Crónicas Bíblicas: ENOC. Tercera Última Parte.

Por John MacArtur

CRÓNICAS BÍBLICAS

LA BASE: FE EN EL SEÑOR

El autor de Hebreos, en su relato de la vida de Enoc, proporciona más luz para saber lo que significa caminar con Dios.

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan. (Hebreos 11.5–6)

Aquí el énfasis está en la base espiritual del caminar de Enoc, es decir, la fe en Dios. Sin esa fe, el pecador no puede reconciliarse o tener comunión con Él.

Como dice tan claramente Efesios 2.8–9: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para quenadie se gloríe».

Hebreos 11.6 denota dos características descriptivas de aquellos que, como Enoc, poseen una verdadera fe salvadora. Primero, «el que se acerca a Dios crea que le hay».

En otras palabras, el pecador debe afirmar al Dios verdadero tal como Él realmente es. Creer en un dios que es producto de nuestra propia imaginación, o en el concepto genérico de un poder superior, no es suficiente. La fe salvadora encuentra su sentido solo en el Dios verdadero como lo revela la Escritura.

¿Cómo podemos conocer la verdad sobre Dios y la salvación?

Solo porque Él ha revelado tanto el camino como a sí mismo en su Palabra. Incluso en los días de Enoc, en el primer milenio de la historia de la humanidad, el Señor había revelado la verdad salvadora sobre sí mismo y sus justos requisitos a la gente de ese tiempo (cp. Judas 14–15).

Enoc recibió esa verdad y puso su fe firmemente en el Dios verdadero. Para usar el lenguaje de Hebreos 11.6: Enoc creyó que Dios es, queriendo decir que recibió a Dios de todo corazón como Él se había revelado a sí mismo. Si queremos caminar con el Señor, nosotros también debemos poner nuestra fe en Él tal como Él mismo se ha dado a conocer en la Biblia.

Segundo, quienes caminan en fe deben creer que Dios «es galardonador de los que le buscan». Esto significa que deben confiar en que Él es su Redentor y su Salvador, creyendo que cumplirá sus promesas a quienes pongan en Él su esperanza. Un día, su fe será recompensada con vista y su esperanza se materializará en gloria eterna. Ese tipo de confianza caracterizó la fe de Enoc y es la marca de quienes caminan con Dios.

El hecho de que Dios es un Salvador y Redentor distingue al cristianismo de cualquier otra religión del mundo. Mientras que los falsos dioses son indiferentes, distantes, crueles y duros, el Dios vivo y verdadero es un reconciliador y galardonador por

 naturaleza, como lo explica 1 Juan 4.8–10:

El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

Debido a su infinito amor, Dios es un galardonador exuberante de todos aquellos que ponen su fe en Él. Como les dijo Pablo a los efesios: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efesios 1.3).

Él concede perdón a los pecadores, les viste con su justicia y crea en ellos un nuevo corazón. Dios transforma a los rebeldes en hijos suyos, dándoles su Espíritu, sus bendiciones y la promesa de la vida eterna.

Él ha provisto el único camino para que los pecadores indignos tengan comunión con Él mediante su Hijo Jesucristo (Juan 14.6); y a todos los que acuden, Él no los echa fuera. Como Cristo mismo dijo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera» (Juan 6.37).

El caminar de Enoc con el Señor estaba marcado por la fe firme en el Dios verdadero. Él puso su confianza en el perdón inmerecido de Dios y su justicia imputada, sabiendo que su esperanza en el Señor no sería defraudada.

Según Hebreos 11.5, la vida de Enoc estuvo caracterizada «por la fe» hasta el final. La fe es la base de la vida redimida. Lo fue para Enoc y debe serlo también para nosotros.

EL SUBSIGUIENTE RESULTADO: FRUTOS DE JUSTICIA

Caminar con Dios empieza por el perdón del pecado y continúa mediante la fe en el Señor. En tercer lugar, da como resultado una vida transformada. Una de las principales evidencias de una salvación genuina es un deseo sincero, por parte del convertido, de conocer íntimamente a Dios y obedecerle por completo.

La última línea de Hebreos 11.6 dice que quienes agradan a Dios «le buscan». Esa búsqueda no termina en el momento de la conversión, sino que representa un deseo de por vida de seguir creciendo en esa relación con Él. Enoc caminó con Dios durante trescientos años. La implicación es que, durante todos esos años, creció en su comunión con Dios, buscando continuamente conocerle de forma perfecta.

El concepto de buscar implica tener propósito y enfoque; es una búsqueda intencionada y apasionada. Ese tipo de diligencia caracterizaba a todos aquellos a quienes la Escritura describe como personas que caminaron con Dios: incluyendo a Enoc, Noé, Abraham, Moisés, Josué, David, Ezequías y Josías. Ellos desearon fervientemente conocer a Dios y, como resultado, le buscaron con todo su ser.

También entendieron que caminar con Dios incluye vivir en obediencia a Él. Como les dijo el Señor a los israelitas, mientras estuvieron acampados en el monte Sinaí: «Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra… andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo» (Levítico 26.3, 12). Caminar en comunión con Dios es: «Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Marcos 12.30). Ese tipo de amor que consume supone obediencia. Como les dijo el Señor Jesús a sus discípulos en el aposento alto: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14.15). Unos pocos versículos después, reiteró ese punto con estas palabras: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15.14).

El concepto de caminar con Dios, un tema prominente en el Antiguo Testamento, continúa en el Nuevo. Se manda a los creyentes que caminen de manera digna del Señor. No deben caminar según la carne o su antigua manera de vivir, sino más bien, según el Espíritu, en novedad de vida, en amor, en buenas obras y en verdad. Deben caminar por fe, como hijos de luz, y guardar los mandamientos de Dios.

Jesús mismo fue el máximo ejemplo de alguien que vivió cada momento en perfecta comunión e intimidad con su Padre. Él establece el patrón que debemos seguir. Como nos recuerda 1 Juan 2.6: «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo».

Como los creyentes en los tiempos bíblicos, todos los cristianos son llamados a caminar en obediencia, verdad y bondad. Por supuesto, todo en la sociedad combate ese esfuerzo. La cultura secular cada vez es peor, y la iglesia, en muchos casos, se ha vuelto débil y hueca.

La tentación a transigir y pecar es inmensa e implacable; pero como en los días de Enoc y Noé, Dios está viendo a quienes caminan fielmente con Él. Como nos recuerda 2 Crónicas 16.9: «Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él».

Las acciones de los hombres y mujeres piadosos no están determinadas por la presión de grupo o la opinión popular. Al contrario, surgen del profundo carácter personal y la convicción: esa clase de convicción forjada durante años caminando con el Señor en comunión, verdad y obediencia.

Ese tipo de caminar caracterizó la vida de Enoc. Comenzó con el perdón de pecados, estaba marcado por la fe en el Señor y, por consiguiente, dio como resultado frutos de justicia. En medio de una sociedad corrupta que se dirigía a la destrucción total, el caminar de Enoc con Dios era algo contracultural y celestial en carácter, como demuestra su final terrenal.

UN HOMBRE QUE PREDICÓ LA VERDAD

Como cualquier persona piadosa, a Enoc le preocupaba mucho la ruina espiritual de las almas de su sociedad. Y pasó a la acciónpara advertirles del inminente juicio de Dios.

Génesis 5.21 indica que Enoc llamó a su hijo «Matusalén»: un nombre que significa o bien «hombre de la jabalina» u «hombre del envío». Evidentemente, el Señor le había revelado a Enoc que el juicio llegaría de forma repentina sobre la tierra (enviado como una jabalina), pero que no llegaría hasta que no muriera Matusalén. Por tanto, incluso el nombre del hijo de Enoc era una advertencia al mundo de su época. El hecho de que Dios permitiera que Matusalén viviera casi mil años (más que cualquier otra persona en la historia) muestra que Él es misericordioso y paciente con los pecadores (cp. 2 Pedro 3.9).

Enoc tenía sesenta y cinco años de edad cuando nació Matusalén. Según Génesis 5.22, fue en ese momento de su vida cuando Enoc realmente comenzó a caminar con Dios. Quizá eso se debió a que se dio cuenta de que el juicio era inminente. Pero independientemente de la causa, a partir de este suceso, buscó al Señor diligentemente; y también buscó la salvación de la gente que le rodeaba, advirtiéndoles de la ira de Dios que caería sobre los impíos.

El apóstol Judas nos da un destello del contenido de la predicación de Enoc.

En Judas 14–15, leemos: De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él.

Judas escribió esto como una advertencia contra los falsos maestros que intentaban entrar en la iglesia; pero deja claro que no era una nueva amenaza. Desde la caída de Satanás, siempre han existido falsos maestros; y estaban presentes en tiempos de Enoc: aquellos que habían «seguido el camino de Caín» (Judas v. 11) abogando por la maldad, la inmoralidad y la rebeldía contra Dios. La advertencia profética que da Enoc encaja tan bien con el mensaje de Judas, que el Espíritu Santo inspiró a Judas a usarlo como un paralelismo.

El sonido de trompeta de Enoc acerca del juicio inminente contrasta con la falsa comodidad que cubría la cultura impía de su época. Aunque esa profecía no se escribió en el libro de Génesis, el Espíritu Santo se la reveló al apóstol Judas para que pudiera incluirla en su carta. Como tal, podemos estar confiados en su veracidad histórica. El mensaje de Enoc en Judas, vv. 14–15, es de hecho la profecía humanamente declarada más antigua registrada en la Escritura. Sus palabras, aunque se encuentran al final de la Biblia, son anteriores a la predicación de Noé, Moisés, Samuel y los demás profetas del Antiguo Testamento por muchos siglos.

Judas tomó esta cita de un libro apócrifo llamado 1 Enoc que se incluyó en la tradición escrita del pueblo judío. Al citar ese libro, Judas no estaba dando a entender que aprobara todo lo que hay en él, pero afirmó que esa cita en particular sin duda era parte del mensaje original de Enoc.

Del mismo modo que el apóstol Pablo citó a poetas griegos paganos para establecer un punto en Hechos 17.28, Judas citó aquí de una fuente judía muy conocida para enfatizar la certeza del juicio de Dios contra los impíos.

La seria advertencia de Enoc enfatizó cuatro realidades con respecto al juicio de Dios a los malvados.

En primer lugar, se centró en Dios como el Juez, destacando que el Señor mismo llegaría para castigar a los impíos. Cuando empezase a desatarse la destrucción, no habría duda de quién estaba tras ello. En el original griego, el verbo «viene» está en tiempo pasado, indicando que Enoc estaba tan seguro de la participación del Señor que habló de ello como si ya hubiera ocurrido.

En segundo lugar, Enoc explicó que el Señor no vendría por sí mismo. Aunque solo Él es el Juez supremo, vendrá acompañado de multitudes celestiales enviadas para ejecutar sus juicios.

La palabra traducida como «santos» realmente significa «los santos», en griego. En el contexto, se entiende mejor como santos ángeles, ya que en la Escritura los ángeles a menudo acompañan al Señor en el juicio. La profecía de Enoc indica que los ángeles tuvieron su parte en la devastación que se produjo con el diluvio. Ellos también participarán en la mortal destrucción del mundo al final de la historia de la humanidad.

En tercer lugar, la advertencia de Enoc subrayó el hecho de que la ira de Dios tenía un propósito concreto, que era ejecutar juicio sobre todos los impíos. Aquellos que han menospreciado la ley de Dios, demostrando activamente la depravada naturaleza de su corazón, serán castigados justamente a manos del Creador al cual han ofendido y deshonrado.

El verbo traducido como «convencer» significa «exponer» o «demostrar que se es culpable». El juicio del Señor sobre los malvados no fue aleatorio, incontrolado o no provocado. Fue una respuesta dirigida a la rebeldía declarada y la iniquidad de cada violación en el mundo pecador.

En cuarto lugar, Enoc dejó claro que el juicio de Dios era bien merecido para aquellos sobre los que recayó. Enoc usó la palabra «impíos» cuatro veces para describir la maldad sobre la que el Señor trajo el juicio.

Eran impíos en sus actitudes, acciones, motivos y palabras. Como Juez justo y santo, Dios tenía razón al castigarles. Ellos habían atesorado ira divina para sí mismos (Romanos 2.5), todo lo que hacían, incluyendo las intenciones de su corazón, era de continuo el mal (Génesis 6.5).

Durante trescientos años, este fue el tema del mensaje profético de Enoc. Sin lugar a duda, su caminar personal con Dios habría sido evidente en el poder de su ferviente predicación. Advirtió fielmente al mundo de la ira venidera de Dios. Aunque él

mismo nunca llegó a ver el juicio, Enoc lo proclamaba con osadía. Los que caminan cerca de Dios advierten con pasión a los pecadores del juicio de Dios para ellos.

Tres generaciones después, el bisnieto de Enoc, Noé, tomó ese mismo manto (2 Pedro 2.5). Cuando comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia y las aguas del diluvio empezaron a subir, nadie pudo decir que no se les advirtió repetidas veces.

Aunque la profecía de Enoc se cumplió inicialmente en ese gran diluvio, al final miraba más lejos del diluvio: al futuro regreso de Cristo y el juicio de Dios a este planeta caído. En el pasado, Dios inundó al mundo con agua, pero finalmente esta tierra será destruida por fuego (2 Pedro 3.10–12). Como tales, las palabras de Enoc siguen sirviendo como grave advertencia en nuestra propia época.

El Señor Jesucristo ciertamente regresará con las huestes celestiales; y cuando lo haga, castigará a los impíos que ni creen en Él ni obedecen su evangelio (2 Tesalonicenses 1.7–10).

UN HOMBRE QUE CAMINÓ HASTA EL CIELO

Durante su vida, Enoc se caracterizó por una íntima comunión con Dios, su integridad personal y una fiel predicación. Pero es su salida sin muerte lo que separa a Enoc del resto. El relato de Génesis cierra el telón final con una enigmática brevedad, diciendo simplemente: «y desapareció, porque le llevó Dios» (Génesis 5.24b).

Es importante destacar que la expresión hebrea «le llevó» no significa «quitarle la vida a alguien» en el sentido de matar a una persona o causar la muerte cuando no le correspondía, más bien tiene el mismo sentido que la palabra «rapto», que significa «arrebatar» o «hacer subir» al cielo.

En el Nuevo Testamento, Hebreos 11.5 amplía nuestro entendimiento de lo que le ocurrió a este buen hombre: «Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios».

¡Es una afirmación asombrosa! Un día durante su año trescientos sesenta y cinco, Enoc de repente desapareció. Se fue de esta tierra sin dejar rastro. Emprendió un camino con Dios y nunca regresó.

Se alejó de la tierra, más allá del universo, y entró al cielo. Por vez primera en la historia de la humanidad no hubo obituario, porque no hubo muerte que registrar. Según algunas tradiciones judías, Enoc fue escoltado al cielo del mismo modo que Elías; pero eso es solo especulación, ya que la Biblia no nos da más detalles.

Es significativo saber que el increíble arrebato de Enoc al cielo serviría como anticipo del rapto que los creyentes experimentarán cuando Cristo venga a buscar a su novia: la iglesia. En ese momento, todos los salvos serán transportados milagrosamente para reunirse con su Salvador en el aire, y luego serán escoltados por Él hasta el cielo. Como les dijo Pablo a los tesalonicenses:

Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. (1 Tesalonicenses 4.16–17)

Asombrosamente, en el rapto de la iglesia habrá toda una generación de Enoc: aquellos que no gustaron la muerte porque fueron arrebatados por Dios. En ese momento, en un «abrir y cerrar de ojos», oirán la voz del arcángel y la trompeta de Dios, y recibirán sus cuerpos de resurrección (1 Corintios 15.52). Como Enoc, no morirán, sino que desaparecerán de la tierra antes de que se desate el juicio.

El «abrir y cerrar de ojos» no es un parpadeo, sino lo que tarda un rayo de luz en reflejarse en el ojo. Esa es la velocidad con la que los creyentes se irán de la tierra para reunirse con su Salvador, y seguro que fue la velocidad con la que Enoc partió de este planeta para irse al paraíso.

En la ciencia atómica, un «salto cuántico» describe el salto instantáneo de un electrón de un nivel de energía a otro, aparentemente sin pasar por el espacio que hay entre ellos. Cuando Cristo venga a buscar a su iglesia, los creyentes darán un salto cuántico al cielo.

Como ocurre con todos los héroes de la fe nombrados en Hebreos 11, la vida de Enoc es notable no por lo que hizo, sino por cómo la gloria y la grandeza de Dios se mostraron a través de él. Gran parte de la vida de Enoc fue inesperada y extraordinaria. Sin embargo, aún tiene mucho que enseñarnos, razón por la cual la Biblia le incluye como un ejemplo de fe salvadora e integridad personal.

En medio de una generación perversa, Enoc tuvo comunión con Dios constantemente. Durante tres siglos resistió la corrupción del mundo, buscó diligentemente al Señor y vivió en obediencia a Él. Más aun, entendió que la «amistad con el mundo es enemistad con Dios» (Santiago 4.4).

Como amigo de Dios, Enoc confrontó la corrupción que caracterizaba a su cultura, y advirtió a los pecadores del juicio que espera a todos aquellos que sigan viviendo impíamente. Al final, Dios honró a Enoc para mostrarle su deleite con esa fiel virtud. Aunque nosotros puede que no escapemos de la muerte en esta vida (a menos que vivamos cuando el Señor llame a la iglesia en el rapto), tenemos la misma esperanza que tenía Enoc.

Como personas que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, caminando con Él en total perdón e íntima comunión, podemos descansar seguros en que hemos recibido la vida eterna.

Ya no estamos bajo la ira de Dios, ni veremos jamás su condenación (Romanos 8.1). Aunque muramos, el aguijón de la muerte ha desaparecido, reemplazado por la esperanza de la vida resucitada.

Para nosotros, estar ausentes del cuerpo es estar presentes de formainstantánea y eterna con el Señor (cp. 2 Corintios 5.8; Filipenses 1.21).

El caminar de Enoc con Dios no terminó cuando entró en el cielo. ¡Se perfeccionó! Y así ocurrirá con nosotros.

En la eternidad disfrutaremos de una gloriosa comunión con nuestro Señor y Salvador, al adorar y servir en la infinita maravilla de su incomparable presencia. 

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