Crónicas Bíblicas: ¿Porqué Empieza el Cristianismo? 2 Parte.

Estas preguntas seguían vigentes a pesar de que Dios había establecido una solución provisional para el pueblo elegido, los israelitas: primero a través del tabernáculo y después a través del templo.

En medio del templo se situaba el lugar santísimo. Era un sitio pequeño, cubierto con una gruesa cortina para proteger a la gente de la shekhiná, la presencia de Dios. Recuerda que estar en la presencia directa de Dios era mortal para los seres humanos.

Solo una vez al año, durante el Yom Kipur, el Día de la Expiación, el sumo sacerdote podía entrar si había llevado a cabo un sacrificio de sangre.

¿Por qué? Porque no había manera de regresar a la presencia de Dios si no era pasando bajo la espada.


Aun así, el sacrificio de sangre era solo un símbolo imperfecto de la verdadera obra de expiación que tendría lugar más adelante.

Además, no nos incluía al resto, aquellos que no formamos parte del pueblo judío.

El tabernáculo, el templo y todo el sistema de sacrificios, la única solución para el problema de la espada y el único acceso aunque limitado a la presencia de Dios, solo era para los israelitas.

Así que cuando Jesús cita a Isaías para insinuar que los gentiles podían acceder a la presencia de Dios, la gente está perpleja.
No obstante, los profetas continuaban prometiendo que algún día la gloria de Dios cubriría la tierra como las aguas cubren el mar, en otras palabras, que toda la tierra se convertiría en el lugar santísimo.

Toda la tierra estaría, de nuevo, llena de la gloria y la presencia de Dios. Y la gente de todas las naciones, razas, contextos y clases sociales podrían disfrutar de esa presencia. Profecías preciosas.

Pero aun así: ¿Quién podría pasar por la espada?

La respuesta siempre había estado en el libro de Isaías aunque la mayoría de la gente no la había visto.

Isaías 53:8 dice acerca del Mesías:
«Será cortado de la tierra de los vivientes«. Y en el Apocalipsis, cuando Juan mira hacia el trono, donde se encuentra el poder supremo del universo, ¿por qué ve a un cordero inmolado? Porque la muerte de Jesucristo, el Cordero de Dios, es
el triunfo real más grande de la historia del universo.

Cuando Jesús pasó por la espada, la espada partió su cuerpo, pero ella también se partió. Esto es lo que un autor ha llamado «la muerte de la Muerte en la muerte de Cristo».

Jesús asumió la espada por ti y por mí.

Es por eso que en el momento en el que Jesús murió, la cortina que ocultaba el lugar santísimo se rasgó de arriba abajo (Marcos 15:38).

No solo se rompió; quedó obsoleta y ahora todos tenemos acceso a la presencia de Dios.

La espada ardiente ya tuvo a su víctima, la cortina se partió y el camino de regreso al paraíso se reabrió de forma permanente.

Puede que la gente se sorprendiera ante aquella muestra de enfado justo y controlado, ante aquella autoridad con la que Jesús volcó las mesas en el templo.

Pero lo que más sorprendió fue que anuló el sistema de sacrificios del templo y abrió para todos el camino a la presencia de Dios.

Despejando el templo En realidad, Jesús visitó el templo dos veces. Hizo una visita breve cuando llego a Jerusalén, después pasó la noche en Betania con sus discípulos, a varios kilómetros fuera de la ciudad.

Al día siguiente, regresó a Jerusalén para visitar el templo de nuevo (es entonces cuando volcó las mesas) y en el camino a la ciudad, Marcos cuenta la siguiente historia:

Al día siguiente, cuando salían de Betania, Jesús tuvo hambre.

Viendo a lo lejos una higuera que tenia hojas, fue a ver si hallaba algún fruto.

Cuando llegó a ella solo encontró hojas, porque no era tiempo de higos. «¡Nadie vuelva jamás a comer fruto de ti!», le dijo a la higuera. Y lo oyeron sus discípulos. (Marcos 11:12-14)


Debo decir que, a primera vista, esta historia da una mala imagen de Jesús. Muchas personas se enfadan al ver cómo trata Jesús a la higuera. ¿Maldecir sin más a un árbol porque no tiene fruto fuera de temporada? Parece una reacción vanidosa y cruel.

Pero observemos este episodio con cuidado. Porque no es ningún estallido de mal genio.

Las higueras de Medio Oriente tenían dos tipos de fruto.

Cuando las hojas salían en la primera, antes del tiempo de los higos, las ramas daban
unos brotes pequeños, que eran abundantes y se podían comer.

Los viajeros solían recogerlos y comerlos cuando estaban de viaje.

Si encontrabas una higuera que había comenzado a echar hoja, pero no tenía ninguno de esos deliciosos brotes, sabías que algo iba mal.

Puede que desde lejos todo pareciese ir bien, porque las hojas habían salido, pero si no tenía ningún brote quería decir que tenía alguna enfermedad o incluso que se estaba muriendo por dentro.

Crecimiento sin fruto es una señal de deterioro. Lo único que hace Jesús es afirmar que eso es lo que está ocurriendo.

Recuerda que este episodio tiene lugar entre su primera llegada al templo y su regreso al día siguiente.

Jesús aprovecha la oportunidad para dar una lección gráfica a sus discípulos, una lección que no van a olvidar, una parábola sobre la religiosidad vacía.

Así que, ¿en qué consiste la lección? Jesús ve que la higuera no está realizando el trabajo que le ha sido encomendado.

Ese árbol es una metáfora perfecta de Israel, o de cualquiera que diga pertenecer al pueblo de Dios, pero que no da fruto para El.

Jesús se dirigía a un lugar en el que todos estaban ocupados con cuestiones religiosas, como en la mayoría de iglesias: tareas, comités, ruido, gente entrando y saliendo, muchas transacciones.

Sin embargo, estas ocupaciones no tenían nada de espiritual.

Nadie estaba orando. Podemos llevar a cabo un gran número de actividades que parecen ser evidencia de una fe real, pero que pueden seguir creciendo aunque nuestro corazón no haya cambiado.

Está claro que podemos estar muy involucrados en las actividades de la iglesia aunque no se haya producido un cambio real en nuestro corazón y aunque no estemos sirviendo por amor a las personas.

Ese mismo día, Jesús limpiaría el templo de todas esas actividades infructiferas.

Utilizaría la lección de la higuera que había dado a sus discípulos en privado y la convertiría en un espectáculo público misericordioso y necesario. Jesús está
diciendo que quiere algo más que gente ocupada; quiere una transformación de carácter que solo experimentamos cuando nos damos cuenta de que hemos sido rescatados.

Si eres una persona preocupada o impaciente, ¿puede ver la gente a tu alrededor que
lo estás superando? ¿Eres capaz de esperar mientras Jesús no responde?
Si eres una persona que está enfadada y a la que le cuesta perdonar, ;has comenzado a vencer el enfado? ¿Estás aprendiendo a asumir el coste del perdón?

Si eres una persona miedosa, o te odias a ti mismo, o eres hipersensible, ¿pueden ver las personas que mejor te conocen que tu carácter está experimentando una regeneración radical? ;O ¿solo estás muy ocupado con actividades religiosas?


Al final del sermón de Jonathan Edwards sobre el carácter paradójico de Jesús, dice que estas mismas características radicalmente opuestas que nunca se dan en la misma persona se reproducirán en ti porque estás en la presencia de Jesucristo.

Nosolo te estás convirtiendo en una persona más agradable, más disciplinada o más moral.

La vida y el carácter de Jesús, el rey que entra en Jerusalén montado en un burro y después irrumpe en el templo y se atreve a decir «Esta es mi casa», están siendo formados en ti.

Te estás convirtiendo en una persona más completa, aquella para la que fuiste diseñado. La persona para la que fuiste rescatado.

En toda esta situación, hay una ironía final. Jesús, quien reúne estos rasgos de carácter radicalmente opuestos de una forma totalmente equilibrada, pide una respuesta radical de cada uno de nosotros.

No nos deja otra salida. Este hombre que abre las puertas de su reino a todo el mundo y después advierte a los más devotos de sus seguidores que su permanencia en el reino corre peligro si no dan frutos, ha reducido las opciones posibles.

Este hombre, que de camino a resucitar a una niña da de su poder cuando alguien de entre la multitud le toca, es un hombre del que no te atreves a apartar la mirada.

(Y todavía no hemos sido testigos de la bajeza a que le llevará su limitación o la altura a la que le llevará su poder).


Él es la calma y la tormenta, es la víctima y el que empuña la espada ardiente, y tienes que aceptarle o rechazarle teniendo en cuenta tanto unas características como las otras.

O le matas, o lo coronas. Lo único que no puedes hacer es decir: «¡Qué tipo más interesante!»

Los maestros de la ley que empezaron a conspirar para matar a Jesús al final del episodio en el templo probablemente están muy equivocados; pero su reacción tiene sentido.


Lo que no puedes hacer es intentar mantener a Jesús en los márgenes de tu vida.

No se va a quedar ahí. Entrégate a Él, centra toda tu vida en El y deja que su poder forme el carácter de Jesús en ti.

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