«Todo me está permitido”, pero no todo es para mi bien.
1 Corintios 10:23 (NVI)
Hace poco enfrenté una de esas decisiones que parecen venir con una etiqueta dorada: una nueva puerta profesional, una propuesta formal, mejores condiciones económicas, reconocimiento, crecimiento, proyección. Todo eso junto, servido con respeto y seriedad.

Desde afuera, todo parecía indicar que era el siguiente paso “lógico” en mi carrera. Después de todo, ¿Quién no quiere sentirse buscado, valorado, deseado profesionalmente?
Y sin embargo, después de orar, hablar con mi esposa, consultar mi corazón y ponerme en la presencia de Dios, tomé la decisión de decir no.
No porque la oferta no fuera buena. No porque no sintiera emoción ante el cambio. No porque tuviera miedo. Sino porque no era mi puerta.
Una puerta puede ser buena… y aun así no ser para ti.
Vivimos en una cultura que nos ha enseñado que toda oportunidad es una promoción, y que todo lo que mejora nuestras condiciones externas debe ser aprovechado. Pero lo que Dios me mostró en este proceso fue lo siguiente: hay puertas que brillan, pero no construyen. Y hay caminos que atraen, pero no alinean.
Dios no nos lleva de gloria en gloria por el tamaño del cheque, sino por la fidelidad a Su propósito.
Una lucha interior más profunda de lo creí.
Mientras procesaba esta oportunidad, también venía cargando algo que tenía que soltar: una frustración silenciosa en mi lugar actual. No con la empresa en sí, ni con las personas, sino con una sensación interna de estar cargando muchas responsabilidades… pero sin la autoridad para decidir con libertad.
Se lo exprese a mi jefe no desde la queja. Lo hice desde el anhelo de alinear mi propósito con mi función. Porque más allá del título, lo que más duele no es el esfuerzo… sino la impotencia de querer hacer las cosas bien, pero sentir que te atan las manos.
Y llego el día de la decisión …….
Finalmente llegó el momento de responder. Me senté con el corazón en paz y escribí mi respuesta.
No fue fácil.
Era como romper con una posibilidad, una mejor oportunidad era cerrar un “¿y si…?” ya que por semanas estuvo esta idea de cambio flotando en mi mente.
Pero terminé la carta con una frase que me nació del alma:
“Su propuesta es muy valiosa… pero mis responsabilidades actuales me impiden dar este paso. No sería justo para ustedes ni para mí avanzar sin plena libertad.”
Y lo cerré con gratitud. Porque decir no, cuando lo haces con honra, también es parte de tu testimonio.
¿Qué me quedo de enseñanza de todo esto?
Que el quedarse también es obediencia
Me vino a la mente Elías. En 1 Reyes 17, Dios lo manda a esconderse junto al arroyo de Querit, donde lo alimentan cuervos. No era el lugar más visible ni el más honorable… pero era donde Dios lo quería.
“Y él fue e hizo conforme a la palabra del Señor.”
1 Reyes 17:5
¡Qué fácil habría sido para Elías decir: “¿Y si me voy a otro lado donde haya pan?”! Pero se quedó en el lugar de provisión.
Y eso me confrontó. Porque a veces queremos que Dios nos dé una nueva asignación, cuando en realidad lo que nos está pidiendo es que seamos fieles donde estamos. Que sigamos forjando carácter, cultivando visión y desarrollando obediencia.
El mundo mide éxito por aumento. Dios mide propósito por fidelidad.
Y ahí entendí que quedarse no es perder. Quedarse es formar raíces. Quedarse es madurar. Quedarse es decirle a Dios:
“Aunque no vea todo claro, confío en que Tú sí ves”.
Si estás leyendo esto y estás en una temporada donde parece que todo te invita a moverte… pero algo en tu espíritu te dice “espera” …escucha.
A veces, el acto más espiritual es no avanzar, sino quedarte quieto.
A veces, lo más valiente no es cambiar de empresa, sino quedarte en tu asignación con fe, integridad y esperanza. Y a veces, decir que no… es un acto de fe que abre nuevas puertas en tu caminar con Dios
“Los pasos del hombre bueno son ordenados por el Señor…”
Salmo 37:23


AMADO DIOS
En este día me acerco hasta Ti, con un corazón alegre que desborda de devoción, para darte gracias por tu amor y tu inmensa bondad. Gracias por el maravilloso regalo de la vida, por permitirme despertar rodeado de personas que amo, por el don de la salud, por el techo que nos cobija y el pan de alimento que Tú siempre llevas hasta nuestra mesa.
Gracias Dios mío por todos los momentos buenos y también por los difíciles, gracias por los errores que he cometido y me han permitido aprender y ser mejor, gracias por todas las cosas buenas que tengo hoy y también por todo lo bueno que está por venir, pero por sobre todas las cosas, te doy gracias porque Tú siempre estás a mi lado colmándome de amor y felicidad.
¡Grandes y maravillosas son tus obras y gracias a Ti soy una persona plena con dicha e ilusión!
Señor, a Ti encomiendo esta nueva jornada. En Ti están mis esperanzas y mis grandes anhelos. Te pido que protejas mi vida, la vida de mi familia y que sea tu bendita luz la que ilumine nuestro día y guíe nuestros pasos por el camino cierto. Por favor danos fe, sabiduría y valor para poder comprender y superar todos los retos que se presenten.
Te pido también por aquellos que sufren tristeza o enfermedad, por los desprotegidos y por los necesitados. Amado Dios, por favor derrama tus bendiciones sobre el mundo y permite que en la tierra reine todo lo bueno.
Padre celestial, en este martes dejo en tus manos todas mis actividades, mis anhelos y mis afanes, y te pido mi Señor este día sea un día de dicha y triunfo, pues Tú Señor estás conmigo y dice tu palabra que donde Tú estás nunca faltará nada,
En nombre de Jesús. Amén.
Por Ma.Guanajuato González Castañales.











