Mi Concha De Chocolte

Por Estela Jiménez Durán

A las nueve de la noche sonó su celular. –Sí, diga…

Ese sonido se quedó impregnado en la piel, en las sensaciones de Ale como un cuchillo fino que lacera hasta el alma.

– Te lo dije. No debiste dejarla ir sola.

– Por favor, no me digas eso. Yo misma siento morirme en pedazos. Que no daría por tenerla nuevamente entre mis brazos.

La oscuridad coronó  la noche de un día muy nublado. Ricardo dio vuelta en la esquina de Comonfort y de pronto la lámpara alumbró una escena trágica.

Un hombre maduro, con una sudadera gris y gorra con visera ultraja a una chica de  aproximadamente 17 años y, al mismo tiempo, la golpea despiadadamente. De pronto sintió la presencia de alguien, volteo y se dio cuenta de que estaba siendo observado.

Tomó a la chica por los hombros, la azotó en la pared y le dio un último trancazo que la hizo desvanecerse. Luego se echó a correr sin mirar atrás.

Ricardo se quedó como clavado en la banqueta. Un mar de pensamientos lo había paralizado. ¿Qué puedo hacer? Se preguntaba. ¿La habrá matado? ¿¡Y si está viva y no la reporto y se muere!? ¿Y si doy aviso y me culpan a mi? Comenzó a sentir escalofríos.

Tiritaba por el  miedo de verse involucrado, de que alguien lo hubiera visto, pero la penumbra lo ocultó a los ojos de los que transitaban por ahí sin verlo a él, ni a la chica que estaba en el asfalto ensangrentada. O más bien sin querer verla. Sin entrometerse. Sin mirar lo que veían. Sin ninguna empatía. Volteaban la cara para simular  que no había pasado nada.

Y de la nada “apareció” un joven tatuado hasta en la cara. Por la espalda sujetó a Ricardo y lo amenazó con un cuchillo punzando su costado. Tenía un hedor fuerte a thinner mezclado con olor a mugre añeja, como los perros muertos, así olía.   

– ¡Saca la cartera!  Le dijo sin gritar pero con voz fuerte y decidida.

– ¡Si intentas hacer algo aquí te quedas!

No había mucho que pensar y Ricardo decidió no quedarse ahí. Sacó la cartera y su celular. Se los entregó y se fue. Esta vez aunque se hubiera convencido de dar parte del suceso ya no le fue posible pues le habían robado  el celular.

Mariana, era su nombre, con apenas 16 años. Su mamá la mandó a comprar el pan, cerca de la Iglesia de San Lucas Evangelista, de arquitectura barroca, que está al final de la calle Ignacio Comonfort. Para ellos, la confianza de andar todos los días por esos lugares, aunque sabían de  los peligros que acechan constantemente por la zona, no les hizo pensar que correría peligro.

–Mariana te traes cuatro bolillos y cuatro panes de dulce. A mí, ya sabes, mi concha de chocolate. Le dijo Ale, su mamá.

–Sí mamá. Le respondió.

–No te tardes para ver la serie. 

Nunca volvió. Alguien, no se supo quién dio parte al C5. Dijo cuáles eran las coordenadas y en cuestión de minutos fue encontrada Mariana, con fractura de cráneo, provocada por una estrepitosa caída, razón por la que perdió la vida..

A las nueve de la noche sonó un celular. Ale contestó –Sí. Diga….. 

–Señora ¿conoce usted a una chica de pelo largo castaño claro, como de 17 años, con un leggins azul turquesa y top negro?

–Sí es mi hija, pero tiene 16, por favor no me diga que le sucedió algo, tiene casi dos horas que fue a la panadería y  no ha regresado.

–Lamento decirle que fue encontrada en el asfalto, con la blusa rota, duramente golpeada …..

Un grito desgarrador rompió el silencio de esa noche densa por la oscuridad. Alejandra se desvaneció, la noticia le “desgarró el alma”, el cuerpo, hasta la piel le dolía, sus piernas se blandieron, cuando estaba a punto de caerse Saúl la tomó del brazo hasta el sofá cubierto con un cobertor que tenía una de las princesas de Walt Disney, “La bella durmiente”.

Que ironía de la vida apenas un año antes Mariana festejaba sus quince años en un vestido de princesa, azul cielo. Hoy yacía en su féretro como “La bella durmiente”. 

La maldad del barrio, de una mente perturbada, perversa,  le había arrebatado su fragancia; su piel de manzana quedó mancillada por ese “cerdo” del que aún no se sabía nada.

–¡¡A ese desgraciado lo voy a encontrar!!. No descansaré hasta verlo refundido en la cárcel. –Dijo Saúl con rabia y lágrimas en los ojos.

Salió a la calle en busca del criminal que acabó con los sueños de su pequeña. Saúl era medio robusto, de estatura promedio, pero el coraje lo hacía verse imponente con su mirada extraviada, como ausente por el dolor y por la confusión de saber y no querer creer lo que le había sucedido. 

Como en una selva espesa, con sus manos trataba de derribar todo lo que le impedía avanzar para escudriñar la penumbra con ojos de gato y dar con ese infeliz.

–Papi, papi, cuando sea grande quiero ser doctora.

Saúl creía escuchar clarita la voz de su hija cuando a los cinco años comenzaba a tejer sus sueños.

–Si mi “Chapis”, dígame que quiere hacer y yo le ayudo a conseguirlo, para eso soy su padre. 

–Le contestaba Saúl, orgulloso de saberse responsable de poner los cimientos del futuro de su hija.  

Como en una película frente a sus ojos, la veía corriendo hacía sus brazos, para luego, sujetada con sus dos manitas en su cuello, darle vueltas, vueltas y vueltas.  Mariana entonces, sintiéndose amada, volaba segura, con alas de libertad.

Pero la realidad era otra. Mariana ya no estaba. Era un engaño de su mente. Un flash back del que se sostenía para no hundirse en esa tierra movediza de dolor que quería tragarlo por completo. Aunque él mismo quería morirse ahí mismo.

De pronto se vio frente a la panadería, cerca de la iglesia, la que está en la calle de Comonfort. 

Sonó su celular. Era Alejandra.

–¡¡No me dejes sola!! ¡¡LLévame a ver a mi Marianita!! ¿Dónde estás?

–Le preguntó Ale, sintiéndose no sabía cómo, pero era un dolor agudo en sus entrañas, parece que así era.

– Estoy enfrente de la panadería. –Le respondió Saúl.

– ¡¡Noooooo!! ¡¡Nooooooooooo!! “Grito como loca”.

–¡¡Nooooooooooo!! 

–Nunca más mi concha de chocolate.

Se inundarán en llanto mis ojos, sin cesar y sin consuelo, hasta que desde el cielo el Señor se digne mirarnos”

Lamentaciones 3:49-50

Desde lo más profundo de la fosa invoqué, Señor, tu nombre, y tú escuchaste mi plegaria; no cerraste tus oídos a mi clamor. Te invoqué, y viniste a mí; «No temas», me dijiste”

Lamentaciones 3:55-57

DEJAR QUE TODO
SE ROMPA.
A veces tienes que dejar que
todo se rompa, que todo se
derrumbe, que se vaya lo que
tenga que irse, que se rompa lo
que tenga que romperse, a veces
esa es la oportunidad que tienes
para volver a empezar, volver a
construirte y no conformarte
con menos de lo que mereces,
a veces ese punto de quiebre te
lleva a encontrarte nuevamente
contigo, a veces eso que sientes
que es el final, es solo parte
de un nuevo comienzo.

2 comentarios sobre “Mi Concha De Chocolte

  1. Me encantó la historia de mi concha de chocolate , muy fuerte cuando pierdes a un ser querido de un momento al otro, yo misma perdí a dos sobrinos en accidentes automovilísticos y es un dolor inexplicable y muy difícil de superar !!!

    Felicidades Estela

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