Por Taylor Caldwell

SALUDOS
A mi hermano Lucifer, quien en su enigmático corazón desea ser refutado y rechazado, y que se proclame por siempre la Gloria de Dios a los Ángeles y a los hombres, aunque él lo niegue.
He leído tu carta con pesar, porque conozco la angustia de tu espíritu. Yo también te recuerdo a ti y a tu magnifica apariencia y a la gloria de tu presencia.
¿Cómo es posible, me pregunto muchas veces, que te resistan los pobres hombres si te presentas en tantas formas, todas ellas seductoras? ¡Un adversario tan pequeño, el hombre! ¡
Tan desamparado, tan débil, tan confundido, tan ciego, tan abatido, tan pequeño! Yo lo veo y lloro. Me asombro, no de que haya rechazado y blasfemado de Dios tantas veces, sino de que lo haya recordado tanto tiempo a pesar de los desdeñosos y los filósofos y los eruditos.
Me asombro, no de que resista las múltiples y delicadas lisonjas del Señor, sino de que tantísimos hombres, aunque tú negarías esto lo guarden tan valiosamente en sus corazones y cada día honren Su Nombre, y después de morir se alejen de ti como se alejaron en vida, y vuelven como pájaros radiantes al regazo de su Señor.
Tú llamarías a eso «simplicidad’, desdeñosamente. Pero la virtud es simple y fácil de comprender. Solamente el mal es complejo, complicado, torcido y tortuoso en todos sus caminos.
La virtud es una corriente de agua brillante que se encamina fielmente hacia el mar. Pero el mal sopla por muchos pasajes, barrancas y abismos, y adopta colores muy ambiguos y se esconde en muchas cavernas diferentes.
El mal barrancas y abismos, y adopta colores muy ambiguos y se esconde en muchas cavernas diferentes. El mal tiene mil conversaciones e incontables rituales perversos. Es un millar de ruedas indisciplinadas dentro de una rueda, todas girando celosamente.
La vida, al contrario, es directa y sin engaño, y no posee argumentos, porque la Vida es, y no puede haber ningún argumento en presencia del orden. El mal se oculta en una multitud de filosofías, controversias, conjeturas y especulaciones. Trata siempre de combatir la Vida hasta que deje de existir, y sólo resulta triunfante cuando no queda nada.
Es, en suma, la muerte. En los hombres malvados existe la voluntad de morir, de ser absueltos del peso del ser, de ser rescatados de la búsqueda de una respuesta, aunque la respuesta sea tan clara y tan inequívoca.
El mal busca que lo absuelvan de la necesidad de aceptar, y sólo comparte una cosa con la virtud: el deseo de tener adherentes. El hombre no puede vivir solo, ni en la virtud ni en el mal, y así como la virtud no puede tolerar el mal, tampoco puede el despreciable tolerar al justo. Uno debe perecer. Tú dirás que siempre resulta victorioso el mal.
No, no siempre, porque ¿no perdura la Vida? La Vida no puede existir en presencia de la muerte y la medianoche no puede ser mientras los soles brillen. Los pobres hombres de Terra gritan con pasión: «La Vida es difícil! ¡No existe una respuesta sencilla para el ser! La Vida es complicada y comprometida, tiene muchas caras, y ¿quién puede decir cual cara es la verdadera?»
Pero la Vida sólo tiene un Rostro verdadero, el Rostro de Dios, y ante Él no existe sendero tortuoso, no hay pasajes ocultos, no hay variedad de respuestas, no hay confusión, no hay un «éste es el camino, pero, por otra parte, este otro también puede ser».
La mente del hombre, auxiliada por la tuya, se convierte en un enjambre de células, cada una dotada de una vida contradictoria, de una insistencia individual, de una voz diferente, de una respuesta discutible.
Solamente en la miel pura de la verdad hay un flujo de dulzura y no hay nada tan simple como la miel.Nuestro Padre no mora en lugares laberínticos. Vive en el sol, donde no hay escondrijos.
Pero, profanado en su alma por ti, el hombre exclama: “; Dónde está Dios? ¡Yo no lo veo! Todo es oscuridad El me ha pedido ser dócil en esta oscuridad y resignarme con tanta sencillez como la bestia del campo o un infante de brazos en el regazo de su madre.
Sin embargo, el Señor ha dicho claramente: «Ustedes deben ser como niños para heredar el Reino de los Cielos.» Los niños no hacen preguntas capciosas, no hablan con frases grandilocuentes ni eruditas, ni aceptan las palabras de los antiguos sabios negando la evidencia que tienen delante de si. Ven clara y totalmente, no oscura y parcialmente.
Tú le has dicho al hombre que pude razonar, y por lo tanto es semejante a los dioses y está consciente del bien y del mal. Pero sólo le has mostrado sus propios deseos y pasiones, y le has apremiado no para que los rechace, sino para que los gratifique, porque ¿no son parte inherente de su naturaleza? Su razón está pervertida por sus irrefrenables deseos, los cuales estimulas y tientas de manera deleitante para ti
No tienen ningún mérito propio, sino únicamente los méritos que les ha otorgado la Gracia de Dios. El hombre lo reconoce instintivamente en la niñez, y sólo por medio del aprendizaje puede glorificar eso que él llama su «razón».
¡Una triste criatura tan pequeña, tan digna de compasión en su impotencia! Los hombres más sabios de Terra son los más estúpidos, los más refractarios, los más ciegos. Pero, ¿son ellos los sabios de verdad? ¡No, absolutamente, son los más mudos y nulos! Sólo los simples son sabios en los caminos de la sabiduría, porque cuando preguntan perciben la respuesta inmediatamente.
Tú has llamado a eso infantilismo y los hombres te han escuchado a través de las eras. A ellos les parece fascinante la espiral y entre más se curve hacia sí misma más deleitados están, y le llaman sutileza. El camino recto es insípido para sus retorcidos espíritus, y no les da satisfacción.
¡Pobre hombrecito, pavoneándose en un montón de estiércol y cacareando retadoramente al sol cuando se levanta, y creyendo muchas veces que sin su canto el sol no va a salir! En el peor de los casos, está convencido de que su montón de estiércol es el centro del universo y de que el aleteo de sus alas se escucha hasta la estrella más distante.
Sin embargo, Nuestro Padre eligió tomar el cuerpo de esa pequeña miserable criatura, ese pequeño ratón ciego, ese insolente maniquí. Esto te ha encolerizado y te ha insultado como lo has repetido tantas veces a través de los eones. Pero Dios no lo hizo para atormentarte como tú dices.
Él no les infringe sufrimiento a Sus hijos. Tuvo Sus razones. Has escrito que si Él no borra la memoria del hombre de todos los planetas, no sólo de Terra, lo harás tú. Eso no puede ser, a menos que Él acepte que hagas tu voluntad. Cierto es que hundió continentes antiguos de Terra bajo el agua y tú te regocijaste de que la raza fuera destruida.
Pero Él rescato unos cuantos y levantó otros continentes para que vivieran y fueran productivos y renaciera su esperanza. Tus rayos no destruyeron el arca que izó y navegó sobre los vastos mares sin tierra, ni se atemorizaron sus habitantes. No fue la voluntad de Nuestro Padre que se perdieran, sino que vivieran.
Puede llegar un día en que Dios desee que hagas tu voluntad, pero ese día sólo vive en Su mente y no lo puedes conocer. No tendrás piedad. Fue absurdo de mi parte pedirla, porque conozco tu aborrecimiento hacia esa ensangrentada pequeña bola de lodo que cometió y continúa cometiendo el gran crimen de haber sido hecha por Dios. Sin embargo, tu mismo enojo contra ella me da aliento, porque es por amor a Nuestro Padre que te sientes tan ultrajado por Terra.
Incluso si Dios hubiera elegido a Madra, el planeta más hermoso y espléndido de todos los universos, para nacer en el, de todas maneras, estarías encendido de ira, porque también Madra está habitado por hombres, y la humanidad es tu castigo. Tentaste al hombre para que cayera diez mil veces hace diez mil eones, y cuando él cayó, tú caiste también.
El es tu anatema como tú lo eres de él. Cuando, imitándote, blasfema, no te alegras. ¡Lo destruirías por las mismas palabras que le enseñaste! Lo matarías por el mal que ha aceptado, aunque tú inventaste esta maldad y le llenaste con ella los brazos. Es esa debilidad del hombre ante ti lo que te llena de furia y sin embargo lo haces débil en el vientre de su madre.
Cuando le dices: «Yo soy tu único Dios, tu única verdad’, y se inclina ante ti para adorarte, lo golpearías hasta la muerte de inmediato. ¡Ah Lucifer, una vez Estrella de la Mañana, eres el padre mismo de la infamia increíble del hombre, y mientras demandas su adoración demandas simultáneamente su destrucción! No es ninguna maravilla para mí, tú que eres un esclavo de esclavos.
Es mi pesar. Es el pesar de todos tus hermanos también. Pero, ¿quién sabe? Un mediodía hermoso puedes levantarte hasta las puertas del Cielo en la escalera que han levantado los hombres y, tocando en ellas, gritar «¡Aleluya!’
Tu hermano, MIGUEL
SALUDOS


Hay un tipo de tristeza que viene de saber demasiado, de ver el mundo como realmente es. Es la tristeza de entender que la vida no es una gran aventura, sino una serie de pequeños, insignificantes momentos, que el amor no es un cuento de hadas, sino una emoción frágil y fugaz, que la felicidad no es un estado permanente, sino una rara y fugaz vista de algo que nunca podremos sostener.
Y en ese entendimiento, hay una profunda soledad, una sensación de estar aislado del mundo, de otras personas, de uno mismo. «
✍️Virginia Woolf












