Por John MacArthur

DESASTRE
Mateo, Marcos y Juan registran que María Magdalena estaba presente en la crucifixión. Combinando los tres relatos, está claro que ella estaba junto a María, la madre de Jesús, Salomé (la madre de los apóstoles Jacobo y Juan), y otra María menos conocida (la madre de Jacobo el menor y Jose).
Hay una interesante progresión en el relato de los Evangelios. Juan, describiendo los acontecimientos cercanos al comienzo de la crucifixión, dice que las mujeres «estaban junto a la cruz» (Juan 19.25).
Permanecían lo suficientemente cerca para oírle hablar a Juan y a María cuando Él entregó a su madre al cuidado del discípulo amado (vv.26-27) Pero Mateo y Marcos, describiendo el final del vía crucis, dicen que las mujeres estaban «mirando de lejos» (Mateo 27.55; Marcos 15.40).
A medida que la crucifixión transcurría, una masa de bribones, burlándose, se instalaron allí, haciendo retroceder a codazos a las mujeres. Estas probablemente se replegaron instintivamente, también porque la escena era cada vez más y más horripilante.
Era como si no fueran capaces de seguir mirando, aunque tampoco de irse. De modo que permanecieron allí hasta que sobrevino la muerte.
No podían hacer otra cosa que mirar y orar y sufrir. Ver a aquel que amaban, y en quien confiaban, desgarrado en medio de tanta violencia, tiene que haberles parecido el desastre más grande.
Allí estaban paradas, ante una turba fanática sedienta de sangre, que pedía a gritos la muerte de su amado Señor. Con el furor de la muchedumbre enloquecida de odio en su clímax, podían fácilmente haber sido víctimas del populacho. Pero nunca se acobardaron.
Nunca dejaron la escena hasta que se produjo la muerte. Y aún entonces, permanecieron junto al cuerpo de Jesús. Tal era el magnetismo de su lealtad y amor por Jesús. De hecho, fue solo gracias a María Magdalena, que los discípulos supieron donde había sido puesto el cuerpo de Jesús después de su muerte.
Marcos dice que José de Arimatea pidió a Pilato el cuerpo de Cristo con el fin de darle una sepultura apropiada. José tenía acceso a Pilato porque era un prominente hombre del Sanedrín, el consejo gobernante de los líderes judíos (Marcos 15.43).
Ellos eran el mismo grupo que había conspirado para traer a Jesús a juicio, condenándole, y habían votado para enviarlo a la muerte esa misma mañana. José, sin embargo, era un discípulo secreto de Jesús (Juan 19.38), y «no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos» (Juan 19.38).
Los cuatro Evangelios relatan la acción de José para recuperar el cuerpo de Jesús. Marcos agrega que María Magdalena y María la madre de José siguieron en secreto a José hasta la tumba y «miraban dónde lo ponían» (Marcos 15.47).
El apóstol Juan describe cómo José de Arimatea, junto con Nicodemo (quien era un «principal de los judíos», de acuerdo con Juan 3.1, y además probablemente también un miembro del Sanedrín y un discípulo secreto), «tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos» (Juan 19.40).
Juan dice que Nicodemo había gastado alrededor de cien libras de «mirra y aloes» (v.39). Estas eran especias aromáticas y resinas que usaban los judíos para embalsamar.
Los dos hombres rápidamente ungieron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron firmemente con tela de lino (v.40).
Debieron apresurarse en terminar la tarea antes que comenzara el sábado (v.42). El amor de María Magdalena por Cristo era tan fuerte como el de ellos.
Tomó nota de dónde y cómo había sido puesto en la tumba. Después de lo que Él había hecho por ella,ver a Jesús sin vida, su cuerpo golpeado y tan precariamente preparado y abandonado en una tumba fría debe haberle roto el corazón.
Estaba decidida a lavarlo y a ungirlo apropiadamente. Así Lucas 23.55-56 dice que ella y la otra María
empezaron lapreparación de sus propias especias funerarias, antes que comenzara el sábado. Marcos 16.1 agrega que adquirieron todavía más especias tan pronto como el día de descansoconcluyó (a la puesta del sol del día sábado). Como primera actividad de la mañana,planearon darle un entierro digno de alguien a quien amaban profundamente.
AMANECER
María Magdalena había permanecido más tiempo que ningún otro discípulo junto a la cruz. Además, también había sido la primera en llegar hasta su tumba al amanecer del primer día de la semana.
Su devoción nunca fue más auténtica que frente a su muerte, y esa devoción iba a ser recompensada de una manera inimaginablemente triunfante.
Es evidente que no había ningún pensamiento de resurrección en la mente de ella. Había presenciado de muy cerca los devastadores efectos de los amargos golpes que Jesús había recibido camino de la cruz.
Había sido testigo directo de cómo se le iba la vida. Había observado cómo su cuerpo sin vida era envuelto en linos, sin el debido ceremonial preparado en forma precipitada con ungüentos y dejado solo en la tumba.
El único pensamiento que llenaba su corazón era el deseo de hacer apropiadamente lo que había visto hacer a Nicodemo y a José, con tanta prisa y al azar. (Es posible que los haya reconocido como miembros del hostil Sanedrín; de otra manera, probablemente no los habría conocido en absoluto.)
Pensó que estaba llegando a la tumba por una expresión final de amor hacia su Maestro, a quién sabía que le debía todo El apóstol Juan, en calidad de testigo ocular de algunos de los dramáticos hechos de esa mañana, entrega la mejor descripción: El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Y bajándose a mirar; vio los lienzos puestos allí, pero no entró. Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.
Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos. Y volvieron los discípulos a los suyos.
Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les dijo: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto» (Juan 20.1-13).
Mateo 28.2 dice que el rodar de la piedra fue acompañado de «un gran terremoto»También sabemos por Mateo y Marcos, que al menos otras dos mujeres («la otra María»y Salomé) vinieron a ayudar.
Ellas habían considerado la dificultad de rodar la gran piedra(un macizo bloque en forma de rueda que se apoyaba en un pilón) para sacarla de la entrada de la tumba, pero al momento en que ellas llegaron, la piedra estaba ya quitada.
Tanto Marcos 16.5 como Lucas 24.3 dicen que fueron al interior del sepulcro y lo encontraron vacío. La primera inclinación de María fue asumir que alguien había robado el cuerpo de Jesús. Inmediatamente corrió fuera de la tumba y regresó por el mismo camino que había venido, aparentemente planeando pedir ayuda.
Antes de llegar muy lejos, no obstante, encontró a Pedro y a Juan, camino al sitio del sepulcro.
Casi sin aliento,les contó lo que había encontrado. Juan hace una anotación respecto de que él corrió más que Pedro, pero se detuvo en la boca de la tumba para mirar adentro, y Pedro lo dejó atrás para entrar hasta el sepulcro mismo. Allí encontró la tumba vacía con los lienzos funerarios y el sudario plegado y puesto a un lado.
Juan se le unió dentro de la tumba misma. Ver las ropas funerarias todavía intactas pero vacías era suficiente, dice Juan, para que creyera. Él y Pedro dejaron la escena inmediatamente (Lucas 24.12).
Fue probablemente en ese punto cuando las mujeres entraron a la tumba otra vez para ver por sí mismas (Marcos 16.4). Entretanto María Magdalena, sobrepasada por un nuevo dolor al pensar que alguien había robado el cuerpo, permaneció a solas fuera de la tumba.
Estaba inclinada mirando cuando dos ángeles se aparecieron adentro de la tumba (Juan 20.12). Mateo, Marcos y Lucas cuentan la historia en forma abreviada, omitiendo algunos detalles deliberadamente.
Cada relato nos da diferentes aspectos de la historia, pero son fáciles de armonizar. Por supuesto, todas las mujeres vieron a los ángeles.
Solo uno de ellos habló. Les dijo a las mujeres: «No está aquí, pues ha resucitado» (Mateo 28.6; Marcos 16.6; Lucas 24.6) Luego las instruyó, diciéndoles: «Id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado delos muertos» (Mateo 28.7).
En ese punto, todas menos María, salieron. Según Mateo,«ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos» (v.8).
María parece haber permanecido afuera de la tumba, todavía desconsolada por la ausencia del cuerpo. Era evidente que ella no sabía de las ropas en la tumba vacía.
Parece claro que no había oído las noticias triunfantes del ángel ni que entendía cuán alborozados estaban Pedro y Juan cuando dejaron la tumba.
El ángel vino y le habló directamente a ella: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Juan 20.13) En medio de los sollozos de su corazón roto, María respondió, «Porque se han llevado ami Señor, y no sé dónde le han puesto» (Juan 20.13).
Y fue justo entonces que se volvió y vio a Jesús. Al principio, a través de sus ojos llenos de lágrimas, no le reconoció (no era la única que no percibió instantáneamente quien era Él después de su resurrección.
Más tarde, ese mismo día, según Lucas 24.13-35, dos de sus discípulos viajaron un trecho con El en el camino a Emaús, antes que sus ojos fueran abiertos para darse cuenta de quién era.
Su semblante se veía diferente. GlorificadoQuizás lucía como Juan lo describe en Apocalipsis 1.14, «Su cabeza y sus cabellos eranblancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego».Jesús habló: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» (Juan 20.15)
María, pensando que era el hortelano, le pidió que le dijera dónde había llevado el cuerpo. Todo lo que Él hizo fue decir su nombre y ella lo reconoció instantáneamente «Y a sus ovejas llama por nombre…. y las ovejas le siguen, porque conocen su voz» (Juan 10.3-4). «¡Raboni!» La pena de María se convirtió instantáneamente en inefable alegría (Juan 20.16) y debe haber tratado de abrazarlo como si nunca más lo fuera a dejar partir.
Sus palabras, «No me toques» (v.17), testifican de una manera especial del carácter extraordinario de María Magdalena.
Muchos de nosotros somos muy parecidos al apóstol Tomás: vacilantes y pesimistas. Jesús instó a Tomás a que lo tocara para que verificara la identidad de Jesús (v.27).
Es notable y triste, pero cierto, que la mayoría de los discípulos de Jesús, especialmente en la era posmoderna, constantemente necesitan ser persuadidos para estar más cerca de Él.
María, por el contrario, no quería dejarlo ir. Jesús de este modo le confiere un único y paralelo honor permitiéndole ser la primera en verlo y oírlo después de su resurrección.
Otros habían ya oído y creído las gratas noticias por boca del ángel.
María lo oyó de Jesús mismo. El epitafio bíblico sobre su vida quedó registrado en Marcos 16.9: «Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena»
Ese fue su legado extraordinario. Nadie podrá nunca compartir ese honor o quitárselo Pero nosotros podemos, y deberíamos, tratar de imitar su profundo amor por Cristo.





