Crónicas Bíblicas: La Hermana de Moisés, Miriam 3 Parte Final.

Por John Macarthur

CRÓNICAS BÍBLICAS

DEBILIDAD EN EL DESIERTO

Con épicas visiones de la experiencia del mar Rojo grabadas en sus mentes, los israelitas viajaron por el desierto hacia el monte Sinaí.

Si el poder de Dios es asombroso, ¡también lo es la debilidad de la gente! Incluso con el recuerdo fresco del gran poder de Dios, el pueblo enseguida comenzó a quejarse. Cuando llegaron a Mara, se quejaron porque las únicas aguas que encontraron eran amargas y de sabor desagradable. Dios misericordiosamente transformó las aguas para que se pudieran beber (Éxodo 15.25).

En el desierto de Sin el pueblo se quejó porque no tenían comida; como respuesta, el Señor proveyó el maná y las codornices (Éxodo 16.4, 13). En Refidim cuando de nuevo faltaba el agua, los olvidadizos e incrédulos israelitas se enojaron. Nuevamente, a pesar de su incredulidad, el Señor proveyó. Le dijo a Moisés que golpeara una roca con su vara y salió agua para que el pueblo pudiera beber (Éxodo 17.6).

A pesar de su queja, Dios siguió preservando y protegiendo a su pueblo. Cuando les atacaron los amalecitas, Dios le dio a Israel la victoria de una manera extraordinaria. Mientras Josué dirigía las tropas de Israel en la batalla, Moisés estaba de pie en lo alto de un monte con Aarón y Hur.

«Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol» (Éxodo 17.11–12).

Ya hemos destacado que, según Josefo, Hur era el marido de Miriam. Eso quiere decir que quienes sostenían las manos de Moisés eran su hermano Aarón por un lado y su cuñado Hur por el otro.

Todo eso ocurrió en los primeros dos meses de su viaje tras salir de Egipto, antes de que los israelitas llegaran al monte Sinaí el primer día del mes tercero (Éxodo 19.1).

El resto del libro de Éxodo detalla su estancia en Sinaí, donde Dios les dio su ley, incluyendo los Diez Mandamientos, y las instrucciones para la construcción del tabernáculo. De especial mención, con respecto a Miriam, es que Dios seleccionó a un hombre llamado Bezaleel como artesano para el tabernáculo. Éxodo 35.30 explica que este hombre era el nieto de Hur; por tanto, Miriam era la abuela de Bezaleel. Según la tradición rabínica, el Señor bendijo a Miriam con tan ilustre descendiente porque ella había sido fiel en obedecer a Dios, y no al Faraón, en Egipto.

Los israelitas acamparon en Sinaí once meses antes de reemprender su viaje (Números 10.11). Al poco de irse, el pueblo comenzó a gruñir y a quejarse, igual que hicieron antes de llegar a Sinaí.

Como respuesta a su murmuración, el Señor les juzgó con fuego y plaga (Números 11.1, 33). Incluso antes de dejar Sinaí, los israelitas se impacientaron con Moisés y construyeron el infame becerro de oro en su ausencia (Éxodo 32). El resultado fue que se encendió la ira del Señor contra su idolatría y miles de ellos murieron.

Como miembros de la familia de Moisés, Miriam y Aarón estaban constantemente expuestos a las quejas de la gente. (En Éxodo 32.22–23, Aarón incluso culpó a la muchedumbre de presionarle a hacer el becerro de oro.) Evidentemente, esas voces de protesta comenzaron a tener un efecto venenoso en su pensamiento.

Aunque habían sido testigos del repetido juicio de Dios contra los que murmuraron, los hermanos de Moisés se unieron de improviso a la disensión y fueron desleales a su hermano. En Números 12, la historia de Miriam pierde su belleza.

Aparentemente resentidos con su hermano menor, Miriam y Aarón lo criticaron por haberse casado con una mujer no judía (v. 1). Pero esa no era la verdadera razón de su protesta. En el versículo 2, sus ácidas preguntas revelaban su verdadero motivo: celos: «¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?» Por estar muertos de envidia, desafiaron francamente la autoridad de Moisés.

Ese tipo de deslealtad se podría haber esperado de las multitudes, pero el hecho de que tuviera acceso a la mente de Aarón y de Miriam especialmente, hacía que fuera en verdad tóxica.

La respuesta del Señor llegó con prontitud. Tras convocar a Moisés, Aarón y Miriam a la tienda de reunión, el Señor les dijo:

«Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?» (Números 12.6–8).

Si había habido alguna duda sobre la posición de Moisés como el portavoz y líder que Dios había nombrado, se desvaneció en ese instante.

Cuando el Señor se fue de la tienda, «María estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a María, y he aquí que estaba leprosa» (v. 10). Impactados y consternados, Aarón reconoció el pecado de ambos y le rogó a Moisés que intercediera por su hermana.

Lo que ocurrió es que Miriam también respondió con arrepentimiento y pesar. Es probable que fuese ella la instigadora del ataque contra Moisés, razón por la cual solo ella sufrió la lepra.

En cualquier caso, Moisés intercedió por su hermana y el Señor misericordiosamente la sanó. Pero para cumplir las leyes ceremoniales de limpieza, tuvo que vivir fuera del campamento siete días (v. 15). Durante ese tiempo, los israelitas la esperaron antes de proseguir su viaje, indicando que toda la nación supo lo que había ocurrido.

La historia de Miriam se suspende en el momento de su sanidad y no se dice nada más de ella hasta su muerte. El silencio sugiere que, desde ese momento en adelante, Miriam apoyó de forma sumisa a su hermano Moisés en la función que Dios le había dado.

En un momento de debilidad, había desafiado su autoridad. Quizá fue difícil para ella, como hermana mayor que había vigilado su cuna, someterse siempre a su liderazgo, pero sean cuales fueren sus motivos, el Señor dejó claro cuál debía ser su actitud hacia Moisés. La implicación del texto es que ella obedeció.

En el capítulo siguiente, Números 13, los israelitas enviaron hombres a espiar la tierra de Canaán. Cuando diez de los espías regresaron con un informe negativo, el pueblo rehusó confiar en Dios, y como un ejército de hermanos celosos se rebelaron contra Moisés (Números 14.1–10).

Obviamente, no habían aprendido de la experiencia de Miriam. Como resultado, el Señor les sentenció a cuarenta años vagando por el desierto. El precio por su deslealtad, contra el Señor y contra su siervo designado, fue muy alto.

Esa generación incrédula no podría entrar en la tierra prometida, por la cual habían esperado durante tanto tiempo. Su esperanza moriría con ellos en el desierto. Nunca dejarían los lugares desiertos. La promesa de Dios se cumpliría solo en sus hijos (Números 14.29).

Según la tradición judía, la muerte de Miriam no se produjo hasta el primer mes del año cuarenta de su vagar por el desierto. Números 20.1 nos da este breve relato: «Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió María, y allí fue sepultada». Josefo cuenta en su historia que el pueblo celebró su muerte con un funeral público seguido de treinta días de luto.

Los dos hermanos de Miriam morirían ese mismo año. Miriam murió el mes primero, Aarón le seguiría en el mes quinto (Números 33.38) y Moisés en el undécimo (Deuteronomio 1.2; 34.7). Con la muerte de ellos tres, murió la primera generación. La segunda generación de israelitas estaba ahora lista para entrar en la tierra bajo el liderazgo de Josué.

EL LEGADO DE MIRIAM

Aunque no se les permitió entrar en la tierra prometida, estos tres hermanos jugaron un papel fundamental en la liberación de Israel de Egipto: Moisés como el libertador

mente señalado por Dios; Aarón como el primer sumo sacerdote de Israel; y Miriam como la protagonista del éxodo.

Como joven esclava, había vigilado a su hermanito cuando flotaba en el Nilo. Como esposa y madre, había esperado en Egipto a que llegase la liberación.

Como mujer anciana, probablemente de unos noventa años, había visto el poder de Dios en el mar Rojo; y dirigió a las mujeres de Israel en una gozosa celebración como resultado de ello.

Dios usó a su esposo Hur para ayudar a asegurar la victoria de Israel sobre los amalecitas, y usó a su nieto Bezaleel para ayudar a construir el tabernáculo.

Aunque pecaminosamente desafió la autoridad de Moisés en el desierto, y fue duramente reprendida por ello, vivió las últimas cuatro décadas de su vida apoyando sumisamente la autoridad de Moisés.

Y cuando murió, el pueblo de Israel hizo luto por su pérdida durante todo un mes, como lo hicieron con las muertes de Aarón (Números 20.29) y Moisés (Deuteronomio 34.8). No es de extrañar que Dios incluyera su nombre junto con los de sus hermanos en Miqueas 6.4 cuando Él dijo del éxodo: «y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María».

Quizá como mejor se ve el legado de Miriam es en el hecho de que en generaciones posteriores su nombre se convirtió en uno de los más populares entre las muchachas judías, especialmente durante el tiempo de Cristo.

En el Nuevo Testamento hay al menos seis mujeres distintas que llevan la forma griega de su nombre («Mariam» o «María»), que en castellano se traduce como «Mary».

Entre ellas están María, la madre de Jesús; María Magdalena; María de Betania, la hermana de Marta y Lázaro; María, la madre de Santiago; María, la madre de Juan Marcos y María de Roma (mencionada en Romanos 16.6).

De esas mujeres del Nuevo Testamento, los comentaristas a veces han trazado paralelismos entre María la madre de Jesús, y Miriam la hermana de Moisés. Debemos tener cuidado de no enfatizar demasiado las similitudes; no obstante, ambas mujeres estuvieron conectadas con grandes libertadores:

Miriam con Moisés, el libertador humano más importante del Antiguo Testamento, y María con Jesús, el Mesías mismo. Ambas mujeres cuidaron a esos libertadores cuando, de niños, sus vidas corrían peligro debido a reyes malvados (Éxodo 1.22; Mateo 2.16).

Ambas mujeres entonaron cantos de alabanza a Dios como respuesta a su liberación: Miriam en Éxodo 15.20–21 y María en Lucas 1.46–55. Y ambas mujeres fueron usadas por Dios en el desarrollo de su plan de redención.

Miriam tuvo el privilegio de cuidar de su hermanito, al que Dios usó para liberar a Israel de Egipto en un sentido físico. Y María tuvo la bendición de dar a luz a un bebé, el cual redimiría al mundo del pecado.

A Miriam se le considera heroína justamente, no por su propiagrandeza sino porque puso su fe en el gran poder de Dios. Después de ochenta años de espera en Egipto, su fe se vio recompensada y su esperanza se materializó.

Aunque su vida fue notable en muchos frentes, como hermana de Moisés y Aarón, la profetisa de Israel, la esposa de Hur y la abuela de Bezaleel, sus mayores triunfos llegaron cuando su corazón estuvo centrado en la gloria de Dios.

Como ella misma cantó en la orilla del mar Rojo: «Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido». Este estribillo no solo resume todo lo que Miriam experimentó en su vida, incluyendo los eventos del éxodo, sino que también puede permanecer como el tema de toda la historia humana.

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