Crónicas Bíblicas: JOSÉ Primera Parte , PORQUE DIOS LO ENCAMINÓ A BIEN.

Primera Parte

Por John Macarthur

CRÓNICAS BÍBLICAS

Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.

GÉNESIS 50.20

ONCE ROSTROS ABATIDOS MIRABAN FIJA Y ANSIOSAMENTE AL AUELO.

Aunque todos los ojos miraban al suelo, la atención estaba centrada en el hombre en el trono al frente de la sala. Acurrucados en un tenso silencio, los once se postraban ante uno de los gobernantes más poderosos de la tierra, sabiendo que tenía autoridad para ejecutarlos.

Ataviado en forma peculiar como correspondía a su oficio y flanqueado por guardas y siervos, el primer ministro miró hacia abajo a esos humildes pastores mientras ellos se inclinaban ante él. Su larga historia con esos hombres incluía recuerdos especialmente gráficos de dolor y rechazo. Le habían tratado mal de manera impensable en el pasado. Ahora las cosas habían cambiado. Con una palabra, él podía promulgar varias retribuciones graves sobre esos hombres que le habían traicionado.

¿Es eso lo que José les haría a sus hermanos? Su padre Jacob acababa de morir y juntos le habían enterrado. Ahora estaban postrados ante su hermano suplicándole misericordia, temiendo que, con la muerte de su padre, José pudiera finalmente buscar venganza contra ellos por la crueldad tan grave que habían perpetrado contra él hacía décadas. 

Los minutos parecían horas ante la sombría anticipación de la decisión de José. Los hermanos estaban preparados para lo peor. Rubén, el mayor, se culpaba desde hacía mucho tiempo por lo que habían hecho con José. Judá también sintió el peso de la culpa; él fue quien sugirió inicialmente la venta de José como esclavo.

Pero los demás hermanos, salvo Benjamín, el más pequeño, habían participado en ese impensable acto de traición. Todos merecían sentir la culpa. ¿Sería ese el día en el que finalmente su delito se volvería contra ellos?

Cuando se rompió el silencio, no fue con una voz de airadas amenazas o duro castigo. Al contrario, el sonido fue el de un lloro. Las lúgubres expresiones de los hermanos se ablandaron por el desconcierto. Uno a uno, lentamente alzaron su mirada, curiosos por ver lo que ocurría. José les volvió a mirar con una sonrisa de perdón, con lágrimas corriendo por su rostro. Sus lágrimas se volvieron contagiosas, por lo que todos comenzaron a llorar.

Luchando por guardar su compostura, José se tranquilizó lo suficiente como para liberar la compasión que había en su corazón. El relato de Génesis lo narra con estas palabras:

No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón. (Génesis 50.19–21)

A diferencia de aquellos que engendran odio y deseo de venganza, José trató a sus hermanos con un favor inmerecido.

Pero, ¿cómo es posible que la bondad y el amor crezcan en el corazón de alguien a quien han tratado tan mal? La respuesta la encontramos en la teología de José: él tenía un claro entendimiento de la providencia de Dios. En el momento, con sus hermanos delante de él y sus pruebas detrás, José articuló una perspectiva que resumía la historia de su vida: 

Dios está en control y podemos confiar en que nos dará la salida.

La historia de José se ha contado muchas veces y de muchas formas: desde las dramáticas producciones con túnicas de colores en tecnicolor hasta dibujos animados interpretados por verduras que hablan [los Veggie Tales].

Lecciones espirituales acerca del amor fraternal, la pureza moral, la buena administración y la paciente perseverancia se han sacado de la vida de José. Son lecciones útiles para aprender, pero no son la razón por la que sus experiencias se han escrito para nosotros en la Biblia. Hasta que no veamos el cuadro global de lo que Dios estaba haciendo a través de José, inevitablemente nos perderemos la verdad profunda y fundamental que nos enseña el relato de este héroe inconcebible.

José no se perdió esa verdad, la resumió en los versículos citados arriba. Lo fundamental: el Señor usó el sufrimiento de José para llevar a cabo sus propósitos soberanos.

Con toda seguridad, Dios tenía algunas lecciones de la vida prácticas que quería que José aprendiera durante el camino. Pero Él pensaba en algo mucho mayor: un plan para su pueblo escogido, un plan que incluía librarles de una hambruna de siete años muy fuerte y después llevarles a Egipto, donde en los siglos siguientes se transformarían de familia en una nación para testimonio de su gloria.

Era todo parte del plan de Dios para cumplir sus promesas de pacto de una simiente y salvación que se extendería a toda la tierra (cp. Génesis 12.1–3).

Como creyentes del Nuevo Testamento que miran atrás para ver el ejemplo de José, podemos ver el principio de Romanos 8.28 encarnado en su vida: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados». Como lo dijo José mismo, Dios encaminó las dificultades de su vida para bien de su pueblo; 

y aunque José no sufrió porque Dios le estuviera castigando por el pecado, sufrió para que Dios pudiera finalmente salvar a los pecadores.

UNA DISPUTA FAMILIAR

El doloroso viaje de José en el buen propósito de Dios comenzó cuando tenía tan solo diecisiete años y aún vivía en la tierra de Canaán con su padre y sus hermanastros mayores.

Aunque todos eran hijos de Jacob (cuyo nombre Dios había cambiado a Israel en Génesis 32.28), los diez hermanos mayores de José no nacieron de su madre Raquel. Solo él y su hermano menor Benjamín tenían la misma madre, la cual había muerto al nacer Benjamín.

El entorno donde José creció estaba lleno de tensión y riña familiar. El conflicto estaba a la orden del día en la familia. Su padre Jacob había engañado a su propio padre Isaac para engañar también a su hermano Esaú y quedarse con la primogenitura.

El abuelo materno de José, Labán, también se decepcionó con Jacob por intentar irse de su casa a escondidas en Harán. Su madre Raquel, vivía en una guerra constante de celos con su hermana mayor: Lea. En una carrera por tener más hijos, Lea y Raquel le dieron a Jacob sus sirvientas como concubinas, lo cual complicó aun más las relaciones familiares. Cuando la familia se mudó a Canaán, dos de los hermanastros de Jacob, Simeón y Leví, asesinaron a toda una aldea para vengar a su hermana Dina, lo cual causó una profunda angustia en su padre y llenó de tensión las relaciones con sus nuevos vecinos.

El hermano mayor de José, Rubén, incluso tuvo una aventura amorosa con una de las concubinas de su padre, algo de lo que después se enteró su padre. No hace falta decir que la vida en casa de José estaba llena de malas relaciones. Las cosas no mejoraron para el joven cuando su madre murió ni cuando sus hermanos comenzaron a tratarle con hostilidad y resentimiento. Sin embargo, de esa lucha turbulenta Dios cumpliría sus planes para esa familia en conflicto, para José en particular, para la nación de Israel y para todo el mundo.

Según Génesis 37, los hermanos de José le odiaban por varias razones. La esencia del problema estaba en que él era el hijo predilecto de su padre (v. 3).

Jacob ya había mostrado favoritismo antes con Raquel, la madre de José, y ahora trataba a su hijo con más favor que a los demás. De la misma forma que Lea había envidiado a su hermana Raquel, los hermanos de José se pusieron celosos de él.

Para demostrar su particular afecto por José, Jacob le dio una túnica real. El hecho de que fuera o no una túnica de muchos colores es algo que debaten los comentaristas bíblicos; la palabra hebrea se puede referir a una túnica de manga larga o una túnica larga hasta los tobillos. Pero, independientemente de su apariencia, se la dio como un símbolo de la condición de favorito de José, y terminó siendo un símbolo del desprecio de sus hermanos.

Todo ese asunto se agravó cuando a los hermanos de José les pareció que este actuaba como la realeza. No solo vestía una túnica real, sino que ellos pensaban que estaba empezando a hablar y actuar como si fuera superior.

Su padre también le había elevado haciéndole responsable de controlar el trabajo de sus hermanos, y José no dudaba en regresar con un mal informe acerca de ellos (Génesis 37.2).

Más ofensivos aun fueron sus relatos de unos sueños aparentemente extravagantes, en los que sus hermanos le rendían homenaje, y acerca de los cuales él parecía estar más que dispuesto y feliz de contarles. Un día, se reunió con sus hermanos con el siguiente anuncio de un sueño:

He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío.

Le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros? Y le aborrecieron aun más a causa de sus sueños y sus palabras. (Génesis 37.7–8)

Un segundo sueño en el que el sol, la luna y las estrellas se inclinaban ante él, no hizo sino irritar más a sus envidiosos hermanos. Su joven hermanastro, a quien sin duda alguna veían como alguien arruinado por su inflado ego, definitivamente se había pasado de la raya.

El relato bíblico nunca atribuye orgullo a José al compartir sus sueños; quizá los estaba contando porque creía que Dios se los dio para que él se los contara a los miembros de su familia. Sin embargo, el odio de sus hermanos se acrecentó con esos sueños. Comenzaron a buscar la oportunidad de despojar al soñador tanto de su túnica como de su lugar en la familia.

La oportunidad se presentó un día cuando los hermanos de José estaban alimentando a sus rebaños en Dotán y él fue enviado a visitarles. El viaje no era corto, ya que Dotán estaba situada a unos cien kilómetros de distancia. José tardaría varios días en llegar hasta donde ellos estaban.

Sus hermanos le vieron llegar a lo lejos y permitieron que el odio se convirtiera en un plan mortal.

Cuando ellos lo vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle. Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños. (Génesis 37.18–20)

De no ser por la intervención de Rubén, al sugerir que era mejor arrojarle vivo a un pozo, los hermanos de José le hubieran matado allí mismo. Como hermano mayor, Rubén era responsable de proteger a su hermano. Génesis 37.22 explica que él tenía planeado regresar al pozo y rescatar a José.

Cuando llegó el hijo favorito de Jacob, sus hermanos le tomaron, le despojaron de su túnica especial y le arrojaron a un pozo seco.

El pozo grande y hondo estaba excavado en la roca. Tenía una pequeña abertura arriba, lo suficiente para que entrara un cubo de agua (o un adolescente). Más abajo, la angosta entrada se hacía mayor hasta convertirse en un considerable abismo. Las paredes resbaladizas cubiertas de yeso para asegurarse de que no se escapara el agua, habrían hecho imposible que José pudiera escaparse de aquel lugar por sí solo. Temeroso y confuso, clamaba pidiendo ayuda desde dentro de esa oscura prisión. Pero sus hermanos no escuchaban sus ruegos.

Al contrario, decidieron irse a comer. Mientras se sentaban a comer y a decidir qué harían con José, vieron una caravana de mercaderes que pasaba por aquel lugar. Esa caravana les aportaba una nueva opción, así que Judá les dijo a sus hermanos: «¿Qué provecho hay en que matemos a nuestro hermano y encubramos su muerte? Venid, y vendámosle» (Génesis 37.26–27a).

Tras algunas negociaciones, establecieron un precio de veinte piezas de plata (el precio promedio para un esclavo varón en ese tiempo).

Sacaron, pues, al aterrado adolescente del pozo y le entregaron al grupo de mercaderes de Arabia del norte que se dirigía a Egipto. José siguió rogando a sus hermanos, pero no sirvió de nada (véase Génesis 42.21). Ellos querían deshacerse de él para siempre.

José descendió de hijo predilecto a ser un esclavo secuestrado. Seguramente se preguntaba por qué Dios permitía que ocurriera eso. ¿Y cómo encajaba eso en los sueños que Dios le había dado? Sin previo aviso, se había convertido en una víctima del «tráfico humano».

A los diecisiete años, el mundo entero de José se había puesto patas arriba. Traicionado por sus hermanos, le habían arrebatado violentamente las alegrías de su hogar y la seguridad del amor de su padre. Como sabemos el final de la historia, también sabemos que aunque el Señor nunca aprueba el mal, lo invalida y logra sacar de ello su propósito.

Rubén, que se había ido, no regresó al pozo hasta que José ya no estaba. Como primogénito, Rubén sabía que Jacob le haría responsable de todo lo acontecido.

Con angustia y consternación, rasgó sus vestiduras, y temiendo la ira de su padre les dijo a sus hermanos: «El joven no parece; y yo, ¿adónde iré yo?» (Génesis 37.30).

Todos sabían que tenían que evitar la ira de su padre, así que se inventaron una elaborada mentira. Primero mataron una cabra y después mancharon la túnica de José con su sangre. La idea era engañar a su padre para que creyera que era la sangre de José y que un animal salvaje se lo había comido. Irónicamente, Jacob había engañado a su padre Isaac usando la piel de una cabra años atrás (Génesis 27.16).

Cuando vio la túnica de José manchada de sangre, Jacob entró en una prolongada depresión lamentando la pérdida de su hijo. Sus otros hijos intentaban consolarle, pero él rehusaba ser consolado. La culpa debía de estar carcomiendo a Rubén y probablemente también a los otros hermanos (cp. Génesis 42.22); pero fue mitigada por el hecho de que se habían deshecho de su hermano, de una vez por todas. O al menos eso pensaban.

UNA FALSA ACUSACIÓN

Entretanto, José era llevado a Egipto, donde fue vendido como esclavo a Potifar, jefe de los sirvientes del Faraón. Sin embargo, en los propósitos de Dios y a través de las cualidades naturales de liderazgo de José, rápidamente escaló a una posición prominente en casa de Potifar. José era tan capaz y leal, que su amo no tuvo problemas en poner a su cargo todas sus posesiones.

Las mismas cualidades que le hicieron ser el hijo favorito de su padre le hicieron ser el esclavo favorito de su amo.

Fue la providencia de Dios la que hizo que José fuese llevado a la casa de Potifar. Su amo era parte de la corte del Faraón, cosa que le permitió a José tener acceso a la realeza y a las costumbres nobles de Egipto.

Ese conocimiento resultó más adelante ser esencial. José también tuvo la oportunidad única de desarrollar sus cualidades de liderazgo. En vez de solo informar de las actividades de sus hermanos (como había hecho en Canaán), ahora administraba directamente los recursos de su amo.

Esa experiencia administrativa resultó de igual modo valiosísima para el futuro de José. Que José estuviera en la casa de Potifar también aseguraba que, si alguna vez llegara a ser culpable de algún delito, sería enviado al mismo lugar donde iban los propios prisioneros del Faraón (véase Génesis 39.20). Eso también fue crucial para el plan divino.

Sin embargo, la situación se complicó cuando la esposa de Potifar comenzó a tener un interés ilícito en el esclavo hebreo de su esposo. El texto bíblico deja ver que José era hermoso en apariencia (Génesis 39.6), y que las responsabilidades de Potifar, como miembro de la corte de Faraón, probablemente le hacían ausentarse de casa a menudo y por largos períodos. Algunos comentaristas han sugerido incluso que quizá pudiera ser un eunuco.

En cualquier caso, motivada por sus propios deseos lascivos, la esposa de Potifar intentó repetidas veces seducir a José; y él repetidas veces rechazó sus insinuaciones.

José reconoció la ausencia de su amo cuando respondió a su aspirante a seductora. Según Génesis 39.8–9:

Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? 

 José evaluó la situación correctamente. Consentir a los deseos de ella hubiera sido no solo traicionar la confianza de su amo, sino que también hubiera sido una ofensa atroz contra el Señor mismo.

Uno de esos días en los que José estaba solo en casa, la mujer lo arrinconó y se aferró de su túnica. En un esfuerzo inmediato por escapar, José se deshizo de su túnica, dejándola en manos de ella. Por segunda vez en su vida, le arrebataron su ropa. Cuando sus hermanos tomaron su túnica, lo arrojaron a un pozo. Esta vez, su túnica en las manos de la esposa de Potifar daría como resultado que lo arrojaran a prisión.

Despreciada por su rechazo, sus deseos sensuales de placer con José se convirtieron inmediatamente en una fiera animosidad. Su furia se encendió contra José, por lo que gritó a los otros siervos de la casa. Cuando la encontraron, acusó a José de intentar violarla, enseñando su túnica como prueba.

José era inocente, por supuesto, pero no tenía coartada, y ella tenía su ropa. Era su palabra contra la de ella; y cuando el amo llegó a casa, fue el esclavo de Potifar y no la esposa de Potifar quien acabó en prisión.

Sin embargo, es importante destacar que José no recibiera la pena de muerte por los delitos que se le imputaban. Normalmente, en el antiguo Egipto el adulterio era una ofensa capital. El hecho de que simplemente lo arrojaran a la prisión podría indicar que, aunque Potifar estaba enojado, conocía el carácter de José y no estaba del todo convencido de la credibilidad de su esposa. Así que ataron a José y de nuevo le tomaron cautivo.

Una vez más, José debió preguntarse por qué le sucedían todas esas cosas realmente malas cuando no había hecho nada para merecer tal trato.

De hecho, en medio de una gran tentación, había respondido de continuo honrando al Señor y haciendo lo correcto. Desde una perspectiva humana, sus circunstancias parecían totalmente injustas. Él no podía saber en ese entonces que Dios tenía a José exactamente donde lo quería. El Señor tenía todo perfectamente bajo control.

UN AMIGO OLVIDADIZO

Parece extraño, pero incluso en prisión José experimentó la bendición del Señor. El encargado se dio cuenta de sus habilidades administrativas y muy pronto lo pusieron a cargo de las operaciones de la prisión. José era tan competente y eficiente que, según Génesis 39.23, «no necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba». 

Continuará próximo sábado.

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