Crónicas Bíblicas: Un Verdadero Héroe

Por John Macarthur

CRÓNICAS BIBLICAS

LA PALABRA HÉROE ESTÁ PERDIENDO SU SIGNIFICADO lentamente debido a que ha sido redefinida ampliamente en la cultura popular. Los héroes artificiales y los imaginarios con frecuencia hacen sombra a los héroes reales. Algunas ideas ilusorias acerca del heroísmo han encontrado hogar en la cultura pop. 

Por ejemplo, un niño de seis años de edad es un héroe si golpea la pelota fuera del alcance del portero caído en el suelo en un partido de fútbol de modo que su grupo de niños que persiguen el balón gane el partido. Una niña de diez años es una heroína digna de una pegatina para el auto si es nombrada alumna de la semana en su clase, aunque haya sido solamente porque ella fue quien le dio menos problemas a la maestra. Tenemos incluso versiones adultas de esos mismos héroes en los deportes y en el mundo del entretenimiento.

En la actualidad, solamente el estatus de celebridad es suficiente para considerar a una persona heroica.

Con frecuencia oirá a las personas referirse a su persona favorita como «mi héroe», indicando que lo único que puede que sea necesario para ser héroe es tener a una persona que crea que lo es. Hay incluso una canción pop que es un megahit en honor al héroe personal de alguien: «Viento bajo mis alas». La canción pregunta:

«¿Supiste alguna vez que eres mi héroe?»

 ¿Por qué? Porque «te contentabas con dejarme brillar, así eres tú. Siempre caminabas detrás de mí. ¡Por eso yo tenía toda la gloria!»

¿Qué? ¿Eres mi héroe porque me dabas toda la gloria?

Por mala que sea la implacable versión sentimental y el uso excesivo (y por tanto abaratado) de la palabra héroe, nuestras ideas acerca del heroísmo están incluso más empañadas por la ridícula obsesión de nuestra cultura con los superhéroes

imaginarios, cuyas hazañas fantásticas lo llenan todo, desde cómics y viñetas hasta televisión y películas. Si los héroes artificiales que inventamos en el nombre de la autoestima o la celebridad bajan demasiado el nivel, los héroes imaginarios que existen solamente en el mundo de la fantasía lo elevan demasiado. Un enfoque trivializa al heroísmo; el otro lo mitifica.

Desde luego, hay héroes verdaderos en la vida real y siempre los ha habido, pero ellos no tienen ese honor por marcar puntos en un juego artificial con la intención de aumentar sus propios egos.

Tampoco lo obtienen manifestando los poderes de un superhéroe imaginario. Los héroes reales son personas cuyos esfuerzos y sacrificios salvan vidas, alteran destinos, cambian la historia o desvían el curso de ella para mejorarla. Aparecen en papeles vitales de liderazgo: en la guerra, la medicina, la ciencia, la ejecución de la ley, el servicio civil, la educación y otros papeles incontables de cada día. Ellos dan avance al bienestar de otros de alguna manera significativa. Incluso personas que no les conocen y no tienen ninguna relación directa con ellos reconocen sus aportaciones. El mundo cambia y mejora debido a ellos.

Pero aunque son héroes verdaderos, la mayoría de ellos hacen que la vida sea superior solamente en este mundo. No más allá. Los héroes más grandes son aquellos que son el medio humano que Dios utiliza para cambiar a las personas para siempre: para el bien de ellos y para gloria de Él. Y estos verdaderos héroes que marcan un impacto eterno son invariablemente las personas más inesperadas y comunes: Dios forma héroes inconcebibles.

Vea lo que escribió Pablo en 1 Corintios 1.26–27:

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte.

 En otras palabras, Dios obra por medio de personas a quienes el mundo considera débiles, necias y poco calificadas. No confían en sí mismas ni son autosuficientes; en cambio, son esos creyentes inconcebibles que cuando se les dan oportunidades únicas para marcar un impacto eterno dependen totalmente de Él. Como resultado, el poder y la sabiduría divinos son liberados, sobreponiéndose a las pretensiones huecas del heroísmo del mundo.

LAS MARCAS DE UN VERDADERO HÉROE

Las páginas de la Escritura están llenas de historias de grandes héroes: hombres y mujeres a quienes Dios utilizó de maneras únicas y poderosas para llevar a cabo sus propósitos. Sus hazañas varían mucho; sin embargo, el hilo común que recorre todos sus testimonios es la fe.

Aunque la palabra héroe no aparece en el Nuevo Testamento, los creyentes con frecuencia se refieren a los santos bíblicos (como los que están enumerados en Hebreos 11) como los «héroes de la fe».

Son considerados héroes por dos razones principales: ellos creyeron en el Señor , no solo por su salvación sino también por cada aspecto de su vida; y actuaron según esa fe, escogiendo honrarle a Él incluso cuando era difícil hacerlo.

Cuando sus circunstancias parecían imposibles, dependían de la sabiduría y la fuerza de Dios más que de la suya propia. Y mantuvieron sus ojos fijos en Él, escogiendo confiar en sus promesas en lugar de seguir los placeres pasajeros del pecado.

Por tanto, fueron conocidos por su f e y por su fidelidad; y Dios fue honrado a través de ellos. Desde la perspectiva del mundo, la mayoría de ellos no fueron especialmente nobles, fuertes o sabios; tenían rarezas, errores y defectos. Pero mediante el poder de Dios fueron utilizados de maneras poderosas, para lograr los propósitos de Él y darle gloria.

Tenemos mucho que aprender del legado que nos han dejado los héroes de la fe. Ellos son la «gran nube de testigos» (Hebreos 12.1) que han ido delante de nosotros.

Cuando estudiamos sus vidas, sus testimonios nos alientan a responder a las pruebas con una fe firme y a luchar contra la tentación con una fidelidad sin concesiones.

Sus circunstancias con frecuencia fueron muy diferentes a las nuestras, y aun así los principios centrados en Dios y las prioridades que gobernaban sus vidas son aplicables a nosotros también.

Es cierto que el Señor obró por medio de muchos de los héroes bíblicos en maneras que fueron únicas y extraordinarias. Nunca experimentaremos nada parecido a caminar cruzando el mar Rojo, derrotar a los madianitas con un ejército de solo trescientos hombres, o salvar al pueblo judío de la aniquilación total.

Sin embargo, podemos aprender mucho de aquellos hombres y mujeres llenos de fe y de sus destacables ejemplos de valiente obediencia.

Cuando lo hagamos, enseguida descubriremos que ser héroe no requiere ponerse una capa o luchar a puñetazos contra el crimen.

No depende del estatus de celebridad, un coeficiente de inteligencia elevado, el talento atlético o la cantidad de dinero. Al contrario, comienza con una confianza firme y consistente en Dios y la disposición a vivir de acuerdo a su Palabra a pesar de cuales sean las consecuencias.

EL HÉROE DETRÁS DE LOS HÉROE

Al comienzo de un libro que destaca a los héroes de la fe, es imperativo hacer hincapié en un punto crítico: el Héroe verdadero de la Escritura, en cada historia de la Biblia, es Dios mismo. Un repaso rápido de varias historias clásicas de la escuela dominical inmediatamente ilustra este punto.

Noé no cuidó del arca en medio del diluvio; Abraham no se convirtió a sí mismo en el padre de una gran nación; Josué no hizo que los muros de Jericó cayesen; ni David derrotó a Goliat por sí mismo. En cada uno de estos

 ejemplos tan conocidos, como en todos los demás casos, el Héroe detrás de los héroes es siempre el Señor.

En la literatura, el héroe es el protagonista principal, el personaje primordial y la figura central de la narrativa. Sin duda, eso es cierto en cuanto a Dios a lo largo de las páginas de la Escritura. Él es quien siempre da la victoria. Lo que continuamente se muestra es su poder, su sabiduría y su bondad, incluso cuando utiliza instrumentos humanos para llevar a cabo sus propósitos. Por tanto, toda la gloria le pertenece a Él.

Como aquellos que componen la gran nube de testigos, los héroes humanos de las Escrituras nos señalan a alguien por encima de sí mismos.

Él es aquel a quien ellos miraban continuamente con fe y de quien dependían constantemente. Su legado de fidelidad finalmente dirige nuestra atención hacia los cielos, a la Fuente de su sabiduría y fortaleza; es decir, al Señor mismo.

Mi oración por usted, a medida que lea este libro, es que fije sus ojos firmemente en Él (véase Hebreos 12.2), reconociendo, junto con todos los héroes de la fe, que aquellos que ponen su confianza en Él no serán nunca avergonzados (Romanos 10.11). 

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