Crónica Bíblica: Eva, Termino De La Inocencia En El Jardín Del Edén. Parte 2

Por John MacArthur

Eva no era en modo alguno inferior a su marido, pero le fue dado, no obstante, un papel que estaba subordinado a su liderazgo. ¿Subordinado, aunque igual? Sí. Las relaciones dentro de la Trinidad ilustran perfectamente cómo puede funcionar el liderazgo y la sumisión entre iguales absolutos. Cristo no es en ningún sentido inferior al Padre.

«Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (Colosenses2.9); ha existido eternamente «en la forma de Dios…. [e] igual a Dios» (Filipenses 2.6); «Yo y el Padre uno somos» (Juan 10.30). El apóstol Juan deja esto tan claro cómo es posible: desde la eternidad, Jesús era con Dios y Él mismo era Dios (Juan 1.1-2).

Tres personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) constituyen el verdadero Dios de la Escritura. Los tres son completamente Dios y completamente iguales aun cuando el Hijo esté subordinado al Padre Jesús dijo: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Juan 5.30).

«Porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8.29). El apóstol Pablo dibujó un claro paralelo entre la sumisión voluntaria de Jesús a su Padre y la sumisión voluntaria de una esposa a su marido: «Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo» (1 Corintios11.3).

Así que, si usted se pregunta, cómo dos personas que son realmente iguales, pueden tener una relación donde uno es cabeza y el otro se somete, no necesita mirar más allá de la doctrina de la Trinidad. Dios mismo es el modelo para tal relación. La creación de Eva establece un paradigma similar para la raza humana. Aquí está la suma de esto: hombres y mujeres, aunque iguales en esencia, fueron diseñados para funciones diferentes. Las mujeres no son, en ningún sentido, intelectual o espiritualmente inferiores a los hombres, pero fueron evidentemente creadas con propósitos distintos.

En la administración de la iglesia y la familia, la Biblia dice que las mujeres deben estar subordinadas a la autoridad de los hombres. Aun cuando la Escritura reconoce esto en un sentido totalmente diferente, las mujeres son exaltadas por encima de los hombres porque son la manifestación viva y palpitante de la gloria de una raza hecha a imagen de Dios (1 Corintios 11.7).

Ese era, precisamente, el lugar de Eva después de la creación y antes de la caída. Ella estaba bajo la dirección de su marido, si bien era en muchas maneras aún más gloriosa criatura que él, apreciada y alabada por él. Eran pareja y compañeros, labradores del Jardín.

Dios estableció a Adán como cabeza de la raza humana, y a Eva como responsable ante su marido. Lejos de consignarla a una esclavitud servil, o a un estado de doméstico sometimiento, esta fórmula la liberó completamente.

Este fue el paraíso verdadero, y Adán y Eva constituían un microcosmos perfecto de la raza humana, tal como Dios lo diseñó, Pero entonces el pecado todo lo arruinó. En forma trágica, Eva fue la puerta involuntaria a través de la cual el engañador logró el acceso para atacar a Adán.

SU TENTACIÓN

Génesis 2 termina con una descripción sucinta de la inocencia en el Jardín del Edén: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (v. 25). Génesis 3 presenta entonces al tentador, una serpiente. Evidentemente, se trata de Satanás quién se manifiesta así en forma de un reptil, aunque la Biblia no identifica a esta criatura como Satanás oficialmente hasta el libro de Apocalipsis (12.9; 20.2). Satanás era un ángel que había caído en pecado.

Isaías 14.12-15 y Ezequiel 28.12-19 relatan el fin de una magnífica criatura angelical descrita como el más grande y más glorioso de todos los seres creados. Ese solo puede ser Satanás. La Escritura no nos dice exactamente cuándo se produce la caída de éste ni en qué circunstancias ocurrió. Pero debe haber sido durante los eventos descritos en Génesis 2, porque al final de Génesis 1. toda la creación, incluyendo el universo visible y el mundo espiritual, estaba completa, inmaculada e intachable. «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno en gran manera» (Génesis 1.31; énfasis del autor).

Pero luego, en Génesis 3.1. encontramos a la serpiente. La cronología del relato parece sugerir que transcurrió un tiempo muy breve entre el término de la creación, la caída de Satanás y la tentación de Eva.

Podrían haber sido solamente algunos días, o quizás unas horas. En todo caso, no debe haber pasado mucho tiempo entre una cosa y otra. Adán y Eva todavía no habían procreado, A decir verdad, ésta es indudablemente una de las razones principales por las que el tentador no perdió tiempo engañando a Eva y provocándola para hacer pecar a su marido Quería asestar un ataque a la cabeza de la raza humana antes de que ésta tuviera la oportunidad de multiplicarse.

Si podía engañar a Eva y causar la caída de Adán en ese momento, podría sabotear a toda la humanidad en un acto mortal de traición contra Dios. He aquí el relato bíblico completo de Génesis 3.1-7:.

Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella.

Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Satanás vino a Eva disfrazado. Esto ejemplifica la manera sutil que usó para engañarla. Se le apareció para asaltarla en forma astuta cuando no estaba acompañada por Adán. Como vaso frágil, lejos de su marido, pero cerca del árbol prohibido, no podía estar en una posición más vulnerable.

Nótese que lo que le dijo la serpiente era parcialmente cierto. Comer del fruto abriría sus ojos a la comprensión del bien y del mal. En su inocencia, Eva era susceptible a las medias verdades y a las mentiras del diablo Las palabras iniciales de la serpiente en el versículo 1 pusieron el tenor para todos sus tratos con la humanidad: «¿Conque Dios os ha dicho…?»

El escepticismo está implícito en este cuestionamiento. Este es su clásico modus operandi. Satanás cuestiona la Palabra de Dios, sugiriendo incertidumbre acerca del significado de sus declaraciones, planteando dudas sobre la veracidad de lo que Dios ha dicho, insinuando sospechas sobre los motivos que están detrás de los propósitos secretos de Dios, o expresando aprensión sobre la sabiduría de su plan. Tuerce el significado de la Palabra de Dios: «¿Conque Dios os ha dicho: no comáis de todo árbol del huerto?»

En realidad, Dios había dado la orden como una declaración positiva: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2.16-17).

La serpiente puso la orden en sentido negativo («no comerán de todo árbol…»), haciendo que la expresión de generosidad auténtica sonara como mezquindad. Deliberadamente estaba debilitando la calidad y el mandato de Dios. Es posible que Eva se haya enterado de esa única restricción por medio de su marido, y no directamente de Dios. Génesis 2.16-17 señala que Dios hizo esa prohibición previa a la creación de ella, en un momento en que Adán era el único receptor.

Esto coincide perfectamente con la verdad bíblica de que Adán es el representante y la cabeza de toda la raza humana.

Dios lo responsabilizó directamente. La instrucción y protección de Eva eran su responsabilidad como cabeza de familia. Por consiguiente, cuánto más lejos estuviera ella de su lado, más expuesta estaba.

En la dicha inocente del Edén, por supuesto, Eva no tenía conciencia de que existía un peligro como ése. Incluso si (como parece que fue) la serpiente la descubrió mirando el árbol, no estaba pecando en ningún modo. Dios no le prohibió a la pareja mirar el árbol.

Contrariamente a la declaración de Eva en Génesis 3.3, Dios no les había prohibido que tocaran el árbol. Ella exagera los rigores de la restricción de Dios. Note que Satanás también minimizó la gravedad de la advertencia de Dios, suavizando el tono decidido de la certeza divina absoluta («El día que de él comieres, ciertamente morirás» [Génesis 2.17]) al lenguaje de una mera posibilidad («Para que no muráis» Génesis 3.3).

En este punto, sin embargo, ella parece más aturdida y confundida que otra cosa. No hay razón para suponer que distorsionaba los hechos a propósito. Es posible que para protegerla, para poner una valla alrededor del peligro, Adán haya aconsejado a Eva que no «tocara» el fruto prohibido.

En ningún caso, Eva estaba haciendo nada malo con solo mirarlo. De hacerlo, lo haría por curiosidad natural. Pero Satanás aprovechó la oportunidad para engañarla y de allí tentar a Adán.

La segunda vez que la serpiente habla con Eva cita incorrectamente la Palabra de Dios con el fin de causar un efecto siniestro. Esta vez contradice mecánicamente lo que Dios había dicho a Adán.

Lo que Dios le dijo a Adán fue «el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2.17). La réplica de Satanás a Eva fue exactamente lo opuesto: «No moriréis». Luego Satanás siguió confundiendo a Eva con su versión sobre lo que les sucedería si comían: «Dios sabe que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal».

Esta era otra verdad parcial. Si Eva comía, sus ojos estarían abiertos al conocimiento del bien y del mal. En otras palabras, perdería su inocencia. Pero encerrada en esas palabras está la mayor de todas las mentiras.

Es la misma falsedad que todavía da de comer al orgullo carnal de nuestra raza caída, y que corrompe cada corazón humano; esta ficción malvada que ha dado a luz a cada una de las religiones falsas en la historia de la humanidad; el mismo error que nació de la perversidad de Satanás mismo; es, por lo tanto, la mentira que subyace en todo el universo del mal: «Seréis como Dios» (v. 5).

Comer la fruta no haría a Eva como Dios. La haría (y la hizo) más parecida al diablo: caído, corrupto, y condenado. Pero Eva fue engañada. «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (v. 6).

Note los deseos naturales que colaboraron en la confusión de Eva: Su necesidad física (era bueno para comer); su sensibilidad estética (era agradable a los ojos) y su curiosidad intelectual (era deseable para la sabiduría).

Son todos impulsos buenos, legítimos y saludables a menos que el objeto del deseo sea pecaminoso, en cuyo caso la pasión natural pasa a ser lujuria. De eso nunca puede resultar algo bueno. Así nos dice el apóstol Juan: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2.16).

Eva comió y luego le dio de comer a su marido. La Escritura no indica si Adán encontró a Eva cerca del fruto prohibido o si ella fue y lo encontró a él. De cualquier modo, por la acción de Adán, y de acuerdo a Romanos 5.12, «el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». Esto es lo que se conoce como la doctrina del pecado original.

Es una de las doctrinas más importantes y fundamentales de la teología cristiana y, por lo tanto, digna del esfuerzo para ser comprendida en el contexto de la historia de Eva. A veces, la gente se pregunta por qué fue tan determinante para la humanidad el fracaso de Adán, y por qué la Escritura trata su desobediencia como el medio por el cual, el pecado entró en el mundo.

Porque, se argumenta, después de todo fue Eva quien comió el fruto prohibido primero; fue ella quien sucumbió a la tentación original, permitiéndose a sí misma ser atraída por un llamado de lujuria, desobedeciendo el mandato de Dios.

¿Por qué, entonces, se considera la falta de Adán el pecado original? Recuerde, antes que nada, que 1 Timoteo 2.14 dice: «Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión».

El pecado de Adán fue deliberado y voluntario en una manera diferente al de Eva. Es cierto que ella fue engañada, pero Adán escogió con pleno conocimiento participar, en una rebelión deliberada contra Dios, compartiendo la fruta que Eva le ofrecía. Hay, sin embargo, una razón aún más importante por la que el pecado de Adán, más bien que el de Eva, permitió la caída de toda la humanidad.

Y es porque en la posición única de Adán como cabeza de la familia original, y como tal líder de toda la raza humana, su autoridad tenía una importancia especial. Dios trataba con él como una especie de delegado legal que se representaba a sí mismo, a su esposa y a toda su descendencia ante Dios.

Por tanto, cuando Adán pecó, lo hizo como nuestro representante ante Dios. Cuando cayó, caímos con él. Por eso es que, precisamente, la Escritura nos enseña que nacemos pecadores (véase Génesis 8.21; Salmos 51.5; 58.3), y que compartimos la culpa y la condena de Adán (Romanos 5.18).

En otras palabras, contrariamente a lo que muchas personas asumen, no caemos desde un estado de inocencia completa al pecado individualmente, sino que Adán, que estaba actuando como un agente y apoderado de la raza humana, lanzó a toda la humanidad, de una vez, en el pecado. En las palabras de Romanos 5.19, «Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores». Todos los descendientes de Adán fueron condenados por su acción. Por eso se dice que la raza humana es culpable debido a lo que hizo Adán, y no por lo que hizo Eva. Es imposible entender el sentido de la doctrina del pecado original y aun de la Escritura como un todo si ignoramos este principio esencial.

En un contexto absolutamente determinante, aun la verdad del Evangelio depende de esta idea de autoridad representativa. La Escritura dice que la autoridad de Adán sobre la raza humana es un paralelo exacto de la dirección de Cristo sobre la raza redimida (Romanos 5.18: 1 Corintios15.22).

Del mismo modo que ese Adán, como nuestro representante, acarreó la culpabilidad sobre nosotros, Cristo quitó esa culpabilidad de su pueblo llegando a ser su autoridad y representante. Se presentó como su apoderado ante el tribunal de justicia divino y pagó el precio de su culpabilidad ante Dios. Jesús también hizo todo lo que Adán dejó de hacer, rindiendo obediencia a Dios de parte de su pueblo.

Por lo tanto, «así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5.19). En otras palabras, la justicia de Cristo es contada como nuestra, porque tomó su lugar como la autoridad representativa de todos los que confían en El. Esto es, en una palabra, el Evangelio.

No se crea, sin embargo, que porque el pecado de Eva no fue tan deliberado ni tan trascendental como el de Adán, se le puede eximir de culpabilidad. El pecado de Eva fue extremadamente pecaminoso, y sus acciones demostraron que fue plena y voluntariamente cómplice de Adán en su desobediencia. (Dicho sea de paso, en un modo similar, todos nosotros demostramos por nuestros propios actos que la doctrina del pecado original es perfectamente justa y razonable.

Nadie puede legítimamente pretender eximirse de la culpabilidad que pesa sobre la raza humana, alegando que es injusto pagar por el comportamiento de Adán.

Nuestros propios pecados demuestran nuestra complicidad con él. El pecado de Eva la sometió a la desaprobación de Dios. Perdió el paraíso del Edén y heredó en su lugar una vida de dolor y frustración. La maldición divina contra el pecado se centró en ella de un modo particular.

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