Parece extraño, pero incluso en prisión José experimentó la bendición del Señor.
El encargado se dio cuenta de sus habilidades administrativas y muy pronto lo pusieron a cargo de las operaciones de la prisión. José era tan competente y eficiente que, según Génesis 39.23, «no necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba».
Las evidencias arqueológicas de este período indican que, dentro del sistema penal egipcio, una de las posiciones que tenían los encargados de las prisiones era el llamado «escriba de la prisión», que era responsable de guardar todos los registros de la cárcel. Debido a la experiencia que obtuvo al trabajar para Potifar, y la descripción bíblica de su función mientras estuvo encarcelado, es muy probable que José obtuviera tal posición de prominencia, obteniendo así el acceso a todos los presos, incluyendo los de la corte real.
Tras un poco de intriga real, el copero del Faraón y el panadero jefe llegaron a la prisión. El relato bíblico no indica la naturaleza de los delitos que se les imputaban, salvo que habían ofendido en gran manera al rey.
Es muy probable que fueran sospechosos de alguna traición relacionada con un plan para envenenar al rey. ¿Por qué si no arrojarían en prisión a los jefes del equipo encargado de la preparación de la comida del Faraón? ¿Y por qué otra razón irían a dar muerte en la horca al panadero jefe? Sea cual fuera la naturaleza de sus delitos, el panadero y el copero estaban en prisión esperando el veredicto del Faraón.
Una noche, los dos hombres tuvieron un sueño tan inquietante y extraordinario que al día siguiente seguían pensativos.
Cuando José les preguntó por la causa de su consternación, ambos repitieron su sueño. Como respuesta, José reveló la interpretación correcta de cada sueño: un mensaje transformador de restauración para el copero, y un mensaje de fin de vida y condenación para el panadero.
El relato de Génesis deja claro que Dios fue quien les dio a esos hombres sus sueños y a José la interpretación. Como le ocurriría a Daniel siglos después, José sabía que no tenía capacidad para predecir el futuro (Daniel 2.27–30).
El Señor reveló la verdadera interpretación para que su poder se mostrara y se cumplieran sus propósitos.
Tras interpretar el sueño del copero, José le pidió específicamente que no se olvidara de él. En Génesis 40.14–15 le dijo al copero: «Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa. Porque fui hurtado de la tierra de los hebreos; y tampoco he hecho aquí por qué me pusiesen en la cárcel».
En dos ocasiones anteriores otras personas habían tratado a José injustamente: primero, sus propios hermanos y luego la esposa de Potifar. Esta vez se encomendó al copero del Faraón. De nuevo, no se acordarían de él. El copero fue restaurado a su servicio al Faraón, pero hizo caso omiso a la petición de José.
El capítulo 40 de Génesis termina con esta última frase: «Y el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó» (v. 23).
Durante dos años más, José sufrió las privaciones e indignidades de la prisión. Como el copero había prometido recomendarle, José probablemente fue optimista las primeras semanas o meses. Quizá oiría de la corte del Faraón que le perdonarían. Pero no llegó nada.
A medida que los meses se convertían en años, el prisionero hebreo llegó a aceptar el hecho de que otro hombre en quien había confiado le había defraudado.
Pero Dios no se había olvidado ni abandonado a José. Ni tampoco permitiría el Señor que la amnesia del copero durara de modo indefinido. Llegó el momento en que Faraón necesitaba alguien que pudiera interpretar sueños. Justo a tiempo, en la trama de ese drama divinamente orquestado, el copero se acordó de la experiencia tan extraordinaria que tuvo en prisión.
El plan de Dios para José se cumplía tal y como Él quería.
UNA HAMBRUNA PRONOSTICADA
Una noche el Faraón se despertó con un sudor frío, perplejo por la pesadilla más gráfica y terrible que jamás había experimentado. En su sueño, el Faraón estaba en la orilla del río Nilo, con siete vacas hermosas y sanas que pastaban en una pradera cercana.
El cuadro era pacífico y sereno. De repente, como algo extraído de una horrible película de terror, siete vacas flacas entraron en el campo, atacaron a las vacas gordas, ¡y se las comieron! Incluso después de devorar a las vacas gordas, las flacas seguían estando tan feas y delgadas como antes.
El Faraón respondió al sueño despertándose sobresaltado: sin duda alguna sentado en su cama y mirando en la oscuridad. ¿Qué significaba eso? Finalmente, acostándose de nuevo y girándose, volvió a dormirse a duras penas y volvió a soñar. Su segunda pesadilla repetía el mismo impactante patrón que el primero, salvo que en lugar de vacas, siete espigas menudas y abatidas se comían a siete gruesas y llenas
Al día siguiente, el Faraón estaba muy preocupado. Incluso se angustió más cuando vio que ninguno de sus magos o sabios eran capaces de decirle lo que significaba el sueño.
La alarmante situación bastó para despertar la corta memoria del copero y que se acordase de José, que había interpretado su sueño. El Faraón no perdió tiempo en ordenar la liberación de José.
Le pusieron ropas nuevas, le dieron un rápido afeitado y le apresuraron ante la presencia del Faraón.
Y dijo Faraón a José: Yo he tenido un sueño, y no hay quien lo interprete; mas he oído decir de ti, que oyes sueños para interpretarlos. Respondió José a Faraón, diciendo: No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a Faraón. (Génesis 41.15–16)
Cuando el rey hubo contado su sueño nuevamente, el Señor reveló su interpretación a través de José. Ambos sueños reflejaban la misma realidad futura: habría siete años de abundancia seguidos de siete años de hambruna.
Si los egipcios querían estar listos para la futura catástrofe, tendrían que comenzar a almacenar recursos inmediatamente. Además, se necesitaría un hombre con capacidades administrativas y experiencia en la gestión de equipos para organizar la recolecta y el esfuerzo de almacenaje.
Claramente, Dios había orquestado las experiencias y pruebas del pasado de José para ese momento. Si sus hermanos no le hubieran vendido como esclavo, no habría llegado a Egipto.
Si Potifar no le hubiera comprado en el mercado de esclavos, no habría adquirido la experiencia necesaria para dirigir al pueblo y las mercancías en un contexto egipcio. Si no le hubieran acusado falsamente y arrojado en prisión, no habría interpretado el sueño del copero, y si eso no hubiera ocurrido, el Faraón no le habría mandado llamar ese día señalado por Dios. Sus responsabilidades en la casa de Potifar y en la prisión le habían preparado para su nueva función en la casa de Faraón. El Señor había supervisado todos esos acontecimientos para llevarle a este momento en el que José estaría preparado para organizar un trabajo alimenticio de proporciones nacionales.
Como el rey había reconocido la mano de Dios sobre José, inmediatamente supo que él debía organizar las operaciones de recogida del alimento.
Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú.
Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. (Génesis 41.38–41)
En un día, la suerte de José cambió por completo. Esa mañana, se había despertado en su celda. Por la noche, estaba durmiendo en palacio.
Trece años antes, había llegado a Egipto como un esclavo de condición baja pero ahora, a los treinta años de edad, se había convertido en el segundo gobernante más poderoso de la tierra.
No cabe duda de que incluso en este tiempo de exaltación, José aún se preguntaba por su padre y sus hermanos en Canaán.
¿Qué pensarían si pudieran verle ahora? ¿Y qué había de los sueños que Dios le dio cuando estaba aún en su casa? El Señor le había revelado el significado de las visiones de otras personas, pero ¿qué ocurría con su propio sueño?
UNA REUNIÓN FAMILIAR
Los siguientes siete años fueron de abundancia y pasaron rápidamente. Durante ese tiempo, José estuvo ocupado organizando la recolección y almacenamiento del grano en todas las ciudades de Egipto. Sus esfuerzos tuvieron tanto éxito que resultaba imposible llevar un registro exacto de todas las provisiones.
Fue durante ese período cuando José se casó y comenzó una familia. La bondad de Dios con él se reflejó en los nombres de sus dos hijos.
Llamó al mayor Manasés, que significa olvidadizo, porque como él mismo dijo: «Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre» (Génesis 41.51). A su hijo menor le puso por nombre Efraín, que significa fructífero. Como José mismo explicó: «Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción» (v. 52). A pesar de todo lo que José había soportado, Dios seguía siendo el centro de su pensamiento.
El Señor lo capacitó para dejar atrás el dolor de su pasado y disfrutar de bendiciones en el mismo lugar donde había soportado tantas pruebas.
Aunque Egipto estaba a punto de experimentar una gran hambruna, José estaba comenzando a disfrutar una gran abundancia.
Cuando terminaron los años buenos y comenzó la hambruna, los diligentes preparativos de José dieron su fruto. Los egipcios no solo se libraron de una muerte masiva, sino que multitudes de personas que sufrían hambre en las naciones adyacentes llegaban a Egipto a comprar comida.
La anticipación de José y una cuidadosa planificación salvó las vidas de millones de personas en todo el mundo del Oriente Medio. También hizo aumentar significativamente la riqueza del Faraón (Génesis 47.14–24).
Significativo es el hecho de que entre los afectados por la hambruna estaban los miembros de la familia de José en Canaán.
Como todo el mundo, finalmente se quedaron sin comida y se vieron forzados a ir a Egipto a comprar grano. Jacob les dijo a sus hijos en Génesis 42.2: «He aquí, yo he oído que hay víveres en Egipto; descended allá, y comprad de allí para nosotros, para que podamos vivir, y no muramos». Veinte años después de haber vendido a su hermano en la esclavitud, los diez hermanos mayores
de José emprendieron el mismo viaje a Egipto que había hecho José hacía mucho tiempo.
Dios permitió que José padeciera mucho, para que a través de su esfuerzo, la familia de Israel pudiera salvarse de la hambruna y llegar a un lugar donde podrían crecer hasta convertirse en una gran nación.
Todo era parte del cumplimiento de la promesa que el Señor le había hecho a Abraham tres generaciones atrás (véase Génesis 15.13–14). En un irónico cambio de la providencia divina, los hermanos de José llegaron a Egipto para evitar la muerte, y la persona a la que habían intentado matar dos décadas atrás sería la que les rescataría de su situación.
La primera vez que los hermanos de José comparecieron ante él, no lo reconocieron. Era veinte años mayor, afeitado por completo, vestido como un egipcio y en una posición de gran autoridad. Pensarían que, en caso de que aún siguiera con vida, sería esclavo en algún lugar.
Además, les habló a través de un traductor. Por otro lado, José sí los reconoció. Cuando se postraron ante él, lejanos recuerdos inundaron su mente al recordar los sueños de su juventud (Génesis 42.6–9).
Pero en vez de revelarles inmediatamente su identidad, José decidió probar primero a sus hermanos, para ver si sus corazones habían cambiado.
Mediante varias interacciones, durante un largo período, José creó una trama para poder observar su verdadero carácter. Durante la primera reunión les dijo que no regresaran a Egipto a menos que llevasen con ellos a su hermano menor, Benjamín.
Muchos meses después, regresaron de mala gana con Benjamín. En su segunda reunión, José puso en secreto una copa de plata en la bolsa de Benjamín, para que cuando se descubriera en el regreso de sus hermanos a Canaán, Benjamín fuera arrestado por robo.
Como castigo, se convertiría en esclavo en Egipto mientras que a los demás hermanos se les permitiría irse libremente.
José observaba para descubrir cuál sería la respuesta de sus hermanos. ¿Abandonarían a Benjamín como esclavo, como habían hecho con él? ¿Pensarían solo en salvarse a sí mismos y después inventarían una historia para explicarle a su padre por qué Benjamín no había regresado a casa con ellos? ¿O intentarían salvar a su hermano menor, exponiéndose ellos mismos a la prisión para protegerle?
No cabe duda de que el corazón de José se llenó cuando todos sus hermanos regresaron con Benjamín, con sus túnicas rasgadas de angustia, y sus voces rogando por su liberación. Probablemente se quedó sorprendido, y agradado, cuando Judá, el hermano que había sugerido vender a José como esclavo, se ofreció a sí mismo como sustituto por la vida de Benjamín.
Con incesante ruego, Judá le dijo a José: «Te ruego, por tanto, que quede ahora tu siervo en lugar del joven por siervo de mi señor, y que el joven vaya con sus hermanos» (Génesis 44.33). Claramente, esos hombres no eran los mismos que habían traicionado a José tantos años atrás.
Cuando observó la desinteresada lealtad de sus hermanos hacia Benjamín, José no pudo contenerse más.
Tras despedir a sus sirvientes, comenzó a llorar tan alto que los egipcios le escuchaban llorar desde las otras habitaciones de la casa.
Con lágrimas en los ojos, reveló su identidad a sus hermanos: «Soy José».
Emociones mezcladas de un inmenso alivio y total pavor a la vez corrían por sus venas.
El hermano al que habían vendido como esclavo, ¡ahora era gobernador de Egipto! El relato de Génesis expresa su profundo asombro y ansiedad con estas palabras: «Y sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él» (Génesis 45.3).
Pero José no estaba interesado en buscar venganza. Había visto la mano providencial del Señor en sus anteriores acciones. Entendió que Dios le había usado para preservar a su familia y para hacerles llegar a Egipto.
Todo era conforme a la voluntad del Señor. Observe la teología centrada en Dios que sostenía el pensamiento de José.
En Génesis 45.4–8, consoló a sus hermanos con estas palabras:
Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros.
Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales ni habrá arada ni siega.
Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación.
Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto.
José enfatizó tres veces que la mano de Dios estuvo en todo el proceso.
No estaba excusando a sus hermanos por su pecado, sino que enfatizó el hecho de que, en sus propósitos soberanos, el Señor incluso usa las malas acciones de personas malas para lograr los fines que Él desea. Dado que Dios envió a José a Egipto, Israel y sus hijos se libraron de una hambruna que podría haber acabado con la familia entera.
Cuando Jacob escuchó la noticia de que su hijo José aún estaba vivo, se quedó tan aturdido que incluso su corazón se detuvo momentáneamente (Génesis 45.26). Ya tenía ciento treinta años de vida, pero se preparó rápidamente para un viaje a Egipto para ver a su hijo predilecto. Mientras viajaba, Dios se le apareció en una visión y le reiteró el hecho de que todo eso era parte de su diseño para cumplir su pacto con Abraham. El Señor le dijo a Jacob: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación» (Génesis 46.3; cp. 12.1–3).
El Faraón recibió gustosamente al padre y los hermanos de José y les ofreció la mejor tierra de Egipto: una región llamada Gosén. Allí, podrían criar a sus familiares, cuidar su ganado y prosperar. La familia de Jacob, en total unas setenta personas, se mudaron a Egipto después de dos años de hambruna (Génesis 45.6).
Jacob vivió otros diecisiete años en Egipto, y murió a la edad de ciento cuarenta y siete. Unos 450 años después se convertirían en una nación de dos millones, listos para recibir su promesa de nuevo en la tierra de Canaán.
LA REITERACIÓN DEL PERDÓN
José tenía cincuenta y seis años cuando murió su padre, y cuando sus hermanos se postraron ante él una vez más, temerosos de que con la muerte de Jacob José pudiera finalmente ejecutar venganza contra ellos. Como explica Génesis 50.15: «Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos».
Su odio hacia José había sido real, pero el odio de José hacia sus hermanos existía solo en la imaginación de ellos.
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