Crónicas Bíblicas: Filemón 1 Parte.

Por John Macarthur

CRÓNICAS BiBLICAS

CARGUE ESO A MI CUENTA

Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta.

Filemón 17-18

Las Escrituras enseñan en todas partes que aquellos quienes han sido perdonados tienen mucha mayor obligación de perdonar a otros (Mt. 18:23-35; Ef. 4:32: Col.3:13). Los cristianos deben caracterizarse en onces por un espíritu perdonador.

Algunas veces se hace referencia al perdón de Dios para los pecadores como un perdón vertical. El perdón del pecador hacia los demás es un perdón horizontal. En los siguientes capítulos, vamos a examinar varios pasajes de las Escrituras que tratan acerca del perdón horizontal y analizaremos la cuestión de cómo debemos perdonarnos unos a otros.

Empezamos con un vistazo a uno de los libros más cortos en todo el Nuevo Testamento.

La epístola a Filemón es también la más breve y mas personal de todas las obras inspiradas escritas por Pablo. Aunque la palabra perdón nunca aparece en el libro, es todo el tema de la epístola.

Es un estudio de caso excelente acerca de cómo debería operar el perdón en la vida de todo revente. También ilustra gráficamente la manera en que la gracia puede reconciliar una relación rota y restaurar al ofensor.

EL REPARTO DE PERSONAIES

El drama detrás de esta pequeña epístola es conmovedor: un acto especial de la providencia juntó las vidas de tres hombres: un esclavo fugitivo, el afrentado dueño del esclavo, y un piadoso apóstol. Estos hombres eran enormemente diferentes uno del otro, excepto en un sentido: todos ellos eran creyentes en Jesucristo y por lo tanto miembros del mismo cuerpo (1 Co.12:12-14).

Sin embargo, antes de convertirse en cristiano, Onésimo (el esclavo) había escapado de la casa de su amo y se había fugado hacia Roma.
Roma era un refugio para esclavos fugitivos porque allí podían mezclarse entre la vasta población y evitar ser detectados. De algún modo, Onésimo se encontró en Roma con el apóstol Pablo, quien estaba bajo arresto domiciliario mientras esperaba un juicio basado en acusaciones falsas de sedición. Los detalles de su encuentro no
están en las Escrituras, pero es claro que Onésimo se convirtió en cristiano como resultado del ministerio del apóstol (Flm. 10).

Filemón era el dueño de esclavos a quien Onésimo había ofendido. El también había llegado a la fe en Cristo por medio del ministerio de Pablo, posiblemente años atrás, durante el tiempo que Pablo pasó en Éfeso (Hch. 18-20; cp. 19:26). Filemón era propietario de la casa donde se reunía la iglesia de Colosas (FIm. 2; p. Col. 4:17).

Parece haber sido un hombre acaudalado e influyente, en el extremo opuesto del espectro social con respecto a Onésimo. Sin embargo era un devoto cristiano, considerado por Pablo como un «colaborador nuestro» (Flm. I). Onésimo también se convirtió en un amigo apreciado, consiervo y colaborador del apóstol Pablo, sirviendo personalmente a Pablo durante el encarcelamiento del apóstol en Roma, cuando muchos otros cristianos tenían miedo de que los asociaran con Pablo debido
a que serían estigmatizados y posiblemente perseguidos (p. 2 Ti.
1:8; 4:10-16).

LA TRAMA

Tanto Pablo como Onésimo debieron haber estado muy indecisos en cuanto a que el esclavo regresara a donde su amo. Pablo inclusive afirmó que para él enviar de vuelta a Onésimo era como enviarse a sí mismo (Flm. 12).

Pero Onésimo necesitaba buscar el perdón de su amo por el mal que le había hecho. Onésimo era culpable bajo la ley romana de crímenes bastante serios. Había defraudado a su amo al fugarse, lo cual constituía un crimen equivalente al robo.

Bien puede ser que también haya robado dinero, porque Pablo se ofreció a devolverle a Filemón todo lo que podía deberle el esclavo (v. 18).

En Roma ser un esclavo fugitivo era una cuestión grave. Si Onésimo hubiera sido capturado por batidores de esclavos, podría haber sido encarcelado, vendido por fianza o incluso asesinado.

Es posible  que por esa misma razón, Pablo hubiera esperado un tiempo para enviar a Onésimo de vuelta a Filemón, hasta que alguien pudiera escoltarlo. Esa oportunidad se dio cuando llegó el momento de enviar a Tíquico a Efeso y Colosas con las epístolas que Pablo escribió para las iglesias que estaban allá. La epístola de Pablo a los Colosenses presentaba a Onésimo en esa iglesia, la cual sería a partir de ese momento su iglesia madre.

Pablo se refirió a Onésimo como «amado y fiel hermano, que es uno de vosotros» (Col. 4:9).

La presencia de Tíquico garantizaba en cierto grado la seguridad de Onésimo en el viaje de regreso a Colosas; pero desde una perspectiva humana, el retorno a la casa de Filemón implicaba un significativo riesgo personal para Onésimo.

Bajo la ley romana, Filemón tenía toda la potestad de castigar a un esclavo fugitivo como le pareciera conveniente. Grandes cantidades de esclavos romanos eran torturados y muertos por ofensas muchísimo más leves.

Como una práctica estándar, los esclavos fugitivos eran marcados con una letra F (del la-un Jugitivus) sobre sus frentes, para que les fuera imposible esconderse si llegaran a fugarse de nuevo.

Lo mínimo era que a un esclavo fugitivo recibiera fuertes azotes. (En el siglo anterior al tiempo de Pablo, se había silenciado una famosa revuelta de esclavos dirigida por Espartaco, y desde ese entonces la ley romana fue especialmente despiadada con los esclavos que se rebelaran contra sus amos.)

No obstante, Onésimo regresó a donde su amo de buena gama y aparentemente sin vacilación. Eso demuestra que su fe era genuina.

LA CARTA

La epístola de Pablo a Filemón fue sellada sin duda y entregada a Tíquico para llevarla en su viaje, al lado de las epístolas a los Efesios y Colosenses.

La carta es una amable invitación a Filemón, recordándole su deber de perdonar, y una petición de extrema misericordia hacia Onésimo. Muestra con mayor claridad en todo el Nuevo Testamento la nobleza del corazón de Pablo, y su amor por la misericordia.

Es claro que era el perdón lo que estaba en la mente de Pablo mientras escribía todas las tres cartas que llevaba Tíquico. La epístola a los Efesios incluye esto: «Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (4:32).

Y en la epístola a los Colosenses amplía sobre el mismo pensamiento: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonadnos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (3:12-13)

Esos versículos sintetizan precisamente el mensaje que Pablo quería darle a Filemón en particular. Habiendo desarrollado un cálido afecto por Onésimo, el añoraba verle reconciliado con Filemón, cuya amistad y apoyo Pablo también atesoraba.

La epístola a Filemón es única en los escritos paulinos por varias razones. En primer lugar, es la única carta inspirada que se escribe a un individuo que no fuera pastor, y es el único de los escritos inspirados de Pablo que trata asuntos puramente personales.

Es decir, no fue dada como instrucción para la iglesia en general, aunque en efecto si instruye a todos los cristianos sobre la importancia del perdón.

Y el hecho de que fue definitivamente incluida en el canon de las Escrituras significa que fue distribuida a las iglesias para la edificación de todos. Pero es posible que así lo haya dispuesto Filemón. Pablo había dirigido la epístola únicamente a él y a los de su casa.

En segundo lugar, y aún más extraordinario, esta es la única de las epístolas de Pablo donde empequeñece, en lugar de afirmar, su autoridad apostólica. Y hace esto por una muy buena razón. Su objetivo es apelar a Filemón para que perdone con libertad, y no presionarlo para que perdone ante la fuerza de su autoridad: «para que tu favor [el deFilemón] no fuese como de necesidad, sino voluntario» (v. 14).

La epístola era deliberadamente un recurso de apelación, más que una orden, como Pablo le dijo a su amigo: «Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor» (vv.8-9).

Pablo, renunciando conscientemente a ejercer su autoridad sobre Filemón, apeló más bien a su amor mutuo (v 9), al sentido de compañerismo espiritual de Filemón con Pablo (v.17), y a la propia gran deuda de Filemón hacia Pablo, quien le había conducido a Cristo (v. 19).

La carta no está dirigida únicamente a Filemón, sino también a Apia( quien debió haber sido la esposa de Filemón) y Arquipo (sin duda el hijo de ambos; cp. Col. 4:17). De este modo Pablo apeló a toda la familia para que dieran un ejemplo de perdón a la iglesia que se reunía en su hogar (v. 2).

LA APELACIÓN

Aparentemente Pablo conocía a Filemón. El apóstol había sido el instrumento escogido por Dios para llevar a Filemón a Cristo. Los dos eran amigos de hacia mucho tiempo y se habían servido mutuamente.

Tenían otros amigos cercanos en común. Por ejemplo, Epafras, el antiguo pastor de Filemón en la iglesia de Colosas, era compañero de prisiones de Pablo en Roma (v.23).

Pablo tenía una gran confianza en el carácter de Filemón, y por esa razón le hizo una apelación con tanta ternura a su amigo, en lugar de sencillamente darle una orden con el peso de su autoridad apostólica.

La reputación de Filemón como un cristiano piadoso y afectuoso estaba evidentemente difundida. Había llegado tan lejos como Roma, ya que Pablo escribe, «porque oigo del amor y de la fe que tienes hacia el Señor Jesús, y para con todos los santos» (v. 5).

Tal amor hacia los santos es característico de todos los cristianos verdaderos. El apóstol Juan escribió: «Nosotros sabemos que hemos de pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos» (1 jn 3:14).

El amor de los unos por los otros es el resultado que se espera de un conocimiento de Dios: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor« (1Jn. 4:7-8).

Es claro entonces, que alguna medida de amor por los hermanos está presente en todo creyente. Pero el amor de Filemón era extraordinario. El era renombrado por su gran amor hacia los hermanos. Pablo mismo era consolado y animado por lo que él había escuchado sobre el afecto de Filemón por los santos.

El escribió: «Pues tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos» (Flm. 7).

En otras palabras, mostrar amor a los santos era el ministerio por el que Filemón era bien conocido. Su hospitalidad y amor hacia el pueblo de Dios era un rasgo predominante de su carácter, y todos podían verlo.

No solamente había abierto su casa para la iglesia en Colosas, sino que estaba especialmente dedicado a la tarea de controlar los corazones de sus hermanos creyentes (v. 7).

La palabra griega que se traduce como «confortados» en el versículo 7 es anapauo, un término militar empleado para describir a un ejército que descansa después de una larga jornada. El ministerio de Filemón entre los santos tenía el efecto de rejuvenecer y vigorizar a los creyentes de la iglesia primitiva en medio de sus múltiples luchas y persecuciones.

No hay nada en el relato bíblico que sugiera que Filemón fuera un anciano o maestro en la iglesia. Parece haber sido un laico ejerciendo un ministerio de apoyo, hospitalidad y ánimo.

Pero el desbordamiento de amor de su corazón era legendario. Esas virtudes fueron la base para la apelación a Pablo en favor de Onésimo. Aunque Onésimo había abandonado la casa de Filemón como un esclavo fugitivo, estaba regresando como un hermano en Cristo. La relación esclavo-amo iba a ser rebasada por una relación completamente nueva.

Onésimo y Filemón se habían convertido en hermanos espirituales, y Pablo sabía que Filemón podría reconocer el deber que esto imponía sobre él, porque en Cristo «ya no hay esclavo ni libre… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gá.3:28)

He aquí el corazón de la apelación de Pablo a Filemón: Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mi nos es útil, el cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo.

Yo quisiera retenerle conmigo, para que en lugar tuyo me sirviese en mis prisiones por el evangelio; pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuese como de necesidad. sino voluntario.

Porque quizás para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como es mayormente para mi, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor. – VV. 8-16

La apelación de Pablo a Filemón contrasta fuertemente con su manera de abordar los temas en sus demás epistolas.

Aquí él no apela a principios doctrinales o a la ley divina, sino al amor que Filemón tiene hacia los hermanos (v.9). Puesto que Onésimo era ahora un hermano en Cristo, Pablo sabía que Filemón estaría naturalmente inclinado a demostrarle su amor.

Pablo empleó un acercamiento similar con los corintios cuando procuraba animarlos a dar. El apeló a cada persona para que diera con un corazón dispuesto: «Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre» (2 Co.9:7).

Una apelación forzosa a cumplir un deber sin duda que habría sido efectiva, pero la recompensa por escoger con gusto y alegría la obediencia es mucho más abundante, y Pablo no quería privarlos a ellos de esa recompensa. De manera similar, en su tratamiento de Filemón, Pablo estaba tan seguro de la disposición de su amigo para hacer lo correcto, que no vio la necesidad de emplear tácticas de brazo fuerte.

¿Acaso Filemón tenía el deber de perdonar? Sí. Negarse a perdonar a Onésimo habría sido una desobediencia a la clara enseñanza de Cristo (cp. Lc. 17:4; Mt. 6:15).

Retener el perdón es también una violación de la ley moral eterna de Dios. Jesús, ampliando el sexto mandamiento («No matarás», Ex. 20:13), enseñó que la prohibición de matar en el decálogo también se aplica al enojo y a un corazón vengativo:

Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. – Mt. 5:22-24

De manera que Cristo no solamente condenó el enojo y las palabras hirientes, sino que también le asignó a cada creyente el deber de procurar la reconciliación cuando sabemos que un hermano se ha apartado de nosotros por alguna ofensa que hayamos cometido.

Eso implica una disposición a confesarnos culpables cuando nos hayamos equivocado, y una disposición a perdonar cuando hemos sido ofendidos. Sin importar si somos la parte ofendida o la parte que ofende, debemos buscar activamente la reconciliación, y eso siempre involucra una disposición a perdonar.

Si alguien piensa que este deber se cumple únicamente con hermanos en la fe, recuerde el segundo gran mandamiento: «Amarás … a tu prójimo como a ti mismo» (Lc. 10:27). En respuesta a la pregunta de «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús contó la parábola del buen samaritano, incluyendo de esta manera a los más despreciados y apartados en el circulo de aquellos a quienes debemos amar como nos amamos a nosotros mismos.

Amar a otros como nos amamos a nosotros mismos es algo que implica directamente el deber de perdonar. Esto consiste en negarse a guardar rencores, a buscar una reivindicación cuando la ofensa es personal en contra de nosotros, y una disposición a hacer disponible un perdón pleno y completo para todos los que lo pidan.

No significa que tengamos que voltear la mirada cuando vemos que alguien está en pecado. Pero en el caso de un hermano arrepentido, como Onésimo lo estaba, no hay justificación de ninguna clase para denegar el perdón. Filemón habría pecado si hubiera hecho eso.

Consideremos lo siguiente: un pecado contra nosotros siempre implica un pecado más grave contra Dios.

El adulterio de David con Betsabé, por ejemplo, fue un pecado cometido contra ella. Fue el pecado contra su esposo, Urías (a quien David envió a una muerte segura). Fue un pecado contra la familia de rías, ahora despojados de un ser querido. Fue un pecado contra la familia de David, quienes tuvieron que cargar por generaciones con las consecuencias de su acto y fue un pecado contra toda la nación de Israel, porque ella había puesto su confianza en David como su rey, como su ejemplo y líder espiritual. No obstante en el Salmo 51, la gran oración de arrepentimiento de David, él dice (v. 4): «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos», como si los pecados cometidos contra las demás personas no fueran siquiera dignos de mencionarse.

Palidecían en comparación al pecado de David en contra de Dios, y él quería asegurarse que Dios supiera que él así lo entendía. No era que David tuviera un corazón duro o indiferente ante sus pecados contra las personas.

Esos pecados eran enormes, incluían la muerte de Urías, el robo de su esposa, el descrédito a la pureza nacional de Israel, las mentiras dichas a casi todos, y una multitud de otras ofensas.

Pero por grandes que fuesen sus pecados contra otras personas, el pecado contra Dios era infinitamente mayor. Y Dios era por lo tanto el primero a quien David acudió para pedir perdón. Dios era el único que importaba en un sentido eterno.

Si Dios perdonaba a David, entonces David podía buscar el perdón de los demás y podía buscar la manera de hacer restitución donde fuera posible.

Pero como la ofensa contra Dios era la más grande, fue la primera cosa que tenía que atenderse.

Restauración

Pablo sugirió que todos estos eventos habían sido orquestados por una buena razón de la Divina Providencia: ”Porque quizás  para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor» (vv. 15-16, énfasis añadido).

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