Crónicas Bíblicas:Jonás Parte 1

Por Jhon MacArthur

LA HISTORIA DEL PEZ MÁS GRANDE DEL MUNDO

Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que vo te diré. Y se levantó Jonás, y fue a Ninive conforme a la palabra de Jehova -JONÁS 3.1-3A

LA EXISTENCIA DE «OLAS DESCOMUNALES»

NO SE verificó científicamente hasta el 1 de enero de 1995, cuando un muro de agua de veinticuatro metros golpeó de repente la plataforma petrolífera Draupner en la costa de Noruega. Era de más del doble del tamaño de cualquier otra ola registrada hasta ese día, una anomalía inesperada de proporciones catastróficas.

Aunque solo ha sido validado recientemente por la ciencia, relatos de testigos oculares de tan aterrador fenómeno, contados por marineros supervivientes, se han transmitido durante siglos. El folclore marítimo está lleno de historias de estas «olas insólitas», torres turbulentas de agua salada con depresiones tan profundas y crestas tan altas que el océano podría tragarse literalmente a los barcos. Incluso barcos marineros modernos son susceptibles al poder de tales impredecibles e imprevisibles fuerzas de la naturaleza.

En 2001, dos barcos cruceros, el MS Bremen y el Caledonian Star, fueron gravemente afectados por una ola descomunal de treinta y dos metros en el Atlántico sur. Se ha informado de otros incidentes similares desde aquel año.

Aunque no son frecuentes, las olas descomunales demuestran lo volátil y precario que puede resultar el mar en condiciones extremas. En medio de una tormenta, las olas de los océanos casi siempre alcanzan alturas de siete metros y, en condiciones severas, más de trece metros.

En raras ocasiones, pueden llegar a alcanzar alturas mayores. Boyas de la costa de Nueva Escocia, durante la infame tormenta de Halloween de 1991 (conocida más comúnmente como «La tormenta perfecta»), registraron olas en el Atlántico de más de treinta y tres metros.

Golpeadas por los intensos vientos de huracanes y tormentas tropicales, estas olas masivas son a la vez aterradoras y mortales. El capítulo de apertura de Jonás está en medio de ese tipo de tormenta intensa.

La meteorología moderna ha documentado el desarrollo de ciclones tropicales en el Mar Mediterráneo: tempestades violentas que pueden producir vientos de más de 118 kilómetros por hora y crear como resultado grandes olas. Pero la tormenta narrada en Jonás era cualitativamente diferente de cualquier otra ola que pudiera surgir de forma natural.

Jonás 1.4 explica que «Jehová hizo levantar un gran viento en el mar», indicando que su causa era sobrenatural. Los experimentados marineros con los que viajaba Jonás, hombres que habían cruzado las aguas del Mediterráneo toda su vida, nunca se habían encontrado antes con algo parecido.

No cabe duda de que sobrevivieron para contar historias de incontables tormentas en sus muchos viajes, pero quizá ninguna había sido como esta.

El viento recio parecía enojado y vengativo, al golpear al indefenso barco contra las barricadas masivas del continuo oleaje. El machihembrado de tablas que formaban el casco comenzó a astillarse y separarse bajo tan terrible presión.

Ola tras ola inundaban la borda, cada una parecida a una ola descomunal en su implacable furia e inexplicable magnitud. La tripulación aterrada, aferrándose y temiendo que no sobrevivirían, clamaba de pánico y desesperación. Esa tormenta parecía personal. Y sin duda lo era.

UN PÍCARO PROFETA

Mientras los marineros gentiles se afanaban por sobrevivir con desesperación, achicando agua y tirando por la borda cualquier carga que no fuera necesaria, un profeta hebreo en apariencia ajeno a las circunstancias estaba profundamente dormido en la bodega del barco.

La nave se movía de un lado a otro, pero increíblemente Jonás no. Fue solo cuando el capitán del barco le despertó lo que hizo que Jonás fuera consciente del caos y el gran peligro de la tormenta. Sin embargo, una vez despierto, Jonás ya estaba en medio de gran peligro.

Cuando la tripulación echó suertes para ver a quién culpar por la ira de los dioses, Jonás fue señalado y sus sospechas se confirmaron; él era el objetivo de Dios en la tempestad.

Esa tormenta, de hecho, el Señor la había enviado para castigarle por su flagrante desobediencia y para detenerle, de modo que no siguiera huyendo aún más lejos. Con sus rostros desconcertados y ansiosos, los marineros paganos miraban a Jonás en busca de una explicación.

Entonces le dijeron ellos: Declararnos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres?

Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Y aquellos hombres temieron sobremanera, y le dijeron: ¿Por qué has hecho esto?

Porque ellos sabían que huía de la presencia de Jehová, pues él se lo había declarado. (Jonás 1.8-10) Un poco tiempo antes, quizá solo unas semanas o incluso días, el Señor se había acercado a Jonás con una orden sencilla: «Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí» (Jonás 1.2).

El mandato era claro y directo: predica un mensaje de arrepentimiento o juicio a los asirios en su ciudad capital de Nínive.

Para Jonás, sin embargo, someterse a ese mandato era algo extraordinariamente difícil. En vez de dirigirse al este hacia Asiria, el titubeante profeta huyó en la dirección opuesta. Se subió a un barco que se dirigía a Tarsis, el puerto más al oeste del Mar Mediterráneo, cerca de la actual Gibraltar en España.

Pero pronto aprendería por las malas que es peligroso intentar escapar de Dios (cp. Salmo 139.7-12). Jonás tenía sus razones para huir en dirección contraria a Nínive. La capital asiria estaba situada junto al río Tigris (en el actual Irak) y albergaba una población de seiscientos mil, haciéndola una metrópolis excepcionalmente grande para ese tiempo.

La ciudad fue construida originalmente por Nimrod, el bisnieto de Noé, que quizás se encargó de la construcción de la torre de Babel (Génesis 10.8-11; 11.1-9). Se había convertido en la capital de una nación enemiga pagana y representaba todo lo malo que los israelitas odiaban.

Nínive era tan malvada como imponente. Los asirios eran un pueblo notoriamente brutal y malvado. Los reyes asirios alardeaban de las maneras tan horribles en que masacraban a sus enemigos y mutilaban a sus cautivos, desde la desmembración a la decapitación o la quema de prisioneros vivos y otras formas de tortura indescriptiblemente morbosas.

Suponían un claro peligro para la seguridad nacional de Israel. Solo unas décadas después de la misión de Jonás, los asirios conquistarían las tribus del norte de Israel y las harían cautivas (en el 722 A.C.), de donde ya nunca regresarían.

Jonás, que ministró en el reino del norte de Israel durante el gobierno del rey Jeroboam II (793-758 A.C.), había profetizado que las fronteras de Israel serían restauradas mediante las victorias militares de su rey (2 Reyes 14.25). Llevar, por tanto, un mensaje de arrepentimiento y esperanza a los odiados enemigos paganos de Israel era algo impensable.

Los asirios eran una civilización de terroristas asesinos empeñados en la aniquilación  violenta de todo aquel que se interpusiera en su camino. Si alguien merecía el juicio de Dios, pensaban Jonás y los israelitas, eran los ninivitas.

No eran dignos de la compasión y el perdón divinos. Claro está, Dios era totalmente consciente de la iniquidad de Nínive. De hecho, un siglo después de Jonás y el arrepentimiento de los ninivitas, el Señor condenó a una subsiguiente generación en la misma ciudad mediante el profeta Nahúm por su arrogancia, engaño, idolatría, sensualidad y violencia. Pero antes de ejecutar su ira en esa futura generación, Dios decidió primero ofrecer a la gente de Nínive misericordia y perdón mediante el arrepentimiento y la confianza en El.

Jonás tenía el encargo de llevar ese mensaje. Pero el rebelde profeta no quería que los enemigos de Israel recibieran misericordia. Sabía que el Señor perdonaría a los ninivitas si se arrepentían y no le gustaba nada esa idea (cp. Jonás 4.2).

Así que decidió no ofrecerles ese mensaje y subió a un barco con dirección al oeste. El odio de Jonás hacia los pecadores, independientemente de cómo lo racionalizara, le ponía en una posición peligrosa.

Como profeta de Dios, seguramente conocía su obligación, pero prefería recibir el castigo del Señor (viéndolo como un mal menor), que ser el instrumento de las conversiones gentiles. ¡Esa es una perspectiva muy extraña para un predicador! Quizá también pensaba que alejándose lo suficiente, en la dirección opuesta, ya no estaría disponible para realizar la tarea, y Dios tendría que encontrar a otra persona que fuera a Nínive. No podía estar más equivocado.

ISRAEL: UNA NACIÓN DE MISIONEROS

Aunque esa desobediencia reacia estaba en este hombre, era síntoma de un fallo nacional de épicas proporciones. Cuando Jonás se rebeló contra el mandamiento del Señor, y corrió en la dirección contraria, personificaba al fallo colectivo de la nación de Israel en cuanto a cumplir la misión que Dios les había encomendado.

Desde el principio, el Señor eligió a Israel para que fuera una nación de misioneros. Como su pueblo escogido, debían ser luz para los gentiles, un pueblo tan apasionado con su devoción al Señor y su celo porque otras naciones amaran y adoraran al verdadero Dios que su testimonio colectivo retumbaría por todo el mundo.

De dentro de Israel, el Señor seleccionó hombres especiales para ser sus profetas y dirigir la tarea misionera. Les llamó para confrontar la apatía de Israel y también para proclamar un mensaje de arrepentimiento a las naciones vecinas, advirtiéndoles del inminente juicio de Dios.

Un repaso desde Isaías hasta Malaquías revela que los profetas no solamente enfocaban su atención en las responsabilidades del pueblo de Israel y Judá. También se dirigieron a Amón, Asiria, Babilonia, Edom, Egipto, Elam, Hazor, Cedar, Media y Persia, Moab, Filistea, Fenicia, Siria, Tiro y todos los gentiles que no se habían arrepentido.

En su mayoría, los profetas hebreos ministraron dentro de los límites de Israel y Judá, aunque dieron advertencias a otras naciones.

Pero el llamado de Jonás era único. Debía viajar más allá de los limites de Israel y predicar a los asirios en su ciudad capital Aunque los verdaderos profetas ministraron con fidelidad, el pueblo de Israel colectivamente rechazó a los predicadores que Dios había ordenado y no cumplió con su tarea misionera. Lejos de cumplir su mandato evangelístico a las naciones circundantes, habían sido arrogantes y apáticos en su propia fe y adoración.

Por eso, el mandamiento del Señor para Jonás, de ir y predicar arrepentimiento a Ninive, fue algo más que una tarea misionera. Jonás fue enviado a Nínive en parte para avergonzar a Israel con el hecho de que una ciudad pagana se arrepintiera tras la predicación de un extraño, mientras que Israel no se arrepentía y obedecía a Dios aunque le predicaron muchos profetas.

El hecho de que los ninivitas respondieran, mientras que Israel caminaba en una obstinada incredulidad, fue una aguda reprensión para la nación escogida de Dios.

Siglos después, Jesús mismo usaría de forma similar a los ninivitas para amonestar a los incrédulos fariseos de su época. La ciudad malvada de Nínive se arrepintió por la predicación de un profeta reticente, pero los fariseos rehusaron arrepentirse por la predicación del mayor de todos los profetas, a pesar de la exagerada evidencia de que era realmente su Señor y Mesías.

Aunque la mayoría de los cristianos conocen los nombres de los profetas hebreos, tales como Jeremías, Ezequiel, Oseas y Joel, los libros proféticos del Antiguo Testamento representan algunos de los territorios más desconocidos de toda la Biblia.

Los profetas menores (desde Oseas hasta Malaquías) en particular son una parte con frecuencia descuidada para muchos creyentes. (Se les llama profetas «menores» por su relativa brevedad, no porque sean menos importantes que los otros libros proféticos.) Jonás quizá sea el único profeta menor que todos conocen. Incluso los no creyentes han oído su sorprendente historia.

A decir verdad, el ejemplo de Jonás es muy negativo, y me refiero a que ilustra lo que no debemos hacer. Este profeta gruñón que retrocede, mediante su actitud y acciones titubeantes, nos aporta un gráfico retrato de un ministerio que fue extremadamente malo. La mayoría de las personas pensarían que debería haber sido apartado para no volver a oír más de él.

Sin embargo, Dios obró a través de él para realizar una campaña de predicación que produjo que cientos de miles se salvaran. Y esto es lo que le hace estar en la lista de héroes El libro de Jonás nos enseña que incluso cuando el predicador es reticente a la hora de ver salvos a los pecadores, Dios no lo es para salvarles.

La compasión del Señor por los incrédulos quedó muy clara, como un agudo contraste con la insensible falta de confianza de Jonás.

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