El Sueño De Leonora

Por Xatziri García Arano

Los sueños son importantes, ¿alguna vez has escuchado la frase que dice “el amor mueve al mundo”?

Bueno… los sueños son su combustible, permiteme contarte una historia de cómo el sueño de alguien puede cambiar la vida de muchos. 

Era un día como cualquier otro, cálido y dulce, los pajaritos cantaban la misma melodía con la que Leonora había crecido, era una canción que le recordaba su niñez, esos días en casa de la abuela, sin preocupaciones mientras alimentaba a las gallinas y a los cerdos que se criaban.

Leonora había crecido en un rancho junto a su abuela, una mujer dura pero de buen de corazón, que no había tenido otro remedio que cuidarla ya que sus padres nunca regresaron.

Hubo muchas historias alrededor de su desaparición, que si los habían emboscado los invasores extranjeros, o que el esposo había matado a la esposa en un arranque de celos y había huido, no sin antes deshacerse del cuerpo.

Lo cierto es que el padre había ido a la guerra, cabo del ejército y su madre, al saber que su amado esposo jamás regresaría, perdió la mente y termino ahorcándose en el ciruelo de la casa de la abuela de Leonora, la encontraron una mañana de madrugada cuando salían a ordeñar las vacas, los chalanes.

De esta manera, Doña Catita, no había tenido más remedio que quedarse con la pequeña de seis años a su cargo, era lo único que le recordaba a su hijo, el cabo del ejército.

Leonora, hecha ya una hermosa mujer, ahora criaba a sus hijos en el pueblo, a unos 60 kilómetros del rancho de Doña Catita, quien aun vivía ahí con 90 años de edad.

En ese día no había nada diferente, todo sucedía de manera cotidiana, mientras preparaba la comida escucho una voz que le decía “¿Vas a seguirme o continuarás negando tu naturaleza?” Esta voz, sonó tan fuerte que la asustó, no supo qué responderle, esa voz que estaba segura no era la primera vez que escuchaba. 

Desde ese momento, Leonora no pudo dejar de pensar en esa pregunta, pero, había cosas que hacer, atender a los niños cuando regresaran de la escuela y a su esposo, así que decidió no prestar mucha atención, por ahora.

Todos los días, los niños de Leonora y su esposo, Don Julio, un hombre muy respetado en la comunidad, asistían a la escuela del pueblo, donde Valiente, el hijo mayor de la pareja se destacaba academicamente, era un jovencito con una naturaleza curiosa y con una memoria envidiable. 

Un muchacho con noble corazón, fuertes convicciones, y muy testarudo. 

Don Julio, había llegado un día al pueblo, nadie sabe de dónde pero parecía ser hombre honesto así que nadie pregunto, ya que fue quien puso la primera tienda del lugar, ganandose el respeto de la comunidad.

Un día Leonora caminaba por la calle donde se encontraba la tienda junto a Doña Catita, cuando el joven Julio la vio, inventándose la excusa mas tonta posible para acercarse a ella, había quedado prendado de sus ojos azules, heredados por su padre, el cabo del ejército y su abuelo Macario, difunto esposo de Doña Catita. 

Don Julio solía decir que los ojos de Leonora era como podía saber que existía un Dios, la miraba y podía ver en ellos el cielo, su cielo.

Él la amaba profundamente, hubiera querido vivir para siempre con tal de nunca dejar de mirarlos.

Por esa razón fue bueno que Don Julio partiera de este mundo primero que ella, nadie podría imaginar la reacción del esposo si la hubiera perdido antes, así que el pueblo decía que fue un acto de misericordia de Dios para Don Julio quien se fue de este mundo a la edad de 70 años, mirando fijamente a su cielo, los ojos de su Leonora. 

Eran ya las 4 de la tarde cuando los niños atravesaron la puerta de madera de la entrada de la pequeña casa, corriendo y brincando, venían con hambre, estos niños eran la luz de ese hogar.

La madre, Leonora, los sentó y les dio de comer a los 4 pequeños. Valiente de 12 años, llevaba ese nombre en honor al abuelo, el cabo del ejército, ya que estando en combate había demostrado ser tan valiente que miro a la muerte a los ojos, bueno, eso decían sus compañeros de armas; Emilio, era el segundo hijo, con solo 10 años de edad les daba dolores de cabeza a sus padres; Elena, la dulce pequeña de 7 años y por último, Julia la bebe de la casa, tenía 4 años.  

Esa tarde Leonora pensaba en la pregunta ¿vas a seguirme o continuaras negando tu naturaleza? 

– ¡¿Que querrá decir!? se preguntaba,

– ¡¿Que querrá decir!? se volvía a preguntar con cierto grado de tristeza por no poder entender del todo. 

El tiempo pasa y no perdona, aunque siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien.

Leonora miraba por la ventana mientras tomaba una taza de café, suspiraba y pensaba en sus años vividos, ¿qué querría decir esa voz? Parecía cada vez más cercana, era como si pudiera tocar esa voz, tan dulce y suave como un susurro. 

A la mañana siguiente todo se había esfumado, Leonora dormía plácidamente en su cama, era como si sólo hubiera cerrado sus ojos, seguía siendo hermosa aunque su piel estaba fría esbozaba una sonrisa de oreja a oreja.

Valiente la miraba, estupefacto, nunca pensó en este momento, amaba a su madre pero tenía tiempo sin verla, había salido muy joven a conocer el mundo y a hacerle honor a su abuelo, el cabo del ejercito, que había olvidado las interminables conversaciones con su madre y los sueños que soñaban juntos, el sueño de Leonora.  

Fue así, como Valiente recordaba el día en que enterraban a su madre

el corazón nunca olvida el lugar donde dejó sus mejores latidos. 

Hacia mucho calor y no podía moverse, Valiente se preguntaba qué había hecho tan mal para merecer esto, había olvidado el sueño de Leonora y de pronto escucho esa voz acusadora.

VOZ ACUSADORA: En realidad, todo lo hiciste mal

VALIENTE: ¿De qué hablas? Hice todo lo mejor que pude, me esforcé, logre llegar muy alto, hubo un momento en que tuve todo y a manos llenas, no me falto hacer nada.

VOZ ACUSADORA: ¿Eso crees?

VALIENTES: ¿Qué quieres decir con eso?

VOZ ACUSADORA: Bueno… ¿y dónde esta todo y todos de los que hablas? ¿Dónde están esas cosas que tuviste a manos llenas? El poder… ¿Puedes hacer algo con ello ahora?

VALIENTE: Pero… 

VOZ ACUSADORA: ¿Lo ves? ¿Quién recuerda esas cosas aparte de ti? ¿Tus hijos, tu esposa, tus amigos? Estas aquí solo, solo con tus recuerdos.

VALIENTES: Ellos me aman, soy su padre…

VOZ ACUSADORA: Dime entonces algo de su corazón, ¿cuáles son sus sueños, gustos, temores?

VALIENTE: Yo… yo… no lo sé

VOZ ACUSADORA: Es verdad, no conoces a nadie… Sólo estabas interesado en ti mismo y tus logros… ¿Qué diría Leonora de todo esto?  Dejame pensar… ¡Oh claro! ¿A quién le importa? Olvidaste su sueño y esta muerta, igual que tu.

VALIENTE: Es verdad, ella esta muerta, tal vez pronto podré volver  a verla.

VOZ ACUSADORA: No creo que ha dónde tu vas la veas. ¿Acaso estas creyendo? Espera… lo veo en tus ojos, crees que tu… jajaja… ¿tu mereces librarte de esto? ¿Crees que iras al cielo? 

Veamos, eres egoísta y orgulloso, sólo por mencionar algunas, nunca amaste a tu esposa ni supiste cuidar su corazón, ella enfermo y enfermo a todos los que estaban a su alrededor.

Bien la oí decir que olvidaste tu destino, olvidaste el sueño de Leonora. No te preocupes, yo te ayudaré a no olvidarlo, aquí en esta cama ya no puedes cumplir nada.

La vos acusadora lo dijo con cierto aire sarcástico, hizo que la piel de Valiente se enchinara, no recordaba su destino y sintió temor al recodar que tenía un destino sin cumplir.  

Tuvo temor de cerrar sus ojos y ver a su madre preguntarle por su sueño, lagrimas corrieron por sus mejillas al recordar sus hermosos ojos azules que brillaban cuando soñaban juntos, sueños que ahora no podía cumplir postrado en una cama de hospital.

Y así fue como entendió que la vida no solo eran placeres mundanos, como acumular cosas o ser algo o alguien, sino que se trataba de corazones sanados, amados y restaurados.

La vida era más allá que una cama de hospital, era una aventura que valía la pena vivir, que no había errores o aciertos, sino experiencias que nos permiten crecer y encontrar la felicidad, nuestra felicidad. 

Y se preguntó… ¿Cómo no lo vi antes? ¿Cómo no lo entendí aquella noche en que me llamaste por mi nombre con tu suave murmullo? Ahora solo espero tu misericordia, la que dice que todo obra para mi bien.

Pero ¿en qué estoy pensando? Claro que aun puedo caminar hacia mi destino, estoy vivo y puedo respirar, aun hay tiempo. 

Todas las mañanas Frida y Diego llegan a mi ventana, desayunan y murmuran entre ellos para terminar mirándome inquisidoramente, cómo preguntando en qué momento me atreveré a hacerlo, es como si me invitaran a volar a su lado y descubrir la vida, la vida que esta destinada para mi, la vida que Dios imagino para mi. 

Entonces me levanto lentamente de la cama y abro mis alas, ya nada me pesa y puedo escuchar el sonido de mi voz gritando ¡libertad! Mientras recorro el cielo azul, tan profundo como los ojos de mi Leonora, libre y fuerte como cuando era joven, siempre Valiente. 

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