorio para alguien que ha sido totalmente perdonado por Dios, sino que conlleva el castigo de Dios en lugar de su misericordia.Nuestro Señor ilustra la respuesta despiadada en la parábola del hombre al que se le perdonó una deuda inmensa (Mat. 18:21-35). «El reino de los cielos es semejante a un hombre rey, que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y cuando él comenzó a hacer cuentas, le fue traído uno que le debía diez mil talentos» (w. 23, 24).
Un talento equivalía a seis mil denarios, y los obreros ganaban un denario cada día laborable. Este esclavo hubiera tenido que trabajar seis días a la semana durante mil semanas (algo más de 19 años) para ganar solamente 1177 talento. Usted muy bien se puede imaginar que «él no podía pagar, [así que] su señor mandó venderlo a él, junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, y que se le pagara. Entonces el siervo cayó y se postró delante de él diciendo: «Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo (v. 25, 26). Su deuda era inmensa y hubiera sido imposible para él pagarla. No obstante, «el señor de aquel siervo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda» (v. 27).
En el simbolismo de la parábola, al hombre se le perdona su deuda impagable, la cual representa al pecado, » halla misericordia en el rey, io cual representa salvación. Sin embargo, el hombre abusa de este regalo maravilloso: Pero al salir, aquel siervo halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y asiéndose de él, le ahogaba diciendo: «Paga lo que debes». Entonces su consiervo, cayendo, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, yo te pagaré». Pero éi no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que le pagara lo que le debía (1: 28-30) Esta deuda, aunque era una suma considerable (el sueldo de tres meses), pudo haberse pagado, pero era una cantidad insignificante comparado con lo que debía el otro esclavo. El Señor describe lo que sucedió después: Cuando sus consiervos vieron lo que había sucedido, se entristecieron mucho; y fueron y declararon a su señor todo lo que había sucedido. Entonces su señor le llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¡No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, así como también yo tuve misericordia de ti?».
Y su señor, enojado, le entregó a los verdugos hasta que le pagara todo lo que le debía. Así también hará con vosotros mi Padre celestial. si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano (w: 31-35). Esa es una representación de alguien que recibe ansiosamente el perdón de Dios pero que no está dispuesto a perdonar a semanas (algo más de 19 años) para ganar solamente 1177 talento.
Usted muy bien se puede imaginar que «él no podía pagar, [así que] su señor mandó venderlo a él, junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, y que se le pagara. Entonces el siervo cayó y se postró delante de él diciendo: «Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo (v. 25, 26). Su deuda era inmensa y hubiera sido imposible para él pagarla. No obstante, «el señor de aquel siervo, movido a compasión, le soltó y le
perdonó la deuda» (v. 27). En el simbolismo de la parábola, al hombre se le perdona su deuda impagable, la cual representa al pecado, » halla misericordia en el rey, io cual representa salvación. Sin embargo, el hombre abusa de este regalo maravilloso: Pero al salir, aquel siervo halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y asiéndose de él, le ahogaba diciendo: «Paga lo que debes». Entonces su consiervo, cayendo, le rogaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, yo te pagaré«. Pero éi no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que le pagara lo que le debía (1: 28-30)
Esta deuda, aunque era una suma considerable (el sueldo de tres meses), pudo haberse pagado, pero era una cantidad insignificante comparado con lo que debía el otro esclavo.
El Señor describe lo que sucedió después: Cuando sus consiervos vieron lo que había sucedido, se entristecieron mucho; y fueron y declararon a su señor todo lo que había sucedido. Entonces su señor le llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¡No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, así como también yo tuve misericordia de ti?».
Y su señor, enojado, le entregó a los verdugos hasta que le pagara todo lo que le debía. Así también hará con vosotros mi Padre celestial. si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano (v: 31-35).
Esa es una representación de alguien que recibe ansiosamente el perdón de Dios pero que no está dispuesto a perdonar a los demás. Espero que usted no esté guardando rencor, y que no se haya olvidado de la gran misericordia que recibió de Dios. Mateo 6:15 capta la esencia de esta parábola y su significado para los creyentes: «Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas».
El pecado de un corazón que no perdona y un espíritu amargado (Heb. 12:15) pierde la bendición e invita el castigo Cada creyente debe tratar de manifestar el espíritu perdonador de José (Gén. 50:19-21) y de Esteban (Hech. 7:60) tan: menudo como sea necesario. Recibir perdón del Dios santo y perfecto, y luego rehusarse a perdonar a los demás cuando somos gente pecadora es la personificación del abuso de la misericordia.
«Y habrá juicio sin misericordia contra aquel que no hace misericordia. ¡La misericordia se gloría triunfante sobre el juicio!« (Stg. 2:13).
¿Qué hemos aprendido? Tenemos un continuo problema: el pecado. Este interrumpe nuestra comunión y utilidad para con él.
La provisión de Dios por ese pecado es el perdón continuo. Lo recibimos confesando nuestro pecado. El prerrequisito es que perdonemos a los demás. Un cristiano que no perdona es una persona orgullosa y egoísta que se ha olvidado que sus pecados han sido limpiados.
Aprenda a confesar, y antes de que confiese, aprenda a perdonar. Entonces podemos buscar con confianza a Dios en la soledad de nuestros corazones y pedirle que nos perdone cada día.






