Por Timothy Keller

¿QUÉ O QUIÉN PUEDE ARREGLAR EL MUNDO?
Es raro que alguien argumente que el mundo está bien en el estado actual, y que no hay nada malo con la raza humana.
Los encuentros que Jesús sostuvo, tanto con la mujer junto al pozo, como con Nicodemo, demuestran el problema del mundo. Mientras que la historia de María y Marta, responde la pregunta: ¿Qué o quién puede arreglar el mundo?
Los cristianos, creen que la respuesta, es Jesús. Entonces, prestémosle atención. ¿Quién es este personaje que está en el centro del cristianismo, y quién se supone que pondrá todo en orden?
Para responder a esta pregunta, iremos una vez más al Evangelio de Juan, el cual, nos narra la historia de la relación que Jesús tenía con dos hermanas, María y Marta, y su hermano Lázaro. En el capítulo 11, de Juan; Lázaro, es descrito como alguien a quien Jesús amaba. Ese es un término que se usa en los Evangelios para describir la relación que Jesús tenía con sus discípulos más íntimos.
Aparentemente, Jesús, Lázaro, María y Marta, eran casi familia.
El Evangelio, cuenta que Lázaro se enfermó gravemente y su vida pendía de un hilo. María y Marta mandaron traer a Jesús, pero, antes de que llegara, Lázaro murió. Cuando Jesús, finalmente llegó a la casa de Sus amigos, todos estaban de luto, y el cuerpo de Lázaro ya estaba en la tumba. Lo que Jesús hizo a continuación, se convertiría en uno de los acontecimientos más famosos de la historia, y además uno de los más reveladores, porque nos demuestra no sólo quién es Jesús, sino también, qué vino a hacer.
A Su llegada, Jesús se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a tres kilómetros de distancia, y muchos judíos, habían ido a casa de Marta y de María a darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús llegaba, fue a Su encuentro; pero María se quedó en la casa.
Señor. (le dijo Marta a Jesús) Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé, que aún ahora, Dios te dará todo lo que le pidas.
Tu hermano resucitará. (le dijo Jesús)
Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final. (respondió Marta)
Entonces, Jesús le dijo:
Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?
Dicho esto, Marta regresó a la casa, y llamando a su hermana María, le dijo en privado:
El Maestro está aquí y te llama.
Cuando María oyó esto, se levantó rápidamente y fue a Su encuentro. Jesús, aún no había entrado en el pueblo, sino que, todavía estaba en el lugar donde Marta se había encontrado con Él. Los judíos que habían estado con María en la casa, dándole el pésame, al ver que se había levantado y había salido de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar.
Cuando María llegó donde estaba Jesús y lo vio, se arrojó a Sus pies y le dijo:
Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús, se turbó y se conmovió profundamente.
¿Dónde lo han puesto? (preguntó)
Ven a verlo, Señor (le respondieron)
Jesús lloró.
¡Miren cuánto lo quería! (dijeron los judíos)
María viene y dice lo mismo, palabra por palabra. Dos hermanas, en la misma situación, diciendo exactamente las mismas palabras.
Sorprendentemente, las respuestas de Jesús son muy diferentes.
(Juan 11:17-36)
Cuando Marta habla, Jesús casi debate con ella. Su mensaje es, «Viniste muy tarde», pero Jesús responde: «¡Yo soy la resurrección y la vida! Conmigo nunca es tarde». La corriente de su corazón se dirige hacia la desesperación, pero Jesús, la empuja contracorriente. Jesús reprime sus dudas y le da esperanza. Luego ve a María, quien dice exactamente lo mismo que su hermana, pero esta vez, Su respuesta es completamente diferente; ahora no debate, de hecho, prácticamente, no dice nada; y en vez de empujarla contracorriente, desde la tristeza de su corazón, Jesús se une a ella, se duele con ella. Jesús llora, y sólo dice: «¿Dónde está?»
Ahora bien, estas respuestas, tan radicales y divergentes entre sí, son más que una simple curiosidad. Estas respuestas, nos dirigen, no sólo a la profunda sabiduría relacional de Jesús, sino también, a una verdad más profunda sobre Su carácter e identidad.
Imagina que estás inventando una historia sobre un ser divino que ha venido a la Tierra disfrazado de ser humano. En la historia, este ser divino llega al funeral de un amigo, sabiendo que tiene el poder para levantarlo de los muertos, y que está a punto de enjugar las lágrimas de todos los dolientes en unos cuantos minutos.
¿Cuál sería el estado emocional de esta persona? Seguro que puedes imaginarlo, sonriendo, entusiasmado y alegre. Esperarías que se frotara las manos en anticipación, susurrándose a sí mismo: «¡Esperen a ver lo que estoy a punto de hacer!». O, tal vez tú, como el escritor de la historia, lo mantendrías hablando en un tono elevado: «Yo soy la resurrección y la vida».
Ambas reacciones, serían lógicas para alguien que dice ser divino. Pero nunca imaginaríamos, que tal persona divina se conmoviera ante la agonía de María y llorara con ella. ¿Por qué se presenta tan fuerte en un momento y luego tan vulnerable en otro?
Sin embargo, esta no es una historia que alguien inventó. Esta narrativa, nos demuestra dramáticamente lo que el Nuevo Testamento dice en otro lugar. Que Jesús, es enteramente Dios y enteramente hombre. No sólo era Dios disfrazado de humano; no sólo era humano con un aire de deidad; era el Dios hombre.
Estos encuentros, primero con Marta, luego con María, nos demuestran que Jesús era Dios y a la vez humano. En su encuentro con Marta, Jesús dice, «Yo soy la resurrección y la vida». Esa es una declaración de deidad. Sólo Dios puede dar la vida y quitarla.
Notemos, que no sólo está diciendo, «Yo puedo revivir a Lázaro. Tengo acceso especial a un poder sobrenatural y divino». Está diciendo, «Yo soy la resurrección y la vida. Yo soy el poder que le da vida a todas las cosas y que las mantiene con vida».
Esto es fascinante. Este, no es el único lugar en el que Jesús dice algo así. Siempre destaca Su divinidad en todos los Evangelios. De hecho, si incluimos las referencias indirectas y las explícitas, estas declaraciones sobre Su identidad divina, están en casi todos los capítulos de los Evangelios. En Lucas 10, hay un lugar donde Jesús pronuncia una declaración improvisada:
«Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (v18). Sus discípulos, debieron haber quedado perplejos, pensando: “¡Qué?! ¿Está bromeando? ¿Se acuerda de la caída prehistórica de Satanás del cielo a la Tierra? ¿Vio eso?”
Otra declaración indirecta sobre Su deidad, que impactó a Sus contemporáneos, fue la declaración persistente en cuanto al perdón de pecados. Es obvio para todos, que el único pecado que puedes perdonar, es aquel cometido en tu contra. No puedes perdonar a Jaime por mentirle a Samuel. Sólo Samuel puede perdonar a Jaime por hacer eso. De modo que, cuando Jesús le dice a un hombre que está paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”; la audiencia, concluyó correctamente, que Jesús se hacía igual a Dios, por implicación de que, todos los pecados son cometidos en Su contra. (Marcos 2:5).
Pero, las declaraciones explícitas sobre la divinidad de Jesús, también son abundantes. En Juan 5, una multitud buscaba apedrearlo porque le habían escuchado decir que se hacía igual a Dios. En Juan 8, trataron de hacer lo mismo, cuando declaró que, no sólo es más viejo que Abraham, sino que, es eterno; tomando para Sí el nombre divino. «Antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!» (v 58). En Juan 14, dice algo similar a lo que le dice a Marta.
Jesús, no sólo dice tener la verdad, sino que, dice ser la verdad: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (v 6). En Juan 20, Tomás, llama a Jesús, «mi Señor y mi Dios» (v 28) y Jesús acepta Su adoración, sin añadir nada.
Estas declaraciones, siempre han presentado un gran dilema para los lectores de los Evangelios, sobre todo, en nuestros días. Muchos reconocen, la belleza, el poder y la singularidad de las enseñanzas de Jesús. Por lo tanto, hay una fuerte tendencia a querer retratar a Jesús, como uno de los muchos sabios y eruditos religiosos.
Pero, el ministro presbiteriano escocés del siglo diecinueve, John Duncan (y luego el autor del siglo veinte, C. S. Lewis) dijo que, las aseveraciones de Jesús sobre Su identidad divina, hacen que tal proposición sea imposible. Los fundadores de todas las religiones principales dijeron: «Yo soy un profeta que te muestra el camino a Dios».
Pero, Jesús dijo: “Yo soy Dios, y he venido a buscarte”.
Esto significa, que no podemos ver a Jesús como uno más entre los maestros religiosos, que suplen el almacén internacional de sabiduría. O Jesús era un fraude, o era un maniático, o es el Hijo de Dios. Duncan, llamó a esta afirmación, trilema.
Jesús, demanda una respuesta radical de algún tipo. Puedes denunciarlo, porque es malvado, o puedes huir de Él, porque es un lunático, o puedes postrarte ante Él en adoración, porque es Dios.
Todas esas reacciones tienen sentido; son coherentes con la realidad de Sus palabras. Pero, lo que no puedes hacer, es responder moderadamente. No debes decirle: «Buen discurso, fue de mucha ayuda, eres una persona pensante». Eso sería, deshonesto. Si Jesús, no es quién dice ser, entonces, Su forma de pensar es distorsionada y defectuosa. Sí es, quién dice ser; entonces, es mucho más, que un gran pensante.
Jesús nos dice, de hecho: “Tienes que lidiar con Mis declaraciones. Si estoy equivocado, soy inferior a todos los otros fundadores que tuvieron la sabiduría y la humildad para no hacerse iguales a Dios. Pero, si estoy en lo correcto, debo ser el camino supremo para encontrar a Dios, y para encontrar el sentido de la vida. Lo que no puedes hacer, es tenerme como uno entre muchos”.
Ahora bien, he hablado con muchas personas, que intentaron salirse de este trilema de muchas formas. Tal vez, el intento más común que he visto, sugiere que Jesús, nunca dijo ser igual a Dios.
“¿Cómo puedes confiar en la fiabilidad histórica de los recuentos del Nuevo Testamento?”, dice esta objeción. “Cómo sabes al menos que Jesús existió, y más aún, que hizo esas declaraciones?” “¿Acaso, no es cierto que la idea de Jesús, como el divino Hijo de Dios se desarrolló años después de Su muerte?”
La verdad, es que tenemos buenas evidencias sobre la existencia y la vida de Jesús en documentos históricos aparte de la Biblia. Así mismo, hay una enorme cantidad de casos convincentes de eruditos, que tratan, de hecho, de que los Evangelios, no son tradiciones orales repletas de relatos legendarios, sino, una historia oral basada en testigos presenciales. Y la evidencia de las declaraciones sobre la divinidad de Jesús, va más allá de los recuentos propios de los Evangelios.
La evidencia histórica indica, que nunca hubo un tiempo en el que los cristianos no creyeran que Jesús era Dios. Por ejemplo, en la Carta de Pablo a los Filipenses, escrita unas dos décadas, después de la muerte de Jesús, encontramos un himno cristiano de antaño, probablemente más antiguo, que la carta misma, que adora la deidad de Cristo (Fil2:5-11). Esto significa, que la creencia en la identidad divina de Jesús, no se desarrolló tiempo después de la muerte de Jesús, sino, que estaba basada en Sus propias enseñanzas, las cuales, fueron adoptadas en la comunidad cristiana desde un principio. De modo que, este esfuerzo por escapar del trilema, no funciona.
Las personas, que se dan cuenta de que no pueden escapar del trilema, eligen una de las tres opciones:
“Está bien, morderé el anzuelo”. ¿Por qué no pudo haber mentido intencionalmente? Sólo porque era un maestro brillante, no significa que no pudo haber sido un charlatán. Pero, aquí es importante recordar que todos los primeros seguidores de Jesús, eran judíos, y los judíos del primer siglo, tenían una opinión de Dios tan trascendental, que se rehusaban siquiera a escribir o a pronunciar Su nombre. Cualquier insinuación de que Dios se hubiera convertido en un débil humano, de carne y hueso, sería rechazada violentamente.
Esto significa, en primer lugar, que la idea de un Dios hombre, nunca se le hubiera ocurrido a un hombre o a una mujer judía, sin importar lo mucho que respetaran a su líder. En segundo lugar, significa, que ningún charlatán hubiera tratado de convencer a sus seguidores judíos de que era un ser divino. El sabría que sus probabilidades de éxito, eran nulas, y la historia lo demuestra.
Había otros personajes judíos que decían ser el Mesías durante el primer siglo, y muchos de ellos tenían seguidores, pero ninguno de ellos, jamás fue adorado como un ser divino.
“¿O podrías preguntar, que, si Jesús no era un conspirador, sino que, en realidad era sincero y se engañaba a Sí mismo? ¿Que si realmente pensaba que era Dios? ¿Acaso no tenía ninguna posibilidad de haber convencido a Sus seguidores?”. No. Y esta es la razón. Debemos reflexionar sobre el hecho de que ninguna religión principal tiene un fundador que haya declarado ser Dios, aunque algunas pequeñas sectas de corta vida, sí los han tenido. Aunque, ha habido personas auto engañadas en la historia, que se han hecho iguales a Dios. Nunca fueron capaces de hacer creíbles sus declaraciones, salvo a un grupo pequeño. ¿Por qué no? Porque, es imposible convencer a la gente de que eres Dios si tienes cualquiera de los defectos normales del carácter humano: Egoísmo, impaciencia, enojo incontrolable, orgullo, deshonestidad y crueldad. Y, ha habido personas, que han vivido lo suficientemente cerca de esos “seres divinos”, como para ver todos esos defectos, y para ser capaces de ver más allá de la ilusión. Y, si añades a esto, el escepticismo cultural y teológico profundo del judaísmo, verás, que sería imposible convencer a una masa crítica de judíos, de que eras Dios, a menos que esa fuera la explicación más sensata de los hechos.
La erudición histórica, nos demuestra que, después de Su muerte, un gran número de personas (que fue creciendo con el tiempo), quienes, insistían en que eran fieles al monoteísmo judío, no obstante, comenzaron a adorar a Jesús, como el Dios verdadero. ¿Qué clase de vida habrá llevado Jesús, para lograr lo que ninguna otra persona en la historia ha logrado hacer: ¿Convencer a más de un porcentaje mínimo de personas inestables de que, Él es el Creador y el Juez del universo? ¿Qué clase de persona habrá sido Jesús, para haber vencido la profunda resistencia de los judíos, ante tan ridículas declaraciones? La respuesta, es que tuvo que haber sido tal como el ser humano incomparable y hermoso que describe el Nuevo Testamento. Y aquí vemos un retrato grandioso de Él.
Cuando Jesús se encuentra con Marta, sin duda, vemos un destello de Su deidad y poder. Él es Dios. Pero, eso no explica la totalidad de Su persona. En la escena siguiente, lo vemos quebrantado y sollozando con María a la sombra de la tumba. Pensaríamos, que si una persona en realidad fuera divina, no expondría sus emociones, pero, Él sí. Entonces, aquí vemos la deidad y la vulnerabilidad humana juntas en una sola persona. Su amor lo lleva al llanto; a pesar de que ha afirmado que Él es la resurrección y la vida; que Él es Dios mismo.
Jesús, le responde a María de esta forma, porque también es completamente humano. Es uno con nosotros. Jesus siente el poder horrendo de la muerte y el dolor de perder a alguien.
Lo que vemos en Jesucristo, entonces, es algo muy difícil de creer, y aún más, de describir. No es cincuenta por ciento humano y cincuenta por ciento Dios, tampoco es veinte por ciento Dios, ochenta por ciento humano o viceversa.
No hablamos de un ser humano con una conciencia divina, ni hablamos de un ser divino con una ilusión de un cuerpo físico. Él es Dios, pero también es total y absolutamente humano.
Ahora bien, ninguna otra religión está de acuerdo con esto. Ninguna religión, salvo el cristianismo, cree que el Creador trascendente. El Autor de la vida, se convirtió en un simple y débil mortal, sintiendo todo el horror de la muerte.
¿De verdad, crees que Jesús es el Dios-hombre? iNo me sorprendería si lucharas con esa idea! Pero, mira la historia, observa cómo responde a estas dos mujeres, y quizá puedas ver, que, aunque tu mente intente rodear la idea de una persona divina y humana al mismo tiempo, eso es precisamente lo que más necesitas.
Jesús le da a Marta, lo que podríamos llamar el ministerio de la verdad. Eso es lo que ella más necesitaba en ese momento. Pone Sus manos en los hombros de ella, la sujeta con fuerza y la enfrenta con la verdad: «¡Escúchame! No te desesperes. Estoy aquí. Resurrección. Vida. Eso es lo que soy».
Debido a Su identidad divina, Jesús es lo suficientemente glorioso como para apuntarla hacia las estrellas. Luego, cuando se acerca a María, le da lo que podríamos llamar, el ministerio de las lágrimas. Eso es lo que ella más necesitaba en ese momento. Debido a Su identidad humana, Jesús es lo suficientemente humilde para acompañarla en su dolor, con una integridad y sinceridad completa, y llorar junto a ella.
Ahora bien, honestamente, todos necesitamos un ministerio de verdad y un ministerio de lágrimas en diferentes ocasiones.
Algunas veces, necesitas ser enfrentado con la verdad, necesitas ser sacudido por un amigo amoroso que te diga: «Levántate y mira a tu alrededor».
Otras veces, simplemente necesitas a alguien que llore contigo. Algunas veces, descargar la verdad sobre las personas en duelo, está mal, pero otras veces, sólo llorar con ellas, sin decirle la verdad está igual de mal.
Ninguno de nosotros, tiene el temperamento o la paciencia o la perspicacia para darle a los demás, exactamente lo que necesitan todo el tiempo. Algunos de nosotros, tenemos personalidades que son más prestas a confrontar, inclusive, cuando debemos ser empáticos, y otros de nosotros, somos lo opuesto. Pero, Jesucristo, nunca es duro cuando debe ser tierno, ni tierno cuando debe ser duro. Sin embargo, Jesús, no sólo es un consejero perfecto y maravilloso. Él, es la verdad misma, en forma de lágrimas. Él es la deidad encarnada. Es esta paradoja, “que Jesús, es tanto Dios, como humano, que hace de Él un ser irresistiblemente hermoso. Él, es el León y el Cordero. A pesar de sus declaraciones elevadas, no es arrogante; nunca lo vemos parado sobre Su propia dignidad. A pesar de estar siempre disponible para el débil y el quebrantado, enfrenta con valentía al corrupto y al poderoso. Jesús, es ternura sin debilidad. Fuerza, sin rudeza. Humildad, sin una pizca de inseguridad. Autoridad determinante, sin egocentrismo. Santidad y fe firme, sin inaccesibilidad. Poder, sin desconsideración”.
Una vez escuché a un predicador decir: «Nadie todavía ha descubierto la palabra que Jesús hubiera dicho. Él, está lleno de sorpresas, pero todas sus sorpresas, son perfectas».
Jesús es Dios hecho hombre. Pero, por supuesto, esto nos deja con una pregunta. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué el poder absoluto tuvo que entrar en nuestra debilidad?
Veamos ahora, la última parte del recuento de las hermanas afligidas.
Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra.
Quiten la piedra. (ordenó Jesús)
Marta, la hermana del difunto, objetó.
Señor, ya debe oler mal, pues lleva cuatro días allí.
¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? (le contestó Jesus)
Entonces, quitaron la piedra. Jesús, alzando la vista, dijo:
Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Ya sabía Yo que siempre me escuchas, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que crean que Tú me enviaste.
Dicho esto, gritó con todas sus fuerzas:
¡Lázaro, sal fuera!
El muerto salió, con vendas en las manos y en los pies, y el rostro cubierto con un sudario.
Quítenle las vendas y dejen que se vaya. (les dijo Jesús)
(Juan 11:38-44)
Me frustran casi todas las traducciones del verso 38. En esta traducción leemos:
«Conmovido una vez más, Jesús se acercó al sepulcro». Pero, este verso contiene una palabra griega que significa ‘»Gritar de enojo» y, de alguna forma, ningún traductor, se siente en libertad de escribir lo que todo comentarista y experto en griego dice que el texto está diciendo. Jesús está absolutamente furioso.
Grita de enojo, está rugiendo. ¿Contra qué o quién está enojado? No hay indicación alguna de que esté enojado contra la familia.
Entonces, ¿contra quién?
Dylan Thomas estaba en lo correcto: «No seas gentil con esa buena noche. Furia, furia en contra de la muerte de la luz”. Jesús está furioso en contra de la muerte. No dice: «Miren, acostúmbrense. Todo mundo muere. Esa es la forma de operar del mundo. Resígnense». No. No dice eso. Jesús, está enfrentando nuestra pesadilla más grande; la pérdida de la vida, la pérdida de nuestros seres queridos y de nuestro amor, y está enfurecido, está enojado contra la maldad y el sufrimiento.
Y, aunque es Dios, no está enojado contra Sí mismo. ¿Qué significa eso?
Primero, significa que la maldad y la muerte, son el resultado del pecado y no del diseño original de Dios. Dios, no creó un mundo lleno de enfermedad, sufrimiento y muerte. Tal vez te preguntes, «Si Dios está tan disgustado con el estado actual del mundo, ¿por qué no hace algo al respecto? ¿Por qué no se aparece en la Tierra y acaba con la maldad?
Pero, esa pregunta, revela una falta de conocimiento propio. La Biblia dice, y todos lo sabemos en lo más profundo de nuestro ser, que mucho de lo que está mal en el mundo, está mal, debido al corazón humano.
Mucha de la miseria de esta vida, se debe al egoísmo, al orgullo, a la crueldad, al enojo, a la opresión, la guerra y a la violencia. Esto quiere decir, que, si Jesucristo hubiera venido a la Tierra con la espada de la ira de Dios para erradicar el pecado, ninguno de nosotros, hubiera sobrevivido para contarlo.
Todos tenemos maldad en lo más profundo de nuestro ser.
No obstante, Jesús no vino con una espada en Sus manos, vino con clavos en Sus manos. No vino a traer juicio. Vino a cargar con el juicio. Y este pasaje, lo revela de la forma en la que comienza a desempacar el dilema de Jesús. Más adelante, en el capítulo 11, los líderes religiosos ven lo que Jesús ha hecho en esta demostración de poder, y se dieron cuenta, de que este milagro lo hacía más peligroso, de lo que jamás pensaron que sería.
Después de resucitar a Lázaro, aquellos líderes tuvieron una reunión, y de lo que hablaron en esa reunión, Juan dice: «Así que, desde ese día, convinieron en quitarle la vida» (v 53).
Jesús sabía todo esto, por supuesto. Sabía, que, si resucitaba a Lázaro de los muertos, las autoridades religiosas tratarían de matarlo. Sabía, que la única forma de sacar a Lázaro de la tumba, era poniéndose a Sí mismo en la tumba. Sabía, que la única forma de interrumpir el funeral de Lázaro, era convocando el Suyo. Si había de salvarnos de la muerte, tendría que ir a la cruz, y cargar con el juicio que nosotros merecíamos. Es por eso que, cuando Jesús se acercó a la tumba, en vez de sonreír ante el prospecto de un gran espectáculo, estaba temblando de enojo y con lágrimas en Sus mejillas. Sabía lo que le costaría salvarnos de la muerte. Tal vez, pudo sentir el peso de la muerte sobre Sí mismo. Sin embargo, aun sabiendo y experimentando todo esto, exclamó:
«Lázaro, sal fuera».
Los testigos decían sobre Jesús,
«Miren cuánto quería a Lázaro»
Pero, lo que debemos mirar, es cuánto nos ama a nosotros. Jesús se hizo humano, mortal y vulnerable, todo por amor a nosotros.
En 1961, los rusos pusieron a un hombre en órbita, y, al regresar, el primer ministro, Nikita Khrushchev, dijo algo atrevido. Lo recuerdo muy bien. Tenía once años cuando sucedió.
Khrushcher, dijo algo así:
«Enviamos a un hombre al espacio y no vimos a Dios, así que, hemos demostrado que Dios no existe». Lo que dijo, no tenía una lógica o filosofía muy sólida, pero lo dijo, y millones de personas, creyeron en lo que dijo.
Estas personas, piensan que la observación empírica, ha demostrado que Dios no existe. C. S. Lewis, escribió un ensayo sobre esta idea, titulado «El ojo que ve». Y en él, Lewis argumenta, que, si Dios existiera, nosotros no nos relacionaríamos con Él, como lo haría una persona en el primer piso de la casa, con una persona en el segundo piso. El residente del primer piso, puede subir las escaleras para encontrar al residente del segundo piso, pero Dios, no es alguien que simplemente vive en el cielo. Él, es el Creador de todo el universo, la Tierra, el cielo, el tiempo, el espacio, y aún de nosotros.
Nuestra relación con Dios, entonces, es más como, la relación que Shakespeare tiene con Hamlet.
¿Qué tanto sabe Hamlet sobre Shakespeare? Sólo lo que Shakespeare escribe sobre sí mismo en la obra. Hamlet, nunca será capaz de encontrar algo sobre el autor de alguna otra forma. De la misma manera, concluye Lewis, no podemos encontrar a Dios yendo a una dimensión más alta. Sólo seremos capaces de conocer a Dios, si Dios escribe algo sobre Sí mismo en nuestro mundo y en nuestra vida. Y lo ha hecho.
Pero, no sólo nos ha dado información. Otra persona, que hizo algo parecido a lo que Lewis describe en su ensayo, fue su amiga, la autora Dorothy Sayers.
Sayers, fue una de las primeras mujeres en ir a la Universidad de Oxford, y fue una escritora de ficción policiaca. Escribió una serie de grandiosas novelas, conocidas como las historias de Lord Peter Wimsey.
Lord Peter, es un detective aristócrata, soltero y solitario, y a mitad de la serie, una mujer alta y no tan atractiva llamada Harriet Vane, aparece en escena. Harriet, es una de las primeras mujeres en ingresar a Oxford, y es una escritora ficción policiaca. Ella y Peter se enamoran, se casan y resuelven misterios juntos.
¿Qué está sucediendo aquí?














