
CONTENIDO CUENTO & NARRACIÓN
Cuando Samuel abrió la puerta oculta en la biblioteca subterránea, su mano tembló ante la revelación. Era como entrar en la bóveda de un banco, pero en lugar de oro, resplandecían las cubiertas de libros prohibidos y raros, organizados con una precisión maniática en anaqueles de roble oscuro.
«Vaya, al parecer hemos tropezado con un tesoro más grande que la vida misma», dijo Eleonora, sus ojos brillando en la penumbra. Guillermo, siempre más retraído, asintió, cruzando la umbral sin decir una palabra.
Se convirtieron en «Los Portadores de Palabras», un club de lectura clandestino que se dedicaba a explorar tomos que prometían más que historias: cambiaban la realidad.
Cada semana, uno de ellos elegía un libro. Se turnaban para leerlo y al siguiente encuentro, hablaban de lo que habían experimentado. Porque no era solo leer; era vivir lo leído.
Cuando Eleonora leyó el «Grimorio de los Mundos Perdidos», se encontró con la habilidad de hablar en idiomas que nunca había aprendido. Guillermo, por su parte, tras descubrir «El Jardín de los Ciclos Olvidados», notó que podía acelerar o desacelerar el tiempo a voluntad.
Samuel, después de sumergirse en «Los Espejos de la Mente», empezó a comprender los pensamientos de los demás con una claridad asombrosa.
Pero con el poder vino la responsabilidad y también el peligro. Se dieron cuenta de que los cambios en la realidad no eran unidireccionales. Por cada acción había una reacción, y pronto se vieron perseguidos por fuerzas que querían esos libros para propósitos más oscuros.
Empezaron a notar personajes extraños merodeando la librería, sombras que los seguían a casa, cartas anónimas con advertencias enigmáticas. Aquel santuario de conocimiento se convirtió en un tablero de ajedrez cósmico donde cada jugada podía desencadenar el caos.
Una tarde, Eleonora trajo un libro titulado «Las Puertas del Destino», sellado con un candado de oro viejo. «Este, según parece, tiene el poder de corregir cualquier error del pasado», dijo.
Después de una larga discusión, decidieron que era demasiado peligroso. Pero Samuel lo tomó y lo leyó en secreto, decidido a reparar los errores que los habían llevado a esa situación precaria.
Cuando terminó, el mundo se removió como si fuera un mantel sacudido, desplazando todas las migajas de su realidad. De repente, se encontraron en la librería, como si nunca hubieran descubierto la puerta secreta.
«¿Alguna vez han sentido que podrían cambiar el mundo si tuvieran la oportunidad?», preguntó Samuel, tratando de leer sus expresiones.
Ambos asintieron, aunque un velo de olvido parecía cubrir sus recuerdos.
Samuel sonrió, cerrando un libro sin título que sostenía en su mano. Tal vez era mejor así; no todos los mundos estaban preparados para ser cambiados, pero las palabras, ah, las palabras siempre encontrarían su camino.
El aire en la librería parecía más ligero, pero en la memoria de Samuel, los ecos del club de lectura secreto, de los poderes ganados y perdidos, seguían resonando, una novela sin fin que solo él podía leer.
Y ahora, querido lector, me pregunto: ¿te gustan los relatos que traspasan las fronteras de lo real, que se aventuran en lo fantástico? Si es así, te invito a buscar esos mundos ocultos no en bóvedas escondidas o sociedades secretas, sino en un lugar al alcance de todos: una librería.
Ven y descubre la magia de las palabras en Librero en Andanzas, donde cada estante es una puerta a nuevos universos y cada libro es un viaje que espera ser emprendido.
Quién sabe, quizás allí encontrarás más que historias; tal vez descubras un nuevo aspecto de tu propia realidad.


Una forma de leer.
Solamente hay una manera de leer, que es huronear en bibliotecas y librerías, tomar libros que llamen la atención, leyendo solamente esos, echándolos a un lado cuando aburren, saltándose las partes pesadas y nunca, absolutamente nunca, leer algo por sentido del deber o porque forme parte de una moda o de un movimiento.
Recuerda que el libro que te aburre cuando tiene veinte o treinta años, te abrirá perspectivas cuando llegues a los cuarenta o a los cincuenta años, o viceversa.
No leas un libro que no sea para ti el momento oportuno […].
Debes saber, por encima de todo, que el hecho de que tenga que pasarse un año o dos con un libro o un autor significa que usted ha sido mal instruido, que usted debía haber sido educado para leer a su manera, de una preferencia a otra;
debiera haber aprendido a seguir tu propio sentimiento, intuitivamente, acerca de lo que necesita y no la manera como debe citarse a los otros
Por Doris Lessing








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