Crónicas Bíblicas Segunda Parte: Sansón

Por John Macarthur

Segunda parte

CRÓNICAS BIBLICAS

ESCAPE DEL ARRESTO

Con sus campos quemados y sus parientes muertos, los filisteos llegaron al colmo, juntaron un ejército y fueron a buscar a Sansón. Los hombres de Judá les vieron acercarse y se preguntaron: «¿Por qué habéis subido contra nosotros?» La respuesta de los filisteos fue simple y directa: «A prender a Sansón hemos subido, para hacerle como él nos ha hecho» (Jueces 15.10).

La reputación de Sansón era tal que incluso sus compatriotas israelitas le temían. Consecuentemente, los hombres de Judá enviaron su propio ejército de tres mil hombres para encontrarle y entregarle a los filisteos.

Cuando localizaron a Sansón, le preguntaron: «¿No sabes tú que los filisteos dominan sobre nosotros? ¿Por qué nos has hecho esto?» La respuesta de Sansón, llena de autoreivindicación, fue casi idéntica a lo que los filisteos acababan de decir poco antes: «Yo les he hecho como ellos me hicieron» (Jueces 15.11).

Se producía un difícil y tenso empate, ya que los soldados israelitas anunciaron que habían acudido para arrestar a Sansón y entregarle a los filisteos.

Los tres mil hombres contra él no suponían amenaza alguna para Sansón. Él sabía que les habían obligado a ir a buscarle, así que después de hacerles jurar que no le matarían, Sansón accedió a entregarse e ir con ellos calladamente. Para impedir que se escapara, los soldados le ataron con dos cuerdas nuevas.

Cuando la cohorte regresó para entregar a Sansón a sus enemigos, «los filisteos salieron gritando a su encuentro; pero el Espíritu de Jehová vino sobre él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se volvieron como lino quemado con fuego, y las ataduras se cayeron de sus manos» (Jueces 15.14).

Rompiendo las cuerdas nuevas, Sansón hizo frente a sus atacantes como si fuera un superhéroe de verdad. Tomó el objeto que encontró más a la mano para usarlo como un arma (la quijada de un asno que encontró en el suelo) y corrió para enfrentarse a sus enemigos.

Los soldados israelitas veían impactados cómo el que acababa de ser su prisionero acababa con una sola mano con el ejército de opresores. Es difícil imaginarse el caos y la carnicería de ese conflicto, a medida que Sansón mataba a miles de sus enemigos por sí solo, únicamente con la quijada de un asno.

Cuando terminó la batalla y habían huido los supervivientes filisteos, Sansón apiló los cuerpos de sus adversarios muertos en un montón, y llamó a aquel lugar «Ramat-lehi», que significa «Cuenca de la quijada».

Sansón compuso una canción para celebrar su victoria como una manera de atribuirse el mérito de lo ocurrido (Jueces 15.16). Sin embargo, pronto le recordaron con todo lujo de detalles el hecho de que Dios era la fuente de su fuerza. Exhausto por la batalla, Sansón tuvo mucha sed, hasta el punto de casi morir de sed. Clamó al Señor desesperado: «Tú has dado esta grande 

salvación por mano de tu siervo; ¿y moriré yo ahora de sed, y caeré en mano de los incircuncisos?» (Jueces 15.18).

A pesar de la arrogante presunción de Sansón, se postró ante la realidad de que «Tú [Dios] has dado esta grande salvación». Dios respondió, contestando a su oración al darle milagrosamente agua de una roca. Del mismo modo que el Señor liberó a los millones de israelitas en el desierto durante los días de Moisés (Éxodo 17.6), ahora libró a Sansón de una deshidratación que amenazaba su vida. Por primera vez en la vida de Sansón, experimentó una gran debilidad física y clamó al Señor pidiendo ayuda. Tendría que volver a hacer lo mismo al final de su vida.

Después de narrar este episodio, el texto bíblico dice que Sansón «juzgó a Israel en los días de los filisteos veinte años» (Jueces 15.20). Durante dos décadas, bajo su protección, los israelitas disfrutaron de una época de respiro. Aunque los filisteos continuaron molestando a Israel mucho después en la vida de Sansón, él rompió la espalda de su dominio. Y en su muerte les asestó un golpe final y fatal.

ATRACCIÓN FATAL

El drama final de la vida de Sansón retrata a un hombre que fracasó estrepitosamente en cuanto a superar la insensata impulsividad de su juventud.

El capítulo final comenzó cuando, como antes, cayó ante una mujer filistea. Pero incluso antes de que conociera a Dalila, el texto denota que visitó a una prostituta en Gaza (Jueces 16.1–3). Mientras estaba con ella, los hombres de Gaza fueron informados e intentaron capturarlo. Escapando de su esfuerzo, Sansón arrancó las pesadas puertas de la ciudad y las llevó (con barrotes y todo) sobre sus hombros hasta los montes de Hebrón, ¡a 60 kilómetros de distancia!

El sórdido episodio en Gaza destacaba tanto la fuerza sobrehumana de Sansón como su debilidad súper pecaminosa. Su fatal atracción hacia las mujeres paganas no fue solo el patrón de su vida, sino que también demostró ser el camino hacia su muerte. Si Sansón fuera Superman, sus propios deseos pecaminosos serían su criptonita. Pudo matar a un león, pero no a su lujuria.

Pudo romper cuerdas nuevas, pero no viejos hábitos.

Pudo derrotar ejércitos de soldados filisteos, pero no su propia carne. Pudo llevar a cuestas las puertas de una ciudad pero se permitió a sí mismo ser apartado cuando se perdió por la pasión.

Cuando Sansón fijó su lujuria sobre la Dalila, el desastre fue algo inevitable, y el camino hacia ese desastre era familiar. Así como los filisteos presionaron a la esposa de Sansón para conocer la respuesta al acertijo de su esposo, del mismo modo Dalila fue seducida para desvelar el secreto de la fortaleza de Sansón. En vez de una amenaza, como en el primer caso, esta vez los gobernadores filisteos le ofrecieron a Dalila una exorbitante cantidad de dinero: cinco mil quinientos shekels de plata. Los eruditos bíblicos han destacado que el salario promedio anual de un trabajador era solo de diez shekels de plata, con lo cual esta oferta era quinientas cincuenta veces esa cantidad. Si lo comparásemos con un salario actual de cincuenta mil dólares, la recompensa en efectivo hubiera sido de casi treinta millones de dólares. Ninguna cantidad era demasiado alta si tenía el propósito de eliminar a su mortal enemigo.

Con esa fortuna en juego, Dalila estaba contenta de seducir a su novio hebreo. Utilizó las mismas tácticas que la esposa de Sansón hacía dos décadas, y dos capítulos antes: manipulándole al quejarse de que en verdad no la amaba (Jueces 16.15). Las sagaces preguntas de Dalila eran de todo menos sutiles:

«Yo te ruego que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para ser dominado» (Jueces 16.6). Y sus repetidos intentos de atrapar a Sansón (vv. 8, 10, 14) eran una mortal revelación en cuanto a la naturaleza de sus intenciones. Quizá a Sansón en un principio le pareció que el juego del gato y el ratón era divertido; pero finalmente la insistencia de Dalila derritió su resolución y sucumbió, por lo que le contó la verdad sobre su fuerza.

 Y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia. Le descubrió, pues, todo su corazón, y le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres. (Jueces 16.16–17)

Esta vez, cuando los guardias filisteos llegaron para prenderle, Sansón no pudo hacer nada. Las angustiosas palabras del texto, «pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él», expresan la sacudida y consternación que Sansón sintió de repente. Nunca antes había sido incapaz de vencer a todos sus enemigos; nunca más escaparía de su custodia. Aun así, Dios mismo vencería la derrota de Sansón dándole la victoria a Israel.

 

EL DERRIBO DE LA CASA

Sansón, cegado desde hacía tanto tiempo por la fuerza, la arrogancia y la lujuria, ahora estaba ciego a causa de sus captores, quienes le sacaron los ojos y le pusieron a trabajar en una rueda de molino en la prisión de Gaza (v. 21).

El hombre fuerte que triunfantemente había cargado las puertas de la ciudad ahora había sido profundamente humillado, un prisionero que parecía un grano con una rueda de molino en una mazmorra.

Con eso, el momento de su debilidad más desesperada, el escenario estaba listo para la expresión de su mayor fuerza y el acto más mortal de toda su increíble vida.

Los filisteos atribuyeron el mérito de la derrota de Sansón a su Dios, Dagón, en honor del cual tuvieron una gran celebración en su templo. A medida que la fiesta aumentaba así como su locura, pidieron que trajeran al hombre fuerte derrotado para entretenerles (Jueces 16.25). Totalmente degradado, llevaron a Sansón hasta el templo, donde se convirtió en el blanco de chistes groseros y burlas a cargo de la multitud mientras tropezaba ciegamente con sus desdeñosas bromas.

Él pidió lo que parecía una pequeña cortesía para una figura tan desdichada: que le llevaran hasta los pilares centrales para poder sostenerse en pie apoyándose sobre ellos.

Las evidencias arqueológicas de este período de tiempo indican que los templos filisteos tenían tejados sostenidos por columnas de madera fijadas sobre unas cortas piedras cilíndricas que hacían de base.

Las columnas centrales estaban cerca del principal apoyo del techo. Desde la perspectiva de un ingeniero, el peso del perímetro se extraía de estas columnas centrales y de los cimientos. Estas columnas eran tan importantes que sin ellas el tejado se derrumbaría por su propio peso.

Sansón, incapaz de ver nada, sabía que estaba justo donde debía estar. En una última oración, le pidió al Señor que le devolviera su fuerza para un acto final, heroico y autosacrificial. Según Jueces 16.27–28:

Y la casa estaba llena de hombres y mujeres, y todos los principales de los filisteos estaban allí; y en el piso alto había como tres mil hombres y mujeres, que estaban mirando el escarnio de Sansón.

Entonces clamó Sansón a Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos.

Aunque lo que él tenía en su mente era su propia venganza, lo que no es algo heroico (Romanos 12.17–20), Sansón había sido durante muchos años un juez de Israel, e intentó proteger y preservar al pueblo del pacto con Dios de los terribles filisteos. Más allá de su deseo de venganza, el ciego prisionero mostró la disposición a dar su vida para proteger a su pueblo de sus enemigos mortales.

En un momento, se había enamorado de las mujeres filisteas y estas no le aportaron nada, sino una tragedia. Ahora estaba preparado para matar a todas ellas en ese lugar.

En una milagrosa ráfaga de energía divina, una fuerza sobrenatural recorrió su cuerpo. El desgraciado prisionero ofreció su último grito de guerra:

«¡Muera yo con los filisteos!» Con una mano en cada columna, Sansón comenzó a empujar quizá para probar si su oración había sido contestada. Cuando esas inconmovibles vigas monolíticas comenzaron a moverse, supo que Dios le había escuchado y contestado.

Con una explosión de poder incomprensible, Sansón desencajó las columnas para que con un golpe catastrófico se derrumbara toda la estructura de madera y piedra, aplastando a todos.

Los gobernantes filisteos que habían organizado su captura murieron todos en la destrucción, junto con otros tres mil compatriotas que celebraban con ellos. Sansón había matado a cientos de filisteos durante su vida, pero nunca nada como esto. Así lo describe Jueces 16.30: «Y los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida».

Sansón murió por la causa de su país y su Dios. Como un libertador divinamente señalado en Israel, estaba actuando como instrumento de juicio del Señor con sus enemigos. Sin duda, los motivos de Sansón no fueron del todo puros; su fe estaba mezclada con una actitud injusta de venganza personal. Sin embargo, como ocurrió con Rahab y su mentira (en Josué 2.4–5), Dios honró la fe de Sansón a pesar de su pecado.

En términos de fuerza bruta, Sansón fue el campeón más grande de toda la historia de Israel. Sin embargo, fue también un hombre con fallos tremendos. A pesar de ello, está incluido, junto con Gedeón, en la lista de quienes caminaron por fe (Hebreos 11.32).

Su acto final de valor demuestra que, en la humillación y el quebrantamiento de sus últimos días, había llegado a depender totalmente del Señor. Se convirtió en un héroe de la fe al confiar en que Dios le usaría en la muerte y le llevaría a su presencia.

 LA DEBILIDAD DE LOS HOMBRES Y EL PODER DE DIOS

Gedeón y Sansón representan extremos opuestos. Sin embargo, ambas historias enseñan la misma lección básica: el gran poder de Dios puede anular la debilidad humana para lograr sus propósitos soberanos.

Gedeón era un débil cobarde que, mediante la fortaleza del Señor, libró a Israel al conquistar a los madianitas. Sansón era un hombre fuerte y audaz que, junto con su fortaleza sobrehumana, exhibió una debilidad súper pecaminosa. Sin embargo, el Señor misericordiosamente le aplastó y le humilló para que pudiera ser el arma divina para lograr la victoria de los israelitas sobre los filisteos. 

Estos dos hombres se presentan como ejemplos de fe en el Nuevo Testamento. Sus legados se podrían resumir con la frase de Hebreos 11.34: «sacaron fuerzas de debilidad». Fue en sus momentos de mayor fragilidad cuando dependieron más del Señor mediante la fe, cuando fueron más fuertes, porque era entonces cuando el poder de Dios se mostraba a través de ellos. Su heroicidad en los propósitos redentores de Dios quedó unida inseparablemente a su humillación.

Lo mismo ocurre con nosotros. Como les dijo Pablo a los corintios, la iglesia no consiste en personas particularmente sabias, nobles o poderosas (1 Corintios 1.27). Si nos miramos a nosotros mismos, somos necios, viles y débiles; pero en Cristo, nosotros que somos inherentemente indignos y pecadores nos transformamos en vasos de honor, aptos para el uso del Maestro. Por tanto, podemos servirle con la fortaleza que Él nos da, mediante su gracia y para su gloria.

La clave real para el poder es el quebrantamiento y la desconfianza en uno mismo para acudir a Dios como el único poder verdadero.

En palabras del apóstol Pablo, hablando de la experiencia de su propio sufrimiento y debilidad:

Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho:

Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.

Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2 Corintios 12.8– 10) 

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